‘Tenés que prometerme que no vas a pensar que soy una maniática", dice Carly Rae Jepsen, sentada en el living de su casa en el lado este de Los Ángeles. Una sonrisa traviesa le recorre la cara, mientras se levanta de un sofá de plush azul y corre hacia el comedor. Cuando vuelve, carga con un par de cartulinas grandes y gruesas.
En la más grande están –garabateados con anotaciones en Post-It de distintos colores– los títulos de casi 200 canciones que Jepsen compuso para Dedicated, su cuarto disco, que salió el mes pasado. La última lista de temas está en la cartulina más chiquita. En esa hay apenas dos docenas de canciones.
Jepsen, 33 años, está tratando de pensar la próxima jugada de una de las carreras más extrañas del pop moderno. Pasó de hacer noches de improvisación en su British Columbia nativa a un tercer puesto en Canadian Idol, y luego un debut folk en 2008. Dos años después, viró hacia el dance-pop e hizo "Call Me Maybe", que pasó nueve semanas en el Número Uno. Pero el disco en el que apareció, Kiss, fracasó, y Jepsen parecía destinada a ser una one hit wonder, hasta que cambió una vez más de dirección. Trabajó con productores indie (Dev Hynes, de Blood Orange, Rostam Batmanglij, de Vampire Weekend) y grabó Emotion, en 2015. El resultado fue un disco excelente que le daba brillo ochentero a su pop bailable; no fue un éxito masivo, pero sus canciones sobre rupturas y renacimientos amorosos hicieron que Jepsen accediera a un estatus de culto, inspirando memes, conferencias académicas, e incluso un show de drag anual llamado Carlyfest.
Jepsen no planeaba hacer una gran reinvención en Dedicated; el concepto original era "disco relajado", canciones que pudieran sonar en una fiesta tranquila. Pero fue un proceso decididamente poco tranquilo. Como indican las cartulinas, Jepsen puede ser obsesiva. Tiende a analizar mucho sus canciones, una y otra vez. "Envidio a los compositores que dicen: ‘Compuse esta, entonces va en el disco’", dice. "Yo pienso: ‘¿Cómo podés dormir sabiendo eso?’".
Cuando empezó a hacer Dedicated, estaba en todas partes: hizo viajes múltiples a Suecia para trabajar con miembros del colectivo de Max Martin, se reunió en Nueva York con Jack Antonoff, y fue a Nicaragua para un campamento de composición organizado por su sello.
En 2017, decidió tomarse un descanso. Reservó un viaje de tres semanas por Italia, pero cuando su asistente le preguntó si quería otro pasaje para su novio desde hacía dos años, el fotógrafo David Kalani Larkins, su reacción inmediata fue llamativa: "Sin pensarlo, dije: ‘No, uno solo’. Me di cuenta de que algo pasaba". Jepsen y Larkins se separaron, y el viaje se transformó en su Comer, rezar, amar personal, que tuvo un gran impacto en Dedicated. El "disco tranquilo" pasó a transformarse en una colección de emociones grandes y canciones efervescentes que sugieren que Jepsen puede ser la nueva reina de la catarsis en la pista de baile. El primer single "Party for One" es una celebración de la soltería (y, quizás, de la masturbación). El tema del título no quedó en la cartulina final, pero resumía las emociones fuertes de todo el disco. Jepsen se la compuso a su nuevo novio, un músico británico que conoció en Nicaragua.
Las canciones de Jepsen suelen tratar sobre las maquinaciones del amor y las intrigas del romance, una preocupación que se remonta a su infancia con su hermano yendo y viniendo de las casas de sus padres separados. "Dos veces por mes se reunían para discutir quién estaba castigado", dice, señalando que su mamá era más hippie y su papá más conservador. "Eso despertó mi fascinación con la dinámica del amor y lo complicado que puede ser".
Ahora, tras un par de vueltas más refinando las cartulinas, Jepsen está lista para presentar Dedicated al mundo. "No sé lo que va a pasar", dice, "pero es divertido haber trabajado hasta el cansancio en algo que ahora va a existir".
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