Cómo a los 74 años Marianne Faithfull volvió a ganarle a la muerte y sacó el disco que soñó hace cinco décadas
En sus 74 años de vida, la música británica ha tenido varios roces con la muerte, pero ni el Covid-19 ni sus persistentes síntomas la desviaron de su proyecto soñado: un tributo oral a los poetas románticos
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En sus 74 años de vida, Marianne Faithfull rebotó varias veces contra el umbral de la muerte. La primera vez fue en el verano boreal de 1969, cuando se pasó con la dosis de las pastillas para dormir en una habitación de hotel de Sídney con su entonces novio Mick Jagger. Mientras se iba hundiendo en el letargo, dice haber mantenido una larga conversación con su recientemente fallecido compañero de banda, Brian Jones, que se había ahogado en una pileta de natación una semana antes. Cuando terminaron su animada charla, Jones la invitó con señas desde el borde de un acantilado a acompañarlo al más allá. Faithfull declinó el ofrecimiento, y despertó de un coma que había durado seis días.
Eso fue antes de hacerse adicta a la heroína, a principios de los 70: “Ahí fue que ingresé en uno de los círculos exteriores del infierno”, escribió Faithfull en su autobiografía de 1994. Desintoxicarse le llevó más de una década. Desde entonces, ha sobrevivido al cáncer de mama, la hepatitis C y la infección resultante de la complicación de una rotura de cadera. Pero como dice Faithfull desde su hogar en Londres, su reciente encontronazo con el Covid-19 y sus persistentes síntomas a largo plazo son el combate más duro que le ha tocado en la vida.
“No se lo deseo a nadie”, dice Faithfull. “Te juro que es terrible”
Y eso lo dice, por supuesto, usando “Esa Voz”, ya cubierta de cenizas, pero animada por la misma brasa desafiante de siempre. A medida que maduró y se fue cascando y marcado como un rostro bien vivido, la voz de Faithfull fue adquiriendo una magia subyugante. Su voz suena como si regresara de otro lugar, y encontrara la forma de derrumbar el muro entre el presente y el pasado. Faithfull puede conjurar la decadencia de la Berlín de la República de Weimar en una canción de Bob Dylan o el aliento macabro de William Blaque en un tema de Metallica.
Antes de contagiarse de coronavirus en marzo del año pasado, Faithfull trabajaba en un álbum que soñó hacer durante medio siglo: She Walks in Beauty será lanzado el 30 de abril y es un tributo oral a los poetas románticos, los primeros que hicieron volar su imaginación, cuando era todavía una adolescente. A mediados de la década de 1960, las exigencias de su ascendente carrera en el pop la obligaron a abandonar el curso de literatura inglesa que tanto disfrutaba, “pero igual nunca dejé de leer”, aclara Faithfull. Y en los altibajos de la vida, esos poemas nunca la dejaron, como talismanes benéficos. “¿Quién puede olvidarse de poemas como ‘Oda a un ruiseñor’ o ‘La dama de Shalott’, si alguna vez los leyó?”
Antes de enfermarse, Faithfull había grabado el recitado de siete poemas románticos, entre ellos, “Ella camina en la belleza”, de Byron, “Ozymandias” de Shelley, y “Oda a un ruiseñor”, de Keats. Después la internaron en terapia intensiva con covid grave, entró en coma, y su representante les envió las grabaciones al amigo y colaborador habitual de Faithfull, Warren Ellis, para ver si quería componer música para acompañar esos poemas. Nadie sabía si Faithfull sobreviviría para escuchar el producto terminado.
A Ellis le aclararon que el cuadro era grave. “Puede ser que esta vez no salga”, le dijeron.
Pero Marianne Faithfull volvió, como Lázaro, y recién cuando se sintió mejor su hijo se atrevió a contarle que en la planilla al pie de su cama de hospital habían escrito: “Solo cuidados paliativos”.
“¡Me daban por muerta!”, dice Faithfull, y al parecer, no por primera vez en su vida. “¡Pero no!”, dice con una risita y frunciendo la cara.
El padre de Marianne, Glynn Faithfull, fue espía británico durante la Segunda Guerra Mundial y a su vez era hijo de Theodore Faithfull, el sexólogo que inventó algo llamado “Máquina de Frigidez”. Su madre, un personaje igualmente inverosímil, fue la baronesa austríaca Eva von Sacher-Masoch, sobrina nieta del autor de la escandalosísima novela erótica La Venus de las pieles y de cuyo apellido hemos sido bendecidos con la palabra “masoquismo”. Basta juntar todos esos ingredientes y hasta llegar a una única descendiente, nacida un año después del final de la Segunda Guerra Mundial.
Sus padres se separaron cuando Marianne tenía 6 años y, a los 7 la baronesa metió a su hija a un internado de monjas en Reading. (“Glynn le rogó que no lo hiciera”, escribió en su biografía de 1994. “Recuerdo que le dijo que eso me traería problemas con el sexo durante toda mi vida.”) Cuando visitaba a su padre, que vivía y daba clases en una comuna, pudo vislumbrar el extremo opuesto del espectro. A los 18, se casó con el artista John Dunbar y poco después dio a luz a su hijo Nicholas.
“Quería ir a Oxford y estudiar literatura inglesa, filosofía y religión comparada. Ese era mi plan, pero no pudo ser”, dice. “Fui a una fiesta y AHÍ me descubrió el maldito Andrew Loog Oldham.”
Oldham, el primer mánager de los Rolling Stones, no la había escuchado cantar una nota: le alcanzó con mirarla detenidamente, y decidió que esa joven rubia estaba destinada a ser una estrella del pop. Hizo que Mick Jagger y Keith Richards escribieran una canción para ella, la melancólica balada “As Tears Go By”. Fue, según sus propias palabras, “una fantasía comercial” que supo tocar “todos los botones correctos”.
O sea que al principio no se tomó muy en serio esa carrera pop que había surgido de modo accidental. Durante su gira debut, parecía tener siempre la nariz enterrada en un libro, “estudiando detenidamente mi lista de lecturas de literatura inglesa, como si fuese a retomar las clases al día siguiente”.
Pero lo que estaba pasando no era eso: en la vibrante y psicodélica Londres de esos años, Faithfull se convirtió súbitamente en la hermosa chica del momento, epicentro de un huracán cultural. Y los conoció a todos. Dejó atrás a su esposo y a su hijo, metiéndose sin pedir permiso en todas las cosas que hacían los hombres. Ella y Richards dejaron el ácido y fueron en busca del Santo Grial. Faithfull escribió en su autobiografía que Bob Dylan trató de seducirla haciéndole escuchar su disco más reciente, Bringing It All Back Home, y explicándole en detalle el significado de cada tema. (No funcionó. “Me resultó tan... abrumador”, escribió Faithfull. “Como si un dios bajado del Olimpo se me hubiera venido encima.”
Jagger tuvo más suerte, y durante unos años a puro glamour fueron la pareja icónica de toda una generación. Pero no era todo color de rosa y las tensiones estuvieron desde un principio. Faithfull no estaba convencida de ese papel de “esposa y musa” que todos esperaban que interpretara, incluso en ese círculo tan bohemio. Y entonces llegó la famosa redada antidrogas en Redlands.
En febrero de 1967, advertida por un tabloide moralista británico, la policía allanó la casa de Richards en Sussex mientras se realizaba una pequeña fiesta, y encontró una modesta cantidad de drogas. Cuando llegó la policía, Faithfull acababa de bañarse y la única ropa que tenía estaba sucia, así que sin pensarlo demasiado se envolvió con una alfombra.
El subsecuente juicio por drogas contra Jagger y Richards es considerado actualmente como un momento bisagra para la aceptación social de ciertos comportamientos contraculturales. Pero Faithfull cargó con la peor parte de la reacción popular. A toda mayúscula, un titular gritaba: ¡Chica desnuda en la fiesta de los Stones! “Me despellejaron: era la reventada envuelta en la alfombra de piel”, escribió Faithfull, “mientras que Mick era la noble estrella de rock que iba a juicio”. Y por supuesto que no sería la única doble vara que más tarde tendría que soportar en su vida.
Hace unos años, durante una cena de Navidad, Faithfull les dio a los hijos adolescentes de Warren Ellis una larga charla llena de anécdotas sobre por qué no tenían que consumir drogas. Habló de la infamia que sufrió en Redlands como si los chicos estuvieran al tanto de aquello.
“Mis hijos no tenían idea de lo que estaba hablando”, dice Ellis. “Pero cuando volví de dejarla en su casa, mi hijo me miró y dijo: “¡Guau! ¡Qué vida increíble!”.
Ellis, a quien Faithfull describe cariñosamente como “un viejito sexy”, nos da la entrevista desde una habitación con paredes de ladrillo y poca luz, que podría ser o no ser un calabozo y donde estuvo recluido durante largas horas la primavera pasada, escuchando la voz grabada de su querida amiga que luchaba con la muerte en una cama de hospital, leyendo a los poetas románticos.
Ellis dice que los poemas le parecieron “increíblemente hermosos y edificantes, un bálsamo maravilloso en medio de tanta confusión y tristeza que había en el mundo”. Era una sensación nueva: cuando había leído a esos poetas en su época de estudiante en Melbourne, le habían resultado mayormente “impenetrables”, pero entonados por una intérprete magistral como Faithfull “de repente parecían ser eternos, liberados de la página, gracias a esa autoridad para recitar y la absoluta confianza que tiene en lo que está leyendo.”
Al componer las pistas de música, Ellis quería evitar los remanidos “laúdes y clavicordios”. En cambio, estudió algunos de los discos que pensó que combinaban mejor la palabra hablada y la música, como I’m New Here de Gil Scott-Heron, Late-Flowering Love de sir John Betjeman, y Lulu de Lou Reed y Metallica. Al igual que el encendido recitado de Faithfull, las composiciones meditativas de Ellis, con contribuciones de Nick Cave y Brian Eno, potencian la duradera modernidad de los poetas. (Y aunque los románticos no vivieron para conocer el rock & roll, ciertamente sabían bastante del sexo y de las drogas).
Antes de terminar de componer las pistas, Ellis recibió la noticia de que Faithfull había despertado del coma. A continuación, salió del hospital y pasado un tiempo grabó cuatro poemas más. “Sobrevivió al covid, salió y grabó ‘La dama de Shallot’ dice Ellis sacudiendo la cabeza, en referencia a la epopeya de 12 minutos de lectura del poeta Alfred Tennyson. “Marianne es lisa y llanamente la mejor.”
Lo notable y hasta inquietante del nuevo disco es que no se distingue qué poemas grabó Faithfull antes de su roce son la muerte, y cuáles después. Quizás solo la propia Faithfull pueda detectar la diferencia. “Estuve muy frágil, pero no empecé a grabar hasta sentirme mejor”, dice. “Y me gusta mucho el resultado, porque sueno más vulnerable, algo muy apropiado para leer a los románticos.”
Autora: Lindsay Zoladz. Traducción: Jaime Arrambide
The New York TimesTemas
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