Claude Luter, una pasión argentina
Buenos Aires tardó mucho en conocer la emoción de escuchar a un gran artista del jazz en vivo, pero cuando le llegó el turno de ponerse al día, lo hizo con dos de los mejores. Primero Dizzy Gillespie, que deslumbró a mediados de 1956 con su fantástica banda de entonces, y al año siguiente, Louis Armstrong, con la formación más equilibrada de lo que siempre llamaba All Stars, aunque no todos fueran estrellas.
Entre uno y otro coloso, la prolongada visita de un músico francés que no debería haber interesado más allá del círculo de aficionados al jazz tradicional se convirtió en un pequeño suceso popular. Claude Luter era el nombre de aquel clarinetista que desembarcó con su grupo el primer día de mayo de 1957 y se quedó todo el mes, actuando en el Opera y otros cines del circuito Lococo para un público que jamás había escuchado -mucho menos bailado- jazz parecido al que se tocaba en Nueva Orleáns.
Aunque su carrera había comenzado en 1946 en sótanos minúsculos, esas enormes salas art déco ya no podían intimidar a Luter, acostumbrado a secundar con su grupo a Sidney Bechet en los principales teatros de París -había estado junto a él en el tumulto conocido como "la noche en que destrozaron el Olympia"-, pero algún asombro le debe haber causado comprobar que, lejos de su ciudad, esa música fuera de época podía gustar al extremo de que Odeón le hiciera grabar un álbum, una de las principales radios lo programara dos veces por semana y espectadores desprevenidos de cines en Flores y Almagro la aceptaran con regocijo.
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Más por la astucia de destinar a los jóvenes sus antiguos rags, blues y stomps, hacerlos bailables conservando autenticidad y demandar el sacrificio de meterse en una caverna donde respirar resultaba casi imposible, a los veintitrés años, Claude Luter se convirtió en la figura central de una forma de revival típicamente francesa y en el iniciador de la moda de las cuevas con música que -en especial el Tabou- sirvieron para vincular a Queneau, Sartre, Camus y otros escritores del momento con el jazz.
Luter comenzó en un tugurio del barrio latino denominado igual que su primera banda: Lorientais -para evitar la clausura decían que actuaban a beneficio de Lorient, una ciudad arrasada durante el desembarco aliado- y en 1949 progresó a un sótano más amplio y confortable en Saint-Germain-des-Prés, el del teatro Vieux-Colombier, que pronto Sidney Bechet adoptó como sede de su culto.
La mudanza a París del saxofonista soprano a quien Duke Ellington consideraba la quintaesencia del improvisador en jazz fue muy importante para Claude Luter y los tradicionalistas de su generación, porque confirmó la vigencia del lenguaje musical que empleaban cuando parecía impropio pensar en el pasado y también porque eran sólo dos los grupos que Bechet utilizaba -a veces juntos-, en los conciertos importantes: el suyo y el de André Reweliotty.
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Luter y su orquesta estuvieron en el estudio con Bechet cuando registró "Les oignons", el suceso que lo restableció en Francia después de veinte años de ausencia, pero no en la primera grabación del extraordinario éxito que fue "Pequeña flor", aunque luego se hartaron de hacerlo en vivo. Finalmente, le correspondió a Luter estrenar la mejor de las piezas sinfónicas de su maestro, "La colline du delta", cuando, urgido por él, ya había aceptado el saxo soprano como su segundo instrumento.
Queda poco en pie que recuerde su pasada por Buenos Aires. En el teatro Opera ya no se escucha jazz antiguo; el cine Roca es ahora un templo evangélico, y el Pueyrredón, una agencia de apuestas. En el palacete donde funcionaba Radio Splendid han levantado una torre de departamentos, pero la Plaza de la República sigue ahí, feísima en comparación con lo que se ve en la fotografía de los seis músicos con el Obelisco de fondo que tomaron para ilustrar su disco, imposible de conseguir.
De los miembros de la banda tampoco se sabe mucho, apenas que el pianista Jean-Claude Pelletier llegó a ser alguien en otros estilos de jazz y que Poumy Arnaud continúa apareciendo con su batería en homenajes a Bechet. En lo que respecta a Claude Luter, siguió tocando a la manera de Johnny Dodds hasta poco antes de su muerte, ocurrida a principios de este mes en París, con ochenta y tres años recién cumplidos.
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