A los 19, una beca la llevó a Inglaterra; sin embargo, en un viaje al país para visitar a su familia, ella decidió quedarse e insertarse en la nueva escena pop y urbana
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“Tengo tanta ansiedad de la buena, como de la mala”, dice Chita unos días antes de la presentación de Atelier, su último álbum. Lo sostiene totalmente tranquila, como quien ya asimiló la angustia que viene con ir detrás de lo que a uno le mueve el piso. Enfocada en la grabación y en el lanzamiento de sus nuevas canciones, en el último tiempo Chita compartió escenarios con amigas y colegas (como su aparición en una presentación de Six Sex en Niceto), pero no dio shows propios. En parte, el álbum que presentó a principios de junio en el Complejo C Art Media se ocupa justamente de algunas de las ansiedades que vienen con los procesos creativos y preguntas que lleva un buen tiempo haciéndose sobre cómo y qué espacio hacerle a la crítica en su trabajo.
Encanto, el primer disco que Chita presentó en 2018, reunió canciones que compuso y grabó durante varios años, luego de regresar de Londres, donde estuvo becada para estudiar música. Esos primeros tracks tienen más que ver con el R&B. Hay una cadencia soulera, su voz va al frente, suena translúcida y puede ser tan avasallante y delicada como la canción se lo demande. Fue una experiencia de grabar con amigos temas que habían quedado sin rumbo o que se correspondían con diferentes épocas de su vida. Atelier, que llega seis años después, encontró a Chita con otro recorrido, una madurez personal que le permitió ordenar su nuevo disco alrededor de nuevas ideas y un equipo de trabajo (grabó en Los Ángeles con Claudia Brant y Josh Cumbee) que la acompañó a experimentar con un giro más pop.
–Tu forma de usar la voz y los géneros que te interesan se apartan un poco del recorrido de otros artistas de tu misma generación, ¿de dónde viene eso?
–Mi viejo es saxofonista y siempre ponía standards de jazz. Desde chica me di cuenta que algo de las voces me llamaba mucho la atención, le pedía que saque los temas instrumentales y ponga “los otros”. Se me fue armando un re amor por mujeres como Ella Fitzgerald. Nunca dejamos de escuchar jazz en casa, pero ya un poco más grandes, mi hermana y yo fuimos a aprender piano y ahí empezamos a combinar esas músicas que nos ponía papá con temas más adolescentes: recuerdo que pedimos aprender una de Hannah Montana en las primeras clases de piano. Ese fue mi instrumento, pero yo estaba enamorada de las voces: me encerraba en mi cuarto y practicaba las notas altas con un disco de Nancy Wilson y Cannonball Adderley. Tengo lindos recuerdos de escuchar eso en casa. También Etta James y luego, de más grande, Amy Winehouse, con quien me obsesioné en una etapa.
–¿Cómo cambió tu relación con la música a partir de tu viaje a Londres?
–Ese viaje fue bisagra, yo tenía 19 años. Fue increíble porque se me abrió un mundo de cosas que en ese momento estaban sonando, como Homeshake, que podías ir a ver tocar en lugares chiquitos. Pero además empecé a sentirme bastante cómoda, armé un grupo de amigos y un pequeño circuito de pubs al que podía ir a tocar con cierta frecuencia, acompañada de una banda chiquita. Tenía un par de temas en SoundCloud e iba tirando ese link a los dueños de los barcitos para que me dejaran tocar. No te pagaban, pero te ofrecían una cena, una birra y te escuchaba toda la gente que salía a tomar algo después de la oficina.
–¿Y en qué contexto volvés a la Argentina?
–Cuando me fui de Argentina las cosas no estaban bien. Pasé un año y medio sin volver y vine con la idea de visitar y volver a irme. Cuando regresé, en 2017 o 2018, las cosas no habían mejorado económicamente, pero se dieron dos situaciones: por un lado, me reencontré con gente que quería. Me di cuenta que en Londres estaba cómoda, pero el trato con la gente no es igual fuera de Argentina. Por el otro, empecé a ver una escena muy interesante en Buenos Aires. Se estaba armando lo de El Quinto Escalón, que es una movida de la que yo no era parte pero estaba a punto de explotar. En el indie conocí Perras on the Beach, Juan Ingaramo, Francisca y los Exploradores... un circuito que estaba creciendo mucho y del que me dieron ganas de ser parte de alguna manera. Yo ya tenía mis temas, pero después de confirmar que quería hacer música, me di cuenta que eso lo quería hacer acá.
–Después de hacer Encanto con las composiciones de esa época, quizás tracks más sueltos de un momento iniciático, ¿hubo una idea ordenadora para Atelier?
–Encanto lo hicimos con toda la inocencia que teníamos en ese entonces un amigo, que era beatmaker, y yo. Atelier, en cambio, empezó hace dos años. Primero hice el track que lleva ese nombre, que lo grabé sola. Tiene que ver con cosas que venía pensando sobre cómo uno va dejando atrás la inseguridad y aprende a recibir opiniones sobre el trabajo propio, a escuchar a otros sin considerarlo personal e intentar quedar en el lugar más neutro posible para recibir esos comentarios y aprovechar los que te pueden hacer crecer. Luego la idea fue encontrarme con Claudia y Josh y ver qué salía de ahí. Pasamos una semana increíble juntos, hicimos tres temas más, que me gustaron mucho. A medida que armábamos el disco, se fue revelando un poco que finalmente la idea de un atelier describe muy bien cierta energía que tuve durante toda la grabación.
–La letra del tema que lleva el nombre del álbum también parece referir a la mirada de los demás, más allá de las opiniones durante un proceso creativo.
–Se me venía a la cabeza esta imagen de un modelo vivo en un atelier de pintura. Los modelos están ahí desnudos, tiesos, no pueden hacer nada. Cada uno los retrata como les parece: uno pasa y lo dibuja como un garabato, otro hace algo realista. Me pareció una linda imagen para contar cómo me sentía.
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