El pianista es una celebridad de la industria en los Estados Unidos; este domingo, desde las 22 (hora de Argentina), por octavo año consecutivo, produce y dirige la orquesta estable de los premios
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Contra cualquier presunción, el cerebro musical de los premios Grammy no es un rubicundo norteamericano. Su nombre es Ezequiel “Cheche” Alara y se trata de un porteñazo nacido en San Telmo hace 50 años, con gran sentido del humor que, a fuerza de destacados trabajos como productor de discos de Natalia Lafourcade y como pianista de Stevie Wonder y Barbra Streisand, se transformó en una de las figuras más requeridas del ambiente musical norteamericano. “Todavía sigo sin creer las cosas que me están pasando. Es un sueño trabajar con tantas glorias. Solo tengo palabras de agradecimiento”, dice a través de una videollamada, con humildad absoluta y bajándole el tono a su epopeya.
Este domingo 4 de febrero, a las 22 (hora en Argentina), desde el Crypto.com Arena de Los Ángeles, Cheche dará un paso más en la meca de la industria: por octavo año consecutivo será el director musical y productor de los Grammy. A esta altura, la responsabilidad no lo intimida, pero lo mantiene muy ocupado. Entre sus funciones, liderará un equipo de más de 50 técnicos que se dedica a la organización del show: sonidistas, copistas, instrumentistas, productores. Él es el único latino. “Me encargo de varios proyectos de este estilo, pero el Grammy es el más complejo. Para eso, cuento con un gran equipo, con el que trabajamos juntos desde hace años”, explica.
En lo estrictamente musical, Cheche se abocará a la curaduría del show. Durante la ceremonia, en la que se entregan 88 estatuillas, estará al frente de un ensamble con el que interpreta fragmentos de 110 canciones a lo largo de tres horas. El pianista ya eligió a los ejecutantes, el repertorio, los cruces de artistas, los arreglos y los músicos nominados que se sumarán como invitados. Pero a la hora de la presentación tendrá que estar atento a todos los detalles de la transmisión: cada canción en vivo debe coincidir con cada alternativa de la vorágine de los premios. “Nunca sabemos cuánto tiempo vamos a tocar un tema. Acá la clave es el profesionalismo de los músicos que convoqué. Por suerte, son todos Messi”, dice, frente a la titánica tarea que le espera.
Alara también se dará sus gustos: interpretará dos temas de Charly García y una canción de Carlitos Balá que eligió para la categoría de álbum de música infantil. La argentinidad al palo: en ediciones anteriores, fue el responsable de incluir temas como “Los viejos vinagres”, de Sumo, “De música ligera”, de Soda Stereo, y “Bombón asesino”, popularizado por Los Palmeras, para sorpresa de la platea gringa y delirio de los oídos entrenados. “Son pequeños homenajes a mis artistas favoritos, pero además son canciones maravillosas que marcaron a determinados géneros y tienen una energía que funciona muy bien con el clima festivo de los Grammy”.
Una vida de película
La historia de Cheche parece cinematográfica: es la épica de un pibe de barrio que, con las nobles herramientas del talento, el sacrificio y el estudio, se metió entre los pesos pesados de la industria musical norteamericana. Si fuera una biopic, la primera imagen podría ser la suya, de niño, tocando jazz tradicional en Buenos Aires. Su gran maestro fue Manuel Fraga, con quien estudió entre los ocho y los 18 años. “Me cambió la vida en lo personal y en lo profesional: un capo con todas las letras”. Como Fraga tocaba en la Fénix Jazz Band, le abrió las puertas del mundo de las orquestas bailables. Durante años, se fogueó en la bodega del Café Tortoni como pianista de la Creole Jazz Band. De su pasión precoz por el jazz pasó a ser un melómano de todos los géneros y un inquieto instrumentista. Participó en el musical La calle 42, fue pianista en la primera versión de Drácula, en el Luna Park, y formó parte del grupo que acompañó a Marikena Monti.
-¿Ya eras curioso de chico?
-Sí, siempre me nutrí de todos los estilos, escuché todas las músicas. Si uno se queda solo en un género, se pierde otros. Lo sigo pensando hasta hoy: este fin de semana para los Grammy estaré trabajando con Annie Lennox, Natalia Lafourcade y Maluma, tres artistas geniales y completamente diferentes. De todo se aprende…
-¿Y qué aprendiste en tus años en la Argentina?
-Fueron mis primeros tiempos de formación, pude ver grandes conciertos. Pero más allá de la música, hay algo que me sirvió muchísimo: los argentinos tenemos habilidad para solucionar problemas. Está en nuestro ADN: todo el tiempo estamos afrontando obstáculos, saltando vallas, proponiendo ideas. Ese concepto de ir para adelante me marcó mucho.
Crecer de golpe
A los 18 años, cuando terminó el colegio secundario, Alara consiguió una beca para estudiar en la escuela de música de Berklee en Boston y, a los 21, otra beca lo llevó a hacer un master en jazz, en Los Ángeles, donde sigue residiendo. No todo fue color rosa en este trayecto: tuvo que salir a remarla para mantenerse económicamente en Estados Unidos. Durante casi todas las noches tocaba jazz, tango, salsa y merengue en clubes de música, casamientos, bares, eventos. Fue un modo de sobrevivir y también un entrenamiento feroz. “Terminaba con los dedos tan hinchados que los quería meter en una bolsa con hielo”, cuenta entre risas. Su espíritu aventurero lo llevó a integrar un grupo de folklore venezolano. “Todos los géneros son difíciles, pero cuando le encontrás el groove a cualquier música, es un goce”.
El punto de inflexión fue su ingreso al grupo de Christina Aguilera en 1998. Ella estaba dando sus primeros pasos artísticos y en poco tiempo se convirtió en un boom planetario. “Me convocaron a una audición de pianistas para una cantante. Cuando empecé a tocar con ella, nadie la conocía, pero a los meses me llamaban mis amigos para decirme: ‘Estás tocando con Christina Aguilera, impresionante´”. Esa experiencia le sirvió para ir creciendo profesionalmente: empezó como tecladista del conjunto y a los dos años terminó como arreglador y codirector. “El productor de Christina era el italiano Alex Alessandroni. Él me hizo lugar y me alentó a asumir nuevas funciones. Ahí confirmé que me gustaba estar en la parte creativa sin dejar de lado mi faceta como pianista”.
La banda de Aguilera fue el puntapié para un vertiginoso ascenso en la industria y le llegaron más propuestas que cruzaban el pop y el rhythm & blues. De golpe, estaba tocando con Destiny’s Child, que contaba con Beyoncé, a punto de convertirse en otra estrella global. Alara ocupó nuevos roles: fue director musical del unplugged de Alejandro Sanz para MTV, de un especial para la televisión de Los Tigres del Norte, de las giras de las mexicanas Paulina Rubio y Thalía, de los tours de High School Musical y American Idol. Siempre con el eclecticismo como bandera, la lista de artistas con los que colaboró se hizo cada vez más extensa: Maluma, Mike Patton, Caetano Veloso, Shakira, Plácido Domingo. En la variedad está el gusto: “Aunque es un mundo muy diferente, yo suelo usar una pequeña analogía con la comida. Me gusta alternar entre los sabores de la pizza, el sushi, el asado, la comida mexicana. Con la música me pasa algo parecido”.
-¿Pero no fue un choque de planetas pasar del jazz al pop de Christina Aguilera?
-Absolutamente. Cuando quedé en la banda de Christina, lo primero que hicimos fue ensayar el mismo tema ocho horas por día durante dos semanas. Yo pensaba: está gente no puede estar loca, yo tengo que modificar mi mentalidad. Ahí entendí la diferencia entre zapar y el profesionalismo de tocar prácticamente de memoria, de que todo se afiance a partir de la disciplina.
-¿Qué define a un buen productor musical en Estados Unidos?
-Es un equilibrio de elementos: primero, es necesario tener una formación artística y musical. Y además es importante saber hasta qué punto estar presente y cuándo es necesario dar un paso atrás y solo acompañar el proyecto o en qué momento ponerse firme con el artista, sea por un disco o una gira. Hay que tener tacto para entender qué es lo que el proceso le pide a uno.
¿Te costó mucho entrar en la industria?
-No puedo decir que fue fácil. En Estados Unidos, si trabajás bien, te dedicás con pasión y te comprometés, hay oportunidades. En mi caso, no pasó de la noche a la mañana, se trató de un largo proceso, pero tuve suerte y me dieron un lugar.
Canción con todos
Durante los últimos años, la huella de Cheche se expande en múltiples direcciones. Produjo y arregló los laureados discos Musas. Volumen 1 y Musas. Volumen 2, de Natalia Lafourcade; tocó con Stevie Wonder y Barbra Streisand; dirigió y produjo los Grammy y los American Music Awards, musicalizó los más populares late shows de la televisión estadounidense, además de componer obras para series. “Me fascina lo que hago. Aunque suene trillado, es un modo de ser feliz. Mi tarea exige mucho, pero también da satisfacciones. Creo que el gen argentino para resolver cosas me ayudó en muchas situaciones y también fue importante combinar la disciplina con el armado de equipos”. Hoy, entre sus trabajos como renombrado pianista, arreglador, productor y director musical, se cruzan los nombres de Annie Lennox, Camila Cabello, Claudia Brant, Il Volo, Robbie Williams, Estopa, Pepe Aguilar, Ángela Aguilar, Natalia Jiménez, Karol G, Pink, Kelly Clarkson, Andrea Bocelli, Natalie Cole, Jennifer Lopez, Santana, Laura Pausini, Carlos Vives. Con todas estas figuras tiene anécdotas: habla de ellas como quien habla de un amigo, un vecino o un compañero laboral. “Hay veces que estoy con una celebridad y de pronto me pregunto: ¿cómo llegué a este lugar? ¿qué hago acá? ¿qué está pasando? Y encima me encuentro en una posición de tomar decisiones y dirigir”.
Cuando se le consulta cuál es el artista más admirado con el que trabajó, Cheche no duda: asegura que tocar a dos pianos con Stevie Wonder representó una experiencia alucinante. También detalla que Barbra Streisand fue la cantante que más lo exigió; dice que le encantaría colaborar con Peter Gabriel y que vive cada concierto y grabación al cien por ciento de intensidad. “Yo me expreso a través de los proyectos en los que me involucro”. Durante la entrevista, Alara nunca pierde el entusiasmo ni el sentido del humor, y se ríe especialmente cuando se lo define como un “porteño de alma”. “Cada vez que tuve la oportunidad de presentarme en Argentina, lo hice. De hecho, trato de ir una o dos veces por año a visitar a mi familia. Últimamente, no pude viajar porque estuve desbordado de actividades. Extraño mucho caminar por San Telmo”.
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