De Say No More a Tesla, crónica de los años más turbulentos del gran artista del rock nacional. Entrevista de Claudio Kleiman y Pablo Plotkin
Es la casa de siempre, pero es otra casa. un departamento de paredes blancas, con el baño reciclado, el mobiliario sobrio, los pisos flotantes y un dormitorio que conserva el rastro de los años de pánico, locura y constant concept: la alfombra bordó, picada como el pellejo de un animal rapiñado por los buitres. La habitación, ese símbolo nacional con vista al Alto Palermo, es una zona mixta entre el pasado y el presente. Hay un televisor de mil pulgadas clavado en mute en el canal América, cajas de sonido apiladas en las mesas de luz, más elementos de audio sobre la colcha –un parlante Bang & Olufsen en forma de cilindro, el iPad mini en el que graba su música nueva, vinilos de Lennon y Bowie girando en una valija tocadiscos Crosley celeste–, y montones de artefactos en desuso almacenados en un placard sin puertas. Acostado en falsa escuadra, a los 66 años, con una remera negra de los Who y las secuelas de una fractura de cadera ya solidificada, Charly García contempla el espectáculo del mundo desde su lugar de siempre.
“Compuse mis últimos tres discos en esta cama”, dice Charly, con las heridas a la vista pero el ánimo bastante arriba. “Yendo de la cama a la cama.”
Cuando dice “mis últimos tres discos” se refiere al semimaldito Kill Gil (2010), a Random (2017) y a uno que todavía está en proceso, tentativamente titulado La torre de Tesla (el mismo nombre que le dio a su extraordinario show del 15 de febrero en el Teatro Coliseo), que por el momento se compone de siete archivos salvados en una carpeta de iTunes.
¿Cuál es la idea detrás de todo esto?
Tesla, la utopía, desconcertar.
¿En qué se va a diferenciar de Random?
A mí Random me va más para el corazón. Me parece un disco amoroso, bueno. Era un disco aleatorio, justamente. Éste quiero que sea riguroso. No sé por qué. Debe ser por eso de 2001, de que las máquinas dominan el mundo.
Para explicar menos y escuchar más, Charly conecta el iPad al parlante y hace sonar versiones regrabadas de “In the City that Never Sleeps” y “King Kong”, dos bellas canciones de Kill Gil con las que parece tener una fijación. En el Coliseo había dicho, antes de tocar esos temas, “esto lo grabé ayer”, y en su casa repite el comentario: “Ésta la grabe ayer”, “esta otra antes de ayer”. Puede ser un loop mental, o puede que esté buscando en estas canciones las pistas difusas para un rumbo nuevo (“así como la gente tiene sueños recurrentes, yo tengo melodías recurrentes”, le dijo a Rolling Stone hace veinte años), y por eso las va registrando una y otra vez.
“Es su manera de trabajar”, dice Tato Vega, un ultrafan convertido en asistente de tiempo completo y técnico de grabación en esta etapa de Charly. “Capaz que puede estar una semana grabando un mismo tema de los Beatles y después no lo vuelve a escuchar más. Busca inspiración en el trabajo.”
También busca inspiración en las películas de Stanley Kubrick y en toda la música que lo formó: además de los Beatles, recurre a los Byrds, The Who, Todd Rundgren... Esos nombres aparecen en la conversación a cada rato, en anécdotas sobre los encuentros que tuvo con ellos a través del tiempo y que lo hacen sentir parte de una aristocracia internacional del rock, sobreviviente de una casta mítica a punto de desaparecer. Evoca la zapada que compartió con Jim McGuinn, de los Byrds, cuando vino a la Argentina en 2011. Habla de su encuentro con Pete Townshend (“uno de mis ídolos máximos”) en La Plata: “Me dijo que a veces hay que aprender a morir, más que a vivir”. La vez que conoció a Rundgren (“mi versión de ‘Influencia’ le pareció muy moderna”) o cuando pasó a saludar a Ringo Starr en el Luna Park (“le di un poco de miedo”). También nombra a Andrew Loog Oldham, el legendario primer manager de los Rolling Stones, con el que mantiene una relación de años. “Me presentó a Tony Bennett. Yo estaba en un pasillo de un estudio, grabando ‘Happy and Real’ y Bennett me dijo: ‘Es el mejor tema de los últimos cinco años’. Y yo me morí.” Hay lugar para el resto de los Stones, obviamente: “A Mick Jagger le doy un poco de cosa. El fan mío es Keith Richards. ¿Será verdad que se esnifó al viejo?”.
Charly conecta ahora uno de sus teclados al iPad y, mientras toca, visualizamos los acordes en el simulador de la aplicación. De este lado, los dedos fenomenales del artista; en la pantalla, las teclas que cambian de color ante cada pulsación de las falanges más famosas del país.
No tiene teléfono celular, ni sabe cómo usar uno, pero García convirtió el iPad en su principal herramienta de producción. “No sé cómo hace, no sabe ni prenderlo, pero le saca más provecho que cualquiera de nosotros”, dice el Zorrito Von Quintiero, su actual codirector de banda. Charly señala la tablet y dice: “Si puedo tener un grabador de cinta mejor, pero esto es lo que pasa ahora. Es alucinante”.
"Yo si no hay música, aunque sea la televisión... Es como que soy un pescado", dice García. "La música es mi oxígeno."
¿Cómo funciona hoy tu proceso creativo?
Te lo voy a decir sin revelar demasiado, porque no quiero que se aviven todos. Generalmente dormido pienso algo, y después, no sé, me viene toda junta la canción, y veo qué le quiero poner. Por ejemplo, “Los dinosaurios”. Yo estaba acá en la cama y en el mueble había todas cosas chiquitas: tijeritas, muñequitos, y de ahí salió “Los dinosaurios”. Me saltó la térmica a lo que quiere decir el tema.
¿Cómo pasás de la idea en ese estado medio R.E.M. a la canción? ¿La grabás, la anotás?
Toco un riff, o unas notas, y después trato de buscarle el argumento. Combino ritmos, también. Por ejemplo: Ella es menor, él es normal... Ésa está en 7x4…
¿Qué hay en Tesla que te atrae tanto?
Fue el que inventó la corriente alterna, y también hizo una torre para hablar con los marcianos. Es sinónimo de utopía. El tipo soñaba algo y al otro día lo hacía. Y lo cagaron todos: Edison, las corporaciones...
¿Lo comparás con Lennon?
Bueno, Tesla era un utópico. Y Lennon también: puso “War is over” ahí, con un poder de síntesis... Con cinco palabras se hacía un temazo. Pero Tesla entendía de esas cosas, y el mundo de ahora es eso: los celulares y demás. Como Kubrick, que estaba dos cuadras adelantado. Lolita refleja una época: la señora que hacía de la mamá de Lolita es como mi vieja; y Dr. Strangelove refleja cuando yo era adolescente. Kubrick además llevó el hombre a la Luna. Los de la NASA andaban detrás de él después de Dr. Strangelove; veían que hacía iguales los comandos de la nave y se pusieron paranoicos de que supiera algo más, y entonces le propusieron hacer un alunizaje ficticio. Kubrick pidió a cambio una lente, una lente plana con la cual filmó Barry Lyndon. ¿Viste que parece todo una pintura en esa película?
Con esto de Kubrick, Tesla, Bowie, estás en un momento muy espacial, ¿o no?
Me gustan los inventores. Mi papá era ingeniero físico y químico, y tenía una fábrica de fórmica. El Faena está hecho sobre una construcción de mi viejo y... ¿De qué estábamos hablando? Tesla, Kubrick...
Sí, la ciencia ficción, la Guerra Fría.
Es que la Guerra Fría era raro, pero a la vez era normal: la gente miraba al cielo a ver si había algún platillo volador –que venía o de Marte o de Rusia–, hacían refugios atómicos, y me parece que se había perdido la religiosidad. Había una cosa más de que las máquinas hacían todo. Fijate la computadora de 2001: era gigante. Ahora son así chiquitas.
***
Es otro García, pero es el mismo García de siempre. Una pregunta, una respuesta corta, una digresión, un “¿a qué íbamos?”, un estiletazo de ironía, un chispazo de comedia, un amague de enojo, un comentario incorrecto, una sonrisa tierna. Podría pasar por otro. Podría no ser el divo de bata color fuego que salió en la tapa de la primera Rolling Stone Argentina, en abril de 1998, mientras lanzaba El aguante, el disco que le provocó una ruptura con Sony y que lo hizo “volver al under”, en sus propias palabras. Podría no ser el kamikaze lúcido y arrogante que en el año 2000, después de tirarse de un noveno piso, se declaraba “un aristócrata de la virtud” en el living de Susana Giménez. Podría no ser el lobo feroz que recibió a Mariana Enriquez en este mismo departamento, en esta misma cama, para una nota de Rolling Stone de hace diez años, en el exacto punto de quiebre de una década marcada por problemas económicos, ataques de furia, internaciones y un deterioro físico en fast foward. “Su desesperación”, recordaría Enriquez en 2013, “era el derrumbe de la legitimidad tal como él la había conocido. Pedía ayuda, que le arreglaran ‘esto’, porque él ya no estaba capacitado para hacerlo”.
Unos meses después de ese grito de socorro, en el invierno de 2008, Charly llamó a Fernando Szereszevsky, un representante con el que había trabajado en diversos momentos desde fines de los 90. Como un jovencísimo jefe de prensa en Casa Rosada, Szereszevsky había sido su nexo con Carlos Menem; Charly siempre lo relacionó con el poder. Le dijo que necesitaba dinero y que se le había ocurrido hacer un reality show al estilo del de Ozzy Osbourne. A Szereszevsky le pareció una buena idea y contactó a un par de productores de Chile y Venezuela interesados en el proyecto. La reunión se iba a concretar al regreso de un par de shows que Charly tenía pautados en Mendoza, la ciudad donde había caído preso en los 80 durante la gira de Parte de la religión y en donde patentó el clavado histórico del hotel Aconcagua. Pero eso nunca ocurrió.
Después de romper su habitación del Solaz de los Andes, Charly terminó amarrado a una camilla en la guardia del hospital Central con un cuadro de excitación psicomotriz. El 12 de junio, con una neumonía, voló a Buenos Aires en un avión sanitario y fue internado en la habitación presidencial del Argerich. Migue, su hijo –con el que había tenido una pelea muy cruenta que se hizo pública un año antes–, lo definió como “un mártir” y reivindicó su “derecho a elegir cómo quiere vivir”.
Fue el comienzo de una temporada de transformación forzosa. El 17 de junio, Charly fue trasladado a la clínica neuropsiquiátrica Dharma, en Parque Patricios. “Era un neuropsiquiátrico bien pesado, con barrotes y demás”, recuerda el Zorrito, que después de tocar con García en el período 87-95 había vuelto a la banda. El tecladista fue a visitarlo con una fuente de ravioles al pomodoro de su restaurante Bruni, un Roland JV 80 y un par de auriculares. “Cuando entro, estaba en un estado de medicación muy violento”, recuerda. Charly agarró el Roland y empezó a tocar “Deberías saber por qué”, una canción hermosa que había escrito en esos días de encierro. “Ahí te das cuenta que es un fabricante de música y de conceptos, pase lo que pase”, dice el Zorrito. “Le ha dedicado su vida a eso, no ha hecho otra cosa.” Szereszevsky, que se había convertido en tutor de Charly desde la judicialización del caso, agrega: “En Dharma lo hicieron mierda. Le dieron una medicación que lo mató, le entumecieron los dedos”.
El 24 de julio de 2008, luego de una breve reunión de Sui Generis en el piso superior de la clínica –un miniconcierto para unas cincuenta personas, entre internos y personal médico, con Fernando Samalea en tambor y el Zorrito en acústica–, Charly fue trasladado a la quinta de Palito Ortega en Luján. La salida, sin embargo, no duró ni 24 horas: esa misma tarde, en medio de una “crisis de ira” y con un cuadro febril agudo, fue llevado al sanatorio Güemes y poco después a la clínica psiquiátrica Avril, en Almagro. Volvió a lo de Palito un par de meses más tarde, y así comenzó su regreso a la vida pública. “Al principio parecía imposible que volviera a los escenarios”, dice Szereszevsky, que por ese entonces se fue de su casa para vivir con García en El Palacio de los Patos, una vecindad de aires parisinos en el barrio de Palermo. “Pero un médico en un momento nos dijo que por lo único que iba a luchar ese tipo era si existía la posibilidad, aunque sea remota, de volver a tocar. Y así se fue dando su recuperación, con mucho trabajo.”
Primero dio un concierto breve frente a la Basílica de Luján, luego fueron las presentaciones en Perú y Chile, y finalmente el show en Vélez del 23 de octubre de 2009, bajo la lluvia y con Luis Alberto Spinetta de invitado, que derivó en el disco El concierto subacuático. En 2010 tocó en Israel y dio en el Luna Park su mejor serie de shows en años. Era un Charly lento, tímido y amable, gobernado por eso que los médicos llaman “la personalidad previa”: cuando, luego de un proceso de rehabilitación, el paciente experimenta un retorno al carácter que tenía antes de la adicción. Por momentos parecía el Charlie de modos suaves de la época de Sui Generis.
Algo cambió en diciembre de ese año, algo que provocó el alejamiento de Szereszevsky y también la salida de la banda de Hilda Lizarazu (reemplazada por Rosario Ortega, la hija menor de Palito). “Las cosas ya no eran como yo las había pensado”, dice Szereszevsky, evitando dar más detalles. “Digamos que hubo un cambio de estrategia en la recuperación de Charly.”
Más allá del relato de esos días difíciles (que obviamente varía según quién los cuente), Charly hoy elige poner el foco en un solo hombre.
¿Creés que la música te salvó?
No, Palito Ortega me salvó.
¿Qué hizo, concretamente?
Mirá, si te meten en una clínica alguna vez y no tenés Palito Ortega... fuiste. A las clínicas te llevan tus viejos, algún amigo que no te quiere, los doctores que quieren plata… No te curan, te hacen empeorar. Él en cambió me llevó a la casa a Luján, nos divertíamos... Es un amigo-amigo.
La relación con vos pareciera que volvió a conectarlo con la música, también.
Sí, le picó el bichito del rock. Yo grabé con él una versión de “La Casa del Sol Naciente” [incluida en el disco de Ortega Cantando con amigos]: Era una casa en New Orleeeaaansss... A medida que avanzaba la canción, veía que él cantaba sobre una casa en la que se casaba con no sé quién. Yo le digo: “Pero, Palito, la verdadera Casa del Sol Naciente es un puterío”. Y él me dice: “Es una versión libre. Muy libre”.
Cantar sobre un prostíbulo era demasiado para él. Es un tipo muy religioso.
Mejor no hablemos. Tiene una capilla en la casa.
¿Siempre estás con ganas de hacer música?
Yo si no hay música, aunque sea la televisión... Es como que soy un pescado. La música es mi oxígeno.
¿Te funciona como terapia?
Y sí, no hay que hacer kinesiología ni nada de eso. Todos los años me pasa algo. Me pasa una cosa y me diagnostican otra. Y siempre al final terminan en que soy loco. Al último médico yo le digo: “¿Y vos cuánto ganás?”. Me dice, no sé, dos pesos. Le digo, “escuchame, pelotudo, yo gano toda la guita que quiero, soy una estrella de rock, me cojo todas las minas... ¿y vos vas a querer que sea como vos? ¡Estás en pedo!”.
¿Pero qué te estaba indicando?
No sé, porque cuando te internan entrás como en una calesita de médicos, y uno te dice una cosa y otro te dice otra. Pero nadie me dijo nunca cómo funciona la aspirina.
¿Qué es lo que más tenés que trabajar físicamente?
Mirá, hice dos discos –Random y éste que estoy haciendo– sin salir de esta cama. Para entretenerme tengo. No necesito de la música, ni guita, ni nada... Bueno, sí, tampoco tanto. No necesito la música para hacer guita. El estado musical del mundo... A ver, ¿para vos cuándo se terminó el rock?
El comienzo del milenio marcó un quiebre, o quizás el suicidio de Kurt Cobain. ¿Vos creés que el rock murió?
Mirá, no murió, pero la gente que no es del palo no le cazó las vueltas, y ahora el rock es una bola de luces, humo, culos... Como Tinelli. No es rock.
***
El último regreso a los escenarios de Charly tiene su origen en la sala Medio y Medio de Punta del Este. Durante el verano, el Zorrito tuvo ahí una residencia semanal con Rockeo y Julieta, el proyecto que comparte con Julieta Rada, la hija de Rubén. A mediados de enero, en una visita corta a Buenos Aires, el Zorrito pasó a ver a Charly por el departamento de Coronel Díaz y se preguntó: “¿Hace cuánto que este tipo no sale de vacaciones?”. Así que les propuso a él y a Mecha Iñigo –la ex modelo y VJ que es pareja de Charly desde hace unos once años– hacerse una escapada a Uruguay.
–Yo te armo todo –le dijo el Zorrito–. Te voy a llevar a la Punta del Este sin farándula, a la Punta del Este musical, la que empezó con Vinicius.
Charly aceptó, un poco a regañadientes. Después de perder un vuelo porque era imposible despertarlo, volaron a Uruguay y se alojaron en un hotel de Punta Ballena. En una habitación con vista al mar, Charly pasó las tardes en un estado de calma poco frecuente. “Estábamos ahí mirando el atardecer, tomando mate. Hacía años que no veía un Charly así, tan relax”, dice el Zorrito, que cumplía años el 23 de enero y, como no da puntada sin hilo, le propuso sumarse a la presentación de esa noche. Sin embargo, cuando hablaron por teléfono unas horas antes, Charly sonaba cansado, así que el Zorrito le sugirió dejarlo para el día siguiente. García respondió con firmeza: “Voy hoy”.
Cerca de la medianoche, se sentó frente al piano de cola de Medio y Medio (“se armó una situación un poco MTV Unplugged”) y sorprendió a los cien espectadores con versiones de “Cerca de la revolución”, “Rezo por vos”, “Tu amor”, “Demoliendo hoteles” y “Break It All” de los Shakers. Después de eso avanzaron las conversaciones para armar lo del Coliseo. “Mucha gente alrededor mío no lo vio, pero yo me acordé cómo sonaba el Coliseo”, dice Charly, que había tocado ahí en distintas etapas de su carrera, de Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán a los recitales solistas del 2000.
Llamaron al productor José Palazzo y organizaron todo en un par de semanas. Los ensayos comenzaron el 5 de febrero. Por primera vez, según señalan sus músicos –“esa unidad fiel” conocida como Los Chilenos, más el Zorrito y Rosario–, Charly no era el último en querer dejar la sala. A eso de las 8, después de hacer un repaso fuerte por todo el setlist, decía “listo, hasta mañana” y el grupo levantaba campamento. “Creo que está en un momento en que le gusta volver a su casa con Mecha”, dice el Zorrito.
Cuando el martes 13 de febrero se anunció que tocaría el jueves 15, las entradas se agotaron en media hora. Fue una noche emocionante. Tras un año de silencio (Random sólo había sido tocado en una presentación íntima en Caras & Caretas), y sin certezas sobre su estado de salud, lo del Coliseo fue una magnífica paradoja temporal, un show ajustado y sintético que empezó con “Instituciones” y terminó con “Nos siguen pegando abajo”. Se vio a un Charly limitado pero en control de la escena, vigente, bien rodeado y con una puesta simple y efectiva. ¿Qué más se le puede pedir a esta altura?
“Me puse a llorar como un niño”, dijo Fito Páez un mes más tarde, en una entrevista con el Bebe Contepomi. “Escuché ‘Instituciones’ con todos los arreglos originales del disco y era como escuchar la música de Dios.”
Con un vaso de Baileys entre los dedos, Charly ahora analiza las posibilidades de volver a tocar. No es el paciente más aplicado para una rehabilitación como la que demanda la fractura de cadera que sufrió hace un par de años, sumada a las idas y vueltas de las internaciones, los cócteles de fármacos y el paso del tiempo. Siempre fue un yonqui de su cama y, como dice el Zorrito, no es un tipo que disfrute de caminar arriba de una cinta. Sin embargo, tiene ganas de seguir tocando, y el solo hecho de verlo cantando sus canciones en vivo ya provoca un impacto artístico en escena. Pero no está dispuesto a hacerlo en cualquier lado. “Me gustaría que el Coliseo se inflara”, dice Charly. “Porque ya los shows en estadio... Como público es un embole, y para tocar... No suena así. Ni ahí. Ni Guns N’ Roses suena bien ahí. No hay muchos teatros con ese sonido. No sé... Obras mataba: se escuchaba bien, había quilombo...”
Volvieron a hacerse shows en Obras.
¿Sí? Entonces voy a hacer uno.
Es una buena dimensión para vos.
Además ahí se puede hacer el truco de Grinbank.
¿Cómo es?
Mojaba las plateas para que entrara más gente parada.
Fue muy bueno el arranque en el Coliseo con “Instituciones”. ¿Cómo decidiste abrir con ese tema?
¿Sabés qué tenían de bueno los militares? Que te daban un motivo... “Instituciones” se terminó llamando Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, para suavizar la cosa... ¿Así que te gustó? Me parece que es un tema que está bueno.
Lo bueno es que el show abarcó todas las épocas, pero no fue nostálgico.
¿No viste lo que dijo La Nación? “Charly enamoró a los no-sé-qué”.
A los millennials.
¡Eso! ¿Qué quiere decir millennials?
Son los que nacieron a partir de los 80, básicamente.
Entonces estoy bien, ¿no?
Y sí, tu obra sigue siendo moderna.
Gracias. ¡Qué loco! ¡Millennium!
Esa conexión con las nuevas generaciones es crucial en el fenómeno García. A partir de los 90, seguidores muy jóvenes que no habían vivido de primera mano sus etapas clásicas (de Sui Generisa Filosofía barata y zapatos de goma) entraron a la obra de Charly como a un universo caótico y fascinante, donde lo bello y lo grotesco convivían naturalmente. Esos chicos hacían guardia en el zaguán de Coronel Díaz sabiendo que el ídolo podía salir a cualquier hora y regalarles un momento, un saludo o incluso un corte de cara. Fue la generación que vino a cumplir la profecía de Clics modernos (“desprejuiciados son los que vendrán”), la juventud desarmada del proyecto Say No More. “Los aliados”: cómplices con brazaletes de un período abismal que expulsaba a los nostálgicos y atraía a la prensa de interés general. Uno de esos aliados, acaso el más fanático, era Guillermo “Tato” Vega, un muchacho alto y rubión nacido en el 87 que se tomaba todos los días el tren desde Moreno para esperar a Charly en la puerta de su edificio. Después de años de adoración y un seguimiento a sol y sombra, Tato empezó a ser, a partir de 2013, un asistente todoterreno, ocupando a su modo el lugar que dejó vacante Szereszevsky.
Más allá de que algunos lo llaman con sorna “el fanager”, Tato representa la llegada de los aliados al círculo rojo de García, y junto con Mecha conforman la mesa chica en este momento de Charly (sin contar a Migue, que vive dos pisos abajo y con el que hoy tiene una relación muy fluida). “Soy de una generación que ve que la obra de Charly es él mismo, toda su vida y todas sus decisiones”, dice Tato. “Ésa es la diferencia de Charly con otros artistas: nunca está haciendo un personaje para las cámaras, siempre es él mismo. Y eso quedó más claro cuando su vida privada se hizo pública. Nuestra generación entró a su mundo ya conociendo Say No More, y yo creo que ese Charly siempre había estado ahí. Ves el Adiós Sui Generis y eran todos unos hippies, pero él estaba con esa barba y ese frac. Si eso no es Say No More, ¿qué es?”
***
"Cuando hice 'Rezo por vos' con Spinetta tuve un flash, realmente ahí pasó algo groso. Pero se murieron muchos."
El 4 de septiembre de 2014, cuando Gustavo Cerati murió luego de haber estado cuatro años en coma, García trataba de elaborar el duelo a su modo: puso Foxtrot de Genesis a todo volumen. Estaba con Mecha en El Palacio de los Patos, donde vivió unos años antes de volver a Coronel Díaz. Faltaba un rato para que salieran a la Legislatura a despedir los restos del líder de Soda Stereo, pero mientras purgaba el dolor con una dosis atronadora de rock progresivo, una vecina que ya venía tirándole huevazos cada vez que hacía ruidos molestos le golpeó la puerta, furiosa, y le dijo que iba a volver con la ley. De ese conflicto de consorcio salió “Rivalidad”, una de las canciones de Random (“siempre hay vecinas incapaces/para distinguir la música del ruido”), pero más allá de la anécdota, esa noche García volvió a enfrentar la idea de que muchos de los mejores se estaban yendo, incluso algunos más jóvenes que él.
Mientras tanto, él no había hecho otra cosa que sobrevivir. Unos meses antes de la muerte de Cerati, en septiembre de 2013, había presentado el espectáculoLíneas Paralelas (Artificio Imposible) en el Teatro Colón. Ese concierto podía verse como un punto cúlmine de su carrera, una revancha poética después de tanto colapso y tanta internación. Tras una previa tensa, en la que Alejandro Terán renunció a la dirección sinfónica por diferencias de criterio (es imposible imponerle a García una idea sobre su obra), Charly terminó al mando de una orquesta de cámara y coronó allí una parábola de seis décadas. De chico, su familia tenía planeada para él una carrera de concertista de piano, y ahora llegaba al escenario mayor de la música clásica bajo sus propias reglas, convertido en canon. Esa noche en camarines, el Zorrito le preguntó qué le había pasado por la cabeza, y Charly respondió algo que puede sonar extraño en él, pero dadas las circunstancias era perfectamente lógico:
–Me hubiera encantado que mi papá estuviera sentado ahí, mirándome.
Ahora, la grabación del Colón –registrada en audio por Joe Blaney, el productor que trabajó con Prince y The Clash y que colabora con Charly desde Clics modernos– es la base para un proyecto que lo tiene entusiasmado, aunque es difícil precisar cuándo podría llevarlo a término. Charly quiere hacer una película que mezcle su pasión kubrickiana con las contradicciones de su personaje público, el contexto histórico de su infancia y el poder transformador del rock. Así lo explica él: “La película es yo yendo en una limusina a la fiesta de la revista Gente. Una pantalla proyecta Lolita y la otra 2001. Cuento básicamente lo que era mi infancia, la Guerra Fría. Ahí el auto para en el hotel Alvear, me bajo, saludo a Mirtha Legrand, tatata, me tomo otro auto y voy al Colón”.
¿La dirigís vos?
Y, para mí no es difícil hacer una película. Kubrick decía que había que hacer cuatro o cinco pedazos buenos, juntarlos y ya está.
¿Con la música es algo parecido?
Yo por ahí en un tema te pongo tres. Soy muy admirador de Kubrick. Me gusta mucho su concepto de las líneas paralelas.
Así se llamó el concierto del Colón, de hecho.
Eso salió de una conversación con Yoko (Ono). Yo estaba durmiendo, me desperté y vi en el techo una valija con un millón de dólares adentro. Me lo imaginé, ¿no? Y dos rayos que me salían de acá. Al toque suena el teléfono y me dicen que está Yoko en Buenos Aires [se refiere a su visita de 1998]. Me fui corriendo, y me hice re amigo. Le llevé una pirámide de plástico, porque sabía que a ella le gustaban mucho las pirámides. Y le digo: “Mirá, si esta pared fuera translúcida, ¿qué vería yo?”, porque las líneas paralelas no se tocan. Y me dice: “La antimateria, la antimateria”. Me dijo que la guita de John la hizo ella en gran medida, comprando pirámides y objetos de valor. Y me dijo también que somos los hombres los que tenemos a los chicos, no las mujeres.
Contrariamente a lo que cree el común de la gente.
Sí, pero ella no es común. No es común para nada. Justo lo estaba por ir a ver a Méndez, y le pregunté si tenía que ir o no.
¿Y qué te dijo?
Que sí. Me dijo: “La política es muy importante para dejársela a los políticos. Andá, y fijate si es humano”.
¿Y era humano?
Era mucho más humano que los que vinieron después. Cuando cantamos “Los dinosaurios” lloró. Y era el único que me llamaba cuando iba en cana. Era divertido, además. Cristina no me gustaba: era muy autoritaria.
¿Y Macri?
Macri brinda con agua, y yo no confío en nadie que brinde con agua, como dijo Humphrey Bogart. Te cuento la máxima de Macri. Año Nuevo en Punta del Este: Faena, Macri y yo. Faena levanta la copa y dice: “Alegría y poder”. Y yo me fijo en la copa de Macri y era agua. Le digo: “¿Brindás con agua?”. Y me dice: “No quiero perder nunca el control”. ¡Andá!
Mucha gente no esperaba que pudieras hacer un disco como Random.
Pues se equivocaron.
Fue volver a ese tipo de disco bien compacto de canciones.
Lo que pasa es que no quiero competir con las canciones de los otros. Canciones, canciones, estoy podrido de las canciones.
¿Pero Random no es un disco de canciones?
Sí, pero los temas están en random, o sea, no los podés programar. Cuando escuché el disco me asusté un poco, porque el repertorio de un disco usualmente tiene un orden, un concepto. Y éste no. El que estoy haciendo ahora es completamente diferente, está todo pensado, no hay una coma de más. Lo anti Random.
Después del Coliseo, ¿sentís que estás para hacer una gira, por ejemplo, o salir a tocar a otras partes?
[Algo enojado] Che, ¿qué te creés, que estoy muerto yo?
Para nada.
Tengo muchas ganas de tocar, pero bueno, con esto de la cadera... Lector, ¡me rompieron la cadera! Y no me la curaron. Apenas esté bien voy a tocar.
¿Escuchás tus propios discos?
Sí.
¿Cuáles te siguen gustando?
Todos. Y ahora que los están reeditando en vinilo, me dan una gran alegría. Qué sé yo, depende... La hija de la lágrima no sé si le gustó a alguien, pero a mí me encanta. Tiene muchas historias y subhistorias.
¿Y la etapa Say No More? Esos discos merecen una nueva apreciación.
Están buenos, están bien tocados, tienen alguna que otra idea atrás.
Alguna vez dijiste que Clics modernos es el mejor.
Y sí, es el mejor. Bah, es el mejor de acá seguro.
¿Cómo se te ocurrió samplear a James Brown?
El primer día de grabación de Clics modernos fue un desastre. Yo quería tocar con el baterista de Jan Hammer. Fuimos al estudio y no pegaba una. No había onda. Por suerte aparece Pedro (Aznar). Cuando apareció Pedro, Blaney se puso mas “ah, esto es en serio”. Pasando por una casa de música, Manny’s, yo había visto un aparato así, que no sabía ni para qué servía. Se les ponía unos casetes, unos floppy disks. Y ya venía ese grito.
O sea que no lo sacaste de un disco de James Brown, sino de ahí.
Claro, si ya estaba hecho. Era un teclado, como si fuera un Mellotron [un Emulator], y ya venía con unos diskettes. Uno venía etiquetado como “James Brown”. Ya venía el sample. Yo no tenía ni idea de qué era un sampler, ni James Brown, ni nada de eso.
¿Después te dejó de interesar la tecnología del sampleo?
No, depende, ¿eh? A mí me gusta mucho Kate Bush, que hace unos ambientes... Había escuchado un disco de ella en el que está con la boca abierta y un anillo de compromiso en la lengua (The Dreaming).
¿Escuchás música de ahora?
No sé, yo tengo mis discos [señala los vinilos de rock clásico desparramados en la cama].
¿Con estos te alcanza?
Sobra. Y si no, me tiro en la cama con la guitarra y toco. ¿Dónde hay un Andy Warhol hoy? No hay transgresión ninguna. Mis últimos ídolos fueron Marilyn Manson y los Plasmatics. ¿Conocés a los Plasmatics? La cantante [Wendy O Williams, fallecida en 1998] decía que le gustaba chocar contra camiones y morirse joven... Un consejo [hablándole al grabador]: ¡muéranse a los 27! Es la edad ideal para morirse, dicen los rockeros.
Pero vos transgrediste esa ley, largamente.
No sé, debo estar muerto, qué sé yo.
Mirá a los Rolling Stones, a McCartney, a los Who...
Sí. A veces me miro en el espejo también. Pero bueno, Joni Mitchell, Prince... eso sí es música.
¿Y de acá?
¿De acá? ¿Qué querés que te diga: “yo”? De vez en cuando pongo Manal, Pescado 2, me gustan esos discos. Cuando hice “Rezo por vos” con Spinetta tuve un flash, realmente ahí pasó algo groso. Pero se murieron muchos, también.
Pappo, con el que te habías amigado, también se fue.
Yo nunca me peleé con él... Él se peleó conmigo. “Hasta que llegó Sui Generis, con la flautita y el pianito, y ablandaron la milanesa”. Eso decía. Él no era nada al final. No era hippie... Bueno, un poco metalero era.
¿Qué creés que le falta a la música argentina actual?
Me parece que tendríamos que tirarnos más para el lado de California. Es cuestión de estudiar un poco, se lo digo a los colegas rockeritos. Si no sabés quiénes fueron los Allman Brothers, Lynyrd Skynyrd, Neil Young, ¿con qué autoridad podés hacer rock? Hay gente a la que no le gustan los Beatles, loco, entonces ya es una deformidad total. Ponés la televisión y salen todos estos bailanteros. No tenés escapatoria. O eso o un político hablando. Falta bastante de la excitación que había antes. No te hablo de Beethoven, te hablo de los Beatles, que hicieron “¡clang!” [hace un gesto con la mano, como si volcara algo] y cambiaron el mundo. Eso no pasó más. Pero bueno, ¿con quién comparás a los Beatles? ¿Con Airbag?
En el libro Esta noche toca Charly (de Roque Di Pietro) quedan documentados los pocos días de diferencia que hay entre tu último concierto de conservatorio y el estreno de A Hard Day’s Night, que fuiste a ver no sé cuántas veces...
Veintisiete.
Como si esa película lo hubiera cambiado todo, literalmente.
Y sí, es así... Yo ya venía sintiendo algo, pero cuando escuché los Beatles y vi A Hard Day’s Night, tiré la música clásica a la mierda y dije: “Oh, soy joven, se puede hacer esto. Se puede hacer esto”.
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