Charly García llegó a los 52 fiel a su estilo, y festejó con música
¡O-le-le, O-la-la, si esto no es aguante, el aguante dónde está! La hinchada grita más por deseo y reclamo que en muestra de satisfacción. Pero es el cumpleaños de Charly García y hay que ajustarse a las reglas del juego.
El anfitrión llegará en algún momento. Por eso es lo mismo decir que el show es a las diez de la noche, a las once o a las doce menos diez, recién cuando un Charly García beatlero y estruendoso sube al escenario para calmar y seducir a su legión de seguidores.
Horas antes, el astro del rock vernáculo había paseado en una limusina blanca por Buenos Aires. También hizo una pausa para participar en el programa de Susana Giménez con algunos amigotes músicos -David Lebón, Fabiana Cantilo, Hilda Lizarazu y Fabián Von Quintiero-, tocar, charlar y fastidiar a la diva de la tevé con respuestas burlonas.
En cambio, la medianoche lo encuentra con la exaltación que tantas veces le provoca el escenario, y provisto de esa naturalidad con la que sólo unos pocos pueden caminar por las cornisas del rock. Y con esa facilidad (o empecinamiento) para actualizar gestos: patear teclados y micrófonos, lanzar una botella de whisky tamaño extra large para que un asistente la ataje en el aire o destrozar una guitarra y revolearla hacia el público. Como él mismo lo hizo hace muchos años; como Pete Townshend lo hacía, hace muchos más. Hoy son pocos los músicos que se dejan llevar por ese antojo. Quienes se animan, saben que eso tiene que ver con una actitud más evocativa que novedosa.
Pero esto es parte del folklore -si el término es aceptable para esta crónica- de un show de Charly García, que, además, está matizado por acoples en diversas frecuencias y un sonido general que nunca llega a acomodarse.
Después del Feliz Cumpleaños protocolar que le dispensa la audiencia y de la introducción con el tema beatle "Birthday", García ofrece un espectáculo breve y potente.
Primero, algunos temas de su más reciente cosecha musical: "I´m not in love", "Influencia", "El amor espera" y "Me tiré por vos", aquella declaración para sus fans más jóvenes.
En un segundo bloque trae varias de las piezas con mejor hechura de su larga historia musical y hace olvidar por un rato las desprolijidades sonoras: "Demoliendo hoteles", "Seminare", "Llorando en el espejo" y "Pasajera en trance".
De su nuevo disco, "Rock and roll Yo", apenas ensaya un adelanto sin mayores sorpresas que las de una frase de "Dileando con un alma (que no puedo entender)", que llama la atención. "Si fuera un árbol, sería un Spinetta /si fuera un coche sería un Renault Dauphine/ A la mañana me acuesto con el día/ pero a la noche me acuesto con tu voz", repite, y así desaparece del escenario.
Luego de poco más de una docena de canciones surgen las inquietudes. Porque nunca falta un desubicado que suponga que el repertorio no llega a satisfacer sus expectativas o a equilibrarse con el precio de la entrada. Pero esto no es un recital sino un show de Charly García, encima, en día de cumpleaños. Esto es un juego de azar.
De todos modos habrá otra espera colectiva con la ilusión de una nueva aparición del músico junto a su banda (su trío importado de Chile más Hilda Lizarazu en segundas voces) o los saludos del dueño del cumple para una minoría en el sector VIP del local. Después de las dos de la madrugada Charly elige la segunda opción.
Décadas atrás, gracias a la música que creaba siempre iba adelante; siempre era él quien esperaba al resto. Ahora las cosas pueden ser diferentes. En todo caso, y fuera de lo estrictamente musical, lo que se espera es la presencia del rockstar argentino que García supo construir y sostener. Porque cumplió 52 años y parecería que no quiere dejar ese puesto vacante. Charly cumple y dignifica su rol. El show del "aguante" continúa en la trasnoche, aquí, en El Teatro, y luego en algún otro lugar de Buenos Aires.