Charlie Watts, el hombre que supo brillar sin ser una estrella
The Rolling Stones: la muerte del histórico baterista de la banda más importante e influyente que ha dado el rock durante casi seis décadas
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Charlie Watts, el irrepetible aunque tantas veces emulado baterista de The Rolling Stones murió este martes y, como no podía ser de otro modo, la noticia recorrió el mundo para ser recordado como uno de esos pilares de la historia del rock. Había cumplido en junio pasado 80 años. Y, sin duda, fue uno de esos cimientos no solo porque participó durante casi seis décadas de una de las mayores bandas del género, también lo fue porque era su baterista y porque cultivó un perfil de “antirocker” que sostuvo hasta su último día.
Charlie Watts, el amante del jazz que pasó la mayor parte de su vida en el rock; el hombre de traje y corbata que vestía de manera antigua; el “batero” que suprimía golpes con sus palillos y le daba, de ese modo, el swing tan particular a la legendaria banda. Un gran detalle aunque, a simple vista (o simple escucha), pareciera poco. ”Generalmente, cuando la gente habla de bateristas, se le viene a la cabeza los que son más técnicos. Pero, como dijo Max Roach, ‘hay mucho arte en la simplicidad’”, decía Watts sobre su manera de tocar.
Había nacido como Charles Robert Watts, el 2 de junio de 1941 en Londres, en plena época de la Segunda Guerra Mundial. El eco de “El Blitz” -los bombardeos alemanes a una decena de ciudades inglesas- seguramente acompañaron los primeros meses de vida del pequeño Charlie. Justamente por esos bombardeos que dejaron en ruinas a muchas ciudades, durante su infancia vivió en una casa prefabricada, en el 23 de Pilgrims Way, en Wembley, junto a su hermana Linda y sus padres, Charles Richard Watts y Lillian Charlotte Eaves.
Claro que el ser humano, en su capacidad de reconstruirse y levantarse (en estos tiempos lo llamamos resiliencia) siempre encuentra una nueva oportunidad. El retumbo no fue lo que Charlie encontró en la batalla bélica sino un pequeño juego de tambores y dos palillos. Y en The Rolling Stones, por supuesto, porque más allá de algunos proyectos en solitario, a esta banda le dedicó su vida. Casi sesenta años de su vida.
Watts fue el gran contraste dentro de una banda de rockers, el hombre de apariencia serena aunque haya mostrado una fuerte personalidad con muchos gestos públicos y no tanto, a lo largo de su vida. El roquero que vestía de ambo y corbata, cuando sus socios en The Rolling Stones abrían camino en la estética glamorosa con sus outfits tan personales.
Watts demostró su carácter con apenas 13 años, cuando consiguió un banjo, pero no le gustó y se quedó con la caja de ese instrumento que parece un tambor para buscar su verdadero destino detrás de los parches. Según uno de sus mejores amigos, tenía una buena colección de discos de jazz (Monk, Parker, Jelly Roll Morton, entre otros), seguramente por eso durante su adolescencia fue ese el lenguaje musical que lo sedujo, como oyente y como instrumentista. Quería ser como Chico Hamilton, baterista que por entonces tocaba con Gerry Mulligan. Por eso decapitó el banjo y consiguió un soporte para usarlo de tambor, hasta que a los 14 sus padres le compraron la primera batería.
Comenzó su actividad profesional en 1958, en la banda Jo Jones All Stars dedicada al rhythm and blues, género que Charlie no conocía, pero al que se le animó. Tocar lento fue la clave. Al terminar el secundario tocó en diferentes clubes y cafés, mientras trabajaba como diseñador gráfico. En 1961 se sumó a la banda de Alexis Korner, Blues Incorporated. Hasta entonces, alternaba las dos actividades: el diseño y la música.
A sus futuros socios, Brian Jones, Ian Stewart, Mick Jagger y Keith Richards los conoció en esos clubes de R&B a los que solía asistir. Aquello fue en 1962, pero recién un año después ingresó como baterista de The Rolling Stones, en reemplazo de Tony Chapman. Nunca se sintió el músico de “alguien”. Así se lo demostró a Mick Jagger el día que el cantante, en pleno ascenso de los Stones, preguntó: “¿dónde está mi baterista? Y él le respondió con un puñetazo para demostrarle que no era “su” baterista.
Su aporte siempre fue discreto pero preciso dentro del grupo, que atravesó el paso de décadas, épocas, modas y tendencias del mercado de la música, conservando siempre un estilo inigualable, que, incluso, creó toda una escuela: “el rock stone” y una feligresía que se renovó (y se sigue renovando), generación tras generación. Además, del mismo modo que todo ser humano tiene una manera de caminar, los grupos de música con muchos años también tienen una manera de “andar” las canciones. Eso no es estilo, es su andar, que es una parte del estilo. Y el “andar” característico de los Rolling Stones se debe a la acentuación de Watts (más la supresión de golpes que irían comúnmente sobre el hi-hat de la batería) y a las líneas de bajo de Bill Wyman (bajista del grupo entre 1963 y 1992).
“No hay nada peor que escuchar a un baterista tocando muchas cosas cuando debería estar haciendo una sola. Me criaron con la teoría de que el baterista es un acompañante. No me gustan los solos de batería y es por eso por lo que nunca he tocado uno en toda mi trayectoria. Admiro a algunos que lo hacen, pero generalmente prefiero a los que tocan con su banda. El desafío con el rock and roll es mantener una regularidad. Lo mío es crear un sonido bailable y con swing. ¿Mi estilo? No sabía que tenía uno, simplemente emulé a los bateristas que me gustaba”, decía.
Su estilo de vida tampoco estuvo encuadrado dentro del perfil clásico de la estrella del rock. Sin ser demasiado afecto a las extensas giras de conciertos, dedicó mucho tiempo a dibujar en las habitaciones de hoteles, durante los ratos libres. Sin embargo, tuvo temporadas con algún desborde. Si bien estuvo lejos de empatizar con la trilogía “sexo, droga y rock and roll”, en la década del ochenta, el consumo hizo que su vida se le fuera un poco de las manos, de ese control que siempre prefirió mantener desde la lucidez: “Creo que fue una crisis de mediana edad, me convertí en otra persona entre 1983 y 1986, casi pierdo a mi esposa y mi hija me decía que parecía Drácula”.
Si bien su manera de vestir tampoco cuadró con la de las estrellas del rock, tuvo su reconocimiento. El matutino The Daily Telegraph lo nombró uno de los hombres mejor vestidos del mundo. Y la revista Vanity Fair lo incluyó en el Salón de la fama internacional de los mejores vestidos. Eso fue en 2006, una especie de caricia que recibió dos años después de que, más allá de las apariencias del vestuario, la procesión de Watts iba por dentro. Si bien había dejado de fumar un par de décadas antes, en junio de 2004 le diagnosticaron cáncer de garganta. Luego de un tratamiento pudo volver a la actividad musical y grabar el disco que los Stones traían entre manos en ese momento: A Bigger Bang.
En paralelo a la actividad que desarrolló con la banda, realizó varios proyectos personales, la mayoría dedicados al jazz. Desde una serie de dibujos animados para un homenaje a Charlie Parker (Ode to a High Flying Bird), hasta bandas de boogie-woogie junto a Ian Stewart y Dick Morrissey. En la década del noventa, con su propio quinteto grabó dos discos, Warm And Tender (1993) y Long Ago And Far Away (1996) con standards. También grabó un trabajo instrumental con Jim Keltner. De aquellos años también es el álbum Watts at Scott’s con un registro que se realizó de un concierto en el mítico club Ronnie Scott’s, de Londres.
Con la llegada del nuevo siglo continuó despuntando el vicio dentro del ambiente jazzístico, durante las pausas que le dejaba los tours de los Stones. En 2009 se unió a su amigo de la infancia Dave Green y a los músicos Axel Zwingenberger y Ben Waters para dar conciertos con el ABC&D de Boogie Woogie, impulsado por los pianistas Zwingenberger y Waters.
La regla y la excepción
El resto de la vida de Watts fue, siempre, The Rolling Stones. La regla y, también, la excepción, porque por primera vez en 58 años Watts no será parte de la próxima gira. Como el grupo canceló todos sus conciertos de 2020 por la pandemia, reanudará sus giras en septiembre de este año.
Un mes atrás la banda anunció la puesta en marcha del regreso a los escenarios. 26 de septiembre, St. Louis, era la primera fecha en agenda de la gira No Filter 2021. El tour continuará en Charlotte, Pittsburgh, Nashville, Minneapolis, Tampa, Dallas, Atlanta, Detroit, Austin, Los Ángeles, Nueva Orleans (primera actuación en un festival de jazz de esa ciudad) y, finalmente, Las Vegas, los primeros días de noviembre. Con el anuncio se conoció la noticia sobre la ausencia de Watts, en esa gira norteamericana, ya que se reponía de un tratamiento de salud y sus médicos le aconsejaron esperar antes de volver a los escenarios. Por eso se decidió su reemplazo por Steve Jordan.
Para el público argentino, quedará el recuerdo del Watts de bajo perfil en cada visita a nuestro país, como parte de ese todo que es The Rolling Stones. Aunque cada uno de sus integrantes tenga un perfil particular (incluso varios de los que pasaron por la banda hace tres o cuatro décadas también dejaron su sello), Watts fue la otra cara de la euforia. Fue el envejecimiento sin trampas en una cabellera blanca que no se disimulaba con tinturas. Fue la tranquilidad frente al exceso y la simplicidad de una batería de pocos tambores frente el estereotipo de los “drums” atestados de parches y platillos para representar escenas pirotécnicas. Fue la manera clásica de tocar en modo “tradicional grip”, el palo cruzado sobre el tambor, como los viejos bateristas de jazz.
Hasta su muerte, Watts vivió junto a su esposa Shirley Ann Shepherd (se habían casado en 1964) en una mansión en una zona rural de Dolton, donde crió caballos árabes. Así, con ese andar parsimonioso y su manera de tocar tan a contramano de las performances expansivas de los bateristas, supo brillar a su modo y cosechar aplausos hasta el último día de vida.
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