Charles Aznavour y una larga despedida
Alguien que lleva más de setenta años frente al público y ha dado varias veces la vuelta al mundo sin saltearse ni uno de los grandes escenarios musicales no podía decir adiós de un día para otro. Pero la cantidad de ciudades y teatros en los que Charles Aznavour está sentimentalmente obligado a cantar antes de pasar a retiro es tan grande que su gira final, iniciada a mediados del mes pasado en el Radio City Music Hall de Nueva York, podría durar hasta fines de 2009 y convertirse en una despedida más prolongada todavía que la de Los Chalchaleros.
A los ochenta y dos años, espléndido como siempre, Aznavour es el último vestigio del gran período de la canción francesa que comenzó a tomar forma hacia fines de la Segunda Guerra Mundial y mantuvo una larga vigencia gracias a los intérpretes de fuerte temperamento y gran poder de seducción que lo protagonizaron y también al pequeño círculo de poetas y músicos que les escribían material exclusivo con más contenido que los éxitos del momento.
Fueron piezas de ese tipo, compuestas para un dúo excéntrico formado con Pierre Roche durante la ocupación, y no su manera de cantar, las que pusieron el nombre de Aznavour en circulación, concretamente " J ai bu", un suceso que grabó Georges Guétary y premiaron como el mejor tema de 1947, que no significaba mucho, porque en esa época parecía imposible triunfar en París sin haber hecho feliz a Edith Piaf.
Agregado después de Paul Meurisse, Yves Montand, el boxeador Marcel Cerdan y antes de Eddie Constantine, el ciclista André Pousse, Georges Moustaki y el inverosímil Théo Sarapo que cerró la lista, Aznavour fue una presencia atípica entre las "amistades amorosas" de Piaf, el único que no vivió de ella, la siguió asistiendo musicalmente después de la ruptura y no la utilizó como escalón, porque apenas le cantó seis temas, entre ellos el soberbio "Une enfant".
Son un par de gestos lo que todavía le debe de estar agradeciendo a la cantante: el coraje que le transmitió para atreverse solo, cuando triunfaban Yves Montand y Gilbert Bécaud, y la idea de ídolo de la canción no era precisamente un muchacho de origen armenio, de voz ronca, un metro sesenta de estatura, nariz desviada y prematuramente calvo. También, que rechazara, por parecerle excesivamente depresivo -suena como una broma de aquella especialista en desesperanza-, "Odio los domingos", el título que impuso a Juliette Greco como símbolo del existencialismo y volvió al autor literariamente respetable.
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Los versos de "Je hais les dimanches" figuraron en la antología de textos compilada para el volumen que en 1964 la editorial Seghers dedicó a Aznavour dentro de la serie Poètes d aujourd hui . A pesar de que sólo Brassens, Brel y Ferré habían merecido estar en esa colección de grandes poetas de todos los tiempos, lo notable no es que viniera de la música popular, sino que aún no había escrito muchos de sus temas esenciales ni era el showman impecable que llegó a interpretarlos como nadie.
La obra de Charles Aznavour es impresionante por la cantidad -cuarenta y cinco álbumes, alrededor de ochocientas canciones- y admirable por la manera en que ha conseguido encontrar siempre maneras novedosas de tratar su tema preferido, el amor y las consecuencias, y lograr la misma eficacia en los cuatro o cinco idiomas que maneja casi a la perfección.
Lo mismo que Mariano Mores, Tony Bennett y ahora Rod Stewart, Charles Aznavour es uno de esos raros casos de artista por encima del género que los identifica y de la edad que aparentan, capaces de atravesar generaciones haciéndose querer y agregando oyentes. Lo ha ayudado mucho la imagen de hombre pequeño, pero invencible, que estableció en algunas películas geniales - Disparen sobre el pianista , Los fantasmas del sombrerero - y el acento marcado que, cuando no canta en francés, lo hace todavía más expresivo.
Después de componer e interpretar lo que nadie, de haberse dado el gusto de pronunciar en el Lido la histórica presentación "Frank Sinatra, ¡París le pertenece!", de seguirle el tren a Liza Minnelli cuando eso era difícil y protagonizar no hace mucho el fenomenal disco Jazznavour , ya sólo le queda ir a agradecer por todas partes y dejar que le agradezcan la valentía de haber celebrado les plaisirs démodés , esos placeres -como él dice- antiguos ya, entre los cuales se cuenta Aznavour cantando "She","Avec" o "Comme ils disent".