Chaqueño Palavecino: "Salí del monte porque no había médico para mi mamá"
Departamento de Rosario de Lerma. Finca Del Carmen. Treinta kilómetros separan a la ciudad de Salta de esta zona de vistas incólumes. La majestuosidad del paisaje acobarda al más valiente. Allí manda la naturaleza. Esa que contiene y enseña. Rincones donde la Pachamama se reverencia. Como la música. Ceremonias de lo sagrado. Oscar Esperanza Palavecino lo sabe. Ahí armó su refugio. Cercano a esas, sus esencialidades. "Acá se festeja mucho el día de la Virgen del Carmen", dirá a LA NACION el Chaqueño Palavecino, el cantor de seudónimo territorial que confirma pertenencias.
Nació hace 60 años en el Chaco salteño, en el medio del monte de un paraje negado. Rancho El Ñato, Departamento de Rivadavia. De allí viene Oscar Esperanza. Su nombre conlleva ese deseo ilusionado de quienes vienen de la adversidad sangrante. Esa que punza literalmente en el cuerpo. Y en zonas más sutiles. Dolor al fin.
"Arreglo la casa y no entra nadie por la cuarentena". La imponencia de la montaña envuelve a Amancay, la propiedad que le compró, hace veinte años, a un porteño. El nombre quechua con la que se la bautizó sitúa rápidamente en ancestralidades a las que él, con su música, regresa una y otra vez. Allí tiene montado su estudio de paredes color ladrillo furioso donde aprovecha estos tiempos de confinamiento impuesto por pandemias inentendibles para grabar, bucear en nuevos sonidos, encontrar repertorio. Más allá, un par de hectáreas, cancha de fútbol, caballos y hasta piezas que retratan su historia en un museo personalísimo. Huerta para alinear los sabores de este hombre de comidas pantagruélicas y bebida espirituosa: "Me hiciste salir del estudio porque no tengo buena señal de teléfono y me dejé el vino adentro", bromeará para romper el hielo ante el llamado telefónico en pleno mediodía.
Ajeno a los vaivenes del mundo del chimento, en las últimas horas su rutina se vio alterada al mostrar su rincón en el mundo en el programa La peña de Morfi, de Telefe. En la emisión del pasado domingo, Palavecino exhibió algunas de las bondades de ese lugar que construyó a pulmón como El Patio del Chaqueño, un restó bien telúrico. Además, hizo referencias a la granja, el patio de juegos y una bodega para sommeliers avezados. Las redes estallaron. A favor y en contra. Los fans elogiaron, pero no faltó quien juzgara falta de modestia. Acaso como si el cantor debiese pedir perdón por el éxito y el bienestar que trae en consecuencia.
Con la agenda de conciertos cancelada, la actividad del artista no se detiene. Como el oxígeno, necesita de sus acordes para vivir. Estado de creación pura, permanente. Inmanente. Hace pocas horas lanzó "Siempre Chaqueño seré", el primer corte que forma parte de su nuevo material, Soy y seré (volumen ll), una chacarera, en coautoría con Juan Ceballos y Daniel Vila, que lo define. "Yo soy parido en tus brazos, y en tus brazos moriré. Aunque vaya por el mundo, siempre chaqueño seré". Radiografía pura.
Los temas son como la ropa o los zapatos, si es que vale la comparación, tienen que quedar bien, a tono
—Con tantos años de carrera, ¿qué tiene que tener un material para que lo elijas, para que integre tu repertorio?
—Me tiene que llegar, no canto nada por obligación. Incluso, cuando canto géneros de otros países tengo que sentir eso mismo. Si grabo una cueca chilena, busco que me calce. Los temas son como la ropa o los zapatos, si es que vale la comparación, tienen que quedar bien, a tono.
—De otra forma sería inviable poder transmitir lo conceptual o la metáfora que expresa una canción.
—No hay otra manera. Además, le tiene que gustar y sonar bien a los otros músicos de la banda.
—A la hora de ir en busca de nuevos materiales, ¿existen los poetas preferidos o prioritarios?
—Sí. Grabé mucho de (Roberto) Ternán…
—"Amor salvaje" es de su autoría y un himno de tus conciertos.
—Me va muy bien ese estilo. También grabé mucho de Julio Montes que murió joven y fue un poeta adelantado a estos tiempos. Por supuesto, Horacio Guarany. Y los eximios como Manuel Castilla, Cuchi Leguizamón, Alfredo Ábalos, Juan Falú, siempre hay alguito por ahí. Pero yo soy de innovar, y siempre hay temas de mi región, de la parte olvidada.
—"La parte olvidada", toda una definición.
—Somos de esa parte, hemos tenido que golpear fuerte para que vayan a visitarnos.
Mi cielo terrenal
En tiempos de cuarentena, el Chaqueño habita su casa extensa, de verdes generosos. Esa que no puede disfrutar como quisiera cuando está inmerso en las giras que lo llevan por todo el país, donde juega de local en cada lugar en el que se presenta. "Me sobra el vino, no viene nadie", reconoce mientras interrumpe la charla para espantar a uno de sus perros, devoto de hincar el diente a la pelota de cuero. "Con esto de la pandemia estamos atascados, prisioneros en nuestros ranchos. A estos perros les gusta jugar, alguien se acerca a la puerta y ya están con la pelota para que alguien se la tire. Ahora están locos porque no viene gente".
—Comparten tu pasión por el fútbol.
—En mis tiempos de chango, jugué.
—¿Pensaste en el fútbol para desarrollarlo de manera profesional?
—Hubiera tenido mi lugar. Mi picardía y mi forma de jugar, cuando era chango, me hubieran hecho crecer. Llegué a suplente de primera en Independiente de Tartagal. Pero, a los 16 años, entré a laburar.
Hincha de Boca Juniors, no pierde la oportunidad de visitar la Bombonera en cada paso por Buenos Aires. Hoy, la pandemia del Covid-19 lo mantiene alejado de los viajes y del vínculo cercano con el público.
—¿Cómo estás viviendo esta situación tan inusual?
—Siempre estoy pensando algo nuevo, en seguir grabando. Además, hago participaciones para otros artistas o me sumo a algunas movidas a través de los aparatos, pero no me llevo con la tecnología.
Entre esas participaciones figura la que realizó a instancias del trío Destino San Javier. Junto a intérpretes como León Gieco, LosTekis, Sergio Galleguillo, Patricia Sosa, Marcela Morelo, Nahuel Pennisi, Ayre, Fabricio Rodríguez, Nacho y Daniel, Los 4 de Córdoba, y Facundo Toro, grabó una versión de "Solo le pido a Dios". Una plegaria en tiempos de pestes universales.
Recluido en Salta, el Chaqueño aprovecha para hacer todo aquello que no puede cuando la agenda laboral comprime horarios y la vida se consume en ómnibus, aviones y hoteles. "Ahora tengo tiempo para las cosas de la casa. Cortamos el pasto y lo levantamos. La cancha está impecable, pero nadie juega, está cada uno en su casa. Además, al no venir la gente que trabaja, uno hace todo: desde barrer hasta lavar los platos. Actividades tenemos de sobra. Estoy tranquilo, pero, a veces, me pongo loco con las noticias. Está bien la información, pero no hay que mirar demasiado porque te ponés tenso".
—Tu entorno es inspirador, de naturaleza cercana. ¿Considerás que una cuarentena se vive menos traumática en un lugar como el tuyo a diferencia de las grandes ciudades como Buenos Aires?
—Pobre gente la que está adentro de un departamento. En la vida normal, los horarios son diferentes, entonces es menos duro compartir un lugar pequeño, pero hoy, todos amontonados, no debe ser fácil. La vida cambió y va a cambiar más. Mi lugar es lindo, antes venían los amigos, se comía y se guitarreaba. Ahora no se puede. Arreglo la casa y no entra nadie.
Recordando ayeres
El Chaqueño conoce de rutas. Su oficio de cantor lo llevó por todos lados. Pero, como un anticipo del destino, casi profecía autocumplida, debutó en el asfalto como chofer de micros de larga distancia. Primero en la norteña empresa Atahualpa y luego en La Veloz del Norte. El kilometraje no le impide recordar el punto de partida. Quizás porque de tan austero quedó marcado en los cueros del hombre curtido. "La parte olvidada", dijo y lo dejó flotando con no poco dolor. No es de aflojarle a la voz, pero se le percibe la querencia emocionada con ese lugar primigenio. "Yo salí del monte porque no había médico para mi mamá".
—Tu masividad permite visibilidad de toda una región y de Paraje Rancho El Ñato, tu lugar de nacimiento. Una forma de torcer un destino con sino trágico.
—Por suerte, en los últimos tiempos la gente está yendo, se acercan los médicos. Donde yo nací era un paraje, pero ahora está más grande.
—¿Cómo recordás aquella infancia? ¿Es cierto que, de niño, llegaste a trabajar como cartonero?
—No como se lo conoce ahora, pero éramos de juntar todo eso. También vendí empanadas y agua potable. Íbamos a los barrios nuevos y llevábamos agua montados en una mula. Preparé sándwiches en una confitería, trabajé en un aserradero. Hicimos de todo para poder pucherear. Lo que se cruzaba hacer para conseguir el pan nuestro de cada día, se hacía. Todo ganado con el sudor de la frente. No había otra salida tanto para el nativo como para el criollo que no tenía un mango. Antes, nadie te daba nada así nomás, no era fácil. Los gobiernos tampoco ayudaban. Hoy se ayuda más. De hecho, yo he pedido mucho para que se ayude a la gente de acá y me han respondido bien tanto Nación como mi provincia. Hoy, los hijos de aquella gente son maestros, se cobran asignaciones, es diferente.
—Un panorama bien alejado al de tu infancia.
—Nosotros hemos vivido fuera del sistema, olvidados totalmente de aquella gente que no nos visitaba. Estábamos a 50 kilómetros de Tartagal, pero, en épocas de lluvias, no se podía ir. Había que esperar, hasta tres o cuatro días, si algún camionero te quería llevar en medio de los chanchos. Eran tiempos del trueque porque no había mucha plata. Cambiabas azúcar por cuero, lana. Y no había médicos. Hoy van los médicos, hay fundaciones. Solo hay que tener paciencia para que te atiendan.
—Cuando se viene de la adversidad y se obtiene la repercusión que vos tuviste, ¿se valora diferente eso banalmente llamado éxito?
—Se valora más. La construcción ha sido muy fuerte. Dura. Yo hice al revés, fue como nadar en contra.
—¿Por qué?
—Estaba en el norte y avanzaba de a poco. No se entraba fácil a una grabadora. Por eso, con mi sueldo de colectivero me pagaba los casetes para hacerme conocer. Fue boca a boca, peña en peña. Por suerte, la gente pedía mis temas en las radios en el sur de Bolivia, en el oeste de Formosa, Salta. Así fui de a poco. Con el tiempo empecé a ir a festivales.
—Sos una figura ineludible de los festivales argentinos.
—A Cosquín voy desde hace 28 años. A Jesús María, 26. Son 35 años de carrera.
—Con el sueldo de chofer te pagabas la edición de los casetes. Perseverancia pura y convicción en el deseo...
—Es esmero, ganas, hambre de todo. Cantar me alimentaba el alma. También jugaba al fútbol, pero no se dio. El fútbol y el canto han sido paralelos a lo que yo hacía. A veces tenía que cantar justo el día que me tocaba viajar con el micro y se me complicaba. Pero, como siempre hubo demanda, decidí largar todo.
—¿Fue difícil tomar la decisión?
—Hubo que pensarlo, porque después de changuear mucho, cuando se encuentra el trabajo efectivo hay que cuidarlo a morir. Nosotros no preguntábamos cuánto nos pagaban ni cuántas horas eran. Si había que trabajar dos horas más, cambiar las gomas en el camino, o hacer mecánica ligera, se hacía. Hacíamos todo lo que pudiese ayudar para sacar del apuro la situación y llegar con el micro a destino.
—Más temprano que tarde, la recompensa llegó.
—Uno hasta se vuelve algo mezquino, pero porque todo me costó, vine de abajo. Tengo una construcción muy de abajo, incluso con la música argentina arrancando en los peores momentos. Hemos dormido en el piso, en casas prestadas, y cuando nos ponían un hotel bueno era una felicidad total. Si alguien reclamaba en nuestro equipo por un poco de humedad en la pared yo le decía: "Chango, esto es así". Pero mi gente piensa como yo. Tengo un buen equipo. Son muchos años.
—La pandemia de coronavirus, y la consecuente cuarentena, generó el cese total de las actividades artísticas. ¿Cómo sobrellevás esta situación?
—Para nosotros es tiempo indeterminado. Seremos los últimos en volver a trabajar. Estoy viendo no descuidar a mi gente todos los meses, sacar de lo mío y ayudar hasta que se vuelva. Hay mucha gente parada que va a estar muy mal. Músicos y técnicos. El turismo está parado y en Salta, que es una de las provincias más visitadas, hay muchos músicos que trabajan con el turismo. Esto afecta a todo lo que es el arte. A muchos nos ha ido bien, pero hemos invertido mucho también.
—Además, hay un sinnúmero de rubros que trabajan satélites a, por ejemplo, la realización de un concierto.
—Mucha gente trabaja alrededor nuestro: desde un taxista hasta un kiosquero, o el que vende una bandera en la puerta del teatro. Algo parecido sucede en el fútbol. Todos esos rubros están parados. Pero no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
La pura verdad
—En tiempos de luchas, de reivindicaciones necesarias, ¿cómo se para el folclore con respecto a otros géneros populares? ¿El folclore tiene una mirada más galante hacia la mujer desde la poesía y la danza, en comparación con el tango?
—Hay de todo, dentro del folclore conviven 122 géneros, según lo que descubrió don Juan de los Santos Amores. No me quiero meter en el tango porque no soy un entendido en el tema, pero, en sus inicios, bailaba solo el hombre, quizás por celos. En el folclore, la danza es una conjugación con la mujer. En las canciones del tango hay mucho dolor, abandono, el hombre sufre mucho también.
—¿El folclore es más esperanzador?
—Sino está inspirado en una flor, está inspirado en una mujer. Habla de la tierra, de lo regional. En el folclore somos protectores de la mujer. Somos varones y hemos nacido de una mujer. Y también discutimos con ella. Pero no hay que discutir mucho porque no le vas a ganar. En cambio, con un hombre podés llegar más lejos.
—¿Cómo ves el folclore que se hace hoy?
—La música nacional tiene poca difusión, aunque el folclore siempre está presente. Me gustaría que se escuche en todos lados. Ahora se enseña el baile en las escuelas, porque el chico tiene que conocer como conocíamos antes. Hay muchos jóvenes con talento. Algunos no han conocido la bohemia de los grandes y no tienen todas las posibilidades. Las peñas de Cosquín se llenan, pero no siempre tienen la suerte de estar en los escenarios que deberían estar.
—¿Creés que tu camino abrió puertas para otros talentos que fueron detrás?
—Creo que sí. Y grabé a muchos que habían grabado hacía tiempo y recién ahora tienen repercusión.
—¿Qué es el folclore?
—El folclore es la música del pueblo. Es juntarse un sábado o domingo para guitarrear. Eso es el folclore.
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