El cantante inicia una gira nacional para celebrar sus cuatro décadas de actividad artística y presentar Quién me quita lo cantado, su último álbum de estudio
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“Hay gente a la que le cuesta Buenos Aires, es un monstruo grande, pero yo estoy muy agradecido, es una construcción que se hizo de a poco, primero orillando desde el Conurbano hasta llegar a los programas de televisión y a hacer los teatros”.
El Chaqueño Palavecino se mueve cómodo en el territorio capitalino. La ciudad más cosmopolita del país lo acogió hace mucho y él regresa, una y otra vez, para reconfirmar ese lazo afectivo. Oscar Esperanza Palavecino, tal el nombre que figura en su documento, llega a la entrevista con LA NACIÓN enfundado con camisa, chaleco, pañuelo, pantalón bombacha y botas altas; cinturón con incrustaciones y su infaltable sombrero de ala. Y un poncho.
Su telúrico vestuario contrasta con la vorágine urbana que propone la Avenida 9 de Julio en plena hora del regreso a casa. “Cuando cumplí cinco años de carrera hice mi primera visita a esta ciudad”, rememora el hombre que lleva cuatro décadas sobre los escenarios, una permanencia que celebrará el próximo 24 de octubre en el Movistar Arena y con una gira nacional que incluirá Córdoba, Rosario y Mendoza, entre otros puntos destacados a los que llegará con su música. “Hice mucho en Buenos Aires, pero siempre me quedé a vivir en el norte”. A pesar de ese arraigo, en marzo del año que viene llevará su música a diversos escenarios de Europa.
–No son pocos los artistas que modifican su sitio de residencia buscando optimizar distancias, tiempos y estrategias comerciales. En su caso, jamás se ha ido de su lugar de origen.
–Me quedé en Salta, pero la mayoría se vino a Buenos Aires o se instaló en Córdoba, en la mitad del país; por eso se nos dificultó viajar tanto.
–En términos artísticos, ¿es inspirador continuar eligiendo Salta?
–Allá está lo de uno, el dialecto propio y, además, es muy cerca el lugar del natalicio, donde tengo la fundación.
El músico nació hace 64 años en Paraje Rancho El Ñato, en la región chaqueña de la provincia de Salta. “Yo digo que la fundación es una ´fundición´, porque, prácticamente, la manejo yo solo”. En concordancia con esa idea de extender su mano solidaria, creó hace más de 20 años el Festival Solidario del Trichaco, que hoy permite ayudar a más de 40 escuelas rurales.
Con todo, deja entrever que, quizás, en un tiempo no muy lejano deba relegar esa acción de bien debido al desgaste que le produce. “Muchas veces dejé de hacer lo mío por ayudar. Los maestros me han metido en esto, ya que se trata de una zona totalmente olvidada”. Su campo de acción solidaria se desarrolla en las cercanías de las fronteras con Paraguay y Bolivia. “Lo hago porque ahí están los míos. Dios me premió con poder llegar a la gente”.
El cantor, en no pocos tramos de la charla, se referirá a su profunda convicción y fe en Dios. Invocación que vincula a algunos sucesos de orden místico que acompañan su tarea artística e inciden sobre sus fanáticos.
La música como paliativo
“Quiero seguir cantando hasta donde pueda, hasta cuando Dios diga. Me sigue la gente joven, hay chicos que se visten como yo”, dice con modestia y no poca certeza.
–Unas cuantas generaciones y un saludable recambio.
–También hay gente grande, de más de ochenta años, con problemas motrices, que se acerca para escucharme. Cómo no agradecerle a Dios todo eso. Le llego a la familia, estoy muy vigente.
El músico reconoce: “Dios quiso que saliera de mi lugar para ayudar”. Remarca una vez más su tarea social, vuelve a las divinidades y deriva la charla en algunas experiencias, por cierto, muy particulares que no son frecuentes en todos los artistas: “Me suelen pedir que visite a enfermos en los hospitales, pero no siempre salgo bien de esos lugares”.
El Chaqueño recuerda una experiencia acontecida en la ciudad de Ramallo: “Me llamó una señora joven que me pidió que fuera a verla antes de cantar, porque, al otro día, le cortaban la pierna. Fui y luego yo no podía cantar, me sentía muy movilizado”.
–No es para menos.
–También recuerdo a un chico muy enfermo en la ciudad de Plottier, en Neuquén. Hicimos un intercambio muy lindo con él, pero me decía: “No me cantes fuerte, me duelen los oídos”. Tenía una enfermedad grave. En otra oportunidad, visitamos a un niño que tenía un intestino agrandado, estaba lleno de cables, le cantamos y lloró hasta la médica. Me contaban que, cuando le ponían nuestra música, vencía el dolor. Pero, al tiempo, me llamó la madre para decirme que había fallecido.
Habla pausado, concentrado en su relato, sin banalizar las experiencias. No busca ubicarse en un lugar que no le corresponde, sino dar a entender que sus virtudes artísticas pueden ser una herramienta para transitar momentos críticos. “Son tantos los casos”, reconoce, dejando entrever que la asistencia a los enfermos no es ocasional, sino una de sus manifestaciones artísticas más comprometidas y frecuentes.
“Una señora de González Catán, luego de enviudar, entró en una gran depresión; sus hijos no sabían qué hacer. En una oportunidad, ellos le abrieron la ventana para que ingresara aire fresco y sol a su habitación y se filtró mi música. Ella preguntó quién era el artista y pidió que le compraran un disco. Con el tiempo, le fueron llevando más CD y hasta se acercó a un concierto. Me la presentaron, la abracé, sus hijos lloraron. Luego supe que, de a poco, fue saliendo de su estado de depresión. Ese tipo de recuerdos vale más que todo, es muy fuerte”.
–Imagino que es muy movilizador para usted y que le requiere una gran energía física y emocional.
–Otra señora que también tenía una gran depresión y quería terminar con todo, escuchó mi música y salió adelante, luego se convirtió en seguidora. Hemos servido para esa gente, no solamente para el que puede caminar y está bien, que también le agradezco que me siga, pero uno también trabaja para el que, prácticamente, está del otro lado.
“Simplemente soy un cantor”, remarca, desactivando otro tipo de connotaciones místicas, pero también sostiene: “Me han pasado cosas muy hermosas, como ir a un lugar donde a todos los demás artistas les llovía y a mí no. Ahí me digo: ´pucha, algo pasa´. Son cosas bonitas”.
–¿Qué será?
-Seguramente es Dios, no creo que esté encantado.
Hasta su amiga Graciela Borges le pidió una “intercesión”. Palavecino hace escuchar el audio del mensaje en el que la diva del cine nacional le solicitó un video dedicado a una amiga periodista que estaba enferma. “Te quiero mucho, Chaqueño de mi corazón. Espero que, cuando vengas a Buenos Aires, nos podamos ver”, remata con su voz inconfundible.
–Artistas populares como la cantante Gilda, una vez fallecidos, son venerados desde un paganismo que los ubica en un sitial “milagroso”. ¿Considera que algo de eso puede suceder con usted?
–No me lo imagino, eso depende de la gente. Uno pasó a ser ídolo de muchos, pero no creo que suceda algo así, estaríamos hablando de Carlos Gardel o Diego Maradona, aunque nunca se sabe. Ojalá en la otra vida, en la vida celestial, sepamos dónde y cómo estamos, pero nadie ha vuelto para contarlo. Todo tiene un final, espero que ese final sea lindo. Por otra parte, poder quedar en el recuerdo del público es muy bonito, hemos intercambiado alegrías.
Patria chica
La tarea social del Chaqueño Palavecino es tan intensa como su agenda artística. Sin embargo, no todas son flores. En el hacer también aparecen las voces críticas. Inevitable que no suceda.
–En su lugar de nacimiento, ¿es un vecino más o recibe el trato de “estrella”?
–Así como me quieren, también soy criticado. A veces, pienso que soy un legislador sin sueldo. Dios nos envió para hacer cosas para los otros, pero no se puede hacer todo. Soy una persona de fe y agradecido, Dios ha querido que salga de mi lugar para ayudar. Ya con la música hemos hecho bastante.
–¿A qué se refiere?
–Mi madre ha quedado viuda, llevo su apellido. Cuando era niño, uno buscaba cómo poner la cabeza para salir en la fotito. En mi zona no hay academias, todo tiene que ver con la vivencia de los mayores, escuchar y ser autodidacta.
–¿Cuándo se dio cuenta que quería dedicarse al canto?
–A los veinticuatro años. A esa edad me invitaron a cantar en una peña y me di cuenta que, luego de hacer una zamba, los aplausos eran favorables para mí.
En ese tiempo, el Chaqueño Palavecino trabajaba como chofer en la empresa de ómnibus La Veloz del Norte. “Llegaba a las peñas con mi ropa de colectivero”. La buena repercusión en aquella peña de un amigo lo estimuló a encontrar un lugar para grabar y profundizar su afición. “No fueron tiempos fáciles, tenía que dividirme entre la música y el trabajo en la empresa de colectivos, donde ganaba bien, pero llegó un momento donde tuve que elegir”.
–¿Cómo sucedió?
–Fue con la salida de “Amor salvaje”, que ya cumplió veintisiete años, andaba muy bien y eso me llevó a dejar.
–En simultáneo a la repercusión de “Amor salvaje”, ¿continuaba manejando ómnibus?
–Sí, ya sonaba muy fuerte en el norte y el centro del país, me llamaban de los festivales. Era difícil organizar todo eso.
–Los pasajeros quedarían desconcertados.
–Muchos se sorprendían. A veces, me ponía los walkman y escuchaba los casetes para cantar encima, pero no me daba cuenta que lo hacía muy fuerte y algunos pasajeros que querían dormir me hacían callar. Fue lindo, no lo recuerdo de una forma fea.
Sus compañeros, los amigos de verdad, los responsables de las peñas, le aconsejaban dejar el trabajo estable y dedicarse, finalmente, a la música, dada la buena acogida que ya iba teniendo. “Muchos veían en mí lo que yo no veía, era un obrero que había dejado de ´changuear´. Me costó irme, pero mal no me ha ido. Me fui bien de la empresa, le di la mano al jefe”.
Buenos Aires se le confirmó rápidamente. Las olas migratorias de las diversas regiones del país siempre conformaron un público tan diverso como gustoso se encontrar en estas latitudes algo de lo dejado en los terruños originales: “Así como hubo una inmigración europea, también la gente de todo el país llegaba a esta ciudad en busca de un porvenir. Buenos Aires está llena de provincianos y yo soy uno de ellos”.
En sintonía con esta realidad, Quién me quita lo cantado, su último álbum de estudio, es un homenaje musical a cada región de Argentina, abordando géneros como zamba, chacarera, gato, chamamé y carnavalito, entre otros. El material también formará parte de los conciertos de la gira nacional que iniciará en pocas semanas.
Con tantos años de trayectoria, los reconocimientos no se hicieron esperar. El codiciado Grammy, varios premios Gardel, el Chayero de Oro en La Rioja, el Camín de Oro en Cosquín y un reconocimiento de la Unesco por conservar las raíces, son algunas de sus cucardas.
–No es sencillo sostener una carrera durante cuatro décadas.
–Hubo de todo, hasta munición gruesa.
–¿A qué se refiere?
-Hubo un tiempo donde decían que me había adueñado de las tierras, pero ya está la resolución que tiene que salir. Donde nací hicimos escuelas, pozos de agua, iglesia, cancha de fútbol, que no son para mí, sino para la gente. No soy dueño de nada. Siempre he sido el chivo expiatorio de este tema.
–A partir de su obra social, seguramente lo habrán convocado para sumarse a la actividad política.
–Sí, claro, me han llamado de los tres partidos políticos de Salta y se los agradezco. Antes de la pandemia, gente muy fuerte de la política me ofreció ser diputado nacional, pero yo soy cantor.
–¿Quiénes le hicieron el ofrecimiento?
–Los renovadores, el radicalismo y el peronismo. Seguramente ganaba cómodamente, ya que, cuando me lo ofrecieron, se habían hecho mediciones, sabían que iba a andar bien.
–¿Por qué no aceptó?
–Considero que era algo muy serio, tendría que haber dejado de cantar y yo quería seguir cantando, hacer lo mío que amo y quiero.
–De hecho, con su obra solidaria, hay mucho de acción política.
–A mí me interesa lo social, lo hago y también golpeo puertas de los gobiernos de turno. Trabajo mucho con los hospitales, les pido a los médicos por enfermos que necesitan ayuda.
–¿De dónde viene esa vocación?
–Cuando era muy chico nos tuvimos que ir del Chaco porque mi mamá enfermó y no había médico para atenderla, terminó muriendo a los cincuenta años, cuando yo tendría unos diez. Pero siempre he vuelto a mi lugar, ahí levanté la fundación. Hice bastante, algunos no se dan cuenta lo que significa venir a Buenos Aires a hablar con un presidente, un ministro o un gobernador, dejando mi actividad y a mi familia de lado, pero estoy satisfecho con esa parte y también con lo que hice con el canto.
El músico menciona desde Mauricio Macri a Alicia Kirchner, pasando por Juan Manuel Urtubey, dejando en claro que golpeó todas las puertas y que, de los más diversos espacios, le han dado una mano para satisfacer las necesidades de la gente de su lugar. También remarca que el cantante Jorge Rojas lo ayudó en diversas acciones.
-Entonces, acción social lejos del partidismo político y seguir con la vocación artística.
-A veces, me bajo del escenario y la gente no se mueve, entonces tengo que volver a subir. Es muy lindo, misterioso; por eso agradezco y menciono tanto a Dios.
Sus conciertos suelen tener una duración promedio de dos horas y media, pero en una presentación en Cafayate batió el récord de cinco horas. “Para ver el amanecer”. De aquellas performances nació una idea algo alocada, o no tanto. “Quería llegar al Guinness cantando doce horas en el Obelisco, estando acompañado por varios músicos y hasta con médicos. Hoy no sé si podría hacerlo, tendría que ver hasta cuántas horas llego”.
–A mí me parece que usted no tiene límites y que lo logrará.
–¿Cómo se llamaba aquella película? El pájaro canta hasta morir.
Agradecimiento: Hotel Presidente (Cerrito 850, CABA)
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