César Isella, por partida doble
El cantautor publicó un disco con invitados y un libro de recuerdos de juventud
Al cantautor César Isella se le dio por recordar sus comienzos con el canto a través de un disco con músicos invitados y un libro de anécdotas. La cifra que elige, 50 años, lo merece.
Seguramente su cuenta empiece cuando era un chiquilín e ingresó en un grupo fundamental del folklore argentino: Los Fronterizos.
Claro que su camino no terminó ahí. Hubo después muchos discos, canciones (algunas famosas escritas con Armando Tejada Gómez) que ingresaron en el repertorio popular latinoamericano e historias con colegas y compañeros de ruta. Eso le permite hoy publicar, por Editorial Sudamericana, la autobiografía 50 años de simples cosas, bastante autocomplaciente, pero con varias entretenidas anécdotas y reflexiones sobre sus viajes y su música, y un disco que lleva el mismo nombre y tiene una larga lista de invitados (de Serrat, León Gieco, Teresa Parodi y Adriana Varela a Juan Carlos Saravia, Zamba Quipildor y el Chaqueño Palavecino; de los hijos de Isella, Fer y Luciana, a grupos de artistas "sin techo").
El disco, con una mayoría de temas propios, es muy variado. Y aunque al ver la lista de canciones y cantantes parezca un rejunte variopinto, cada tema tiene un arreglo muy cuidado y bien adaptado para que Isella haga dúo con sus invitados. Se destacan Serrat, que sin correrse de su estilo inconfundible interpreta "Resurrección de la alegría"; Saravia, con un tema de Gerardo López (a modo de homenaje a este fundador de Los Fronterizos), y el susurro de Teresa Parodi en "El amor te dejó". También hay una rara versión de "Canción de lejos" por Fer Isella. Excepto por algunas pistas, la producción es realmente muy cuidada.
El libro, de 222 páginas y 31 capítulos, pasa por distintos temas, desde el primer viaje de Isella a la Unión Soviética hasta un agradecimiento a Graciela, su compañera. Hay anécdotas de infancia, los años con Los Fronterizos, su simpatía por el Partido Comunista, los viajes durante su carrera solista por Europa y América latina, y comentarios acerca de la realidad social y política argentina, en diferentes momentos.
Hay muchos personajes: Li Mei, el recuerdo ruso de un amor chino; soviéticos que, por supuesto, "no comían niños"; travesuras de changuitos; un profesor de guitarra que fue protagonista de leyendas de bandidos; recuerdos de la Serenata a Cafayate o del exilio en Europa.
La mirada a veces pícara y otras cándida de algunos artistas cercanos a Isella aparece con frecuencia. Se habla de Atahualpa Yupanqui, César Perdiguero, Manuel Castilla, Antonio Carrizo, Enrique Cadícamo y Silvio Rodríguez, entre muchos más.
Isella también opina sobre varios temas. Hace una defensa de los derechos de los autores y compositores y habla de su paso por Sadaic. Luego vuelve a su infancia con una anécdota del día en que cantó para Evita. Y más adelante recuerda el asado con Perón en Puerta de Hierro que no pudo ser.
Si tuvo la oportunidad de comer asado con algún otro ex presidente argentino, no hay anécdotas al respecto. En general, el libro recorre situaciones entre las décadas del cincuenta y del ochenta. Son pocos los comentarios de los noventa en adelante. Quizá para otra publicación hable de su trabajo con músicos de la calle y de Soledad Pastorutti, a quien le dio el primer empujón en el camino profesional como padrino artístico.
Esta autobiografía, si bien profundiza en algunos momentos de su vida, puede ser entendida como un anecdotario donde Isella siempre cae bien parado, con recuerdos en su mayoría felices o de esos que no lo son tanto pero que el tiempo puede teñir de nostalgia para ablandarlos.
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