El cantante festeja los 50 años de uno de sus grandes clásicos, “Toda una noche contigo” y repasa su carrera, siempre fiel a la música romántica
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Tiene apellido patricio y apodo de fruta. Extraña combinación. Como músico, conquistó al público de varias generaciones. No perteneció al mundillo del rock ni al de la música melódica, pero sus canciones románticas hicieron suspirar a incontables corazones. Y lo siguen haciendo. Acaso los shows con los que celebra las cinco décadas de una de sus canciones más famosas, “Toda una noche contigo”, dan cuenta de que hay gente que tiene ganas de seguir suspirando. El jueves 7 de diciembre tendrán una nueva oportunidad de seguir haciéndolo, en el Auditorio de Belgrano, con las canciones de César “Banana” Pueyrredón.
Lo de “Banana” viene por el grupo que lideró cuando apenas abandonaba la adolescencia. La palabra, en aquellos tiempos nuevaoleros, sonaba a algo canchero y luego, cuando César comenzó su carrera solista no pudo (o no quiso) desprenderse de aquel apodo. Después de todo, esas canciones de finales de los 60 y principios de los 70 también se reciclaron y llegaron a la radio y a los casetes que consumía el público adolescente de las décadas del 80 y del 90, en sus walkmans.
César tuvo el privilegio de atravesar al menos un par de décadas cantando temas (sin que se vieran como hechos nostálgicos) para enamorados. Desde “Toda una noche contigo” hasta “Conociéndote”, pero también “Cuando amas a alguien”, “No quiero ser más tu amigo”, “Tarde o temprano” y “Ella está con lágrimas en los ojos”, entre muchas otras que estrujaron corazones.
Y todo aquello lo logró haciendo su propio camino, aun cuando desde el mundillo melódico lo vieran como un popero y, desde el rock, como un cheto romántico. César pone todas sus cartas sobre la mesa. Ser el menor de ocho hermanos. El deseo unívoco de dedicarse a la música. Los momentos para arriesgarse y aquellos en los que buscaba el orden para avanzar. La infancia con piano en el altillo de la casa familiar (una de buen pasar económico) y los problemas que debió afrontar décadas después, para seguir con sus planes en la música. Toda esa historia está vista hoy, en perspectiva.
Tiene decenas de anécdotas para recordar. Desde situaciones de shows hasta momentos de la industria de la música. “Entre el 93 y el 97 la industria discográfica se cayó a pedazos y eso me tocó –recuerda-. Me costó adaptarme a los nuevos tiempos. Cancelé el contrato que tenía con BMG, eso fue un fangote de plata y tuve que salir a vender mi departamento. Pero todos aprendemos de eso. Usamos la cabeza para salir de los momentos críticos. Si salís de eso te hacés más fuerte”.
–Ahora las cosas no parecen estar mejor.
–Entre mis colegas de música vas a encontrar de todo. Y yo, que soy radical, tengo la cabeza quemada. Lo constante en mi vida ha sido la música. Las canciones románticas y el hecho de que estoy celebrando el 50° aniversario de “Toda una noche contigo”. Pegué en nuevas generaciones en momentos diferentes. Fue así. Experimenté y volví a mis éxitos. “Conociéndote” es una canción que hoy chicas de 16 años conocen y yo la compuse en el 72 cuando ellas no eran ni siquiera un proyecto. Ahí, el calendario ya no importa. Y me pruebo a mí mismo que produzco cosas que se mantiene en el tiempo a pesar de los caótico que el país nos propone.
–¿Lo pensás para que ocurra o, simplemente, surge?
–Me pasó que hice canciones que sentí que no iban a tener repercusión y la tuvieron. Me pasó con “Más cerca de la vida”, tema que usé para titular a un álbum. Tenía unos tanques al lado, como “Cuando amas a alguien”. Sin embargo, a “Más cerca de la vida” no le costó coprotagonizar en ese álbum. Eso me dio la pauta de que podía también hacer canciones no tan románticas de pareja, que podía abrir el espectro. El público me dio el aliciente para seguir escribiendo.
–Llegaste a adolescente de distintas generaciones y no lo hiciste desde movimientos con el del rock argentino. ¿Esa es otra de las características llamativas de tu carrera?
–Son cosas en las que se piensa a veces. En el 93 me fui a grabar a Miami y allá me dijeron que las baladas nuestras no eran como las mexicanas; las nuestras tenían mucho de rock. Yo no soy un cantante melódico a la manera del Caribe. Soy cantante de baladas con la impronta del rock nacional. Ese gran abanico que es el rock nacional, que incluye al pop. Los tipos grandes del rock argentino hablan con respeto de mi música. Y hemos hablado de esto. Mis temas, los de Lerner, Manuel Wirzt o Diego Torres son baladas más a la manera “brit”. “Conociéndote” es eso.
–¿Cuánto influyó la gramática musical en inglés durante el tiempo que viviste en Canadá, cuando se mudaron por el trabajo de tu padre?
–En la primera casa que alquilamos cuando vivimos en Canadá había un piano de cola. Fue antes de que se buscara lugar definitivo para la embajada argentina [su padre, Ricardo Honorio Pueyrredón Meyans, fue publicista, escritor y embajador durante el gobierno de Arturo Umberto Illia]. Yo tocaba y mis viejos me pedían que tocara tangos. Yo los tocaba de oído. En ese momento, a los 12, cuando sonaban Los Beatles, meterme en el mundo del tango también me tocó un poquito. Fui resultado de este gran cóctel de rock británico, norteamericano, del argentino, del bolero, el tango y el folklore. Buenos Aires es una esponja y estamos acostumbrados a eso.
–¿Ser el hermano menor es una ventaja o una desventaja?
–Sos el más mimado y el más olvidado. No te digo que me pasó lo de la película Mi pobre angelito, pero han estado en el auto para salir de vacaciones y alguien preguntó: ¿Y César? Esas cosas pasaban. Y yo estaba jugando solo. Introvertido, tímido. Por eso digo que la música me salvó. Repito mucho esto de que me sacó la timidez. El piano me permitió volcar mi mundo interior. Después están las diferentes habilidades de cada uno para aprender y seguir. Yo cuando terminé el colegio me puse a estudiar música, a instancias de mi padre. Mi viejo era publicitario, era creativo. Yo hubiera sido músico igual aún si él hubiese sido escribano o militar. Pero me sirvió mucho que fuera creativo para entender cuando yo estaba cantando hasta las 3 de la mañana en el altillo de la casa de Palermo, donde estaba el piano. Mi vieja se preocupaba por los vecinos y él le decía: “Dejalo, está componiendo”. Al los 15 años yo ya estaba vociferando. Y como decís, ser el último también tuvo implicancias en esto.
–Y fuiste “jefe” a pesar de ser tímido y el más chico.
–Un líder positivo. Soy agrupador, estructurador, apolíneo. Eduardo Berti, que escribió mucho sobre el rock nacional, dice que están los músicos o los grupos apolíneos y ordenadores, y los dionisíacos, disruptivos, que tiran para adelante. Cuando se juntan las dos fases, funciona perfecto. Uno alimenta al otro. Yo tuve mi etapa experimental en Banana, hasta el 81. Y luego, mi fase apolínea ordenó todo eso y salió un tema como “Aún es tiempo de soñar”. Desde chico me acostumbré a ordenar caos. Eso te hace jefe. Naturalmente te tira a liderar.
–¿De no haber sido así no habrías llegado a los que sos hoy?
–No sé. Habría sido de otra manera. Me hubiera dedicado a otra cosa. Habría hecho música progresiva, tipo Genesis, solo para mis amigos. Me gustaba el rock progresivo, como a todos. Pero también me gustaba Manzanero, Beatles o Whitney Houston. También tuve una influencia rara, a partir de mi experiencia de los 17 años. Cuando estaba grabando mi primer disco con Banana, Ha llegado al mundo, llegué al estudio y estaban mezclando el tema de Piazzolla y Ferrer “Balada para un loco”. Escuchar a Piazzolla a los 17 para mí fue tan conmovedor como escuchar a los Beatles, a los 12. Me di cuenta, con la espalda apoyada en la pared del estudio, que tenía un compromiso con eso, aunque no sabía de qué manera. Porque eso era mío también. Tenía que ver conmigo. Me debo un poco a la cosa nacional. Y ahí temas como “Felicidad, no tienes dueño”, que me salió tanguera. ¿Por qué? Porque me salió así y porque me lo dijo Virgilio Expósito, en Sadaic. Tenía algo de canción urbana.
–¿Cuándo encontraste tu sonido? Si es que un músico realmente lo encuentra o va cambiando con el paso del tiempo.
–Traté de no ser meloso ni caer en lo vulgar. Me refiero a acordes y melodías. Luis Salinas dijo hace poco que hago canciones con melodías simples y armonías más complejas. Y hay un poco de verdad en eso. Nunca estudie jazz, pero sí composición en la UCA y eso me dio un panorama. Me abrió la cabeza. Y también para ver como autores clásicos resolvían temas como el equilibrio. Es interesante saber cómo hicieron las cosas Mozart, Beethoven o Debussy. Bach encontró hace siglos el equilibrio en sonidos. Siglos más tarde, tengo la sensibilidad para entenderlo y valorarlo. Eso también me pasa con un cuadro de Cézanne en el MOMA. El arte humano asombra.
–¿Qué te queda pendiente?
–Me falta grabar con una cantante extrajera de carácter, al estilo de Whitney Houston o Celine Dion. Me quedé con ganas de hacer algo importante afuera.
–¿Cuáles fueron las experiencias más lindas?
–Arriba del escenario, miles: pegar mucho con la gente. Lo que estamos recreando ahora, los 50 años de “Toda una noche contigo”. Me ha costado cantar de lo emocionado y por lo que me devolvió la gente. Al final del show la gente se queda en el hall del teatro cantando los temas. Y sabés que me llama la atención, que las cantan en la misma tonalidad. Hay chicas de cuarenta y pico que celebran un aniversario yendo a ver Pueyrredón, el que les musicalizó su viaje de egresadas en los noventa. Pasa mucho eso. Los álbumes de mi época más fuerte, del 87 al 92, son los que integran Más cerca de la vida, Ser uno mismo y Tarde o temprano. Pero hay otro momento más íntimo. Una vez me invitaron a cantar para una asociación de sordomudos. Había unos 300 chicos. Yo cantaba y ellos sentía la vibración de la música, leían mis labios y tenían traductoras de lenguajes de señas. Terminé llorando. Ese día aprendí que la música no es el sonido. Es algo mental. Está antes del sonido. Y está en una energía. Los que tenemos el privilegio de oír lo transformamos en sonido y eso nos emociona. No había sonido, la música estaba igual. Y eso fue para mí muy fuerte. Nos emocionamos con una música que no se podía escuchar. Después también te emocionan los teatros llenos o cantar para dos personas, como una vez que toqué para un aniversario, en el living de una casa. Vivís la emoción de otra gente. Eso es lo que le da el sentido hacer música popular. De eso se trata. Si lo logro hay un sentido.
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