Cerdos que vuelan, piojos que cumplen años... y australianos en retirada
Pasen y disfruten del gran circo del rock; como dice Charly, la entrada es gratis, la salida vemos
Aniversario piojoso
Esta semana se cumplieron veinte años de la publicación de Tercer arco, el álbum de Los Piojos publicado en 1996. A fuerza de hits todoterreno (“El farolito”, “Verano del 92”, “Maradó”, “Todo pasa”), la banda de El Palomar logró traspasar las fronteras del fenómeno de nicho que había cultivado con sus dos primeros discos para empezar el incesante peregrinaje a su masividad, con una primera presentación en sociedad con dos funciones en el estadio de Obras Sanitarias en septiembre de ese año. Con este disco, el grupo liderado por Andrés Ciro hizo también su aporte en el 96 a la consolidación del rock de estadios como parte de un tridente ofensivo compartido con Luzbelito, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y Despedazado por mil partes, de La Renga. Todo un palo, ya lo ves.
Björk, en ceros y unos
Se sabe que a la artista islandesa le gusta empujar los límites artísticos y creativos, en busca de un balance entre lo orgánico y lo artificial, el hombre y la máquina. Como prueba de esta búsqueda la cantante participó de la apertura de Björk Digital, una muestra dedicada al universo privado de sus dos últimos discos, y lo hizo de una manera atípica. En vez de acudir al Somerset House londinense, lugar de la muestra, Björk fue parte del evento en forma de avatar animado en 3D a través de un sistema basado en su voz y sus movimientos, registrados desde su casa en Islandia. En forma de ninfa tecnicolor remarcó cómo cada avance tecnológico (las laptops primero, los dispositivos táctiles después) condicionó su manera de explorar el arte, y dio pistas de por dónde rumbeará su nuevo disco: "La realidad virtual está ayudando a crear un nuevo estado de políticas en donde el sonido y la visión pendulan libres en 360 grados”. Si no se entendió, a esperar.
El cerdo de Pink Floyd sigue volando
En 1975, la banda liderada por Roger Waters y David Gilmour tomó por asalto la central eléctrica de Battersea, en Londres, para atar a sus chimeneas un cerdo inflable de dimensiones considerables. La postal quedó inmortalizada en el arte de tapa de Animals, de 1977, y desde entonces el animal se volvió un recurso escénico tanto de la banda como de sus dos principales usinas creativas durante sus shows en vivo. El miércoles, Algie (el cerdo en cuestión) volvió a transitar los cielos de la capital inglesa, esta vez desde la puerta del museo Victoria & Albert para anunciar These Mortal Remains, una retrospectiva de la carrera de Floyd. Quienes estén en Londres entre mayo y octubre del año próximo tendrán la posibilidad de ver allí instrumentos, posters, manuscritos, un show de láser y material inédito en vivo. Eso sumado a verlo a Algie en las alturas, claro.
Un futuro incierto para AC/DC
La banda australiana de hard rock tuvo que surfear con varias adversidades en los últimos años. Primero, el guitarrista Malcolm Young debió retirarse de los escenarios por padecer demencia; al poco tiempo, el baterista Phil Rudd dio un paso al costado para afrontar un juicio por posesión de drogas e intento de asesinato; luego, el cantante Brian Johnson también abandonó el barco por problemas auditivos (aunque él opina que lo invitaron a retirarse) y fue reemplazado por Axl Rose. Ahora llegó el turno del bajista Cliff Williams, único miembro original en el grupo junto al guitarrista Angus Young, que declaró no querer ser más parte de AC/DC una vez que termine la gira en la que se encuentra la banda en este momento, a la que describió como “un animal cambiado”. Irónicamente, el que sí está dispuesto a regresar es Rudd, pero con la estricta condición de que el vocalista de Guns N’ Roses no sea de la partida. En una entrevista con el diario New Zealand Herald, el batero declaró: “Si Angus quisiera que yo tocara con ellos, dependería sólo de él, pero no quiero hacerlo con Axl Rose. No me parece bueno”.
El día en que el Jefe le dijo que no al Delgado Duque Blanco
Cuesta imaginar a alguien diciéndole que no, mucho más si la persona encargada de la negatoria es Bruce Springsteen. Pero pasó. En el último número de la revista británica Uncut, el productor Tony Visconti, eterno allegado al autor de “Ziggy Stardust”, reveló que Bowie tenía planeado grabar la canción “It’s Hard To Be A Saint In The City”, compuesta por Springsteen, para su álbum Young Americans, de 1975. Para contar con su visto bueno, el músico británico invitó al Jefe al estudio, en Filadelfia, en donde estaba grabando el álbum. Le mostró su versión y, según Visconti, sólo se limitó a mirarlos con cara de póker sin emitir palabra. A los pocos minutos, ambos músicos se reunieron por separado en otra habitación, y si bien los ánimos estaban menos caldeados, Bowie abandonó el proyecto. “David y yo nunca volvimos a trabajar en el tema, aunque creo que la terminó con otra persona en algún momento”, dijo Visconti, y tiene razón. El tema apareció en el compilado Sound + Vision, en 1989, y también será parte de la caja Who Can I Be Now 1974-76, que se publica el 23 de este mes.
Inspiración sí, plagio no
Para algunos, en la música ya está todo inventado, lo que hace imposible evitar referencias a otros artistas. Pero para la justicia estadounidense, todo tiene un límite. En marzo de 2015 un tribunal condenó por más de 5 millones de dólares a Robin Thicke, Pharrell Williams y el rapero TI al considerar que su canción “Blurred Lines” era más que demasiado parecida a “Got to Give Up”, de Marvin Gaye. Ahora, un colectivo de más de 200 artistas encabezado por Earth Wind & Fire, el líder de Weezer, Rivers Cuomo, Linkin Park, Hans Zimmer y Tears For Fears, entre otros, publicó una carta abierta pidiéndole a la justicia que revierta su fallo. En el documento los firmantes se manifiestan “preocupados por los efectos adversos sobre su propia creatividad, en la de futuros artistas, y en la industria de la música en general, si se permite que la sentencia siga su curso”. Para los músicos, “la eliminación de cualquier punto de vista significativo para trazar la línea entre la inspiración y la copia ilegal se sofoca la creatividad y se impide el proceso creativo. La ley debe establecer normas más claras para que los compositores puedan saber cuándo se cruza la línea, o al menos dónde está la línea”.
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