Celsa Mel Gowland fue una suerte de ángel del rock under de los años 80. En esos años creó Metrópoli y formó parte de Fricción, cantó con Virus, acompañó a Luis Alberto Spinetta en la gira de Privé y grabó clásicos de Soda Stereo como "Persiana americana" y "Prófugos". Fue una de las cantantes que participaron de la inauguración de Cemento, susurrándole al oído de cada uno de los que iban ingresando al local los versos de "Good Morning Heartache", de Billie Holliday, y allí también hizo una performance con su grupo femenino Las Meninges, durante un cumpleaños de Pedro Aznar, en la que lanzaba chupetes ensangrentados extraídos del interior de una docena de pollos mientras entonaba partes de La flauta mágica, de Mozart. Cantó diez años junto a Diego Torres y solo una noche, pero muy especial, con Deep Purple y la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires. Giró por todo el país con Fito Páez y también con Sandra y Celeste. Por si fuera poco, Mel Gowland se recibió de bióloga de muy joven y, ya más grande, cursó una maestría en Políticas Sociales. En 2014, asumió como vicepresidenta del Instituto Nacional de la Música (Inamu) y cuatro años después escribió el primer borrador e impulsó el proyecto de Ley de cupo femenino y acceso de artistas mujeres a eventos musicales, sancionado por el Congreso en 2019. Pero antes de empezar la tercera y última entrevista que le hice a lo largo de doce meses, quiere dejar algo bien en claro: "Cómo decirlo... Ahora que estoy más en los medios por causa de lo de la ley, es como que se interesan por lo que yo hice en la música, ¿no es cierto? Pero si yo tuviera que hacer un balance de los 25 o 30 años de actividad musical que llevo y decir qué le aporté al rock o, específicamente, a la música argentina, creo que lo más importante fue haber luchado por una Ley Nacional de la Música junto a tantos otros colegas, haber podido hacer la Ley del Día Nacional del Músico y que el cumpleaños de Luis Alberto sea nuestro día y, al mismo tiempo, haber obligado, por así decirlo, al Poder Ejecutivo a difundir la obra de Spinetta en las escuelas artísticas del país y, por supuesto, ser parte del colectivo que impulsó la Ley de Cupo, que va a cambiar la realidad para tantas músicas que vendrán en el futuro. Todo esto es mucho más importante que haberle hecho coros a Soda Stereo, ¿me entendés?".
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La primera vez que vi a Celsa debajo de un escenario no la reconocí. Fue en octubre de 2017, en las oficinas que por entonces alquilaba el Inamu en Balcarce al 300. Había ido a escuchar algunos de los "descubrimientos" que habían hecho en el Instituto tras la recuperación del catálogo de Music Hall: una grabación de Ástor Piazzolla de 1955 y las cintas originales del debut discográfico de Los Gatos Salvajes de Litto Nebbia, entre otros. Toqué el timbre y detrás de la puerta apareció enseguida una mujer de pelo rojizo, delgada y elegante, que me recibió y acompañó hasta la oficina donde me esperaban el presidente del Inamu, Diego Boris, y el ingeniero Gustavo Gauvry. Luego, volvió a sentarse en su escritorio, ubicado en el medio del hall central, casi como el de una recepcionista, a seguir trabajando. Como John Travolta al toparse con los imitadores de celebridades del Jack Rabbit Slim en Pulp Fiction, me quedé girando sobre mí mismo, pensando si esa mujer que hizo de secretaria en mi entrada era o no era la vicepresidenta del Inamu, la misma a quien había visto infinidad de veces arriba del escenario en mi adolescencia, en Prix D’ami, en Palladium, en La Capilla. Se la veía ocupada, trabajando sobre una pila de carpetas y papeles, y no me dio para interrumpirla. Dos horas después, al dejar las oficinas un tanto avergonzado por no haberla reconocido, intenté acercarme cuando volví a pasar cerca de su escritorio, pero seguía concentrada en lo suyo y ya no tuve oportunidad de redimirme. Que una cantante de la voz y la trayectoria de Celsa Mel Gowland estuviera allí sentada, rodeada de papelerío burocrático, y se moviera en ese entorno con total naturalidad, sin ningún tipo de divismo, me dejó recalculando. "Cuando recién asumimos en el Inamu, ella como vicepresidenta y yo como presidente, no teníamos estructura ni fondos ni nada y con Celsa alquilamos la primera sede, sin muebles, sin computadoras, pagando el alquiler de nuestro bolsillo", cuenta Diego Boris, al frente del Instituto desde su creación. "En esos cuatro años Celsa trabajó a la par con total honestidad, sin divismo y desde el compromiso profundo. No es común ver a músicos haciendo el trabajo burocrático que implica este tipo de organización. Celsa es una artista que cantó con Spinetta, con Fito Páez, con Soda Stereo, pero que si se tenía que quedar hasta la madrugada revisando normativas, lo hacía con una dedicación fuera de lo convencional, y si había que limpiar la oficina, era la primera que se arremangaba. Es una artista completa, con un compromiso que va más allá de cualquier situación formal, inclusive si se quiere de manera desmesurada, con tal de poder dar respuestas a la problemática que tienen los músicos hoy". A Mel Gowland la nombraron vicepresidenta del Inamu en marzo de 2014 y sostiene orgullosa que "durante los cuatro años de mi gestión laburé de lunes a lunes, catorce horas por día. A mí me encanta la gestión, hacer cosas, organizar. Por eso, cuando me fui del Inamu, enseguida me puse a armar la ley de cupo". ¿Te fuiste del Inamu para concentrarte en eso? No, me fui porque había cumplido mi mandato. A mí me había nombrado Cristina (Fernández de Kirchner), porque el Inamu es un ente público no estatal, que tiene mandato cruzado: te nombran a la mitad de un período de gobierno y el cargo es por cuatro años. La ley fue hecha así con la finalidad de que el Instituto no dependiera de los vaivenes de los cambios de gobierno. Nosotros nos quedamos a terminar nuestro mandato y cuando terminó me ofrecieron continuar, pero no acepté. ¿Por qué? ¿Por qué? Ehhh... Porque no, porque no quería en mi línea de vida un nombramiento de Mauricio Macri. Me quedé a terminar mi mandato, porque estábamos a la mitad de la primera experiencia de fomento del instituto y hubiera sido muy malo para esa construcción, que nos había llevado tantos años, abandonar en ese momento. Una vez que se cumplió el ciclo, me fui. Pero ahora voy a empezar a trabajar otra vez con el Inamu, a cargo del Observatorio de la Música Argentina, que es un proyecto que presenté en 2016 y no lo habíamos podido llevar a cabo. Tenemos casi 60.000 músiques registrando proyectos en el Inamu y es una base riquísima para saber qué nos pasa como músicos, qué necesitamos, qué tenemos... Y además voy a estar detrás del cumplimiento de la Ley de Cupo.
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Celsa Mel Gowland nació en Flores, el barrio en el que todavía vive, y en una casa señorial similar a esta que ahora comparte con su pareja y sus dos hijas. Sentada en el amplio living de su hogar, asegura que el primer disco que compró con sus ahorros fue un simple de Janis Joplin, con "Cry Baby" de un lado y "Me and Bobby McGee" del otro. "Lo escuchaba una y otra vez y cantaba arriba de Janis. Ella es por quien yo me hice cantante. También cantaba arriba de Sandro. Aprendí muchísimo de Sandro y lo admiro ferozmente". Pero Celsa confiesa que no se dio cuenta de que cantaba bien hasta que comenzó a estudiar en la Facultad de Ciencias Exactas. Fue en una de esas extensas jornadas de estudio en grupo, cuando uno de sus compañeros, no casualmente hoy su actual pareja y padre de sus hijas, le insistió para que estudiara canto, que lo hacía muy bien. "Eso fue lo que hice y entonces ahí empecé a conocer a músicos y a relacionarme con jóvenes artistas de aquí y de allá". Así fue que se sumó a la agrupación Inquilinato, un colectivo músico-teatral del que participaban, entre otros, Miguel Zavaleta, Daniel Melingo y Andrés Calamaro. "Era la época del Ring Club, de Bubu y de cuando la música era performance, era teatro, era danza y estaba todo junto, como en el inicio de los Redondos. De ahí Miguel me llevó a Suéter a hacer coros, con Fabiana Cantilo. El otro día, en uno de los encuentros por la Ley de Cupo, nos acordábamos de aquella primera vez con Fabi y le contaba que había recibido de su parte uno de los dos mejores consejos que me dieron para estar sobre un escenario. Era mi primera vez en un show y compartíamos escenario con MIA, en un homenaje a John Lennon, a un año de su muerte. El público de MIA no entendió la propuesta irónica de Miguel y nos empezó a tirar monedas. Yo me aterré y Fabi me dijo: ‘Nena, si no te lo creés vos, no se lo cree nadie’". El otro mejor consejo se lo dio, unos años después, Federico Moura: "Nunca te mires a vos misma cuando estás en un escenario. Donde deposites tu mirada sobre vos, vas a haber perdido total conexión con la música y con la gente". Rara avis de la prolífica y mítica escena underground de los años 80 en Buenos Aires, Mel Gowland rescata la "explosión de creatividad" de aquella época y, por sobre todas las cosas, el espíritu de búsqueda de toda una generación que redescubría los beneficios de la democracia. "La música en esos días estaba muy ligada al teatro, a la danza y a lo performático. Y recuerdo que todo el mundo ensayaba mucho y todos querían tocar bien. Primero tocar bien y después encontrar un sonido. Eso sucedió en los 80, algo que después fue reemplazado por otro proceso de la música en los 90, donde se impuso el lo-fi y donde ya no importaba tanto tocar bien". Celsa grabó su primer disco como corista de Suéter y poco después conoció a quien se convertiría en una compañera inseparable, Isabel de Sebastián. "Ella recién había dejado a Las Bay Biscuits y estaba buscando una coequiper para armar una banda. Pusimos un aviso en la Pelo o en la Expreso Imaginario, no me acuerdo, en el que pedíamos dos guitarristas. Ahí aparecieron Ulises Butrón y Richard Coleman y armamos Metrópoli, que enseguida se convirtió en una suerte de grupo de culto del under porteño. Con Isabel nos divertimos muchísimo". Desde Nueva York, Isabel de Sebastián confirma su relación fraternal con Celsa y confiesa identificarse con ella en "eso de haber usado diversos sombreros en la vida. Celsa es polifacética: cantante, docente, productora, gestora cultural y bailarina. Es apasionada, visceral y perfeccionista. Tiene una vitalidad arrolladora, va de frente y está siempre un paso más allá, porque es muy inteligente y comprende los terrenos en donde juega. Es de esas amigas que siempre está, y es la artista mujer con la que he recorrido más caminos en la vida. La música argentina tiene suerte de tener la energía y la integridad de Celsa al servicio de su fomento". Tras la disolución de Metrópoli (que dejó dos discos y un hit como "Héroes anónimos" que aún suena en las radios), Coleman la invitó a sumar se a su proyecto más personal, Fricción. "Ella me aportó una manera de trabajar muy profesional", dice Coleman. "Su color de voz siempre me gustó mucho, porque no es la voz aguda femenina, sino que tiene un registro más grave. Es sin dudas el registro femenino que más me gusta. Trabajamos juntos durante 1986 y sumó mucho a la banda, también tocando teclados, pero en un momento retomé la idea original de Fricción, más rockera y más fuerte, y los coros y teclados quedaron un poco forzados. Dejamos de laburar, pero con el tiempo perduró la amistad". Respetuosa y reservada al extremo, Celsa asegura no recordar bien por qué se fue de Fricción, incluso luego de haberle puesto su voz al corte de difusión del primer álbum del grupo, "Autos sobre mi cama", pero desliza al pasar que en algún momento alguien le aconsejó a Coleman que la banda no podía tener dos cantantes. "Y Fricción era su grupo". ¿Algún reproche? Para nada. "Yo me divertí en la música. Perdí mi tiempo viviendo y siempre fui como un gusanito en la arena: voy por acá y si hay un escollo, doblo y voy para otro lado. Además, tuve muchos intereses en mi vida, no solamente la música". Moviéndose a su gusto, por esos días el gusanito se cruzó entonces con Virus, con Soda Stereo y con Spinetta. "Cantar con Luis Alberto fue el punto más alto de mi carrera, porque él representa para mí, y para muchos, una manera de ser y estar en el mundo de la música. Luis Alberto no hizo nunca ningún tipo de concesión a la hora de crear y realmente su búsqueda era la de la estrella. Fue constante y hasta el último momento y todavía hoy estamos escuchando sus maravillas". ¿Tuviste que dejar de estudiar? No, terminé Biología. La última materia la di mientras grababa Signos, de Soda Stereo. Me acuerdo que cantaba mis partes y cuando tocaban los otros músicos, yo tenía desplegadas mis hojas para estudiar porque tenía que rendir. Me recibí laburando con Soda. Laburé un año y pico en el Instituto de Limnología de La Plata, haciendo biología de agua dulce, pero después la vida me fue llevando a que mis ingresos fueran por cantar... Los inicios en la carrera de investigador son ad honórem, al menos hasta que te dan una beca del Conicet. Yo iba a La Plata a laburar, vivía acá en Flores, era muy sacrificado, y ya cobraba bien por cantar. ¿Cómo era ser mujer en el rock de esos años? Cuando nos pusimos a luchar por la Ley de Cupo, de casualidad encontré en casa una nota, de 1989, del Suplemento No, de Página/12. Ahí nos hacían una entrevista a las mujeres del rock que estábamos medio visibles: Claudia Puyó, Hilda Lizarazu, Celeste Carballo, María Gabriela Epumer y yo. Celeste en la nota discutía conmigo y con Hilda porque decía que nos discriminaban, que nosotras no nos dábamos cuenta, que éramos más chicas. "¿Te parece, Celeste?", le decíamos. "Nosotras queremos cantar y tocar y ocupamos los espacios". Pero ella insistía en que no nos dábamos cuenta, que nos relegaban a ser solamente cantantes o coristas. "¿Dónde están las bateras, dónde nos dan lugar para tocar los caños?" Era verdad. Encima Celeste sufría doble discriminación y nosotras estábamos en babia, por así decirlo, no nos dábamos cuenta, pero ella en 1989 ya nos hablaba de cómo nos discriminaban a las mujeres. ¿Vos todavía no lo veías así? No. Por ahí lo podía percibir, pero no tenía la sabiduría para analizar lo que podemos analizar hoy. Que Patricia Sosa te confiese que se masculinizó en el trato con los músicos, siendo ella una mujer delicada, suave, componedora, te habla de eso. Ella se tuvo que masculinizar, ser aguerrida, para poder ser alguien en el ambiente. Las que pudimos manejarnos en ese ámbito lo hicimos a base de tener mucho carácter. Y eso no es justo. ¿Por qué otras mujeres que no son de armas tomar no podían abrirse paso? Había una especie de selección natural y no quiero ser vulgar, pero si te plantabas y los mandabas a la mierda, entones te respetaban. Y eso no es justo.
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A fines de 2018, en la cuenta de Facebook de Isabel de Sebastián, varias músicas comenzaron a debatir acerca de las grillas de los festivales y de la falta de espacios para las mujeres en los escenarios. Un mes más tarde, un nuevo tributo a Spinetta en el que participaron "19 músicos y ninguna mujer" volvió a encender la alarma en las redes y Mel Gowland, aún en el cargo de vicepresidenta del Inamu, sumó otro dato revelador, sobre la casi nula presencia femenina en el regreso del festival B.A. Rock: "Programaron 68 bandas de hombres y había solo nueve mujeres, si contabas las coristas. O sea, aproximadamente 250 varoncitos y nueve chicas". Esa fue la génesis del colectivo X Más Músicas Mujeres en Vivo, desde donde se llevó adelante un exhaustivo análisis de la programación de 46 festivales de todo el país, de diferentes estilos y géneros. Los datos recolectados fueron contundentes: de 1.611 artistas y bandas que participaron en todos esos festivales, menos de 160 estaban lideradas por mujeres. Menos del diez por ciento del total. El primer encuentro con Celsa para esta entrevista fue por esos días, mientras la cantante buscaba apoyo aquí y allá para el proyecto que pedía la presencia de un mínimo del 30 por ciento de mujeres en toda actuación que convoque a más de tres agrupaciones musicales, en una o más jornadas, en ciclos y en programaciones anuales, sean privados u organizados por el Estado. "Es un reclamo que va más allá del género y que pone el foco en lo laboral. Porque todas las mujeres talentosas argentinas que no están pudiendo subir a un escenario son mujeres que no están pudiendo cobrar sus derechos de autor, que es el salario de un compositor", decía en aquel momento. "Un chico y una chica de 18 años que salen de la escuela pensando en hacer una carrera musical no tienen hoy las mismas oportunidades. El chico, con talento, con mucha suerte y mucha dedicación, a los 28 años puede ser Lisandro Aristimuño. La chica seguramente tarde el doble de tiempo y recién a los 38 pueda llegar a ser reconocida. A la mujer le cuesta muchísimo más". Desde entonces, el colectivo liderado de manera horizontal por músicas de distintos géneros y diferentes franjas etarias (entre ellas Mel Gowland, Mavi Díaz, Carolina Peleritti, Elbi Olaya, Lula Bertoldi, Lucy Patané, Mariana Bianchini y Luciana Jury) impulsó el proyecto de ley de cupo femenino. "Comenzaron a organizarse agrupaciones de mujeres músicas en todo el país y fue por ellas que finalmente la ley se aprobó. Ellas fueron las que hicieron la presión necesaria sobre sus legisladores y con una llegada mucho más directa que la que podíamos tener nosotras. Si bien acá había una mesa de músicas referentes, sin la presión de las pibas de las provincias, la ley no hubiera llegado a buen puerto", asegura Mel Gowland sobre la aprobación de la ley, que finalmente llegó a fines de 2019. Un año y medio después de aquella primera chispa que generó todo esto, ¿cómo analizás la situación? Que nada va a volver a ser como antes, por suerte. De todas formas, a las primeras que nos hizo ruido tener que crear una ley de cupo para ocupar espacios en los escenarios fue a nosotras mismas, las músicas, pero si no hacíamos esta herramienta la situación no iba a cambiar más. Por la buena voluntad de los productores y de los programadores de los festivales no iba a cambiar, porque son años de prejuicio, de miopía. ¿Los cambios ya empezaron a verse? Sí, y el primer festival en cumplir la Ley de Cupo este año fue la Fiesta Nacional del Chamamé, un festival que reúne a más de 200 artistas en Corrientes. Ellos sobrepasaron el cupo que pide la ley. Lo cumplió también el Cosquín Rock, a cargo de un productor como José Palazzo, que había hecho declaraciones fuertes al respecto, que luego las cambió y salió a decir que las chicas tenían razón y que él estaba equivocado, que había sobrado talento femenino y terminó programando un Cosquín totalmente diferente. Seguro vamos a ver festivales que no cumplen el cupo en absoluto, pero ahora que ya está la normativa, el Inamu está en condiciones de fiscalizar que al que no cumpla la ley se lo multe. ¿Los enemigos más fuertes de la ley fueron los productores? Sin ninguna duda, porque ellos esgrimen que una les afecta la rentabilidad y nosotras les contestamos que no son conscientes de la rentabilidad que se están perdiendo. Pensá que hoy Cazzu es la artista en desarrollo más conocida del país... Tenemos un montón de minas recontragrossas y no puede ser que la última cantora que dio el folclore haya sido Mercedes Sosa. El tema es que no estamos apoyando a las nuevas Mercedes. Hay que derribar esos prejuicios y decirles a los productores, como dice Maradona, que se les está escapando la tortuga. ¡Despierten! Se están perdiendo un negocio bárbaro.
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