"Recibo tanto hate acá que a veces pienso que el país me odia, porque pongo un pie afuera y me ponen como una alfombra roja", dice Cazzu a fines de junio mientras la cámara de su computadora la enfoca en un contrapicado. Lo que parece un flow de una canción de trap es el lamento y la virtud de la artista argentina con mayor proyección en la música latina, un sonido que cada vez se vuelve más global, y que le permite mezclar el lunfardo argentino con un fraseo caribeño y una rima en inglés. La niña emo que pasó de la cumbia al reggaetón, dominó el trap y ahora se mete en el soul, lleva la cruz de ser la protagonista de una conversación pública entre jóvenes en las redes sociales que abusan del racismo, el moralismo y la misoginia. No importa cuántos millones de reproducciones muestren sus perfiles en Spotify y YouTube, ser mujer, jujeña y exitosa parece transformarla en un blanco de balas llenas de odio que esquiva con ideas y perreo.
La llaman "la jefa del trap", por haber sido la primera mujer en destacarse entre una camada de referentes locales como Duki, Khea, Ysy A o Neo Pistéa. Ese estatus la llevó a codearse con las máximas estrellas internacionales de la música, pero no fue un trayecto corto ni fácil. Desde Fraile Pintado, un pueblo de 12.000 habitantes en Jujuy, Cazzu recorrió unos cuantos géneros, escenas, kilómetros y críticas para llegar hasta los escenarios de esos fenómenos latinos, fabricantes de hits pegadizos que se escuchan desde los autos y en todas las pistas del mundo.
Julieta Cazzuchelli nació en 1993 y a los 15 años ya hacía música como la lady a la cabeza de una banda de cumbia santafesina. En 2012 se fue a vivir a Tucumán para estudiar Cine y ahí empezó su proyecto Juli K de cumbia villera. "Fui re kamikaze, terminé en la villa El Triángulo con los pibes que hacían música ahí, re en una, y yo toda una cosita delicada. Ahí conocí la calle, en el ambiente cumbiero tucumano", recuerda por videollamada desde su casa en Palermo. Fue ahí donde empezó a hacer fusión con el reggaetón y a mezclar todo lo que le gustaba, una ensalada de referencias norteñas, argentinas, latinas y norteamericanas. Entre los pasillos de tierra de El Triángulo, en San Miguel de Tucumán, Cazzu caminaba con sus auriculares y pasaba desde Snoop Dogg a Damas Gratis, Cyndi Lauper a Scorpions, Linkin Park a Daddy Yankee o Callejeros – en su adolescencia escuchó mucho rock nacional por su hermana y sus amigas rollingas, contó en febrero, un día después de haber cantado con Los Gardelitos en el Cosquín Rock–. "Siempre tuve ese cambio de personalidad absoluto donde puedo ser una bad bitch, un ángel, cantar folclore y pasar en un segundo a Pantera, era normal para mí, y después llegaba al estudio a cantar un flash re lady, tipo Karina La Princesita". En 2017 estaba en Buenos Aires haciendo reggaetón y sus primeros flows del trap. Cuando sacó su disco debut, Maldade$, recibió una atención que la llevó a participar en el hit de Khea, "Loca", la canción bisagra de su carrera –y del trap como género en Argentina– con más de 500 millones de plays. No pasó mucho tiempo hasta que se hizo dos amigos claves: el puertorriqueño Bad Bunny y el colombiano J Balvin, las dos figuras más importantes de esta era dorada de la música latina.
Las puertas de la música internacional se abrían, y Cazzu entendió qué había del otro lado: hits, plata y un mercado mucho más grande. Mientras que en Argentina recibía bardo por ser la única en esa escena, por tener una estética callejera y por venir desde Jujuy, aspectos que no significaban nada en la arena latina. 2018 fue el año del boom: en mayo, Bad Bunny vino a hacer tres fechas con entradas agotadas en el Luna Park y la invitó a cantar en vivo el remix de "Loca", en el que había participado el boricua. Frente a la euforia de los fans –y sus teléfonos–, Bad Bunny se le acercó tanto a Cazzu en el final del dueto que, según el ángulo de las cámaras de celular, parecía que le estaba dando un beso en la boca. Automáticamente, para la prensa, Cazzu era la novia argentina del reggaetonero. Pero no, solo eran buenos amigos.
En noviembre de ese año, J Balvin vino a actuar al mismo estadio y la invitó a presenciar el show. Más allá de la cortesía, José Osorio Balvín quería presentarle a su manager, Fabio Acosta, de Vibras Lab / Akela Family Music, porque estaba muy interesado en su música. Ese gesto le cambió la carrera. Ese año lo terminó cantando "Toda" –de Alex Rose, otro remix en el que participó Cazzu, que contando Spotify y YouTube lleva más de ¡1.000 millones de reproducciones!– sobre el escenario del Coliseo de Puerto Rico ante 18.500 personas con el Conejo Malo. "Él me ha brindado espacios musicales sumamente importantes", dice. Su proyección internacional ya estaba dando frutos.
El manager que timoneó la carrera meteórica de J Balvin a la cima de los charts del mundo se interesó por la música de esta chica, la Jefa de la banda de traperos argentinos, la única chica de saco de piel tumbando el club entre la liga local de pibes. "Estaba muy sorprendida", cuenta, cuando Fabio Acosta le ofreció el manejo de su carrera internacional. La atención recibida la asustó. "¿Seré lo que ellos esperan?, ¿seré la persona que están buscando?", esas preguntas todavía las siente como una piedrita en la zapatilla cada vez que está por sacar un tema que sabe que no va a chartear, que no responde a las lógicas de hit del mercado. "Hubo un momento donde sentí mucha presión porque había gente que decía que yo era la Bad Bunny mujer, y estaba muy lejos de sentirme un fenómeno como él. Me están poniendo una vara muy alta. Y con todas esas dudas confié en ellos, pero lo primero que hice fue decirles que yo en mi música hago lo que quiero, y esa es mi única condición".
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Cazzu, cuando habla y revolea las trenzas que ahora son rojas desde su casa, parece no tener miedo a la incorrección política y a las decisiones arriesgadas. Desde la trinchera obligada por la cuarentena por el coronavirus habla de su carrera en dos frentes: por un lado las colaboraciones con otros músicos latinos, que le aseguran un lugar en los primeros puestos del chart y, por el otro, sus discos solistas, con pocos invitados, en apuestas arriesgadas, que van desde el reggaetón de Maldade$, el trap emo lento de Error 93 y su próximo disco Una niña inútil, nacido en aislamiento, que es un giro al R&B, con "canciones escuchables", como dice.
El primer encuentro con Cazzu para esta nota fue la tarde del 11 de febrero, apenas un mes antes de la fecha de su primer Luna Park, que después sería suspendido por la pandemia de Covid-19. En un estudio de fotografía, Cazzu ya no sabe qué cara poner frente a la cámara. "Siento que siempre hago lo mismo", le dice a la fotógrafa Ana Bugni que dispara mientras ella muerde un collar dorado con el número 93. Estaba nerviosa, era la víspera de una jugada local arriesgada. Después de agotar tres Teatro Ópera tras la salida del antihitero Error 93, iba por su estadio. "Ese fue el gran salto en mi vida, había hecho un disco que no puedo escuchar, no me gusta, no lo quiero, y al mismo tiempo lo amo", dice días antes de lanzar su single "C14TORCE III", de la serie de canciones que saca cada 14 de febrero. "Cuando hicimos el disco fue porque tuve la intención de salir del lugar de nena que canta bonito en los featuring, la única piba que canta en un remix lleno de pibes. No quiero sonar así, quiero que la gente sepa quién soy: fue como una catarsis", decía en aquel momento. Sin embargo, ese disco y esa estética le demostraron que el público local quería más de esa Cazzu, y ella tenía el EP Bonus Trap listo para entregárselo.
Pero justo en ese momento su amiga J Mena despertó una visceral y violenta polémica por la promoción de su sencillo "Puta". "Si yo me siento criticada, no quisiera imaginarme lo que sería de mí si estuviera en una situación como la de ella. Cuando los medios de la tarde quieren ver sangre y de repente hay muchísima gente sirviéndose de un pedazo de tu cuerpo derrotado en el piso, siento que lo que le hicieron no está lejos de ese momento donde alguien decía ‘mirá, ¡bruja!’, y de repente todo el pueblo dice ‘sí, bruja’, nadie sabe por qué, nadie sabe lo que dijo. Me siento primitiva, en un lugar de la humanidad que no quiero estar", dice. El video que acababa de grabar del corte de difusión, "Bounce", podía agrandar el fuego de la discusión social entre las abolicionistas (de la prostitución) y las regulacionistas (que reclaman derechos laborales para las trabajadoras sexuales), entonces Cazzu decidió ser más cauta y esperó a que pasara un poco de agua bajo el puente de los feminismos. "Con toda la confusión que tiene la gente sobre la libertad de los cuerpos y las decisiones, decidí postergarlo". Aunque solo fuera por un par de meses: el video de "Bounce", que salió a fines de mayo, muestra una escena en un club de strippers, con culos y billetes volando por el aire, donde ella es la jefa de la fiesta de un montón de chicas, y cuenta con la participación de Srita. Bimbo como la dueña del local que cuenta dólares y echa a un grupo de pibes para que ellas estén cómodas en el VIP.
La comediante y actriz conoció a Cazzu hace un par de años en YouTube, empezaron a conversar por redes y, charlando sobre uno de sus videos, le dijo "en el próximo estás vos". "La canción me encanta y re feliz de estar en el video. Hay cuerpos de todos los tamaños, culos gordos, culos chicos. Estamos bailando como se baila en un club, y las críticas son cosas que pasan en redes, un micromundo que no es la realidad. La realidad son los conciertos con miles de personas que llena Cazzu, cómo se escuchan las canciones, y no un par de comentarios moralistas en un video", dice María Virginia Godoy.
Aunque Cazzu fue precavida, la polémica sobre la sexualización de los cuerpos no tardó en llegar. "Es patético y moralista, porque muchas chicas que critican eso usan su capital erótico para agradar en redes, pero si lo ven en otras lo critican", dice Srta. Bimbo, que bien sabe de polémicas por estar siempre en la boca de las discusiones feministas desde sus shows de standup o su programa Furia bebé en Futurock, junto a Malena Pichot. "Cada vez que veo un video de Cazzu, veo una piba que vino de Jujuy y que la rompió, sola. Y que, además, tiene un equipo de mujeres con las que labura, entonces ¿qué ven cuando ven?", les pregunta a los haters. "Porque yo veo una piba que es un ejemplo de abrirse camino con talento".
El video tiene, al momento de publicar esta nota, 7.5 millones de reproducciones y cientos de comentarios que polemizan sobre el tema. Unas pocas semanas después Cazzu estaba por instalar un tubo de pole dance en su casa, proyecto interrumpido por la cuarentena. "El strip es un arte para mí. Conocí bailarinas increíbles que se me cae la baba, me hipnotizan sus culos, no las puedo dejar de mirar. De repente, quería que la gente tuviera eso, pero después pensé que no siempre todos están en la misma".
No solo el video y la idea del pole dance en casa sufrieron cambios de planes. Dos días antes del show en el Luna Park, Cazzu decidió suspenderlo, al mismo tiempo que todos sus colegas empezaban a bajar fechas venideras: a los pocos días, Alberto Fernández decretaba el comienzo del aislamiento social, preventivo y obligatorio. En su casa de Palermo tenía instalada a toda su familia, que había viajado desde Jujuy para verla. El show, planificado hasta el último detalle por ella, con guiones y dibujos explicativos para su equipo, está guardado en su casa esperando una nueva fecha –después de la primera suspensión, llegó a anunciarse que sería el 30 de mayo, pero eso también quedó descartado–. Lo de "guardado" es literal: los trajes que se había confeccionado para el concierto están en su placard.
El 8 de mayo, Cazzu está tirada sobre un sillón lleno de peluches, regalos de sus fans, alguna pareja o que se compró ella misma, mientras habla en una entrevista en vivo de la serie #RSalacasa que Rolling Stone comenzó durante la cuarentena en Instagram –la segunda más vista de más de 40 notas, detrás de Lali–. Cuenta que las primeras semanas estuvo descansando la mente, pero que después empezó a grabar nuevo material. En su PH tiene un pequeño estudio bien equipado donde se graba a sí misma, y en esa soledad se despojó del pudor y la presión de cantar de cierta forma frente a productores. Nuevos sonidos aparecieron. "El momento se presta para la experimentación musical", dice con un oso de peluche turquesa gigante con un parche en uno de sus ojos, el protagonista de la mayoría de las prendas que diseñó para su cápsula de Big Sur Company, asomándose desde el respaldo.
El mood de la cuarentena le dio la posibilidad de probar nuevas formas de composición, con otros productores y técnicas. Lo que apareció fue "música escuchable", dice, más relacionada al R&B que al trap. "Es esa que podés escuchar en tu casa y flasheás, no es la que te da ganas de salir o de perrear, es para este momento de cuarentena, ¿qué voy a estar haciendo, reggaetón? Si no tengo ese mood ahora". Encerrada en su casa desde hace más de cien días, Cazzu trabaja sobre siete canciones donde canta más cerca del soul, con un groove sensual para hacer la cuarentena en el hogar.
Una niña inútil es el título del disco que sale este mes y que cuenta con la participación de Chita, la joven cantante de neo-soul que apareció en la escena para mostrar que ese canto sexy del R&B también se hace en Argentina. "Creo que nuestros géneros no están tan alejados, y con este crossover queda en evidencia que no es tan relevante a la hora de crear", dice Francisca Gil a Rolling Stone. Se conocieron por Instagram: Cazzu le escribió, se juntaron, le mostró el disco y le preguntó si quería colaborar en una canción de una tentación sexual entre las dos. "Esa misma tarde la escribimos. Me gusta que la línea se desdibuje cuando dos mundos se juntan. Cazzu es una gran artista y es muy inspirador verla".
El disco, que habla de las relaciones, la traición, los celos, la posesión, suena distinto a todo lo que Cazzu escribió antes. No hay hip-hop, no hay rapeo, el flow lento y su voz de cantante están al servicio de la sensualidad.
Mientras componía y grababa, el 23 de junio Cazzu se despertó con los llamados preocupados de su familia desde Jujuy. Una fake news propagada por un youtuber decía que estaba infectada de Covid-19. La noticia fue publicada por varios portales y rápidamente llegó a trending topic en Twitter, esa red social que eliminó de su teléfono porque la considera nociva. Unas stories de Instagram bastaron para desmentir, hacer que le baneen el canal al que publicó la fake news y dejar tranquilos a sus seguidores. Las discusiones sobre este tema se dispararon en las redes durante unos días. "De golpe queda demostrado que un montón de gente no está capacitada para ser persona pública". Cuando habla, con un tono pausado y relajado, aparece la tonada jujeña. "Mi abuela se preocupa mil veces más de lo que es. Intento desde acá que pueda dimensionarlo bien".
Doña Mary, como le dicen a la abuela, es su heroína, la cabeza de un matriarcado que hereda desde su bisabuela Celania, e integra junto a su mamá, su tía y su hermana mayor. "Ella siempre estuvo encima nuestro, nos empujaba a ser cultas, a que leyéramos, que tuviéramos un léxico amplio, siempre nos decía que el saber no ocupa lugar". Cada vez que está en el foco de atención de los haters, Cazzu se encierra en su vínculo más cercano, se refugia en sus amigas, su familia y en la terapia. "La gente que me respeta y escucha mi música no habla en las redes sociales, está en su casa escuchando o esperando que haya un show para comprar un ticket".
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En Jujuy, su mamá tenía pollerías, y ella domina los cuchillos como una Beatrix Kiddo norteña. Cazzu tiene una estética Kill Bill featuring Avril Lavigne en los early 2000, pero ese es el traje para componer. La Jefa, en realidad, no toma alcohol, es vegetariana y solo fuma tabaco armado. Rola finito un pucho y el humo le tapa la cara en la pantalla de la videollamada un lunes a fines de junio, el último encuentro de una serie de entrevistas forzada a la virtualidad por el contexto de cuarentena. Cazzu se dice introvertida, que se pasa el día dibujando y que, en realidad, es bastante tranquila. En sus videos, sus letras y su música exuda sensualidad con un efecto de fascinación o escándalo en el público. Sin embargo, Julieta viene de una familia matriarcal donde el valor principal es la independencia. "Mi mamá me decía que el amor era una debilidad, que mi hermana Flor y yo teníamos que estudiar porque nunca nadie nos iba a mantener. Nunca, nunca, nunca. Ella estaba empoderada con dolor, porque sabía que las posibilidades para las minas son menores, y vengo de ahí". Cuando habla de ella, habla también de esas mujeres fuertes de su familia, desde su bisabuela jueza de paz del pueblo y su abuela que se separó de su marido violento a los 70 años, hasta su mamá, una eterna laburante autónoma. Su hermana mayor, Flor Cazzuchelli, es DJ residente en Tucumán, activista LGTBI+, su referente, a quien nombra a cada rato, la que de tan talentosa y revoltosa le dio el espacio para hacer la suya sin la mirada familiar encima.
"Si a mí me gustaba alguien, un músico o un productor, yo me decía ‘no, no, no’ porque te pierden el respeto. Ni bien pasa algo, los 15 pibes que te rodean te pierden el respeto al instante. Recién me enamoré a los 24 años". Se dice un poco asexuada, incluso solitaria. Toda la libido puesta en su música. "Incluso perdí featurings, productores, por no pasarle cabida a algunos chabones. Perdí un montón de chances, hubo varios que me dejaron re tirada por no pasarles cabida, y bueno, son giles, que se chupen una pija. Pero sí, esa actitud dolía". La hipersexualización de algunos de sus videos y las letras directas de sus canciones confundieron a muchos de los varones de la escena del trap.
Cuando Cazzu rememora sus primeros años, dice que ella y La Joaqui, la freestyler que en la Batalla de los Gallos de Red Bull 2014 tuvo que competir con su ex novio Papo MC en octavos de final, vivieron luchas que la nueva generación no enfrenta. "Ya por haber tenido que vivir eso se merece una estatua en la plaza", dice Cazzu. Sobrevivir en la escena, dice, les costó 25 veces más que a un pibe. En los comienzos, ambas la pasaron mal en un ambiente donde las mujeres no abundaban, en general competían entre sí, y estaban rodeadas de varones. "La ‘cone’ que tuvimos nosotras fue muy fuerte", dice, y en su léxico que se mezcla con el de la calle y con el latinoamericano, quiere decir "conexión".
La alianza con algunas mujeres, haber armado un equipo de trabajo casi enteramente femenino (salvo por su manager local Leo Belizan y el internacional, Acosta) y buenas decisiones financieras le otorgaron cierto poder de acción. "La plata, para las minas, significa la independencia, significa poder jugar en la liga que juegan los pibes".
Que Cazzu sea la Jefa significa que otras vendrán después y podrán superarla. Ella las nombra: Nicki Nicole, María Becerra, Louly, las pibitas de la RIP Gang, "y todas las que van a venir, que tengan el privilegio –y por eso me siento muy agradecida– de saltear una parte que me tocó muy hardcore. Estuve ahí para hacer ese cambio y siempre fue el objetivo: que esas pibas no tuvieran que pasar por lo que La Joaqui y yo sí".
La diferencia entre Cazzu, o cualquier música, y los varones son las posibilidades de llegar a un escenario, tener un rédito por el trabajo y el reconocimiento de los fans. "Tuve que tener un show de la reconcha de mi madre, con videos de la reconcha de mi madre para que alguien diga ‘ok, esto está bueno’. A mí no me funcionaba pararme solita y cantar, había que posicionarse entre un montón de figuras como los pibes, tenía que tener más herramientas". Eso significa desarrollar algunos de sus otros talentos: el diseño, la escenografía, la estrategia visual, el baile, el armado de grupo de trabajo. Algo que no necesariamente desarrollan tanto otras estrellas del trap como Duki, Neo Pistéa, C.R.O, Ysy A o Khea.
"Aguante la plata", dice y hace un montoncito con los dedos. Cazzu gesticula y se apasiona con su tono amoroso y calmo. Dice que lo que gana lo cuida y eso también le trajo problemas. "La plata te trae muchas consecuencias, problemas en la pareja si ganás más que él, con tus colegas, porque si saben que la hiciste más piola les da un dolor de pija que se les disminuye la virilidad en el acto. Es bien loco. A mí me encanta la plata, tengo una familia con un montón de personas y quiero que todos estén piolas".
Para ella hacerla bien es no salir a gastar a lo loco, sino reinvertir en su música, en equiparse y en videos de gran presupuesto. "Cuando la plata empieza a aparecer no es para vos, es para lo que estás haciendo", y dice que comprarse un celular de 100.000 pesos, un anillo de oro o un collar de diamantes le da mucha culpa. "Siempre le tuve miedo a la guita porque la consideré muy volátil. Vi a mi vieja laburar una banda para tener un poco de plata", y cuenta que cuando empezó a tocar en los boliches, volvía en la combi con los músicos o sus amigos traperos y todos traían un fajo –y hace seña de uno grande– de dinero que no sabían dónde meterlo, qué hacer con la adrenalina que da la plata. "Yo lo puse en la música, en mi arte".
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"Siento que me falta mi hit, mi canción. Igual no soy ansiosa, no me desespero", decía Cazzu en su primera entrevista con Rolling Stoneen octubre de 2018. "Hago lo que quiero, y Cazzu es quien yo quiero que sea, por eso no cedo tanto ante el hit", dice, casi dos años después de esa nota, en la videollamada de junio. "Siempre me presiono así: ahora que todos se pegaron con los géneros que son naturales en vos, ¿qué vas a hacer? ¿cómo te vas a destacar? Por eso me he alejado de lo que está pegado".
"Pegado" es lo que está de moda, lo que los pibes escuchan sin parar. Es llegar a los nueve dígitos de las estadísticas de reproducciones de Spotify y YouTube. Cazzu no llegó a esas cifras con sus temas propios sino en los featurings con otros artistas. Las posiciones que alcanzaron en los charts "Loca", de Khea, y el remix de "Toda", de Alex Rose, le permitieron salir al continente a conocer músicos y hacer colaboraciones con reggaetoneros, hiphoperos y traperos latinos. En 2019 colaboró en "Pa mí", la canción del puertorriqueño Dalex, donde ella canta una parte entre seis tipos –uno era el argentino Khea–. "Se pegó estúpidamente, mucho más que todas, como una piña en la cara, y ahí me asusté, me corrí, reculé, ¿yo quiero ser eso? ¿quiero ser el pop?".
El día que grabaron el video, que lleva en un año y dos meses más de 292 millones de reproducciones en YouTube, Dalex, Sech, Lenny Tavárez y Feid la invitaron a sumarse a los Avengers, como se hacen llamar estos artistas que representan a la nueva generación de la música en Puerto Rico. "Cazzu es la Black Widow, Sech es Hulk, yo soy Iron Man, Lenny es Thor, Justin [Quiles] es Capitán América y Feid es Spider Man", explicó Dalex a Billboard el año pasado sobre el origen del nombre. "Ella fue una pieza muy importante en ‘Pa mí’", agrega. "Aparte de ser super talentosa y humilde, está dispuesta a trabajar y a ir para adelante. Siempre que tengo un proyecto que quiero hacer con una mujer, le digo a ella".
La idea era hacer una saga y la canción que seguía era "Cuaderno", pero Cazzu rechazó la invitación. Ni bien lo hizo se preguntó si estaba haciendo lo correcto para su carrera. Un poco se arrepintió. "Yo dije: ‘pará, esto también es mío’. Reculé de nuevo. No me fui del todo de ahí, pero sí sentí que me quedé afuera de ese plantel. No me arrepiento porque son mis amigos y sé que con ellos habrá colaboraciones siempre, pero esa fue una de las cosas que hice". Y ahí, el año pasado, en un pico de popularidad, Cazzu sacó su segundo disco, Error 93, en otra onda que Maldade$, más emo y lento, diez canciones de reggaetón nostálgico que no tienen esos números desorbitantes, pero acumulan una buena cantidad de reproducciones que van de 50 a 4 millones. "Me fui a cualquier lado, tiré cualquier verdura con ese disco. Pareciera que me estoy quejando de que no tengo un hit pero lo estoy haciendo a propósito, ¡no sé qué pasa! Ni yo sé cómo funciono a veces", dice y su risa acopla el micrófono de la computadora y se congela la imagen de la videollamada de cuarentena.
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Antes de ser Cazzu, Julieta también cuestionaba la estética y el buen gusto de quienes la rodeaban. Desde el momento en que empezó a cantar cumbia a los 15 años, cuando su familia no podía creer que eligiera ese género cuando tenía una hermana rockera y un padre folclorista, o cuando a sus 18 años estudiaba Cine en la Universidad Nacional de Tucumán y dijo que su película preferida era Transformers.
"El bullying que no me habían hecho en mi vida me lo hicieron en la Escuela de Cine". En una clase, un profesor hizo la clásica trivia: si tuvieran que elegir una película de toda la historia, ¿cuál elegirían para ver siempre? Las respuestas no se alejaban entre Sin aliento, de Jean-Luc Godard, y La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock, hasta que le tocó hablar a Julieta Cazzuchelli, que se levantó y dijo: "Transformers, wacho". Todos se dieron vuelta y revolearon los ojos. Típico de una cumbiera, parecieron decirle. "Ahí me tocó ver cómo toda esa gente que se concibe a sí misma como culta ejerce una violencia estúpida en lo que a ellos no les parece que es cultural". Si le gustaba lo pop no podía estudiar cine, ¿para qué si iba a terminar viendo El hombre araña? Fue una revelación para ella. "Es el futuro. ¿Qué onda la postproducción de esa película? Estos locos están creando cosas que no existen, es el futuro".
Por más que incomode, Cazzu habla. Sabe que en las épocas de redes sociales y de un feminismo militante tan diverso y apasionado cualquier cosa que diga o haga va a generar una ola de hate. Pero no se calla y usa sus herramientas. Uno de sus últimos tuits fue el 30 de abril, donde ataca directo los comentarios racistas que recibe por su origen. La cita es textual: "Estoy preocupada porq los jóvenes aun se sigan insultando con términos étnicos y raciales. Pensé q la xenofobia era para los viejos. El otro día escuchaba un video viral de una chica bardeando a otra diciendole ‘jujeña’ y yo como ke: Cazzu es jujeña bro, es como tener sangre real".
Mientras los músicos del mundo ponen un posteo de fondo negro y hablan del #BlackLivesMatter o se discute si el término "música urbana" remite a conceptos racistas, Cazzu habla del racismo más profundo e invisibilizado del país: el de sus orígenes, la violencia que recibe por ser jujeña. "Creo que somos muy selectivos a la hora de cuidar el racismo", dice en relación a las críticas que recibió de activistas afros locales que sintieron que el fraseo del rap que hace Cazzu en inglés es peyorativo para su comunidad. "Yo veía a esas chicas afros que me ponían otra vez en el foco de las críticas, y pensaba que se deben olvidar que yo soy de Jujuy, o tal vez no lo saben, y eso es muy imprudente. Elevar juicios de valor cuando uno no sabe las raíces del otro es muy imprudente", porque para ella, el verdadero racismo del país es el que sufren los bolivianos, los peruanos y la gente del norte, por ser más baja y morena. "Yo viví con eso, vivencié cómo le decían ‘ñera’ o negra a mi familia. Y eso me duele".
No hay más entrar a cualquier video de YouTube de Cazzu para detectar cientos de comentarios racistas, clasistas y misóginos. Sin embargo, y a pesar de todo, la jujeña construye su carrera de acuerdo a sus ganas. A paso firme y progresivo, que le permita asegurarse su salud mental. "Puede ser que la aceptación internacional me fue más cómoda que la de mi propio país, donde me critican y lastiman mucho más. Puede ser que ahora me esté haciendo cargo de mis heridas y de sanarlas frente a mi público".
Créditos producción de tapa:Estilismo: Jorge León. Make up: Sil De Marcos. Pelo: Maia Ludueña para Vardoo Management.
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