Casi normales
Realismo y poesía en una obra que, a la vez, hace llorar y reír
Libro y letras: Brian Yorkey 7 Música: Tom Kitt / Intérpretes: Laura Conforte, Alejandro Paker, Mariano Chiesa, Fernando Dente, Florencia Otero y Matías Mayer (Alternantes: Alejandra Perlusky y Natalia del Castillo) / Dirección musical: Gaby Goldman / Escenografía: Marcelo Valiente / Luces: Marco Pastorino / Sonido: Rodrigo Lavecchia y Mauro Agrelo / Vestuario: Pablo Bataglia / Director asociado y creativo: Diego Jaraz / Dirección general: Luis Romero / Producción: Javier Faroni / Sala: Liceo / Duracion: 165 minutos con intervalo.
Nuestra opinión: excelente.
Lo primero que habría que decir y sin que suene exagerado ni peyorativo es que Yorkey y Kitt conformaron una dupla de manipuladores emocionales que supieron relacionar letra y música de un modo tan maravillosamente armónico que hacen que la compleja historia vaya desarrollándose con fluidez, con sutiles saltos en el tiempo que colaboran fuertemente con la aparición de una dimensión poética que se conjuga con un realismo descarnado. Pero más allá de la perfección narrativa y musical, lo que en realidad se debe señalar es que esta dupla ha demostrado con este espectáculo que puede hacer con la platea lo que quiere. La hará reír y llorar casi al mismo tiempo sin que uno pueda percibir lo que en realidad ellos están haciendo. Y lo logran simplemente porque saben organizar la acción de un modo tal que el espectador tiene que interpretar lo que ocurre sin tener un dato clave -que no voy a decir, claro está-, y que cuando lo tenga se verá obligado a reconocer que las cosas -las personas, los vínculos- no son ni tan claras, ni tan transparentes, ni tan obvias: un manual no podrá jamás entender el complejo emocional que es el amor y mucho menos su pérdida.
Este espectáculo es la historia de una familia, sí, pero también es la historia de una enfermedad, es la historia de un sistema médico, es la historia de una falta. Es una lucha desmedida por no dejar ir aquello que nos sostiene y nos hunde al mismo tiempo. Es el desgarro y la potencia? Reformulemos, este espectáculo no es la historia de una familia. Es más.
Probablemente sea éste uno de los mejores trabajos de dirección de Luis Romero, al que uno podría objetarle simplemente un par de detalles y de decisiones tales como la resolución de la escena del electroshock o la falta de uso de la profundidad del escenario o uno de los estampados -demasiado obvio para tanta belleza- de la remera del personaje del hijo. Pero nada tan importante como es señalar la belleza visual que le aporta esa escenografía adaptada -y creada- por Marcelo Valiente en donde Romero hará mover a sus personajes logrando que los vínculos se produzcan y haciendo que sus actores puedan trabajar las contradicciones que sus criaturas encarnan.
Intérpretes insuperables
Todo el elenco conforma un duelo actoral de lujo y componen así una perfecta dupla con la orquesta. Laura Conforte se enfrenta a un personaje complejísimo y lo resuelve de un modo tal que uno no podría imaginar a ninguna otra actriz en ese papel. Es un trabajo tan profundamente físico -para componer la bipolaridad- como exigente vocalmente. Lo mismo habría que decir de Alejandro Paker que comprendió que su rol le exigía componer un personaje contenido que gradualmente va lanzándose hacia la locura de las decisiones que tiene que tomar, o de la fragilidad de Natalie tan bellamente compuesta por Florencia Otero, esa hija que lo único que quiere es ser vista alguna vez por una madre que la ama impotentemente, o del trabajo de Fernando Dente, quien una vez más demuestra que arriba del escenario hace lo que quiere, o de Mariano Chiesa que se ve obligado a jugar en dos planos: el real y el subjetivo de Diana.
Y dejamos para el final a Matías Mayer en su merecidísimo debut profesional en nuestra escena. Su personaje es, sin dudas, el más complejo de todos porque es la encarnación de la dualidad que es el espectáculo: ángel y demonio, vida y muerte, dicha y espanto. Su voz es infinita, su capacidad de seducción notable y tiene probablemente una de las mejores canciones del espectáculo ("I'm alive"), que a su vez resume la filosofía de Casi normales , un espectáculo que intencionalmente no hace una apología de la realidad ni de los sueños, simplemente muestra que a veces, para vivir, hace falta servirse de los sueños. Otras, en cambio, los sueños son simplemente evasión. Y la pregunta: ¿estará tan mal evadirse si lo que hay que aceptar es inaceptable?
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