Esta semana lanza Aleteo, el material que refleja su presente como compositora y cantora folklórica; en una extensa charla con LA NACIÓN reflexiona sobre su vocación artística, los prejuicios y el recuerdo del amor con Luis Alberto Spinetta
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Se acomoda en el living de su casa de Colegiales y, en la imagen que devuelve la pantalla de la videoconferencia, a través de la cual se realiza la entrevista con LA NACION, se observan instrumentos de música desperdigados. El símbolo inequívoco del presente de Carolina del Carmen Peleritti, la mujer que se hizo conocida como modelo en la adolescencia y que fue el prototipo de la belleza exótica y la sensualidad, en tiempos donde la sociedad se manejaba con parámetros hegemónicos más arbitrarios que los actuales.
“¿Escuchaste todo el EP?”, pregunta entusiasmada, luego de los elogios hacia Aleteo, el poético y sensible material que verá la luz este 27 de mayo y que la mostrará afianzada en su faceta de cantante y compositora. Lo hace muy bien. Con sentimiento, sangre y exquisita voz.
“Pasó mucho tiempo, vida, cambios. Pareciera que fueron más años, debido a lo intenso que fue todo aquello”, reflexiona en torno a la breve y contundente época de su vida donde se había convertido en una de las caras más famosas del país. “En esa vorágine, parecía que ya tenía más de cuarenta”. Hoy, a los 49, peina algunas canas en su larga cabellera lacia, no tiene una gota de maquillaje y su vestuario sobrio dista de las excentricidades de la haute couture.
Pero “La Peleritti” (así le decían y así se bautizó en sus redes sociales) no se censuró, dejó fluir y a los veintipocos, muy pocos, experimentó la epifanía de transitar otros universos. En el arte residía aquella osada pulsión interior.
Dejarse volar
Cuando vea la luz el EP compuesto por seis temas, Carolina del Carmen Peleritti plasmará ese camino extenso que desnudará parte de sus capas más interiores. “Este Aleteo es todo un proceso de once años, de conocer aliadas y aliados, de seguir buscando. Es un llegar y es un punto de partida”, dice la cantora.
El EP recupera la obra de ineludibles como Leda Valladares, contiene un relato en quechua y un motivo popular de La Rioja. También aparecen impregnando la atmósfera telúrica nombres como los de Peteco Carabajal, José Romero y Chivo Valladares. Si la cantante toma prestado material de aquellos con los que empatiza sentimiento, la comunión es perfecta cuando aborda sus propias composiciones. Carolina del Carmen Peleritti es autora de “Aleteo” y “El suspiro”, los dos primeros cortes que componen su flamante EP. “Todos estos años fue una búsqueda de repertorio, de ir detrás de autores que conocía y de otros que no, de meterme en paisajes que son de otros y encontrar los propios. No fue forzado, sucedió”.
“Aleteo”, el tema que bautiza el EP, es un bello huayno que recupera los sonidos andinos del Norte Argentino, de Bolivia y de Perú. “Surgió a partir de salvar pájaros que se golpeaban en mi ventana con frecuencia”.
-Un fenómeno extraño.
-Los pájaros golpeaban en mi ventana y quedaban en estado de shock. Así que los ponía en mi pecho, les daba agua con miel, y, al rato, salían volando.
-¿Te sucedió muy seguido?
-Muchas veces. Incluso me pasó con un colibrí. Por eso “Aleteo” fue una letra que salió entera.
Compuso los versos en Córdoba, acompañada de un ronroco, instrumento que la inspira. Ya en Buenos Aires, el poeta Fernando Noy supervisó el material y sugirió su nombre.
-La letra habla de un volver a la vida. ¿Te sucedió morir y renacer muchas veces?
-Y, esa letra es decirme a mí misma: “Volvé a la vida, pajarita”.
-¿Por qué te habías ido de la vida? ¿Qué te había sucedido en ese tiempo?
-Eran momentos de procesos personales. A veces, uno tiene que morir para nacer en otro lugar, habitar la vida. La canción también fue un llamado para mí, aunque no es un proceso consciente, se trata de la magia de las letras, de la música.
Hay algo místico en su pensar y el convencimiento de la fuerza de la determinación: “Decisión, elección, intención. Hay que intencionar. Hoy no podemos proyectar, debido a lo que sucede con la pandemia no tenemos control de nada, pero podemos enviar una intención”, reflexiona.
Orgullo y prejuicio
Cuando a los 24 Carolina Peleritti, aún sin el nombre completo como marca, decidió abandonar su carrera como modelo, se encontraba en lo más alto de esa profesión tantas veces efímera. Fue un adiós a los viajes, a las pasarelas de los diseñadores más prestigiosos y a las campañas de marcas exclusivas con sabrosos contratos.
Primero fue la actuación y luego la música, al menos públicamente ese ha sido el derrotero. Un itinerario que la transportó de un mundo considerado, prejuicio mediante, superficial a otros terrenos más comprometidos. Desde ya, no faltaron las voces críticas, incrédulas: “El mayor prejuicio lo viví cuando era modelo. No se trataba solo de mi trabajo, sino de ese pensamiento que dictamina que, si se es una cosa, no se puede ser la otra. Pareciera que no se autoriza la posibilidad del cambio. Son prejuicios colectivos que están instalados, pero no es un traje que uno deba habitar. Desde ya, también está el propio prejuicio, que tiene que ver con pensarse en función del prejuicio del otro. La mejor manera de salir de eso que te condiciona es ir escuchando la propia voz, hacer un camino observando esas semillas que tenemos dentro y que hay que mover para que broten, como sucede en la tierra. No hay que pedir permiso, sino hacer lo que uno desea”.
-¿Hubo dolor en ese camino de cambio?
-Al principio, más que nada tenía que ver con saber qué quería hacer.
"Cuando comencé como modelo era muy chica, a una edad donde no se tiene hecho un trabajo personal, donde aún no me había preguntado quién era y qué quería"
Carolina Peleritti
-¿Cómo fue el paso de la modelo a esa mujer que tenía otros deseos?
-Me planteé correrme para mirarme hacia adentro, nutrirme, pensar qué necesitaba realmente. Cuando comencé como modelo era muy chica, a una edad donde no se tiene hecho un trabajo personal, donde aún no me había preguntado quién era y qué quería. Cuando se le da lugar a eso, el otro camino se abre.
-Estudiaste actuación en paralelo con tu trabajo de modelo, ¿hubo recelo de parte de los maestros?
-Todo lo contrario. A los 18 estaba en mi momento más fuerte como modelo y Norman (Briski) fue muy cuidadoso conmigo. Con Julio Chávez me sucedió lo mismo.
-No fue el primer golpe de timón de tu vida. A los 17, te fuiste a España.
-Tuve que pedir permiso porque era muy chica.
-¿Por qué partiste?
-Surgió la posibilidad de un trabajo y estaban dadas las condiciones. A los seis meses de arrancar, viajé. Fue todo muy vertiginoso, era una niña que iba al colegio y, de pronto, estaba trabajando en un mundo de adultos. A la edad que los chicos jóvenes están terminando la universidad, yo ya estaba dejando mi carrera de modelo.
-¿Qué te impulsó al modelaje?
-Fue algo consciente e inconsciente, una especie de salida al mundo. Jugaba a eso, me gustaba. ¿Da para que te cuente todo esto? Estoy en un presente de música. Te lo cuento, pero quiero que hablemos de música.
-Hemos hablado de música y lo seguiremos haciendo.
-Leía la revista Para Ti y jugaba en mi casa a caminar como una modelo, me ponía los zapatos de mamá y desfilaba. Una tarde, veo en esa revista el aviso de una agencia de afuera que convocaba a una especie de casting en el Hotel Alvear. A mí me gustaba el Hotel Alvear porque quedaba cerca del Italpark.
Acompañada por una amiga, dejó tres fotografías a los responsables de aquella convocatoria. Esperando el colectivo para regresar a su casa, pensó que era mejor retirar alguna de aquellas imágenes para poder ofrecerlas en otro lado. Al volver, los productores le dijeron que estaban hablando de ella y le pidieron un cambio de peinado para iniciar una serie de instancias de formación profesional. Esa misma agencia generó un concurso del que Peleritti participó: “Ahí me vio Pancho (Dotto), quien comenzó a ser mi representante y quien me llevó a España para trabajar”. A comienzos de los 90, se produjo su explosión de fama en el país.
-En esa época no estaban visibilizadas determinadas cuestiones en torno a la violencia de género o el acoso. Es más, había cierta naturalización de determinadas actitudes hoy inaceptables. ¿Te tocó vivir situaciones de ese tipo?
-Preferiría hablar de lo que sucede hoy, de la evolución de la actualidad. Antes había cosas muy instaladas con respecto al trato, al espacio que se le daba a la mujer. Se naturalizaban cuestiones en torno a los estereotipos del cuerpo y la belleza, mandatos muy arraigados. Treinta años después, las nuevas generaciones plantean la belleza de poder ser uno mismo, tanto en mujeres como hombres. Se está rompiendo con eso no real que se mostraba. Hoy, la belleza está puesta en el ser y esa es la felicidad. En mi caso, transité esa parábola hasta llegar a ser quien soy hoy y en eso va ligada mi voz y mi identidad. No me peleo con nada de lo que transité, todo es una construcción para llegar al presente.
Mi sueño de hoy
En 1995, Carolina inició un noviazgo con Luis Alberto Spinetta, el primer prócer musical que se cruzó en su vida. La opinión pública se sorprendió ante la inusual pareja. La primera vez que se mostraron juntos bajo una lluvia de flashes, “El Flaco” portaba una pancarta que denostaba a las publicaciones que los tendrían en tapa a las pocas horas e incitaba a la lectura de libros. “Luis Alberto fue una de las cosas más hermosas que me pasó. Lo conocí cuando tenía 24 años y fue muy importante en mi vida, desde lo personal y desde lo musical. Con y junto a él, además de amar su música, pude compartir materiales que no conocía”.
-¿Qué música se reveló en vos estando junto a él?
-Hasta ese momento, no había tenido una escucha tan profunda de los Beatles.
-¿Ya se manifestaba tu vocación por la música?
-El deseo por el canto era el estudio, pero no sé si era consciente de ese deseo. En la época de Luis, eso estaba latente, pero un poco guardado, quizás por pudor.
-¿Te inhibía cantar delante de Spinetta? ¿Él te alentaba a hacerlo?
-Era chica y me daba pudor, pero tenía que ver con lo que me pasaba a mí, estaba en pleno proceso de sacar mi voz y conocerla. Era una cuestión personal, no tenía que ver con él.
-¿En qué circunstancia te encontró la noticia de su fallecimiento?
-Cuando me enteré de su muerte fue algo muy triste.
Responde pausada y pide no continuar con el tema. Seguramente para no hurgar en el propio dolor y, quizás, para no incomodar a nadie. “Luis Alberto fue muy importante para mí”, vuelve a decir, antes de dar vuelta la página.
Nuevo cancionero
“Me tomé tiempo para encontrar mi voz, porque estaba totalmente guardada, desconocida. Fui a maestros, hice un camino para poder llegar a este presente. Había algo adentro, la respuesta siempre está adentro, no afuera”, sostiene Peleritti en torno a esa indagación en el propio ser para encontrar el vehículo de su arte, ese que marida la actriz con la cantante.
-¿Cómo llega la actuación a tu vida?
-Siendo modelo, me la pasaba viendo teatro, tomando clases de actuación y presentándome en castings. Hacía obras en el off y desfiles al mismo tiempo, había algo disociado en mí. Quería ir hacia un lugar, pero me iba muy bien en lo otro. Tampoco tenía herramientas como actriz, así que, si me dedicaba solo a eso, me exponía a que me dijeran de todo y tampoco quería que me sucediera. Por eso paré y, durante cuatro años, no trabajé, me nutrí, estudié. Cuando me puse a hacer teatro ya estaba formada.
"La respuesta siempre está adentro, no afuera"
Carolina Peleritti
Así llegaron propuestas en cine como aquel papel en El lado oscuro del corazón 2, de Eliseo Subiela, o un personaje en la recordada pieza La señorita de Tacna, el magnífico relato de Mario Vargas Llosa, donde compartió el escenario del Maipo con Norma Aleandro. Así se fue concretando esa vocación que la habitaba secretamente. Y la música atravesándolo todo, germinada por esos discos que se escuchaban en su casa, por aquel recital de la Negra Sosa al que la llevó su madre y que la conmovió iniciáticamente. “Más que ser una mujer de decisiones, soy de manejarme con elecciones”, dice apelando al juego semántico.
-En esa elección estuvo el folklore.
-Si me animo a cantar, ¿qué quiero cantar? Ese ha sido el planteo. En mi caso fue el folklore. La respuesta bajó sola, fue como un descubrimiento.
Así las cosas, cuando la música ganó protagonismo, apareció “el Jaime”, como ella le dice al eximio charanguista Jaime Torres. En tiempos del Maipo, el “El Negro de la puerta”, el querible recibidor de la sala, la escuchaba cantar en los camarines en esas horas previas a salir a escena. Generoso, y sabiendo de la vocación camuflada de ella, la invitó a un cumpleaños de Jaime Torres, con quien mantenía un muy buen vínculo: “Me recibió, me abrazó, me dio su amistad”. Había acontecido el segundo cruce con un ilustre de la música, después de Spinetta.
-Nada menos…
-Cuando comencé a ir a su casa, no le comentaba sobre mis ganas de cantar, pero hablábamos de folklore.
-¿Por qué no le manifestabas tu deseo?
-Estaba en un estado larval, hacia adentro, pero el Jaime se dio cuenta de eso. Así que, en un momento, le mostré unas recopilaciones de Leda Valladares que cantaba acompañada por la caja. Fueron meses de compartir, tomar vino, estar con su familia. Estaba, finalmente, dentro de esa atmósfera que tenía tantas ganas de conocer.
-¿Cuándo te largaste a cantar en público?
-En una oportunidad me llamó el Jaime y me dijo: “Niñita, ¿te animás a cantar esas coplas que hacés con la caja? Yo te acompaño”.
Corría el 2009 y se trataba de una invitación para que el concierto bautismal se llevase a cabo nada menos que en el Tantanakuy, la tradicional celebración en la Quebrada de Humahuaca impulsada por el charanguista y por nombres como el de Jaime Dávalos. “Quedé entre el abismo y el deseo enorme de salir, de mostrarme al afuera. Ensayé con sus músicos y empecé a sacar esa voz que había comenzado a educar desde los 18 años”, confiesa Peleritti, quien remarca, una y otra vez, que se plantó en los escenarios una vez que concretó determinados pasos internos de formación artística y madurez espiritual.
“Descubrí mi voz, una vez que estudié canto, pero no lo hacía para cantar, sino para poder comunicarme mejor porque no se me entendía nada. Fue un buen entrenamiento que también me sirvió para el teatro. Soy muy estudiosa, a veces por demás, por eso tiene que venir alguien a que me empuje y me saque para afuera, porque siempre tengo la sensación que debo seguir preparándome”. En aquellos albores, la posibilidad de compartir una experiencia, ya como cantante, en La jaula abierta junto a Teresa Parodi, Rita Cortese, Lidia Borda y Dolores Solá, la plantó en la escena musical.
Le ofrecieron hacer comedia musical, pero prefirió no escudarse en la ficción de un personaje. Buscó qué decir y cómo decirlo. Aleteo es la confirmación de esas ideas sensibles a través de los sonidos de su música. Estas primeras seis canciones expresan todo un tiempo de búsquedas y retratan un presente coherente en el que las resonancias de la tierra profunda encuentran en su voz el vehículo para llegar al otro: “Esta soy yo, ahora”, concluye Carolina del Carmen Peleritti, “La Peleritti”, la mujer de varias vidas aglutinadas en una sola. La modelo, la actriz y la cantora. La mujer que transitó varios despertares.
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