Carlos Inzillo, el Señor Jazz: los 40 años de Jazzología y su gran amor por Racing Club
El ciclo que creó y que nació el 4 de septiembre de 1984 hoy cumple cuatro décadas ininterrumpidas; un pequeño gran milagro en el panorama cultural porteño
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“Te voy a ser sincero. Si a mí me decían que el ciclo iba a durar 40 años, no lo hubiera creído. Más perteneciendo a una institución oficial, en este caso el gobierno de la Ciudad. Arrancamos el 4 de septiembre de 1984 con Hernán Oliva, que era un musicazo; vino con un cuarteto a la sala Enrique Muiño, que fue nuestra sala durante mucho tiempo, y mató”.
Así, con ese entusiasmo que conserva a través de las décadas, se expresa Carlos Inzillo. Periodista, difusor radial, gestor cultural, entusiasta y sufrido hincha de Racing, amante del cine y del jazz. Estudió música y clarinete, se licenció en periodismo en la Universidad Kennedy y es doctor en psicología social. Fue durante décadas el jefe de prensa del Centro Cultural San Martín y un auténtico personaje de Buenos Aires, querido y respetado no solamente por sus amigos más cercanos. Por los festejos de los 40 años habrá conciertos especiales y se proyectará la película que le dedicarán al propio Inzillo.
“Estaba Javier Torre en la dirección del Centro Cultural”, continúa. “Fue un momento de mucha ebullición con el retorno de la democracia. Yo había estudiado periodismo, siempre me gustaron la comunicación, el cine, la música. Empecé como jefe de prensa en diciembre del 83. El Cultural había pasado de unas 25 actividades mensuales que había en la etapa de la Dictadura a 250: teatro, danza, música. Pero no había un ciclo de jazz sistemático. Yo tenía cierta experiencia. No como músico para subirme a tocar. Estudié el clarinete con Hugo Pierre y con Ruggero Lavecchia (el padre de Bubby). No sé cuántos métodos hice. Pero yo tenía autocrítica, me escuchaba y no resultaba. Pero sí tenía experiencia en radio donde pasaba jazz, una música que me apasionaba desde chico. Mi viejo tenía una discoteca bárbara en discos de pasta de 78 rpm. Y ya desde la cuna, o desde que estaba en la panza de mi vieja, el jazz era la música que me copaba. En aquel entonces, eran los gustos de mi viejo que era el swing. Con el tiempo fui conociendo el bebop, las tendencias más nuevas y me fui volcando también. Pero sin abandonar el grupo de lo clásico. Así nació “Jazzología”.
–¿Por qué eligió ese nombre para el ciclo?
–Fue por “Rayuela”, de Cortázar. Él juega con esa palabra basándose en las sesiones del Club de la Serpiente, que era un grupo de amigos que se reunían en París a escuchar discos de jazz y hacían el clásico blindfold test, ese juego de reconocer músicas e intérpretes con los ojos tapados.
–Dijo que en el comienzo lo pensó como un ciclo apuntado a lo clásico. Sin embargo, a lo largo de los años han pasado por Jazzología variantes muy distintas del jazz.
–Hoy día, con el tiempo, el bebop también se ha hecho clásico, pero en eso que decía me estaba refiriendo a músicas que tienen más de un siglo. La primera grabación de jazz es de 1917. Los primeros discos importantes de Armstrong, King Oliver, Jelly Roll Morton, Duke Ellington y otros aparecieron ya en la década del 20. Yo sigo escuchando esas músicas aunque quizá no con la frecuencia con que escucho lo contemporáneo. Para el primer siglo de jazz, como solista Armstrong y como banda Duke Ellington. Pero hay montones de big bands donde había que tener talento para leer esos arreglos o para improvisar como lo hacían.
–Cuando usted arrancó con el ciclo, el jazz quizá no estaba en su momento de apogeo en Buenos Aires.
–Puede ser. Hubo una camada muy importante de tipos como Pocho Lapouble, el Negro González, Jorge Navarro, el Gato Barbieri, Junior Cesari, Hugo Pierre, Enrique Varela, el Mono Villegas, Néstor Astarita, Lalo Schiffrin y unos cuantos otros que hicieron época. Después quizá vino un tiempo menos floreciente. Y llegó luego otra camada, más joven, posiblemente más relacionada con la influencia de la escuela de Berklee. Curiosamente, el ciclo no nació en el momento de más relevancia del jazz, pero nunca decayó el público. Atraíamos a gente que venía del mundo pop inclusive. Chico Novarro, que había sido baterista de jazz en otra etapa de su vida, actuó a dúo con Jorge Navarro (un espectáculo que después hicieron en Clásica y Moderna). En otra oportunidad estuvo Nicky Jones, del Club del Clan. Vino a tocar con Luis Salinas: la gente enloquecida. Otra vez, Cristina Aguayo, que venía del blues, y trajo un cuarteto de chicas que resultaron ser las Blacanblús. Un día vino un baterista que me dijo que me iba a traer un pianista al que conocía de otro lado y era Alejandro Lerner. Pero un poco volviendo a tu pregunta, diría que con la aparición del rock entre el 55 y el 57, el jazz, con cierto paralelismo a lo que ocurrió con el tango, quedó en otro plano y tuvo que buscar otros caminos. Pero te repito: el público siempre estuvo de todos modos para esta música.
–¿Cómo se pensó Jazzología inicialmente y cómo fue variando con los años?
–La idea fue implementar un ciclo de jazz, todos los martes, que era el día que los músicos profesionales no laburaban. Como yo estaba dentro del ambiente (de hecho, muchos músicos habían sido amigos de mi viejo, como Enrique Villegas, Enrique Varela, Panchito Cao) tenía cierta ventaja. Lo que pensé fue hacer un concierto semanal, con entrada gratuita. Nunca tuve gran presupuesto. En algunos momentos se acercaba apenas a un viático decente. Con el tiempo, me fui dando cuenta de que los músicos no venían al ciclo a ganar guita. Eso lo hacían en los boliches, en los teatros. El tema era crear un espacio para difundir el jazz en vivo, basándose en la frase esa clásica de Jean Paul Sartre: “El jazz es como las bananas, hay que consumirlas en el lugar donde se producen”. Yo había militado en lugares de jazz, como el Jazz Club, el Círculo Amigos del Jazz. Tenía cierta experiencia en cómo programar. Poníamos a veces a personas a dar una conferencia previa, con un concepto de espectáculo y de entretener y divertir en el mejor de los sentidos. Entonces, le tenía fe al ciclo porque en esa época había mucha gente que era apasionada del jazz tradicional y estaban desapareciendo los lugares de difusión. También venía gente relacionada con cierta vanguardia o de tendencias post bop. Así que lo que nació apuntado a lo clásico, a lo largo de los años incluyó de todo: fusiones, blues, negro spirituals, canciones de trabajo, ragtime, free jazz. Todas las escuelas del jazz han pasado por Jazzología.
–¿Cómo pudo sostenerse tanto tiempo y atravesar tantos gobiernos?
–A veces tuvimos apoyos externos, como por ejemplo de la embajada de Estados Unidos, que nos traía a algún músico para el festival Armstrong o nos ponía a Hugo Guerrero Marthineitz como animador. Hubo otros extranjeros que pudieron venir a tocar traídos por sus embajadas. Hubo músicos que tocaron por la amistad que se fue generando. Tuvimos a veces algún pequeño esponsoreo. Pero siempre el ciclo tuvo sus idas y vueltas y hubo momentos en que me costó sostenerlo. Y también hubo alguno –y no lo voy a nombrar- que quiso serrucharme el piso y propuso otro ciclo en el Centro Cultural pero con otro presupuesto, mucho mayor al que yo manejaba. Finalmente no ocurrió por la dignidad de otros y por el cariño y el respeto que me fui ganando.
–Eso el ambiente lo valora...
–Estuvo algún directivo que quiso cobrar entrada, a lo que siempre me opuse porque le cambiaba el sentido. Si hablamos de presupuestos, lo que se le paga a los músicos no ha sido nunca mucho más que un viático más o menos digno. No es sencillo porque además, más allá de mis ideas que pueden estar más o menos cerca de las autoridades de turno, no me muevo por la cuestión política. Me considero un profesional y un laburante y desde ese lugar hago y defiendo al ciclo. Igualmente, también pasaron tantas cosas hermosas. En aquel primer año 1984, vino el danés Erling Crooner, un trombonista impresionante que era amante de la literatura latinoamericana y en especial de Borges. Me contó que se iba al Tivoli Gardens de Copenhague con sus libros. Le había compuesto un tema, la “Suite de la oscuridad”. Tocó con un grupo que armamos a pedido de él con el fueye de Julio Pane, porque también estaba prendido con la idea de la fusión con el tango. Pero la anécdota es que, gracias a Javier Torre, pudimos enganchar a Borges que fue a escuchar el concierto con María Kodama. Lo recuerdo sentado en primera fila, con su bastón y su típica pose. Kroner estaba fascinado. Lamentablemente, no hay registro fotográfico de ese momento tan especial.
–¿A qué público apunta Jazzología?
–A lo largo de estas cuatro décadas, noto cómo bajó el promedio de edad de los asistentes. Al principio, el público era más masculino y más veterano. Ahora se llena de jóvenes y de muchas chicas, por supuesto. Y también hay muchas mujeres tocando. Yamile Burich, por nombrarte a una, es una artista admirada por todos y ha pasado por el ciclo. Tiene una polenta arrolladora. Vino con su grupo de las Jazz Ladies. Y la cantidad de grandes cantantes mujeres que hay, ni hablar.
Quienes conocen a Inzillo (y la mayoría de quienes tenemos algo que ver con la música en Buenos Aires, lo hemos tratado muchas veces) saben de su sencillez, su humildad, su amabilidad, pero también de sus apasionadas discusiones cuando se habla de jazz o de su amado Racing. Pero vale decir que sin perder su continuidad en vivo contra vientos y mareas, Jazzología se convirtió en un programa de televisión del Canal de la Ciudad y que el propio Carlos tiene una película sobre su vida (“Señor jazz” de Federico Sotelo y Javier Hornos) y que fue declarado Personalidad destacada de la cultura por la Legislatura porteña.
–¿Cómo se siente frente a esos reconocimientos?
–La verdad: no me la creo. Porque esto fue llegando no porque yo me moviera para pedirlo ni porque hiciera nada para generarlo. Cuando miro eso de la película o del premio me da sorpresa, incertidumbre, gratificación. Si sé que recibir estos reconocimientos puede tener efecto para sostener el ciclo. Me llegaron a preguntar, autoridades, cómo hice para que me declararan personalidad destacada. “¿Qué amigo tenés?”. Nada. Mis relaciones siempre fueron con el director de turno del centro cultural, con los músicos y con mis colegas periodistas. Pero sí quiero decir que estoy muy agradecido a toda la gente del centro cultural: los laburantes, los camaradas, los compañeros, desde los que entregan las entradas hasta los técnicos. Se ponen la camiseta del ciclo y tienen un enorme sentido de pertenencia con el centro cultural. Es un organismo de la ciudad que tiene una porción de torta mucho más chica, como el hermano pobre, el que está en la parte de atrás del Teatro San Martín. Así que es una de esas cosas que se hacen con el corazón aunque, por supuesto, les tenés que poner tu dosis de profesionalismo para que salga lo mejor posible.
–Cerremos la charla hablando de Racing...
–Esa es una pasión inexplicable. Estuve en la inauguración del Cilindro, tendría 5 o 6 años. Y qué puedo decirte. Sigo agarrándome broncas, me enojo con el VAR maldito. Estoy conectado con grupos de hinchas con los que nos retroalimentamos. Me llaman el Patriarca y me la banco porque soy el mayor. Me alegro cuando Racing gana. Me pongo más contento cuando juega bien y gana. Y cuando pierde, calladito y la cosa va por dentro. Lo que no me gusta para nada es que con el tiempo se ha ido generando una violencia y un odio que antes no había. Antiguamente había rivalidades; ahora hay enemigos. En mi caso, hablo por Independiente pero veo que pasa en todos los equipos. Por supuesto que no es un fenómeno exclusivo del fútbol, pero ahí está expresado de un modo muy fuerte.
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