El 24 de junio es un día de luto para la música popular argentina: en 1935 moría Carlos Gardel y en el 2000 perdía la vida Rodrigo Bueno, las estrellas del tango y el cuarteto que se convirtieron en leyendas
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Murieron antes de tiempo, en la plenitud de sus vidas. De manera trágica, como suelen acontecer las muertes prematuras. Partieron en el mejor momento de sus carreras y fueron llorados por todo un país. A pesar de la distancia temporal, Carlos Gardel y Rodrigo Bueno moldearon vidas con rasgos que las emparentaron. Y debido a esos caprichosos artilugios del destino, ambos abandonaron la vida física un 24 de junio.
En 1935, la muerte de Carlos Gardel conmocionó los argentinos y enlutó a buena parte de Latinoamérica. Tenía 44 años. En el 2000, la partida de Rodrigo Bueno sacudió a un país que repetía sus hits de memoria, como un mantra de divinidad festiva. Tenía 27 años.
A veces las leyes de la física fallan en sus dictámenes. Gardel y Rodrigo construyeron líneas paralelas con mojones en común que se empecinaron en cruzarlas. Acaso porque ambos ídolos les dieron a sus fanáticos esas alegrías que escapan a la razón, pero también les arrancaron las lágrimas del dolor más desgarrador ante la ausencia inexplicable.
“Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver, no habrá más penas ni olvido”. (“Volver”, Carlos Gardel)
“Soy cordobés, me gusta el vino y la joda y lo tomo sin soda porque así pega más. Soy cordobés y me gustan los bailes y me siento en el aire si tengo que cantar”. (“Soy cordobés”, Rodrigo Bueno)
Nacimientos
El del Zorzal es un origen discutido, polémico. Se lo atribuyen unos y otros. ¿Argentino, francés o uruguayo? Según el prestigioso biógrafo, investigador e historiador Simon Collier, el más insigne de los cantantes argentinos nació el jueves 11 de diciembre de 1890 en el hospital Saint Joseph de la Grave, en la ciudad francesa de Toulouse y fue inscripto como Charles Romuald Gardes. Sacrilegio para los porteños que no logran entender cómo ese símbolo, tan genuino como el Obelisco y la calle Florida, puede haber nacido a orillas del río Garona. Parece ser que, cuando cumplió dos años, Berthe, su madre planchadora, decidió que había un destino más próspero en la lejana Buenos Aires. En la Reina del Plata se crió y educó. Y fue donde, en su temprana adolescencia, la inspiración golpeó a la puerta de la pieza donde dormía en la casa de la calle Jean Jaures. Carlitos Gardel, muy pronto, se convirtió en el mayor exponente de ese tango portuario con rítmica de 2x4.
En cambio, Rodrigo Alejandro Bueno nació el 24 de mayo de 1973 en su siempre homenajeada ciudad de Córdoba. “Córdoba capital”, como se encargaba de aclarar. Hijo de Pichín Bueno, cuya actividad siempre estuvo vinculada a los sellos discográficos y murió joven en los brazos de Rodrigo, y de la histriónica Beatriz Olave, esa mujer excéntrica a la que se le adosó la fama de su hijo. “A mi vieja le chifla el moño”, solía decir el cantante ante los arranques insólitos de esa madre de pelo platinado y bijouterie excesiva. Influenciado por los bailes de los barrios Alta Córdoba, Alberdi o General Paz, Rodrigo Bueno se encargó de desparramar el cuarteto de su provincia por todo un país que celebraba aquel “tunga tunga” fundado por Leonor, El Pibe Berna, Carlitos Rolán o El cuarteto de Oro.
Estilos
Carlos Gardel le dio forma al tango argentino de manera fundacional. El tango era y es Gardel. Auténtico, hizo de su fraseo y el porte arrabalero una marca de su orillo. Aquel artista que haya tenido aspiraciones vanguardistas o generar una ruptura en el género, primero tuvo que pasar por los cimientos de ese Gardel del siglo pasado que sentó las bases con ese tango genuino, purificado.
Rodrigo Bueno, en cambio, moldeó su estilo tomando los orígenes del cuarteto, el género musical nacido en la provincia de Córdoba, y mixturarlo con algo de cumbia bonaerense y santafesina, y construyó un repertorio festivo que incluyó algunos temas románticos.
Carlitos le dio bríos a un género recién nacido y lo irradió en buena parte del mundo. Rodrigo modificó los sonidos puros del cuarteto para hacerlo romper fronteras y generar una música nueva de trascendencia nacional.
Y si ambos eran exponentes de los géneros que interpretaban, lo cierto es que El Zorzal se animó con un foxtrot como “Rubias de New York” y Rodrigo arremetió con una versión tanguera de “Tango y pasión”. Grandes experiencias que les permitieron desplegar una paleta de colores expandida.
Descollaban en el escenario, pero ninguno se privó de escribir letras y componer música. Gardel, en muchas ocasiones en tándem con Alfredo Le Pera, fue el escriba responsable de títulos como “Volver”, “Por una cabeza”, “Mi Buenos Aires querido” y “El día que me quieras”, solo por citar algunos ejemplos representativos. En el caso de Rodrigo Bueno, su creatividad como compositor quedó registrada en medio centenar de títulos, aunque hits como “Soy Cordobés” o “Un largo camino al cielo” fueron escritos por Flavio Bueno, su hermano.
Público y privado
Mientras que El Zorzal criollo mantenía su privacidad bajo un estricto hermetismo, El Potro se ufanaba de sus amores, de ese poder de seducción que lo convertía en un galán nacional y popular.
De Gardel trascendió su amorío con Mona Maris y con una jovencita llamada Isabel del Valle, con quien habría estado doce años unido y cuya ruptura se debió al hastío del novio ante los frecuentes y desmedidos pedidos de dinero de la chica y de su familia, sacándole partido a la fortuna que Gardel iba amasando. También se habló de Imperio Argentina, María Esther Gamas y una tal Madame Jaenne.
Rodrigo novió con la ex vedette Marixa Balli, quien guarda un gran cariño por la memoria del músico. Se habían conocido en 1991, cuando él la convocó para participar del clip del tema “La chica del ascensor”. Además, fue pareja de Patricia Pacheco, madre de su hijo Ramiro, y de Alejandra Romero. Y hasta la propia Graciela Alfano confesó un affaire con el músico.
Récords
Carlos Gardel fue el artista más exitoso de su tiempo. En Argentina, sus actuaciones en teatros y clubes de barrio convocaban a multitudes. Lo mismo que sus películas, que generaban expectativa desde mucho antes del estreno. Cuesta abajo, Tango bar o El tango en Broadway fueron un suceso desde la primera proyección en matinée.
El 10 de septiembre de 1933, Carlos Gardel actuó por última vez para el público porteño antes de irse de gira a Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. La sala escogida para el concierto fue el teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza. Tal fue la demanda de localidades que la función se llevó a cabo con las puertas abiertas para que la romería que no había conseguido entradas pudiese disfrutar del show desde la calle. Terminada la presentación, el fiel amigo de Razzano se dirigió hasta la avenida Triunvirato y cantó a capella algunos temas más.
Rodrigo Bueno marcó un récord en el estadio Luna Park de Buenos Aires con aquella seguidilla de 13 conciertos consecutivos en abril de 2000, pocas semanas antes de su muerte. Así como el 5 de septiembre de 1975 lo había hecho Sui Generis y luego tantos otros, el cuartetero decidió pisar fuerte en la gran ciudad.
Vestido como un boxeador, en clara referencia al historial boxístico del llamado “Palacio de los deportes”, Rodrigo desplegó su espectáculo más relevante. Los tickets se agotaban a minutos de ponerse a la venta y cada función se realizó con demanda sold out. Para los cabuleros, aquel número 13 de shows realizados fue un presagio funesto. En 2006, el cantante Ricardo Arjona duplicó aquel número de recitales.
El final
El 24 de junio de 1935, en la pista del aeródromo Las Playas de Medellín, Colombia, Carlos Gardel, Alfredo Le Pera y el guitarrista Guillermo Barbieri, entre otros integrantes de la comitiva de la estrella del tango, abordaron la avioneta con la que abandonarían el país en el que Gardel era un verdadero ídolo popular. En pleno carreteo, la aeronave colisionó con otra, prendiéndose fuego rápidamente. Gardel, Le Pera y Barbieri fallecieron junto con otras 13 personas. Las razones del choque nunca fueron aclaradas fehacientemente.
Las radios de todo el continente propagaron la noticia rápidamente. Las tapas de los diarios dieron la información con letras de molde e impactantes fotografías de la tragedia. Se apagaba la vida del mayor ídolo popular de los argentinos en ese tiempo.
Luego de un primer entierro en Colombia, el cuerpo de Gardel fue retirado del camposanto, para realizar un viaje que incluiría el interior de Colombia, Panamá, un funeral en Estados Unidos, donde “El morocho del Abasto” ya era una figura estelar, y, finalmente, el arribo en barco al puerto de Buenos Aires.
Los restos de Carlos Gardel fueron recibidos por una multitud y una lluvia de flores. Familias enteras se acercaron para recibir al ilustre prócer popular. Finalmente, el estadio Luna Park fue el lugar escogido para el conmovedor funeral, paso previo a la caravana que condujo la carroza por la avenida Corrientes rumbo al cementerio de la Chacarita, donde descansa junto a su madre. A paso de hombre, el cortejo se dirigió rumbo al norte ante el llanto desconsolado, los aplausos y las flores arrojadas desde los techos más próximos.
Sesenta y cinco años después de la muerte de Gardel, en la noche del 23 de junio de 2000, Rodrigo Bueno participó en el programa La biblia y el calefón de Jorge Guinzburg. Luego, se dirigió a cenar a El Corralón, el restó frecuentado por la farándula. Allí se cruzó con Fernando Olmedo, hijo del cómico Alberto Olmedo, quien le contó que nunca lo había visto cantar en vivo. Inmediatamente, Rodrigo lo invitó a sumarse dado que, desde el local del barrio del Abasto se dirigiría hasta City Bell para ofrecer un concierto en una disco de moda. Así fue. Cerca de la medianoche, el músico y su comitiva partieron hacia aquella localidad cercana a la ciudad de La Plata.
Aquel show de casi dos horas lo mostró exultante, aunque se enojó cuando algunos fanáticos hicieron explotar bombas de estruendo. Ya en la madrugada del 24 de junio de 2000, Rodrigo Alejandro Bueno se dirigió rumbo a Buenos Aires junto a su expareja Patricia Pacheco, su pequeño hijo Ramiro, Fernando Olmedo, un productor y un locutor amigo. A pesar de lo extenuante del concierto recién ofrecido, él era quien manejaba.
En la autopista que vincula La Plata con Buenos Aires, algo llamativo sucedió: se dijo que una camioneta lo encerró y que Rodrigo volanteó a la derecha para pasar al vehículo. En esa faena, la camioneta roja del músico perdió el control en el asfalto húmedo por la llovizna y comenzó a dar giros que terminaron con el vehículo detenido y con destrucción parcial. Rodrigo Bueno, que no tenía colocado el cinturón de seguridad, salió despedido. Su cuerpo inerte sobre la calzada fue la foto más difundida de aquella trágica madrugada en la que también perdió la vida Fernando Olmedo.
Hoy, Carlitos Gardel tiene una estatua que lo recuerda en el cementerio de la Chacarita. A esa figura de tamaño real, que resplandece con la elegancia del homenajeado frente a la bóveda donde descansan sus restos, los visitantes le ofrendan un cigarrillo encendido que colocan en sus manos como un ritual en su homenaje.
Además de una biopic dirigida por Lorena Muñoz, Rodrigo Alejandro Bueno tiene un santuario que lo homenajea a la altura del kilómetro 27 de la autopista Buenos Aires–La Plata. Allí, dentro de un tinglado, cintas, ropas, banderas, pañuelos, muñecos de peluche se convierten en ofrendas que simbolizan el agradecimiento a su arte y a los milagros concedidos. Santo pagano de lo popular, la gente se acerca para pedirle de rodillas al pibe de barrio, mujeriego y entrador que dejó su vida a unos metros de ese sitio de oración. “Gracias por tanta alegría, promesa cumplida”, se lee en torno a una leyenda en la puerta del santuario. El cuerpo del músico descansa en un cementerio privado de Esteban Echeverría, casi sin visitas, en una soledad que se contradice con las multitudes que lo acompañaron en vida.
Muertes prematuras. Antes de tiempo. En el cenit de sus carreras artísticas. Idolatrados hasta el paroxismo. Murieron el mismo día, engendraron en el pueblo idéntico dolor. Razones suficientes para que Carlos Gardel y Rodrigo Bueno ofrendaran sus muertes para construir sus propias leyendas con mucho en común.
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