Café Tacuba llegó al Colón con mucho espíritu festivo y poca intención sinfónica
Rubén Albarrán sube a escena como un pequeño monje vestido de negro, con un kimono rosa, unas geta (calzado tradicional japonés de madera) y esos cuernos de pelo que luce desde hace un tiempo. A su lado, sus compañeros de toda la vida en Café Tacuba, la banda mexicana que este año celebra su trigésimo aniversario, y detrás la Sinfónica de Buenos Aires, con la directora Natalia Dorfman vestida de rojo intenso. Delante de ellos, un Teatro Colón con la platea semivacía y el "gallinero" repleto de fans que no quisieron perderse este concierto especial, el segundo de la agrupación junto a una orquesta y el primero en este recinto sagrado para la Argentina.
La cruza de esta banda en permanente búsqueda y experimentación sonora con una orquesta prometía bastante más de lo que finalmente resultó y solo cuando la orquesta dejó el escenario, en su segundo acto, los Tacubos pudieron crear ese clima festivo-espiritual con el que supieron romper más de una barrera en la escena del rock latino.
No era sencilla la parada y los mismos músicos no parecieron sentirse tan cómodos en ese primer acto sinfónico (como tampoco el público, que entre tema y tema pedía a los gritos que subieran el volumen como si se tratara de un espacio rockero), más allá del histrionismo sin igual de Albarrán, que intentó una y otra vez conectar con la gente que tenía más cerca en este monstruo lírico porteño. Canciones como "El aparato", "Volcán", "De este lado del camino" y el clásico "Esa noche" introdujeron el concepto inicial del concierto, intentando el ensamble banda/orquesta sin tomar demasiados riesgos, pero logrando de todas maneras, poco a poco, tomar vuelo. El tramo a cargo de "Meme" del Real ("Eres" y "Aviéntame") volvió a demostrar lo difícil que puede ser este tipo de unión tanto para los de arriba como para los de abajo del escenario (con aplausos que resuenan antes de la finalización de los temas incluidos), y el cierre con "El puñal y el corazón" levantó por primera vez a una platea que comenzaba a llenarse con los fans que descendían de los palcos más altos para ocupar las butacas vacías.
Sin más, la experiencia sinfónica de Café Tacuba llegó a su fin con esas siete composiciones y al regreso el planteo de la banda ya fue el de un show en formato tradicional, aunque la palabra tradicional casi nunca se encuentra en el diccionario tacubo. Armados entonces como siempre, Albarrán tomó por asalto el escenario con su carisma sin igual y condujo la noche a su antojo hasta la fiesta final con "El baile y el salón", que dejó a todos los presentes cantando hasta mucho después de terminado eso de "mientras tu me fuiste demostrando que el amor es bailar".
"Olita de altamar" le sirvió al cantante para introducir su discurso evangelizador a favor de su querida Pachamama, en contra de la minería a cielo abierto y el fracking: "Los empresarios tienen que entender que no son como ellos lo llaman: recursos naturales; son bendiciones". Luego elevaría sus plegarias ("anuncios parroquiales" en palabras de Albarrán) por los niños, los jóvenes (con alusión a los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, cuatro años atrás), los "taitas", las mujeres y, una vez más, la "Pachamamita".
"Las Flores", "Chilanga banda", "Déjate caer" y "La chica banda", con un puñado de chicas arriba del escenario saltando y cantando, coronaron esta presentación que fue de menor a mayor (como le ocurrió a su correligionaria Lila Downs, quien había abierto el festival Únicos en el Colón unas horas antes, en el primer turno de la noche) y que cerró con el hipnótico "El baile y el salón", con todo el recinto de pie, logrando finalmente el clima de conexión sensorial entre los presentes tan buscado durante toda la noche. Mañana, Café Tacuba volverá a presentarse en Buenos Aires, pero gratis y al aire libre, en Figueroa Alcorta y Dorrego y seguramente la historia será diferente.
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