Cada día toca mejor: el brillante desempeño de Nelson Goerner en el Teatro Colón
El pianista argentino volvió a Buenos Aires e hizo gala de su enorme capacidad artística para enfrentar un programa tan bien escogido como dificultoso
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Recital de piano de Nelson Goerner. Programa: Chopin: Baladas Op.23, Op.38, Op.47 y Op.52; Debussy: Estampas; Albéniz: Iberia, Cuaderno IV. Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Nuestra opinión: excelente
Hace más de treinta años, exactamente en 1990, después de obtener el primer premio del Concurso Internacional de Ginebra, Nelson Goerner, bonaerense y sampedrino, imaginaba una carrera internacional y le manifestaba a este cronista que Argentina estaría siempre entre sus destinos. Del dicho al hecho, efectivamente, Nelson, una y otra vez, retorna a su país natal, y no solo a la Capital Federal, con una constancia digna de mención. Pero hay un plus. Cada vez que llega al país se revela con un pianista que continúa mejorando y ascendiendo. Siempre tocó bien, muy bien. Pero en esta oportunidad, y con el recuerdo fresco de sus últimas y maravillosas presentaciones, tocó mejor que nunca.
Completo, dueño de todas las situaciones, con una técnica impresionante y entendiendo la esencia de cada una de todas las obras que interpretó, en esta oportunidad pudo demostrar una inmensa capacidad artística al enfrentar un programa muy bien escogido y harto dificultoso, con tres secciones que discursiva y estéticamente planteaban resoluciones puntuales y diferentes. Con una solvencia y un arte superior, Nelson expuso de manera consumada y magistral el romanticismo más exquisito de Chopin, el impresionismo más tenue y espiritual de Debussy y el admirable nacionalismo modernista postrero de Isaac Albéniz. Pero, feliz y generoso, agregó una extraordinaria cuarta sección al recital con tres piezas fuera de programa que excedieron, largamente, lo que es meramente un agregadito para satisfacer al público.
Las cuatro Baladas de Chopin, escritas como obras individuales en diferentes momentos de su vida, son obras extensas y con planteos formales y narrativos diferentes dentro del corpus pianístico general de Chopin. Atendiendo a esa esencia única, Nelson, propiamente, relató cuatro historias abstractas estructuradas sobre secciones cambiantes y que no atienden a ningún esquema formal rígido. Leyendo los contenidos de cada una de las baladas, con una libertad expresiva llamativa y gran sensibilidad, Nelson contó cuatro odiseas atrapantes. Hubo poesía, pasajes endemoniados, contrapuntos y contracantos que se asomaban por entre la maraña de esas texturas maravillosamente complejas que Chopin trabajaba como nadie y lució tan robusto como lírico. Siempre expresivo, ofreció cuatro interpretaciones personales y magistrales de este ciclo tan particular conformado, insistimos, por cuatro piezas individuales.
Después de la pausa, con las Estampas de Debussy por delante, Nelson regresó vestido de pintor/pianista impresionista. Sus toques y sus fraseos dejaron atrás las exuberancias expresivas que habían sido imprescindibles con Chopin y, sugerente, tenue, etéreo, expuso los misterios y las indefiniciones melódicas y armónicas que son esenciales en la conformación del lenguaje y las propuestas debussyanas. Con todo, Nelson no se quedó apoltronado o inmutable bordeando lo inasible y esa tenuidad propias del impresionismo y también supo extraer otras sonoridades y aplicar una gran variedad de toques que no son extravagantes ni ajenos a la estética de Debussy. En estas Estampas convivieron la precisión, la liviandad y la exposición de melodías, arrebatos, vaguedades, sugerencias y plenitudes. El mejor Debussy, en síntesis.
Para completar esta imagen de artista en plenitud y multifacético, Nelson cerró el programa previsto con el último de los cuatro cuadernos de Iberia, la última gran obra para piano de Albéniz. A diferencia de aquellas obras típicas del mejor romanticismo nacionalista español, Albéniz devino en un compositor del siglo XX incluyendo armonías, texturas y conceptos provenientes del impresionismo francés. Pero Albéniz no elaboró un impresionismo español sino que trabajó y construyó una propuesta diferente, modernista y auténticamente española, además, con requerimientos técnicos desmedidos. Nelson denotó una comprensión acabada de esta idea novedosa y, con la solvencia que le da una técnica sin fisuras, extrajo pasiones y sugerencias por igual. El final brillante, con “Eritaña”, logró que el Colón explotara en aplausos largamente merecidos. Y como agradecimiento, llegó la tercera parte del recital.
Fuera de programa, sucesivamente, Nelson ofreció una versión intimista y refinada del Intermezzo en La mayor, op.118, Nº2, de Brahms, una interpretación robusta y velocísima del Estudio en do sostenido menor, op.10, Nº4, de Chopin, y la extensa y tremenda Rapsodia Nº6 en Re bemol mayor, de Liszt, una obra de dificultad extrema, cambiante, propiamente rapsódica y con una final espectacular en el cual, no obstante, no faltaron respiraciones y toques de gran sensibilidad. La ovación posterior fue estremecedora. Y Nelson volverá. Como el ascenso musical y artístico continuará, seguramente su concierto será aún superior.
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