C. Tangana celebró su reinvención musical con una verdadera fiesta, en el Movistar Arena
El cantante y compositor español se presentó por cuarta vez en el país, aunque en un plan completamente distinto que lo muestra mucho más maduro artísticamente
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Un disco te puede cambiar la vida, o la vida puede cambiar un disco. Por suerte nunca vamos a saber qué pasa primero. Pero lo cierto es que C. Tangana llegó a su crisis de los 30 y entonces puso en crisis su obra. “De repente, mi yo de 26, 27, 28 años empieza a ver que voy a tener 30 y no quiero verme con 30 tratando de hacer una música que les resulte interesante a chavales de 18 en TikTok”, le decía a Rolling Stone Argentina días antes de la salida de El Madrileño, el disco con el que saltó del trap a la música de raíz y que lo trajo a la Argentina para dar dos shows con entradas agotadas en el Movistar Arena.
Así las cosas, el acercamiento al folclore de su país le dio una masividad indiscutida en todos los países de habla hispana (y más también), una consagración que no había alcanzado fuera del nicho con sus ya muy buenos discos de trap. Del autotune al cajón flamenco y las guitarras españolas sin solución de continuidad. Y de esa manera redefinió todo su repertorio, ajustado a la imaginaria del flamenco y las juntadas gitanas en una sobremesa en la que todos cantan, tocan y beben. También allí hay un cambio: C. Tangana se rodea de gente y funciona más como un anfitrión amable que como un líder verticalista.
El comienzo del show con “Still Rapping” funcionó como toma de posición personal y estética. “Todavía rapeo” sería la traducción del título, una forma de decir que ese sigue siendo su punto de partida y también que el flow puede también sonar orgánico con una orquesta tracción a sangre. Con una treintena de músicos en escena, y una puesta que emulaba una especie de bar de all inclusive caribeño, Tangana y los suyos reconectaron con el carácter social de hacer música, algo puesto en jaque no solo por la cuarentena mundial sino también por las nuevas formas de producir canciones. En la propuesta del español, nada podría ser posible sin el otro.
Ni siquiera el repertorio. Porque las reversiones del cancionero de habla hispana fueron parte central de la noche. “Sabor a mí”, “No estamos locos” y hasta “Suavemente” de Elvis Crespo funcionaron como standards que potenciaron el perfil celebratorio. Las melodías pasaban de boca en boca, como si se tratara de una juntada en la que cada invitado (Nathy Peluso hizo su aparición en “Ateo”) propone su canción favorita en su momento de protagonismo. Para C. Tangana, cuya voz dista de ser espectacular y su registro es más bien acotado, la dinámica funcionó también como estrategia para evitar la monotonía. En ese sentido, los cambios de escena y contexto, así como la dirección de cámara para que las pantallas muestren el show casi como una película filmada en tiempo real, sumaron también como recurso de un espectáculo pensado con los recursos del pop pero con la velocidad del folklore.
Hacia mitad del show, la puesta recreó el Tiny Desk Concert (de la serie de mini conciertos que artistas de todo el mundo graban para NPR, la radio pública de Estados Unidos) con cerca de una decena de músicos y cantantes sentados al rededor de una mesa, una última cena sin ningún tipo de tragedia. Después de los temas en continuado que incluyeron hasta una cita a “Bizarre Love Traingle” (de New Order), C. Tangana cerró el segmento con “Tranquilísimo”, un tema que en su grabación original tiene mucho de mumble rap y acá lo tuvo a él parado sobre la mesa, con zapateo incluido. La organicidad de los arreglos, como clave para que casi cualquier cosa sea posible.
A partir de ahí, la recta final mostró a la banda y el barman ya en plan fin de fiesta, como si estuviesen alcoholizados después de tanta celebración. La Húngara y El Bola, los dos cantantes con mayor protagonismo, tuvieron sus momentos de lucimiento personal para recibir aplausos y rosas desde el público. Sentado en el medio del escenario, C. Tangana se limitó a introducirlos y admirar las destrezas vocales de ambos. “Esta canción siempre la pido cuando quiero que la fiesta remonte”, dijo antes de una versión bien extendida, casi como una jam salsera, de “Suavemente”. La ubicuidad en la lista de temas y el relajo total de la banda completa (cuerdas, bronces y percusiones) terminaron por redondear la idea del cantante. En un caso similar al de Rosalía versionando a La Factoría en su gira actual, la inclusión de un cover ultra conocido funciona como válvula de escape y también como legitimación propia y ajena.
Ya sin el saco y con una sudadera, el cantante encaró la pasarela para cerrar el show, con la banda a los abrazos, el barman a los besos y las pantallas mostrando los créditos finales. Es la cuarta vez que C. Tangana se presenta en la Argentina. Las tres anteriores (en festivales como el Sonar, Lollapalooza y Buenos Aires Trap), lo tuvieron en su faceta de rapero moderno, con el flow como destreza y el autotune como máscara. Cantaba y afinaba poco, pero su música no le pedía que se hiciera cargo de eso. Ahora, que canta y afina apenas un poco más, su gira se llama Sin cantar ni afinar Tour. Y desde ahí, parece haber reorganizado sus prioridades. Mirarse al espejo, volver a las raíces y celebrar la música rodeado de gente más virtuosa que él. Llegar a la era de la madurez, solo porque él mismo lo quiso.
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