Bunbury se presentó en el Luna Park y estrenó su disco Expectativas
Dos o tres tipos duros y robustos se deslizan como peces hacia el vallado. Son conmovedores: van en cueros y no pesan menos de cien kilos, pero cantan sin un asomo de vergüenza una canción de amor desgarrado como “El rescate”.
Son las 21 en punto y el Luna Park está a la espera. Bunbury sabe que apenas se apagan las luces, como en el cine, hay un pacto irrompible entre el público y este tipo que pisa el escenario de punta en blanco: durante estas dos horas, la vida está llena de destinos exóticos, borracheras memorables y chicas que bailan mirando el amanecer. La apariencia de yonquis estilizados de los Santos Inocentes (a saber: Álvaro Suite, Robert Castellanos, Rebenaque, Ramón Gacías, Jordi Mena, Quino Béjar y Santi Del Campo) refuerza esa ilusión que, palabras más, palabras menos, llamaremos rock & roll.
Aunque desde su propio nombre parece apuntar al futuro, Expectativas es un disco en conflicto con el presente. De la música, de la política, de la industria. Canciones como “La actitud correcta”, segunda del show y central en el álbum, parecen incluso abrir un frente de disputa con sus colegas: “Tienes la actitud correcta / la mirada ante la cámara / las palabras bien escogidas / y una sensatez abrumadora. / No es cuestión de credibilidad, / ni tampoco de autenticidad, / es el resultado final / el que me parece insuficiente”.
En vivo se produce un giro aún más interesante. Cuando estas canciones se juntan con viejos bueyes de la tropilla como "Porque las cosas cambian", que justamente obedecen a un cierto canon del rock & roll, parecen discutir con una parte de la propia obra de Bunbury. Aquello que podría resultar contradictorio resulta, en definitiva, muy saludable para un artista que emite esta imagen de solidez.
La incorporación del saxofonista Santi Del Campo no es un dato de color: su saxo está todo lo integrado a la estética que no está su look Madness. Así, una canción de saloon como “El anzuelo” (grabada originalmente en El viaje a ninguna parte) se convierte en un funk gélido en la órbita de Young Americans. Así, “El hombre delgado que no flaqueará jamás” admite toda la tensión sexual de un boogie en manos de T-Rex. Gran momento de la noche, dicho sea de paso.
Aunque el sonido del Luna Park sea esta cuerda celosa (se tensa cuando la mezcla lo exige), el recital sigue in crescendo sin renunciar a las canciones nuevas. A diferencia de unos cuantos consagrados, el disco nuevo no es una excusa para celebrar el catálogo. El público del Luna Park, por ejemplo, canta con el mismo fervor “Parecemos tontos” que alguna página de Héroes del Silencio como “Tesoro”. El propio Bunbury, a diez centímetros del rostro de un muchacho sobre el vallado, lleva el show a su punto de mayor intensidad en los versos finales de “En bandeja de plata”: “No tengo claro qué hayamos perdido / ninguna ocasión que viniera servida / en bandeja de plata”.
Los bises comienzan con una bala de plata malgastada. “Que tengas suertecita”: una composición menor en una versión poco memorable que, por un instante, parece un anticlímax. Bunbury, sin embargo, todavía tienen varios ases en la manga. Ataviado con Bob Dylan en la célebre Look Rolling Thunder Review, se pone al frente de un set acústico de Los Santos Inocentes para encarar un segmento basado en Pequeño y Flamingos: “El extranjero”, “Infinito” y “Si”. Para cuando llega la modulación armónica que precede la coda de “Lady blue”, el partido está en el bolsillo.
“No se olviden de nosotros”, dice Bunbury. Los dos o tres tipos duros y robustos, que ahora se deslizan como peces hacia la salida, no necesitan que se los repita.
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