Buddy Guy, ciento por ciento blues
A los 72 años, el guitarrista y cantante acaba de editar Skin Deep, uno de los mejores álbumes de su carrera
Apenas al minuto y treinta y tres segundos de transcurrido el tema que abre su nuevo álbum, "Skin Deep", el primer solo de Buddy Guy, salvaje, flamígero, inquietante, abre las puertas de otra dimensión, de la que nadie podrá -ni querrá- salir indemne.
Bienvenidos al fascinante mundo del mejor blues contemporáneo que se hayan imaginado. No hay aquí trucos para intentar parecerse a Stevie Ray Vaughan, manía en la que incurre el 90 por ciento de los guitarristas bluseros actuales. Todo lo contrario: en este disco quedan al desnudo, como en ningún otro, los verdaderos motivos por los cuales, en realidad, fue Stevie Ray Vaughan el que quiso parecerse a Buddy Guy.
Tampoco hay artificios de producción, rebuscamientos ni covers en el repertorio ni exceso de invitados. Skin Deep contiene ciento por ciento blues, mayoritariamente compuesto por el mismo Buddy, y una compacta lista de estrellas que lo acompañan, como Eric Clapton, Derek Trucks, Susan Tedeschi y Robert Randolph (quizá desentone la innecesaria presencia, en el último tema, de Quinn Sullivan, un virtuoso guitarrista de apenas nueve años, sobre cuya actuación al lado de Buddy hay rastros en YouTube).
Buddy Guy ha decidido volver a sus fuentes más electrificadas, esas mismas que lo convirtieron en un sinónimo del blues de Chicago, con un enorme protagonismo de sus abrumadores solos y un especial lucimiento de su privilegiada voz. Quizá no sea casual que este ejemplo de rejuvenecimiento blusero coincida con su participación en "Shine a Light", el concierto de los Rolling Stones que filmó Martin Scorsese y en el que este guitarrista se agranda en una magnífica versión de "Champagne and Reefer".
Lo cierto es que George "Buddy" Guy cumplió el miércoles pasado 72 años. A una edad en la que muchos prefieren jubilarse, este nativo de Lettsworth, en la sureña Luisiana, Estados Unidos, no sabe lo que es descansar. Ya lo había insinuado a los 18 años, cuando, deslumbrado por Howlin Wolf, Muddy Waters y John Lee Hooker, decidió mudarse a Chicago, donde comenzó a destacarse en las "batallas de guitarristas" que se hacían los domingos y los lunes en varios escenarios, como el del club Blue Flame, y en los que competía por ganarse el aplauso de la gente con colegas de la talla de Otis Rush y de Magic Sam (muchos años después, Buddy inauguró allí su propio club, Legends).
Su creciente fama lo llevó a firmar contrato para su debut discográfico primero con Cobra Records y luego con el legendario sello Chess, el mismo en el que grababan Willie Dixon, Chuck Berry, Sonny Boy Williamson y Bo Diddley, entre otros.
En los años setenta y ochenta, Buddy ya no fue el mismo. Inexplicablemente replegado, atrincherado en una fructífera amistad y sociedad musical con el armoniquista Junior Wells, editó buenos álbumes, como Stone Crazy (1981), pero fue la invitación de Clapton, en 1991, para tocar en una serie de recitales en el Royal Albert Hall, que luego dio forma al disco doble 24 Nights, la que le permitió una revancha personal y al público más joven, la oportunidad de descubrir a un guitarrista único.
Así, en 1991, no pareció casual que grabara el disco que le cambió la vida. Damn Right, I ve Got the Blues, un compendio de grandes canciones y notables invitados fue su pasaporte a una nueva fama, los premios, el tardío y justo reconocimiento. Diecisiete años y ocho álbumes más tarde, período en el que también hubo un inolvidable debut porteño, en noviembre de 1993, en el Teatro Gran Rex, Buddy Guy llegó a una sabia síntesis de su carrera en este Skin Deep, su mejor disco desde aquel que le cambió la vida y en el que se muestra dispuesto a demostrar, sólo con su guitarra y su voz, por qué el blues puede lograr el milagro de un que un señor de siete décadas pueda sonar muchísimo mejor que la mayoría de los chicos de veinte o de los muchachos de treinta.
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