El eximio pianista recibió a LA NACION en su magnífico piso porteño para repasar su vida, recordar sus grandes pasiones, el dolor de la polio, el virtuosismo y la belleza, y, a los 80, pensar en el sentido de la muerte
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La calle es un hervidero. La temperatura sofocante se potencia con la muchedumbre que va de un lado al otro. Una infinidad de vendedores ambulantes se dispone en el cordón junto a sus mercancías exhibidas sobre coloridas mantas. Fundas para celulares conviven con un surtido impactante de ropa interior. En este rincón del barrio más populoso de Buenos Aires, la mayoría de los comerciantes informales ofrece lo suyo a los gritos, buscando al comprador. El bullicio es atronador en esas vereditas angostas atestadas de personas imantadas por el sopor que llega del asfalto hervido por el sol sin tregua. Le dicen Once, pero es el barrio de Balvanera.
Sobre una de esas calles que vibran desde bien temprano y adormecen poco después de las seis de la tarde, vive el maestro Bruno Gelber, el argentino considerado uno de los mejores cien pianistas del mundo. Allí, en un piso alto de un edificio exquisito que rebosa de art decó. La propiedad, que hace un siglo está de pie y que pasa inadvertida por la multitud preocupada por el regateo, fue diseñada por Robert Charles Tiphaine a pedido del dueño de los chocolates Águila. Declarada de valor patrimonial, la enorme construcción contrasta con la dinámica del barrio. La monumentalidad del inmueble se conjuga con el talento del músico. Tal para cual.
“Viví veinte años en París, frente a Chanel, en la zona más selecta y he vivido en Montecarlo, donde todo es súper chic, así que, ahora, me puedo dar el lujo de tener un departamento que me gusta en el Once. Además yo no salgo a hacer las compras, tengo gente que se ocupa de la casa, por lo tanto, no me meto en el tumulto. Además, ¿usted se siente contaminado por el ruido?”, interpela con curiosidad el notable pianista. Gelber tiene razón, allí arriba, con una vista imponente de la ciudad, el silencio reina.
-¿Bruno Gelber es consciente de quien es Bruno Gelber?
-Soy uno de los raros elegidos por Dios para espolvorearle talento. No tengo ningún mérito, solo llevé a buen nivel el talento que me fue otorgado habiendo consagrado mi vida a la música. Una persona que hace lo que más le gusta y tiene éxito, no puede pedir más. Por supuesto, también he tenido muchos contratiempos, la vida es eso.
-Usted ha afirmado que el amor por el piano le venía desde el estado fetal.
-Es así. Mi casa era el infierno musical.
A diferencia del atormentado El infierno musical de Alejandra Pizarnik, la casa de los Gelber en el barrio de Belgrano irradiaba melodías en cada sala. “Mi madre daba clases en un ambiente, mi padre en otro, y yo estudiaba, es decir que había tres músicas al mismo tiempo. Sírvase...”, con insistencia, ofrecerá algunas de las excesivas delicias servidas en el piso con aires escénicos. Sobre la mesa del comedor, donde el maestro recibió a LA NACION, hay sándwiches, tortas y masas tentadoras. Todo para acompañar el té servido en una preciosa tetera de porcelana que sí se ve, a diferencia de la de María Elena Walsh. El amplio living está deliciosamente atestado de obras de arte y de retratos suyos, de seres queridos y de Laura Hidalgo, la estrella de la época de oro del cine nacional a la que Gelber reverencia. Paredes amarillas y rojas combinan en este microclima en el que solo un exquisito como él puede hacer convivir con semejantes estridencias y rematarlas con telones de teatro.
-Una casa de la infancia donde la música fluía, imposible no ser otra cosa.
-No se crea, mi hermana no se tentó y tenía talento. Es que hay que trabajar duro, son muchas horas de dedicación para poner los dedos en la nota necesaria, no es tan fácil.
Sus manos impresionan. Así como las piernas de un atleta se perciben trabajadas, las manos de Bruno Gelber son regordetas y sus dedos, cuasi musculosos, tienen la textura de quien las ejercitó por demás.
-Esa entrega es, en su caso, dar la vida por el arte.
-Es más lindo dar la vida por algo que a uno le gusta que tener el compromiso de tener que trabajar en una actividad pesada o desagradable para la que no se tiene vocación. En mi caso, estoy envuelto en música todo el tiempo.
-A pesar que usted tenía solo cinco años, ¿recuerda aquel viaje en tren de Constitución a Quilmes para dar su primer concierto?
-Como si fuera hoy... Siempre tuve pasión por lo que era viajar. Yo consideraba que la calle donde vivíamos era muy importante porque pasaban el colectivo y el tranvía.
-Era la avenida Cramer, en el barrio de Belgrano.
-Así es. Lo gracioso es que luego que tuve la polio y no podía moverme, cuando pasaba de grado, papá me llevaba a dar la vuelta entera en un medio de locomoción, así que yo me conocía el itinerario de todos. Me parecía extraordinario. Si, en esa época, hubiese sabido las veces que iba a dar la vuelta al mundo, hubiera sido inmensamente feliz.
-Sin saberlo, esos viajes por Buenos Aires eran la semilla de lo que luego sería una vida arriba de los aviones.
-Sí, pero no hay lógica. Hay gente que tiene mucho talento y no tiene suerte. Yo tuvo mucha suerte, pero también mala suerte en algunas cosas.
-También existe el talento no explorado y sin rigor para el estudio.
-Hay que saber focalizarse en una sola cosa. Tengo la impresión de que mi vida es un trineo que se desplaza por una selva helada y las cosas van sucediendo, no las busco.
-Imaginemos que tengo a mi lado al exigente profesor Vicente Scaramuzza, con quien usted se formó, y a Bruno Gelber, ambos dispuestos a darme clases, ¿a quién debo temerle más?
-A mí no tiene por qué tenerme miedo. Además el miedo es una consecuencia lógica de la conciencia.
-...
-Si usted tiene su conciencia tranquila, yo no soy un juez que le va a dictaminar la prisión. Tiene que ver con el sentimiento con el que usted llega a mí. Scaramuzza era duro por sistema.
-Usted ha recibido todos los elogios posibles, ha entablado amistad con figuras notables y tiene vínculos con algunas de la realeza. Residió por décadas en París y en Montecarlo. Luego de haber vivido esa vida tan singular e inusual, ¿se pierde la capacidad de sorpresa?
-El ser humano es tan complejo e impredecible que me sorprende todos los días. Incluso la gente que uno cree conocer muy bien, o la propia familia, salen con cosas que sorprenden.
-¿Lo han traicionado mucho?
-Me traiciona el que yo dejo que me traicione. He nacido para brindarme, pero no lo hago de cualquier manera, no malgasto mi esencia. Hubo gente que se portó mejor que otra, pero no me paso la vida viendo quién me traicionó. Tengo muchas cosas positivas en las que apoyarme.
Sonata de la resiliencia
A los siete años contrajo poliomielitis sumándose al numeroso grupo de niños víctimas de la epidemia. La enfermedad le deformó una de sus piernas, pero no alteró el movimiento de sus brazos ni de sus manos.
-Su historia está sostenida en aquello que usted eligió como trascendencia y no se ha regodeado en otras dificultades que le ha planteado la vida. Recién mencionaba la polio, una situación que lo convirtió en una persona resiliente.
-Era un chico muy movedizo, me encantaba correr, jugar en el fondo de casa con los animales y estar con los otros chicos en la vereda, aunque no jugaba al fútbol. Era muy movedizo, inquieto, pero me acostumbré a la inmovilidad. Sin embargo, estaba destinado que iba a ser llevado por el mundo. Ya ni sé cuántas vueltas di al planeta, he tocado en más de cincuenta países. He conocido todo lo que se puede conocer, he tratado con la gente más conspicua, de emperadores para abajo, con todos. Me crucé con jefes de gobierno, políticos, gente inteligente. Disculpe la falta de modestia, pero me es natural sentirme ciudadano del mundo. Solo me falta conocer dos lugares.
-¿Quiénes no tuvieron el privilegio de verlo actuar en vivo?
-Cuba y los Emiratos Árabes. Ah, y también me gustaría visitar los templos de Angkor, pero ya no podría porque caminar por ahí es muy difícil.
-Pero un concierto en La Habana podría llevarlo a cabo.
-Sí, pero como todo está dominado por la política, no sucede.
-El ciudadano del mundo, ¿es profeta en su tierra? ¿Los ámbitos oficiales valoran su envergadura como artista?
-Con que me valore el público, es suficiente.
-¿Cuál es la personalidad más exótica con la que tiene trato frecuente?
-¿Exótica?
-Sí.
-En Japón, hay una mujer que me persigue para casarse conmigo. Lo que pasa que las mujeres están acostumbradas a que los hombres no sean amables con ellas, entonces, si uno es amable, piensan que es para otra cosa.
-En Occidente, la mujer ha ganado espacios.
-Y ha perdido otros.
-¿Cuáles?
-Hay mujeres que quieren sentirse iguales a los hombres y eso es ridículo. Hay cosas que un hombre puede hacer y sentir y una mujer, no. Lógicamente, la mujer debe ser respetada al igual que un hombre y, si tiene talento, tiene que tener las posibilidades para poder desarrollarse. De hecho, sucede. Sin ir más lejos, en mi ambiente, Martha Argerich es reina en el mundo y hemos tenido una cantidad de científicas extraordinarias y no nos olvidemos que nuestro país vio nacer a la reina Máxima.
-Alguna vez, usted ha dicho que Sabín llegó un poquito más tarde a su contagio de polio, razón por la cual padeció las consecuencias de la enfermedad. Hoy, en plena pandemia de Covid, hay movimientos antivacunas en todo el mundo.
-Porque están dominados por un tarado que les dice que no hay que vacunarse.
-Una locura.
-Me parece ridículo. Yo soy el resultado de una epidemia. La ciencia ha hecho un esfuerzo enorme en poco tiempo. Quiero mucho a los científicos y a los médicos, si estoy como estoy es gracias a todo lo que me han tratado.
Bruno Gelber ya cuenta con las dos dosis y el refuerzo de la vacuna contra el Covid y, si bien ha restringido su vida social, ha retomado las presentaciones en vivo, como las que acontecieron, hace pocos días, en el Teatro General San Martín de Córdoba y en el CCK porteño.
-El pequeño Bruno de siete años que padeció la polio, ¿vivió momentos de angustia y llanto o naturalizó la situación?
-Tenía como una sabiduría natural y algo que me acompaña aún hoy: la resignación de lo que sucede.
-¿Era un niño con buena salud?
-Solía estar enfermito porque me mimaban y cuidaban tanto, que soplaba un vientito y me enfermaba.
-¿Cómo le comunicaron que había contraído polio?
-Cuando vi a mi madre con los ojos rojos, le pregunté si lo que tenía era serio. No me lo negó y me dijo que era importante.
-¿Cómo reaccionó ese niño?
-Le pregunté si iba a poder seguir tocando el piano y me respondió: “Sí, seguro”. Algo que no era cierto porque la polio me podía haber llegado hasta el cuello y matado, pero me afectó todo el lado izquierdo.
-Sin dañar los brazos.
-Ni la pierna derecha. Me afecto del glúteo izquierdo para abajo.
Sinfonía divina
-La afección de poliomielitis no afectó sus brazos y manos, podríamos pensar en un milagro. ¿Es creyente?
-Creo profundamente en Dios. Rezo mucho, lo molesto todo el tiempo.
-¿Qué le pide a Dios?
-Por los seres humanos que viven en este mundo y para que no nazcan más. Acá se juntan dos personas y tienen 12 hijos. No habría que tener más de uno o dos hijos… Con todo lo que se puede hacer en este país, con la tierra que tenemos, estamos todos metidos en Buenos Aires amuchados.
-Pensando en términos de fe, ya que es un hombre que profesa una creencia, cuando usted ejecuta el piano se produce un hecho divino. La perfección, ¿es estar más cerca de la divinidad?
-Dios no se ocupa siempre de la misma manera porque también está ocupado con otros. Hay que trabajar mucho sobre uno para saber inspirarse en lo divino y lograr lo positivo. No es fácil estar frente a tres mil personas para darles todo, desde las tripas, como hacemos nosotros.
-A la hora de la ejecución, ¿entra en juego la técnica, el físico y la inspiración del espíritu?
-Todo se pasa por el físico, nuestras manos responden a lo que sentimos. Como decía Leonardo (Da Vinci), uno tiene que ser un espejo límpido que refleja la genialidad para transmitirla a otros.
-También es un acto de generosidad.
-Uno no debe guardarse lo que tiene. La inspiración hay que recibirla, sentir la emoción, y pasársela a otros. Uno es el mediador.
-¿Un mediador de Dios?
-Sí.
-¿Qué es la excelencia y la perfección?
-Es el esfuerzo mayor para ser digno de la inspiración que uno recibe. La música es un idioma y cada nota es una sílaba que nosotros entendemos y tenemos que darle un sentido musical, que se entienda de dónde viene y hacia dónde va. Es un lenguaje, como en el teatro de texto.
-Todos lo asociamos a la excelencia. Sin embargo, ¿hubo algún concierto donde sintió que había fallado?
-Le voy a contar algo para que usted, mientras tanto, coma algo. No probó bocado.
Gelber puede pasar de hablar de la divinidad a las virtudes de una tarta de frutillas o de lo sublime de la inspiración a lo terrenal de un sándwich de miga.
-Pruebe la tarta o ¿tiene miedo a no saber cortarla?
-Me descubrió, maestro. Es muy complejo cortar mientras lo estoy entrevistando. Además imagínese el papelón de destrozar una tarta delante suyo. Con usted enfrente, puedo hacer un desastre.
-Me di cuenta que no se animaba... Le digo a la chica para que la corte.
-¿Usted quiere probarla ahora?
-No es por mí, es por usted.
-Se la nota muy rica, luego la probamos.
-Bueno.
-Le había preguntado por alguna mala experiencia en un concierto.
-Hace poco toqué en Córdoba.
-En el teatro Libertador Gral. San Martín.
-Exacto. El primer día salió todo perfecto, pero, antes de la segunda función, nos agarró un corte de calle por la Marcha del Orgullo Gay y se nos complicó llegar, ya que los agentes de tránsito no nos querían dejar pasar. Tuvimos que mentir y decir que estaba invitado el gobernador, cosa que era mentira. Un mal día, pero eso no fue todo....
-¿Por qué no fue un buen día?
-Cuando mi asistente me estaba ayudando a vestirme en el camarín, nos dimos cuenta que el pantalón no me entraba, pero, si él iba a buscar otro al hotel, se atrasaría la función, así que metí la barriga adentro y, después de luchar un poco, se pudo cerrar el cierre.
-Qué desesperación.
-Eso no es todo.
-¿No?
-Cuando salgo al escenario y me siento, escucho cómo se abre el pantalón. Conclusión, me encuentro con la cola al aire ante dos mil personas.
-¿Entonces?
-Gracias a Dios, justo fue del lado izquierdo que daba para la orquesta. Imagínese que los músicos estaban muertos de risa, era tragicómico. Le dije al del violín: “No te rías tanto y llamá a todos los asistentes de escenario para que me rodeen y la gente no me vea desnudo”. Me rodearon y uno de los muchachos que sabía algo de costura vio el tajo y me dijo que no podía hacer nada allí, que tenía que ir al camarín.
-¿Todo eso a la vista del público?
-Sí. Me paré y dije que había sucedido un percance y me tenía que retirar, pensaron que me había hecho popó. Por suerte, llegó la costurera del teatro, que me conoce desde que soy chico y me cosió todo el pantalón. “No te muevas mucho y no se te va a abrir”, me dijo. Cuestión que me comí toda la esencia de la inspiración porque antes de un concierto todo debe ser silencio, rezar y concentrarse.
-Silencio, rezar, concentrarse.
-Sí, pero, esa noche, no estaba el espíritu abierto. Toqué muy bien, pero no tan bien como el día anterior.
-Seguramente, el público no tuvo la misma percepción que usted.
-Tampoco era el mismo público y no podía comparar con lo que había hecho en la primera función. Usted me preguntaba por funciones fallidas y lo cierto es que hay muchos factores que alteran la calma. Una mala conexión de trenes o aviones también me ponen nervioso.
-Cómo no tener anécdotas con una trayectoria tan extensa.
-Una vez, en un concierto al aire libre, se me metió un bicho en la boca. Mientras tocaba, pensaba si lo escupía o me lo tragaba, debía ser un alguacil.
-Me imagino que lo despidió.
-No. Pensé que no sería una buena imagen que la gente me viera escupir un bicho, así que me lo tragué.
Opus de la belleza
-El arte es belleza, escuchar a Bruno Gelber es una celebración de la belleza. Para usted, ¿qué es la belleza?
-La belleza es la armonía. Lo que es armónico es bello.
-También existe una belleza terrenal. Usted siempre ha hecho gala de su exquisito vestir y del cuidado de su aspecto, sobre todo de su rostro.
-Tengo un cuerpo dañado, por las circunstancias conocidas, pero poseo una cara decente, entonces la cuido. Me gusta estar bien, así que me trato, me pongo cremas. Es un hábito, así como uno se lava los dientes, hay que acostumbrarse a ponerse cremas. A la edad que tengo, no hay una arruga.
-Así como con la música, lo percibo muy riguroso en todos los aspectos de su vida.
-Riguroso viene con cierta acepción negativa, con connotación militar...
-¿Metódico?
-Metódico. Por eso no me gusta que me hagan esperar. Por supuesto, puede haber causas de fuerza mayor, pero me encargo de averiguar si es cierto.
-¿Dice su edad?
-Sí. Tengo 80 años.
-Impecable.
-No me los dan.
-¿Cómo toma el paso del tiempo?
-La vida es una sucesión de diversas cosas y la única manera de vivirla es aceptando lo que Dios pone en el camino. Hay que saber qué tomar de lo que aparece en esa senda y, sobre todo, dejar de lado las tentaciones porque son muy dañinas.
-¿Nunca cayó en una debilidad?
-Nunca me dejé tentar porque se puede probar una vez y que sea la llave para no abandonar más ese hábito. Jamás probé una droga, no tomo alcohol, pero sí he fumado hasta el año 1978. Era un placer fumar después de un concierto, me tragaba el humo hasta los talones, con una mano fumaba y con la otra firmaba autógrafos. Si se descubriera que no es dañino, me fumaría de a cuatro por vez.
-Para un ciudadano del mundo, famoso y exitoso, las tentaciones deben haber estado al alcance de la mano...
-Observo y cuando veo que algo se pone perverso o hay un pensamiento negativo detrás, me desvío de ese camino, no me gusta.
Variaciones sobre el amor
-¿Por qué su comunión casi mística con Ludwig van Beethoven?
-Creo que eso lo percibe más el público. Aunque tengo una gran conexión con Beethoven, también adoro a otros compositores. No soy fiel por naturaleza, en este momento estoy enamorado de Mahler. Lo que sucede con Beethoven es que la gente de Bonn me ha mostrado todos los instrumentos que había creado el pobre hombre para tratar de oír. El castigo más tremendo de un genio que siguió componiendo las cosas más divinas sin oírlas, imaginándolas.
-Se podría pensar en algo sobrenatural, quizás divino, en torno a la inspiración de Beethoven.
-Recibiría la inspiración... Yo, en cambio, nunca tuve ganas de componer.
-¿Por qué?
-Porque prefiero descomponer lo que hacen otros.
-Descompone muy bien, maestro.
-Prefiero interpretar a los genios, antes que ser yo el inspirador de algo.
-Como Beethoven, usted también trascendió un problema físico.
-Sí, no me detuve.
-Recién dijo, en torno a Beethoven y Mahler, que había sido infiel. ¿Cómo le ha ido en el amor? ¿Se ha enamorado muchas veces o ese vínculo tan estrecho con la música sublimó otro tipo de pulsiones?
-No soy un monje, he estado enamorado y he sido muy querido, he tenido mucho éxito a pesar de la pierna. He tenido una vida rica, pero nunca he sido promiscuo. Mi vida ha sido sabrosa en sentimientos. Claro que, a veces, los sentimientos se ven frustrados o van por caminos opuestos y yo jamás iba a dejar un concierto porque alguien estuviese en otro lado. He estado profundamente enamorado varias veces, cuatro veces. Bueno... No solo cuatro veces...
-Cuatro fueron los amores más profundos.
-Exacto.
-Maestro...
-Llámeme Bruno, después de todo lo que me pregunta...
-Bruno, prejuiciosamente puedo pensar que, si enciendo el televisor en este momento, usted escogería canales de cultura. Sin embargo, siente afición por los programas de chimentos.
-Me gustan los programas de chimentos que hablan de la gente que conozco y que quiero. Las cosas vulgares o baratas no me gustan, y no hablo de dinero. Me divierte más saber qué le pasó a Brigitte Bardot que lo que le sucede a la señora de la esquina. Aparte he conocido mucha gente que es protagonista de ese tipo de noticias.
-Las conoció a todas.
-Hay gente que juega a ser diva y gente que lo es naturalmente.
-Usted es un divo.
-No lo sé...
-Sí lo es.
-Hay gente que actúa la forma de ser.
-Impostados.
-Exacto. Yo, en cambio, soy natural.
-Hablamos de chimentos y de divas, no quisiera que se moleste con una pregunta que tengo ganas de hacerle...
-Pregunte lo que quiera.
-Usted era muy amigo de Mirtha Legrand, ¿están distanciados?
-Sí, estamos distanciados, pero la admiro de todo corazón. Es una persona que ha dedicado su vida a la profesión. Cuando ella le dice al público que les ha dado la vida, tiene razón. Socialmente, es una mujer deliciosa, encantadora. Tiene una memoria prodigiosa, se acuerda de cosas de uno que ni siquiera uno recuerda.
-¿Por qué se distanciaron?
-Por una pavada.
-Quizás, en algún momento, se solucione esa pavada.
-A veces la gente no tiene un buen entorno y les alimentan cosas que no son ciertas.
-Me dijo que tenía fe y me confesó su edad, ¿se piensa en el fin de la vida y en la trascendencia en otro plano?
-No me horrorizo con el tema de la muerte, pero creo que hay que portarse bien porque si hay algo más allá, quien se porte bien, la pasará bomba. Y si no hay nada, no se sufre.
-Por las dudas, mejor portarse bien.
-Mire, tengo el talento para portarme mal. Soy vengativo y tengo un grado de rispidez necesario.
-Casi de escorpio...
-Tengo mi ascendente en escorpio.
-Entonces, la muerte no es un problema.
-Hay que vivir profundamente cada día, que cada día represente algo. Levantarse y hacer algo por alguien o por uno mismo. No le tengo miedo a la muerte, nos va a llegar a todos y eso es interesante.
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