Bruce Dickinson: superó un cáncer, planeó un disco solista y una gira de Iron Maiden, pero “entristece” a los fans argentinos
En los próximos días verá la luz The Mandrake Project, una novela gráfica que une varias de las pasiones del cantante y piloto de avión
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A finales de 2023, Iron Maiden anunció las fechas del Future Past Tour, la gira que los va a llevar por (casi) todo el mundo entre septiembre y noviembre. Al instante, los fans locales corrieron a chequear cuándo sería su cita con lo seguro, lo que nunca falta: su presentación en la Argentina. Desde su show del 92 en Ferro, la Doncella no dejó de visitarnos, y sin embargo ahí estaban los conciertos en Colombia, Chile, México y Brasil, pero ni Buenos Aires ni ninguna ciudad de este país aparecía en la lista.
Crisis mediante, nos quedábamos sin Maiden. Poco después, Bruce Dickinson, su cantante, nos dio algo de consuelo en forma de música nueva: primero estrenó “Afterglow of Ragnarok” y después “Rain in the Graves”, los dos singles de adelanto de su séptimo disco como solista, The Mandrake Project. Acorde a la inquietud innata de un ser humano que además de ser un virtuoso de la voz y uno de los mejores frontman de la historia del rock universal también pilotea aviones, escribe guiones y practica esgrima, el álbum no es solo un álbum: también es una novela gráfica en entregas.
Siete años le llevó terminar este disco junto a su colaborador histórico, el guitarrista Roy Z. Un diagnóstico de cáncer de lengua, una pandemia y sus compromisos con Maiden demoraron este trabajo que, al fin, vamos a poder escuchar a partir del 1° de marzo. Eso sí: su gira de presentación tampoco va a pasar por la Argentina, aunque -él mismo sugiere- quizás nos tenga reservada alguna sorpresa.
-¿Hacés discos solistas para darte el gusto de dar todas las órdenes?
-En algunos aspectos eso puede ser cierto. Igualmente siempre trato de mantener la relación con la banda, no busco eso de que llego yo y todo el mundo tiene que prestar atención y hacer lo que digo. Siempre me gustó ser el cantante de una banda. Acepto eso también. Me siento muy cómodo con cantar en una banda. Entiendo que acá tengo que hacer un poco más que eso porque es mi disco solista y todo eso, pero no creo que sirva “mandar”: me parece más productivo tratar a otros seres humanos como pares.
-¿Cómo separás las canciones que te guardás para tus discos de las que le das a Maiden? ¿”Bring Your Daughter to the Slaughter” o “Can I Play With Madness?” podrían haber terminado en discos tuyos?
-Bueno, todas esas canciones empezaron como trabajos solistas. Tenía unos demos antes de The Book of Souls [el penúltimo disco de Iron Maiden, de 2015] y un día estábamos por dar un show en Helsinki y le dije a Dave [Murray, guitarrista del grupo]: “Tengo estas canciones en un CD, ¿las querés escuchar, a ver si hay algo que te gusta?”. Y él eligió “If Eternity Should Fail”. Y yo dije: “Bueno, ok, vamos”. Lo mismo pasó con “Bring Your Daughter to the Slaughter”. No me lo esperaba, pero me dijo “amo esa canción”. Si algo sirve para Maiden, entonces no hay problema.
-¿Solés mostrarle tus canciones a tus amigos?
-Hago eso. Cuando terminó la cuarentena empezamos a hacer música otra vez y cada tanto salía a tomar una cerveza con amigos y le decía a alguno: “Mirá, tengo los demos del disco nuevo, ¿los querés escuchar?”. La gente de management se enloquecía: “¿Cómo vas a andar mostrando los demos? Alguno se lo puede robar”. No, son mis amigos. Y de hecho no pasó nada. Y lo que obtengo es un montón de reaseguro y confianza. Les pregunto: “‘¿Qué pensás de esto?” y miro sus reacciones, y si me dicen “guau”, es lo que estoy buscando. Y si me dicen: “sí, está bien”... ya sé que no es lo que yo quiero.
-Grabaste un solo de guitarra por primera vez. ¿Por qué ahora?
-Era cuestión de tiempo. Después de Tyranny of Souls [su anterior disco solista, de 2005] empezamos a tocar constantemente con Maiden y después llegaron los discos nuevos y todo eso, y surgió una brecha de tiempo en 2014 en la que empezamos a componer con Roy. Teníamos unas cuantas canciones semi demeadas, aunque varias no estaban terminadas: algunas no tenían letra, otras solo eran una melodía con un “la la la” arriba. Teníamos que terminarlas y pensé en hacerlo cuando estuviera listo el disco de Maiden. Pero bueno, eso no pasó porque me diagnosticaron cáncer de garganta, del cual por suerte me recuperé. Salimos de gira otra vez con Maiden y justo después de la última vez que tocamos en Argentina, el mundo se agarró Covid y todos quedamos encerrados. Así pasaron otros tres años hasta que pudimos volver a Estados Unidos, así que finalmente, siete años después, volví a Estados Unidos y dije “Roy, ¿dónde estábamos?”. Sacamos a la superficie todos esos temas que teníamos, compusimos un par más (“Afterglow of Ragnarok” y “Many Doors to Hell”, las dos primeras del disco) y eso nos dio otra perspectiva sobre las canciones anteriores. Así que apuntamos a traerlas de vuelta a la vida.
-El disco viene con un cómic. ¿Qué te interesa del formato como lector?
-Me interesaban las historietas cuando era chico, no diría que obsesivamente pero tenía mis favoritas que eran Doctor Strange y Silver Surfer. No me gustaba Superman, era una pérdida de tiempo: era tipo “ok, ya entendí, podés hacer todo eso, para qué te molestás en estar acá, sos feliz, Luisa Lane te ama, por dios sacala a pasear y tengan sexo, dejá de cancherear”. Yo amaba a La Antorcha Humana porque se podía prender fuego y volar y eso le gustaba a las chicas. Yo pensaba que eso era cool, porque -por supuesto- yo era adolescente y nadie quería saltar a mi cama. Y el Silver Surfer estaba siempre enojado, y yo estaba siempre enojado, y el Doctor Strange podía controlar todo el universo. Yo, como adolescente, no podía controlar absolutamente nada. Por todas esas razones yo me interesé mucho por los cómics ingleses. Cuando yo crecía había muchos programas de marionetas como los Thunderbirds o el Capitán Escarlata, programas de ciencia ficción, y un cómic al que yo estaba suscripto que se llamaba TV21 que tenía todo eso. Y también leía pilas y pilas de historias de guerra, esas historietas en blanco y negro, mal dibujadas, como Commando. Estaba un poco obsesionado con los aviones en aquellos tiempos. Y entonces descubrí la música, cuando tenía 14 o 15, y dejé de creer en los cómics porque de repente todo era sobre la música. Y no fue hasta que empecé a escribir unos guiones que redescubrí a las historietas y vi que habían avanzado un montón. Julian Boyle, un amigo mío que dirigió una película conmigo, Chemical Wedding (2008), me dio el guion de Watchmen. Pero no el guión que terminaron haciendo sino el que Terry Gilliam iba a dirigir. Lo leí y dije: “Guau, esto es un viaje”. Y él me dijo “sí, pero esperá a leer el libro”. Esa fue la siguiente etapa, y eso me dejó pensando en la relación entre la música y las historias. Pensé: “esto es literatura de verdad”. No era un cómic así nomás. Era algo extraordinario. Así que en 2014 planeé que saliera un solo cómic con el disco, casi como un ítem de promoción, pero con una historia porque me encantaba la imaginería. Tenía que tener una historia, sin una historia iba a estar vacío. Así que la creé, y por ese entonces yo pensaba que el disco iba a ser un álbum conceptual, con narradores y una trama y todo eso, pero siete años más tarde revisé la idea y avancé mucho con la historia, hasta que casi no quedó nada de la original. Se me ocurrieron otros personajes y mundos que iban casi cien años al pasado y todo terminó con doce episodios. Y eso se convirtió en la novela gráfica. Es un proyecto de tres años en los que cada tres meses se van a sumar 34 páginas, y otras 34 páginas, y otras 34 páginas. Los juntamos en un libro y básicamente es una trilogía con doce episodios en tres años, o quizás un poquito menos.
-Al final separaste la historia del cómic del disco, no van juntos conceptualmente.
-Así es. Hice que el disco fuera libre en lo musical. No es un guion. Hacer que fuera eso hubiera sido encarcelarlo: la música no siempre sigue un plan. Así que me liberé para divagar como quisiera en el disco y poner cosas diferentes, pero todavía hay cosas en las que sí se relaciona con el cómic.
-Regrabaste “If Eternity Should Fail”, la canción que hicieron con Maiden en The Book of Souls... ¿Esta es la versión que vos imaginaste desde un principio? ¿Te pudiste dar el gusto de darle el “estilo Tarantino” que dijiste que querías darle?
-Siempre se pensó en que eso estuviera ahí. El seteo del teclado que puse en la intro decía “trompetas”. Lo que yo quería hacer era reemplazar el teclado con mariachis reales, estilo spaghetti western, y tener ruiditos de serpientes y esas cosas. Pero Steve quiso mantener ese teclado barato. Él también sugirió que la canción necesitaba una estrofa más porque no era lo suficientemente larga. Yo dije ok y escribí otra estrofa. Y la parte hablada del final estaba hecha como un experimento que puse en el demo porque en 2014 pensaba que podía ser un álbum conceptual, así que pensé en cómo sonaría si hiciera mi mejor imitación de Vincent Price. Y al final quedó, lo cual me sorprendió porque nadie sabía de qué estaba hablando: si no conocés el cómic, no sabés quién carajo es el Doctor Necrópolis. Pasa que “If Eternity Should Fail” iba a ser el nombre del disco: es una cita de Doctor Strange. Así que cuando retomé la canción para este disco pensé: “bueno, vamos a joder un poco con esto”, y encontré un flautista que me pareció buenísimo y ya no puse las trompetas porque sonaba bien para mí. Puse esas percusiones en el inicio, saqué el verso extra y agregué una parte más de guitarra. Hay varios solos hechos por Gus G [ex guitarrista de la banda de Ozzy Osbourne], un amigo que Roy involucró en el proyecto. Chris Declercq [guitarrista que tocó con Lemmy Kilmister de Motörhead, entre otros] hizo el solo de “Rain on the Graves”. Y bueno, volviendo a “If Eternity Should Fail”, me pareció que había que cambiarle el título porque en el capítulo 1 del cómic se ve que la ciencia conquistó a la muerte, así que literalmente la eternidad falló [la versión incluida en este disco se llama “Eternity has Failed”]. No hay más eternidad, podés vivir para siempre.
-Estás cantando tan bien como en los 80, algo que muy pocos pudieron lograr. ¿Te perdiste muchas fiestas en las giras para cuidar la voz?
-[Se ríe] ¿Sabés qué? La verdad es que muy pocas veces hago algo remotamente parecido a salir de fiesta después de un show. Puede ser si tengo dos días libres después, pero casi siempre me guardo y como mi cena post concierto, que es la misma todos los días. Es un poco aburrido, soy un poco monje. Ponele que me tomo un par de cervezas, un poco de agua y vuelvo adonde me esté quedando y trato de descomprimir por tres o cuatro horas. Así que nomás me siento ahí y me empieza a dar sueño y me duermo, y después me levanto lo más tarde que pueda y descanso la voz. Si hay un bar y está ruidoso, voy a hablar a todo el mundo bien bajito porque no quiero gritar, eso te arruina la voz. Busco lugares silenciosos y me siento en una esquina oscura a tomar una cerveza y calmarme un poco: eso es lo que hago después de un show.
-Algo que hacía irresistible a Iron Maiden en los 80 era lo mucho que nos asustaban, con el monstruo Eddie, las tapas de los discos y hablar del diablo. ¿Te parece que sigue teniendo esa capacidad de asustar la música?
-Mirá, no sé, porque hay gente que va a extremos para intentar asustar a la gente y eso termina siendo ridículo. No es ni música eso. Cualquiera puede ser un “monstruito” ahora. Puede ser que asustar a la gente esté sobrevalorado. Quizás no sea el propósito de la música: no es un fenómeno social, es más una experiencia individual que te transporta a otros lugares. Por ejemplo, a mí la música clásica no me transporta a ningún lado, pero sí funciona con los que escuchan esa música porque entienden las estructuras y están en los detalles, y así escapan de este mundo a un mundo de imaginación y sueños. Eso es lo que hace la música, y resulta que a veces coincide con un fenómeno social. Con Maiden, y con Eddie, nosotros supuestamente éramos responsables de la veneración a Satán de Norteamérica, y la gente pasaba los discos al revés y toda esa pavada. También me acuerdo de cuando tenía 14, 15 años y salió Alice Cooper con “School’s Out” y la gente decía exactamente lo mismo. Ahora no me asusto cuando veo a Alice Cooper, pero me acuerdo que una parte de mí sí se asustaba cuando era chico. Vas por ahí para experimentar estas emociones. Si es música bien hecha, si es auténtica y tiene algo que decir, ese “monstruito” atemorizante va a durar mucho tiempo. Si no, es un truco más, una estrategia publicitaria que va a durar cinco minutos. Los músicos pueden hacer mucho ruido con opiniones políticas o sociales pero eso no tiene nada que ver con su música. Más bien es que son famosos y sienten que quieren decir muchas cosas porque creen que son importantes. Pero lo importante es la música.
-Para terminar: ¿Queda todavía alguna chance de que te veamos por acá este año?
-¿Este año? Te digo una cosa: nos vamos a ver… pero no te puedo contar cuándo.
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