Broadway pierde terreno
En una competencia de producciones mediocres en la que bastaba con derrotar a "The Drowsy Chaperone", falsificación de un show de 1928, y a un par de adaptaciones de películas que no fueron gran cosa -"El color púrpura", "La mejor de mis bodas"-, no resulta injusto ni sorprendente que el premio Tony al mejor musical de la temporada pasada lo ganara "Jersey Boys", biografía del grupo The Four Seasons repleta de canciones enormemente populares hace cuarenta años.
Existe una categoría desdeñosa -"Jukebox musical"- donde arrojar esos shows basados en el atractivo nostálgico de hits del pasado, un subgénero que, contra todas las críticas, suele crear grandes éxitos de público, pero que vivió con tristeza muchas entregas de premios Tony, sin siquiera palpitar la limosna de una nominación, hasta que los clásicos de Abba se la consiguieron a "Mamma mia!", en 2002, y los de Peter Allen a "The Boy from Oz", dos años después.
El premio principal a "Jersey Boys" no debe interpretarse como la reivindicación de una fórmula simplista de show que seguirá siendo inferior, sino como una advertencia de que los espectáculos de Broadway se han vuelto demasiado efectistas -el caso de "Tarzan" o "Lestat", donde los trucos pesan más que las canciones de Phil Collins o Elton John- o pretenciosos al extremo de transformar "La casa de Bernarda Alba" en términos de comedia musical, como acaba de hacer John La Chiusa.
Reconocer mediante un premio importante que lo mejor del año es un espectáculo en el que buenos imitadores cantan "Rag Doll", "No puedo quitar mis ojos de ti", "Sherry" y demás sucesos de Frankie Valli y The Four Seasons sin incluir una sola nota nueva es aceptar lo que se viene diciendo desde hace mucho: que las producciones de Broadway no sólo han dejado de tener influencia en el territorio de la música popular, sino que ahora deben descender a él en busca del material atractivo que sus propios compositores no pueden crear.
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"El jazz se está reinventando a sí mismo haciendo lo de siempre: tomar prestado del pop", afirma alguien en el último número de la revista "Jazz Times", lo que no es correcto, porque cuando todavía tenía pocos compositores propios no se enriqueció con la tonta música comercial de posguerra, sino con melodías originadas en el cine y, sobre todo, el teatro musical.
Fue Shelly Manne quien en 1956 conectó esos mundos diferentes con una versión instrumental de "My Fair Lady", hasta hoy uno de los álbumes más famosos y mejor vendidos en la historia del género y demostró que era posible alcanzar una audiencia numerosa de manera amena y sin sacrificar calidad, como luego confirmaron proyectos similares del verdadero autor de la idea, André Previn, y de Oscar Peterson, que mantiene "West Side Story" como uno de sus discos preferidos por el público.
El atractivo de esas melodías para los músicos de jazz consistía en que podían ser ejecutadas por solistas de cualquier estilo -su elocuencia teatral las volvieron ideales para los grandes improvisadores discursivos de la época- y además admitían tiempos y orquestaciones totalmente distintos de los de la noche del estreno.
Louis Armstrong consiguió los mayores sucesos de su carrera con "Hello, Dolly!" y "Moritat"; Duke Ellington grabó íntegra "All American", lo mismo que hicieron Count Basie con "Half a Sixpence", Jonah Jones con "La insumergible Molly Brown", Jimmy Giuffre con "The Music Man" y Stan Kenton, que transformó "West Side Story" en una obra wagneriana.
Coleman Hawkins, Gerry Mulligan, Sonny Rollins y Dizzy Gillespie hicieron maravillas con baladas llegadas de Broadway, y aunque se ha olvidado que Miles Davis tocaba muchas de ellas en los comienzos, la suite de "Porgy and Bess" permanece como la mejor de sus colaboraciones con Gil Evans. Lo mismo John Coltrane, que siempre incluía en sus recitales "My Favorite Things", el vals de "La novicia rebelde" sobre el que era capaz de extenderse durante tres cuartos de hora.
La casualidad de que Brad Mehldau ejecute temas de Radiohead, de que The Bad Plus se meta con Nirvana o de que John Scofield recuerde a Ray Charles no significa que el jazz, al que ahora le sobran compositores sin que ninguno despierte interés, vaya a encontrar en esas zonas del rock o el soul el repertorio que Broadway le aportó durante muchos años, porque allí, considerando lo que triunfa y se premia, tampoco están creando música importante.