Borges, Bioy y los viejos tangos
Gracias a que mientras leía las pruebas de Borges , de Adolfo Bioy Casares, para su ensayo en el suplemento Cultura de LA NACION del último domingo de septiembre, Edgardo Cozarinsky se tomó el trabajo de señalar todas las menciones a la música popular y sus intérpretes que allí se hacen, estas líneas pueden aparecer apenas publicado el libro, porque hubiera llevado mucho más tiempo rastrear esas referencias escasas, breves y muy dispersas en más de mil seiscientas páginas de un volumen que trae índice onomástico, pero no incluye a todos los citados ni indica en qué lugar aparecen.
A solas, o en compañía de Manuel Peyrou, el único a quien parecían considerar digno de intercambiar opiniones sobre viejos tangos, Borges y Bioy escuchaban de manera casi ritual música del género popular -no se mencionan en el libro sinfonías, óperas ni canto de cámara-, y repetían la placa varias veces en reproductores de discos de pasta, aun en años en que esos aparatos habían pasado a la historia.
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Como en tantas otras cuestiones, en materia de música los unía un gran odio y se juntaban para estimularlo: Carlos Gardel -"un poco banal y muy trivial" (Bioy), "es un ciclista que se aleja rápidamente, saludando con la mano" (Borges)-, pero también coincidían en la fascinación de piezas como "El cuzquito", "El 13", "Independencia", "Muela careada", "Don Esteban" y otras que en 1957 habían desaparecido de todos los repertorios.
La pareja inflexible que no dejaba prestigio en pie, sobre todo tratándose de escritores argentinos, contemporáneos y conocidos de ellos, se volvía ingenua y tolerante en cuanto sonaba "Ivette" o "Flor de fango", y era capaz de admitir a Pascual Contursi, el autor de esas letras, como una "cumbre de la expresión literaria" y de inmediato descalificar a Goethe y su Fausto con infinidad de argumentos.
Las reacciones ante la música son inocentes, pero sensibles; los comentarios, ingeniosos; la erudición que Borges insiste en aportar suele estar equivocada o de más, pero no la repetida afirmación de "¡Esto es la patria!" ni la confesión de Bioy: "A veces creo o siento, un poco en broma, que en este país no se hizo nada más grande que los tangos".
El desconcierto se produce al leer los nombres de los intérpretes causantes de semejantes certezas en genios que desconfiaban de todo y además detestaban a Gardel, porque su favorito no era ninguno de los grandes vocalistas que todavía permanecían activos y en plena forma sino Jorge Vidal, un cantor auténtico, pero elemental y demagógico que, luego de dejar la orquesta de Osvaldo Pugliese, en 1951, gozó de larga popularidad televisiva y radial -todavía conduce un programa los domingos a la tarde por Radio El Pueblo- sin llegar nunca a figurar en el círculo de los mejores.
Más asombrosa todavía resulta la manera de recordar el tango instrumental que los había ayudado a imaginar una fantástica mitología arrabalera. Las mejores orquestas típicas que han existido continuaban actuando y grabando, pero ellos preferían escuchar sus primitivos en malos "discos de trapo", como denominaba Borges a los fonogramas flexibles que acompañaban ciertos fascículos, o en las versiones adulteradas de Los Muchachos de Antes, un trío de clarinete, guitarra y contrabajo formado en 1958 por músicos de jazz en crisis -Panchito Cao, Malvicino, Nicolini- que todo lo tocaba igual, sin pasar de los dos minutos, y a ellos les parecía "una orquesta de gorriones".
En Borges , Bioy Casares también registra el encuentro de ambos con Ben Molar, cuando planeaba el álbum 14 con el tango , y el intercambio de injurias entre Borges y su madre con Piazzolla en la época de las milongas para el long play El Tango , pero eso es una guerra aparte y demasiado extensa para contar ahora.
Siempre propuestos por Bioy, más para discutir que disfrutar, también escuchaban temas extranjeros: "Minnie the Moocher", por Cab Calloway, blues de Leadbelly, "Et maintenant...", por Gilbert Bécaud -"Las canciones francesas son más sentimentales, más dulzonas que las norteamericanas" (Borges); "Tiene un prejuicio contra todo lo francés" (Peyrou)- y hits de Johnnie Ray, Frankie Laine y Tennessee Ernie Ford, más olvidados que la gran duda que le sembraron a Borges: "Es sospechoso que la música popular guste tanto a todo el mundo. Tal vez no haya diferencia entre la gente".