Bon Jovi brindó un show sólido y muy efectivo en Vélez
La banda de Nueva Jersey revalidó, durante dos horas y media, su romance con el público argentino
Hace cuatro años, cuando Bon Jovi tocó en el estadio de Vélez, la banda atravesaba un momento complicado: pocos meses antes, Richie Sambora, su histórico guitarrista, había sido expulsado de la agrupación y era Phil X quien había saltado "al toro" para tomar su lugar.
Hoy, el escenario parece ser otro. Con un nuevo disco a cuestas -This house is not for sale- Jon Bon Jovi y los suyos decidieron salir de gira nuevamente para enviar un mensaje muy claro: no hay golpe del que no sea posible recuperarse.
En ese plan, Bon Jovi regresó al país y brindó un show sólido, que contentó a varias generaciones de fanáticos: los que los conocieron con sus cabellos batidos, volando sobre el escenario con arneses, y también los que descubrieron a la banda de rock más soft de los 90, con hits pegadizos y melosas baladas. También se vieron anoche en Vélez algunas camadas de seguidores algo más jóvenes, aunque no fueron mayoría.
Minutos después de que Airbag -uno de los pocos exponentes del "rock clásico" en la escena local, mal que le pese a muchos- cerrara su poderoso set, el escenario estuvo listo para recibirlos. Y, a las 21.30 puntualmente, allí estuvieron, listos para reencontrarse con su público, que colmaba el estadio de Liniers.
El inicio tocó presente y pasado con "This house is not for sale" y "Knockaout", de su último trabajo, intercalados con "Raise your hands", del disco Slippery when wet, de 1986. "Buenas noches, Buenos Aires. Ha pasado mucho tiempo, así que no voy a hablar demasiado", dijo Jon antes de introducir otro golpe al corazón de los nostálgicos con "You give love a bad name" y "Born to be my baby".
Apenas comenzado el show, ya estaba claro que esa era una banda asentada. Es posible que Phil X sea más discreto en lo escénico que Sambora, pero nadie en el público se atrevió a pedir por el guitarrista caído ni por un momento. Dueño de un riff furioso y preciso, el canadiense que se unió como miembro estable en mayo de 2013, le aporta vitalidad al sonido del grupo, a los temas nuevos y a los clásicos. El resto de la formación también estuvo a la altura: desde el baterista Tico Torres, el bajista Hugh McDonald y el tecladista David Bryan, hasta los "adicionales de gira", John Shanks (guitarra rítmica) y Everett Bradley (percusión).
"Lost Highway", "We weren't born to follow" y "I'll sleep when I'm dead" se sucedieron sin demasiado encanto, pero entonces llegó "Runaway" para poner las cosas en su lugar, con la inconfundible intro de Bryan en los teclados. Un gran momento se desató en Vélez, con gente bailando y coreando ese hit salido del disco Bon Jovi, de 1984, que sonó intacto pese al paso del tiempo.
Luego del alegato de resistencia que es "We don't run", fue el turno de una acústica y algo deslucida versión de "Someday I'll be saturday night", seguida por "Bed of roses". Lamentablemente, Jon quiso "mimar" a su público cantando el coro de la popular balada en castellano, y realmente fue muy complicado comprender en qué idioma lo estaba haciendo, aunque se valoró el esfuerzo. "It's my life" y ese estribillo que invita a inflar el pecho marcó otro de los puntos altos de la velada.
Tras "Who says you can't go home", llegó "God bless this mess", una suerte de oda al caos que dejó tras de sí la salida de Sambora. Desde las pantallas gigantes, distintos titulares de diarios le daban cierto contexto al asunto, en el que sólo uno de los contendientes salía realmente triunfante. "Bon Jovi aún hace hits" y "Nadie escribe himnos de rock como Jon" fueron algunos de los guiños que pudieron leerse al pasar.
"¿Hay algún cowboy por acá?", se preguntó Jon antes de tomar la guitarra para "Wanted dead or alive". Y, entonces, el cantante se convirtió en una suerte de predicador: con "Lay your hands on me", recorrió el escenario de punta a punta por primera vez, animando a la gente y cosechando alaridos. "Hermanos y hermanas, estamos acá para celebrar la vida", anunció en su inesperado rol de líder espiritual.
Es curioso, pero en ese momento, el cantante de 55 años se mostró por primera vez completamente liberado. Sí, hasta entonces había jugueteado con la cámara una y otra vez, había regalado sonrisas a granel y había echado mano a sus poses de rockstar, pero su lugar había estado siempre en el centro de la escena, mayormente concentrado detrás del micrófono. Posiblemente, se trató de una sabia estrategia para volcar toda su energía en la última porción del show.
"Have a nice day" y "Captain Crash & the Beauty Queen from Mars" sonaron antes que la primera despedida que llegó con el pegadizo coro de "Bad Medicine" y con el cantante bajando del escenario para estar más cerca del público, justo en esa pasarela que divide al campo preferencial en dos.
Tras unos minutos con el escenario a oscuras y el público rugiendo, el regreso fue demoledor. "In these arms", "I'll be there for you" y "Livin' on a prayer" formaron la triada perfecta de esos hits ochentosos que todo el mundo quería llevarse como souvenir. Y el cierre definitivo llegó con "These days" y "Keep the Faith", dos perlas de los 90, la década que los vio reconvirtiéndose hacia su sonido definitivo.
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