Bob Dylan: disco nuevo, 79 años y una leyenda que se sigue escribiendo
En 1997 Bob Dylan estuvo cerca del retiro. Una histoplasmosis que afectó sus pulmones y puso en riesgo su salud cardíaca lo obligó a internarse en el St. John's Hospital de Santa Mónica y, obviamente, a pausar su célebre Never Ending Tour, la interminable gira que arrancó en 1988, una proeza reflejada en un centenar de conciertos por año que desde entonces viene alimentando aún más la profusa mitología de un artista único en su especie. "Pensé que me iba a reunir pronto con Elvis", declaró cuando ya estaba recuperado, haciendo gala de su sardónico sentido del humor.
En términos artísticos, la década del 90 había sido hasta entonces la menos valorada de su carrera. No eran muchos los que apostaban por una resurrección que le permitiera recobrar al menos una parte del brillo que tuvo en el pasado como músico y poeta. Pero de repente sacó un as de la manga. Un disco oscuro y de pasajes siniestros centrado en amargas reflexiones sobre la pérdida y la desilusión con el que dejó asentada su increíble fortaleza espiritual y artística: Time Out of Mind, premiado con un Grammy y bisagra de una reconversión asombrosa que dura hasta hoy.
Veintitrés años después de aquel momento clave, Dylan sigue en la ruta y, tal como ha sido regla para él desde su aparición en escena en los albores de los años 60, puede rememorarlo en tono de leyenda: en su narrativa personal, un fugaz rapto de iluminación ocurrido durante un concierto en Locarno, Suiza, lo empujó a pensar que su deber era seguir contra viento y marea, "aun cuando Dios no colabore". Ese súbito despertar de la conciencia marcó un antes y un después. Y sus ecos llegan hasta la actualidad.
En este presente extraño en el que los músicos intentan sobrevivir inventando polimorfos proyectos para las redes sociales (entrevistas "blurreadas", conciertos íntimos desde el dormitorio, lecciones gratuitas de guitarra, sets de DJ improvisados en el living o el garage), el viejo Bob (cumplió en mayo 79 años) alza su voz cascada a través de tres canciones fabulosas que nos advierten sobre la calidad de un disco que, ya lo ha decretado la crítica de los medios del Primer Mundo que tuvieron acceso a escucharlo y desmenuzarlo, está al nivel de lo que produjo en los últimos años. O por encima, incluso. Porque esta vez se trata de composiciones originales y no de esas versiones del Great American Songbook registradas en tres discos preciosos –Shadows in the Night (2015), Fallen Angels (2016) y el monumental Triplicate (2017)– para dar pistas claras de su linaje y, de paso, reafirmar su estatura de clásico.
Cuando el primer golpe es firme, enérgico y certero, buena parte de la pelea está ganada. Y Dylan es un boxeador experimentado y astuto. La carta de presentación de Rough and Rowdy Ways, un disco tan esperado como la reaparición del Mesías, fue "Murder Most Foul", una epopeya de 17 minutos que arranca con el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y llega hasta esta época extravagante de Donald Trump, recorriendo un vasto mapa cultural en el que aparecen citadas ¡setenta y cinco! canciones de otros artistas (Robert Johnson, Little Richard, Billie Holiday, Joan Baez, Joni Mitchell, Elvis Presley, Queen, los Beatles, los Stones...) que le han permitido traducir el mundo en el lenguaje que mejor conoce.
Después llegó "I Contain Multitudes", una balada más convencional que sin embargo contiene dos referencias muy especiales: una en el título, tomado directamente del poema Song of Myself de Walt Whitman, y la otra en formato de mensaje encriptado –un nuevo boccato di cardinale para los "dylanólogos"– que terminó descifrando un especialista de Harvard convencido de que la mención a un lugar llamado Bally-na-Lee en el primer verso alude a Ballinalee, pequeña localidad irlandesa que aparece en un texto de Antoine Ó Raifteiri, poeta ciego del siglo XVIII considerado como el último de los bardos errantes. Y finalmente un tercer single, "False Prophet", blues denso y sugestivo protagonizado por un narrador acuciado por las dudas y la soledad que el reverendo Billy "The Kid" Emerson grabó originalmente a mediados de los 50 para Sun Records.
Tres disparos en la oscuridad que dieron sucesivamente en el blanco porque provocan algo similar a lo que el propio Dylan vibra cada vez que escucha a Frank Sinatra cantar "Ebb Tide", una sensación que describió con lucidez en su crucial e inconclusa autobiografía Crónicas, editada en 2004: "Cuando Sinatra canta ese tema puedo escucharlo todo en su voz: la muerte, Dios, el universo. Todo... Es una voz llena de un canalla sentido de la libertad, la voz de alguien que notoriamente había vivido. Es el blues de un hombre que está apurando los últimos diez dólares de la noche antes de dirigirse, entre corbatas negras y mujeres sofisticadas, hacia la puerta de salida".
Hace unos días, The New York Times publicó una de las escasas entrevistas que concedió Dylan en los últimos años. Como es habitual (conviene revisar para comprobarlo el libro Dylan sobre Dylan, 31 entrevistas memorables, un imperdible compilado curado por el periodista neoyorquino Jonathan Cott), está llena de pasajes extraordinarios. Dylan habla poco, pero suele decir mucho cada vez que lo hace. Una vez más va regulando la conversación –con el prestigioso académico Douglas Brinkley, en este caso– con la precisión de un experto en pulseadas discursivas. Se niega terminantemente a aceptar su nuevo repertorio como una simple manifestación nostálgica ("No creo que 'Murder Most Foul' sea una idealización del pasado ni algún tipo de celebración de un momento desvanecido. A mí me habla del presente. Siempre fue así, sobre todo cuando estaba escribiendo esa letra") porque sabe muy bien que en realidad su poesía siempre ha sido más bien premonitoria. Así suenan hoy, por citar apenas un ejemplo, las poderosas líneas que escribió para "Shooting Star", el cierre de Oh, Mercy (1989), el notable disco que precedió a la discreta etapa que cortó de cuajo con la eficaz estocada de Time Out of Mind: "Vi desvanecerse una estrella fugaz esta noche / Mañana será otro día / Me pregunto si será demasiado tarde para decirte las cosas que necesitabas que te dijera". Nunca es tarde, estimado Bob.
Cinco décadas, cinco discos fundamentales
Highway 61 Revisited (1966)
Es realmente muy difícil elegir un disco de una década tan brillante de Dylan como fue la de los años 60. Con un repertorio que incluye joyas de la corona como "Like a Rolling Stone", "Ballad of a Thin Man" y la impactante canción-río "Desolation Row", el joven trovador folk se transforma en un agudo y por momentos cínico narrador urbano.
Blood on the Tracks (1975)
La pena por el divorcio de su primera esposa, Sara, tiñe el ambiente de un álbum mayormente confesional pero que también contiene otro tipo alegorías más sugestivas y misteriosas. Es probable que Dylan haya grabado a lo largo de su carrera discos más influyentes, pero ninguno reúne encanto y melancolía con la sagacidad de esta obra magna.
Infidels (1983)
Primer disco secular luego de su discutida etapa religiosa (Slow Train Coming / Saved / Shot of Love), cruza su reconocida pericia para la observación social con una poética amorosa profunda y elegante. Lo apoya una banda estelar: dos Stones (Mick Taylor, Ron Wood), dos Dire Straits (Alan Clark y un Mark Knopfler en llamas) y Sly Dunbar (Sly & Robbie).
Time Out of Mind (1997)
Una nueva resurrección artística que sucedió a un período más bien gris (aun cuando el MTV Unplugged del '95 es un disco más que digno). Marcado por una producción nebulosa y atmosférica de Daniel Lanois, reafirmó su potencia creativa e inauguró un singular tono de interpretación vocal, instrospectivo y confidente, que se acentuó con el paso de los años.
Modern Times (2006)
Cierre de la trilogía que, con Time Out of Mind y Love Theft (2001), le señaló al mundo un renacimiento definitivo, este álbum crudo y cargado de blues espeso empieza con una referencia inesperada a Alicia Keys y convoca también a los fantasmas de Elmore James y Wille Dixon. Su estilo vocal remite al de Lennie Johnson, versátil músico negro de Nueva Orleans que brilló entre los años 20 y los 40.
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