Björk se reencontró con su mejor versión en Nueva York y de la mano de Lucrecia Martel
NUEVA YORK.– "Imaginá un futuro y habitalo", la frase, extraída de la canción "Future Forever", finaliza un texto proyectado sobre un telón translúcido. Björk la utiliza allí como un llamado a la acción por el cuidado del medio ambiente, sí, pero también es el resumen más elocuente de sus ambiciones artísticas. Y el sábado, en el último show que dio en The Shed –un centro cultural recientemente inaugurado en Nueva York– con su espectáculo llamado Cornucopia, dejó en claro haber reencontrado el camino.
De la mano de Lucrecia Martel , encargada de la puesta en escena, Björk desplegó una propuesta expansiva, repleta de referencias a la naturaleza (desde los vestuarios hasta las plataformas donde su ubicaron los músicos sobre el escenario). Una suerte de psicodelia digital que domina Utopia, su último disco de estudio y la excusa para esta serie de shows. Musicalmente, la idea fue acentuada desde el comienzo con sonidos de pájaros y bichos ambientando la sala desde los parlantes como previa al concierto.
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Ya con las luces apagadas, el coro islandés Hamralid, compuesto por 52 jóvenes, alternó entre canciones tradicionales y otras de la propia Björk a modo de introducción. Lejos de cualquier solemnidad, cerraron su segmento cantando entre el público, no solo para ocupar el espacio de forma lúdica, sino también para desmembrar las armonías vocales.
Tal como lo indica el programa de mano, Lucrecia Martel se convirtió en la principal aliada del equipo creativo de Björk para la ocasión. Encargada de dirigir la puesta en escena, la argentina privilegió el uso de los espacios de la sala para darle volumen y dinámica a la narrativa visual. El uso de distintos materiales, alturas, formas (y deformaciones) y la apropiación del escenario de un modo cuasi teatral hicieron que el show fluyera de principio a fin. La comodidad con la que la cantante se desenvolvió en ese ecosistema fue otro visto bueno para la propuesta de la directora de Zama.
La última vez que Björk había presentado un disco en Nueva York –la ciudad donde reside– su situación artística era bien distinta. Vulnicura, el álbum en cuestión, había sido compuesto en torno a su divorcio y la tristeza en la que vivía inmersa (al punto de especificar cuánto tiempo antes o después de la separación había escrito cada canción). Y la puesta en el Carneggie Hall para aquella ocasión fue acorde. Acompañada por una orquesta de cuerdas, la islandesa se mostraba tan estática como la exhibición retrospectiva de su carrera que podía verse en el MoMA por aquellos mismos días. Cuatro años después, Björk es otra. Sobre el escenario, sus movimientos, aunque medidos, son convincentes. Su voz, también. Pero sobre todo, su cosmovisión artística. Si con Utopia, al que ella llamó un "álbum Tinder", volvió a imaginar los sonidos de un futuro improbable, Cornucopia es su consumación visual.
Secundada por una arpista, un baterista, un tecladista pulifuncional y un septeto de flautistas, Björk dio rienda suelta a su imaginación no solo para releer su repertorio pasado (la delicada versión "Venus as a Boy" acompañada solo por una flauta), sino también para desplegar toda su imaginaria estética. Hilos de gasa que caían como cortinas al pie del escenario, una pantalla gigante de fondo, una recámara a donde ella o sus músicos ingresaban para reamplificar su sonido, una pequeña pasarela donde terminó bailando al final del show, sus dos vestidos extravagantes, imágenes de colores incandescentes, beats electrónicos, loops, infinitas texturas de sonidos, polirritmias, contrapuntos... dos horas de pura estimulación maximalista.
"Estamos muy felices, y también un poquito cansados", dijo entre risas antes de cerrar el show (el octavo en un mes) con una versión dance y sin cuerdas de "Notget", un tema de Vulnicura compuesto once meses después del divorcio. Porque lo que antes era puro dolor en tiempo presente ahora es baile en futuro habitable. Björk recuperó la sonrisa; su arte, también.
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