Bizet y la música francesa: de Carmen al carnaval de los animales y la joya perdida de Delibes, ocho composiciones para disfrutar
A partir del lunes, el festival Konex de Música Clásica traerá arias y dúos de obras románticas de la segunda mitad del siglo XIX del creador y de otros grandes compositores de su país, como Saint-Saëns, Gounod, Massenet y Fauré; claves para descubrirlos
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Como todos los años, la Fundación Konex, desde este lunes, ofrecerá su festival de música clásica, en esta oportunidad, titulado “Bizet y la música francesa”. Hasta el próximo domingo, en tres jornadas, habrá arias y dúos de óperas con acompañamiento de piano, música sinfónica y una gala de ballet. Entre ellas, se llevarán adelante dos representaciones gratuitas de un espectáculo infantil destinado a las escuelas públicas de la ciudad de Buenos Aires. Cuando se pasa revista al inmenso repertorio a interpretar, se puede observar que, en realidad la denominada, generosamente, “música francesa” es, en realidad, una muy buena y representativa selección de obras románticas de la segunda mitad del siglo XIX y, por alrededor de Georges Bizet, que será el compositor que más creaciones proveerá, estarán Camille Saint-Saëns, Charles Gounod, Jules Massenet, Jacques Offenbach, Gabriel Fauré y el joven Claude Debussy.
Como complemento a esta buena iniciativa, parece conveniente indagar, profundizar, disfrutar y compartir la gran variedad musical del romanticismo francés, precisamente, utilizando como ejemplos algunas de las obras que estarán sonando esta semana en el 9º Festival Konex de Música Clásica. Y antes de comenzar, la necesaria excusa porque la elección del muestrario, inevitablemente, será parcial e incompleta, habida cuenta de que dentro de la música francesa posterior a 1850 han florecido la abundancia, la variedad y la excelencia.
Es innegable que, desde el presente, cuando se mira al romanticismo francés, emerge victoriosa la figura de Georges Bizet. Sin embargo, en su tiempo, el compositor nacido en París, en 1838, y fallecido, tempranamente, a los treinta y seis, fue una figura relativamente secundaria. Carmen, su obra cumbre (y postrera), fue estrenada en marzo de 1875, seis meses antes de su muerte y, por su temática realista y un protagónico femenino en las antípodas de las nobles y virtuosas damas del romanticismo, no gozó, precisamente, de una aprobación general.
Por primera vez sobre un escenario, en el que transitaban facinerosos de distinta calaña y personajes mayormente vulgares, una rústica obrera gitana utilizaba, manifiestamente, sus bellezas como un ariete de conquista. Y no solo eso, sino que se permitía, luego, despreciar al enamorado porque ella era libre de elegir a otro varón. De la mano de Bizet, la sensualidad y los caprichos se asomaron a la ópera. La seducción más embriagadora está encerrada en esa habanera perturbadora con la que Carmen cautiva a don José. Si quien la canta es Elina Garanča, la perdición del cabo de Navarra será irremediable.
Un destino extraño tuvo otra de sus obras, la hoy muy celebrada Sinfonía en Do mayor. Bizet la escribió cuando tenía diecisiete años y era un estudiante del Conservatorio de París, bajo la guía de Charles Gounod. La obra no fue estrenada ni editada en vida del compositor y, milagrosamente, el manuscrito pervivió intacto. Tras pasar por varias manos y quedar arrumbada por varias décadas en los archivos del Conservatorio, la sinfonía llegó hasta Felix von Weingarten quien, en 1935, la dirigió en Basilea. Inmediatamente, se la consideró una obra maestra juvenil y se la comparó con la Obertura para un sueño de verano, que Mendelssohn había compuesto también a sus diecisiete. Bella de principio a fin y digna de ser escuchada en su totalidad, tal vez habría que poner los oídos y toda la atención en la poesía y el lirismo con el que Bizet elaboró el segundo movimiento. En esta interpretación de la Orquesta de Cámara de los Países Bajos, ese milagro melódico tiene lugar en 9.15, cuando, desde el oboe, emerge un tema conmovedor.
Cada vez más valorada y representada, Los pescadores de perlas, estrenada en 1863, es otra ópera en la cual Bizet supo dejar momentos mágicos. En el primer acto, Nadir, un joven pescador, confiesa que ha seguido a Leila porque está enamorado de ella. “Je crois entendre encore”, es un aria de una gran ternura en la cual Bizet, nuevamente, demuestra esa capacidad prodigiosa para concebir melodías ondulantes y atractivas. Amada por los tenores líricos, así la cantó Dmitri Korchak en una puesta que tuvo lugar en el Teatro San Carlo de Nápoles, en 2012.
Con el límite autoimpuesto de abrevar en la obras que se escucharán dentro del Festival Konex, el panorama francés posterior a 1850 que compartiremos a continuación será estrictamente cronológico, sin ninguna consideración de valoración. Una única observación: tras la derrota sufrida en la guerra franco-prusiana, consciente y volitivamente, los compositores franceses trataron de apartarse de cualquier influencia que viniera del otro lado de la frontera, tarea nada sencilla, ya que desde el territorio enemigo, desde el pasado y desde el presente, afluían poderosas ondas sonoras de Beethoven, Schumann, Wagner o Brahms. Tratando de apartarse del reconocido y vigoroso pathos del romanticismo alemán, en Francia comenzaron a primar otras búsquedas no solo idiomáticas sino también estéticas. Esta selección será un testimonio cabal de este nuevo rumbo del romanticismo francés.
Refinado, equilibrado, envolvente y muy francés, así es el “Dúo de las flores” de la ópera Lakmé, de Léo Delibes, estrenada en 1883. Obra sumamente popular en las décadas posteriores a su primera representación, en la actualidad prácticamente ha desaparecido de los escenarios. Sin embargo, por fuera de la ópera, popular y ampliamente registrado, este dúo tiene vida propia. En esta grabación de estudio, la cantan la exquisita soprano Sabine Devieilhe y la mezzo Marianne Crebassa. Junto a ellas, el admirable y siempre inquieto François-Xavier Roth con su orquesta Les Siècles.
Prolífico y toda una celebridad en la Francia de su tiempo, en 1886, Saint-Saëns dejó a un lado las óperas, las sinfonías, los conciertos y la música de cámara y, haciendo gala de un humor absolutamente desconocido en el resto de su creación, escribió El carnaval de los animales, una suite en catorce movimientos para una orquesta de cámara bastante particular, posiblemente, hoy por hoy, su obra más interpretada. De la fauna musicalizada por Saint-Saëns, el cisne se ha deslizado suavemente por fuera de su marco original y no hay chelista que no encuentre la oportunidad para interpretarla. Fuera de programa, en el Festival de Verbier, en 2015, así le dio vida Mischa Maisky.
Posiblemente, Gabriel Fauré haya sido el compositor más logrado dentro de ese camino antigermano del romanticismo francés. Elegante, minucioso, un artista en la búsqueda de armonías sutiles y colorísticas, Fauré dejó un corpus maravilloso. Dentro de él, está la Pavana para orquesta, op. 50, escrita en 1886. Pausada, exquisita, tenue y con referencias hacia un lejano y plácido tiempo pasado, esta obra fue estrenada al año siguiente. Caso extraño dentro de la música clásica, a esta obra se le agregó un texto y pasó a ser Pavana para coro y orquesta. La Orquesta Filarmónica de la Radio de los Países Bajos interpreta la versión original.
En 1892, por el interés de Jules Massenet, un alemán logró evadir el cerco y se asomó dentro de una ópera francesa. La novela Los sufrimientos del joven Werther, de Johann Wolfgang von Goethe, fue la base para el libreto en francés de la ópera Werther. Extrañamente y según las costumbres de la época, la ópera se estrenó en Viena, en alemán, en diciembre de 1892 y un mes después, en francés, en la Opéra-Comique de París. El éxito de público fue inmediato y hoy, Werther es considerada la ópera más lograda de Massenet. Sin lugar a dudas, el momento más deseado por los amantes de esta obra está en el tercer acto, cuando Werther, sin esperanzas de que su amor por Charlotte sea correspondido, canta “Pourquoi me réveiller”. Hace diez años, para un sello discográfico, así lo registraba Juan Diego Flórez, el gran tenor peruano.
Por último, el Claro de luna, escrito por Claude Debussy hacia 1890. Esa pieza para piano, sin fecha de estreno reconocido, fue integrada, un lustro más tarde, como tercer movimiento dentro de la Suite bergamasque, una obra que fue editada recién en 1905. El Claro de luna es un ejemplo del más elegante, comedido y etéreo romanticismo francés. Su perfil melódico claro, sus armonías tonales y su nítida forma tripartita revelan que esta joya debussyana es anterior al surgimiento del impresionismo, un movimiento que habría de posarse inasible y simbolista en la arena parisina poco tiempo después. A los 89, el inolvidable Menahem Pressler así lo interpretaba, en 2012, en la Salle Pleyel.
Parece pertinente recordar que este panorama de la música francesa se ha limitado a lo acontecido en la segunda mitad del siglo XIX. Además, por meras razones de espacio, no ha incluido a compositores tan destacados como Berlioz, Gounod u Offenbach. Y por fuera de esa delimitación temporal, entre muchos más, han quedado al margen compositores tan trascendentes como Rameau, Couperin, Ravel, Poulenc, Honegger, Messiaen e, incluso, creadores importados de otras latitudes que fueron centrales en la música francesa como Giacomo Meyerbeer o César Franck. Para ellos, ya habrá otras ocasiones.
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