Ahí, en la esquina londinense de Hoxton y Falkirk Street hay una obra en construcción. Una señora arrastra su changuito con dificultad y un muchacho que llama Richard Ashcroft , que está parado en el extremo de la vereda, clava la mirada hacia adelante. Una vez que comience a caminar, ya no se detendrá. Aunque se le crucen transeúntes, autos y cochecitos de bebé. Tiene chaqueta de cuero, pómulos inolvidables y este verso en la palma de la lengua: "Porque esta vida es una sinfonía agridulce". A juzgar por la historia de la canción, está cantando la verdad y nada más que la verdad.
Lanzado como single el 16 de junio de 1997, "Bitter Sweet Symphony" rubricaba el primer regreso de The Verve. Después de una etapa iniciática coronada por las tensiones internas, las reverencias de Oasis y un rock saturado de noise, Richard Ashcroft rearmó la máquina y grabó un puñado de canciones inspiradísimas bajo el título de Urban Hymns. El single escogido trepó velozmente en la consideración del público británico, primero- y luego mundial. Aquel video dirigido por Walter A. Stern contribuyó bastante para lograr esa expansión. Era una idea simple que maridaba perfectamente con la canción: un plano secuencia en perpetuo movimiento para una catedral estática y construida sobre un solo ladrillo: una melodía beethoveniana en repeat que, llegado un punto, alcanzaba un crescendo religioso. Una auténtica sinfonía de bolsillo.
Otra contribución importante para la expansión global del tema fue el guiño de U2. La banda irlandesa incluyó el tema en buena parte de su PopMart Tour.
Es la mejor canción que Jagger y Richards han escrito en los últimos veinte años
Como estaba armada alrededor de un sample de la versión de "The Last Time", firmada por The Andrew Oldham Orchestra (arreglada por David Whitaker), la banda solicitó la licencia para usar unas cinco notas. Decca Records aceptó pero, una vez que la canción alcanzó estatura de hit, apareció Allen Klein en la escena. El manager de los Rolling Stones , que le había comprado los derechos editoriales a Oldham –su antecesor en el puesto–, demandó a The Verve por violación a los derechos de autor. Klein argumentó, y con razón, que la banda había incumplido el acuerdo utilizando más de las cinco notas pactadas. Frente a la corte, la banda presentó sus pruebas (pistas y pistas de grabaciones, la melodía central de su tema, la letra, etc.) y propuso repartir las ganancias en un fifty-fifty. "Pero entonces ellos vieron lo bien que le estaba yendo al tema –dijo el bajista Simon Jones–. Así que subieron la apuesta y pidieron el 100% o quitar al disco de las bateas. No tuvimos mucha opción".
La canción era evidentemente otra composición, pero la ley no entiende de arte: ahí estaban las cinco notas profanadas. Ashcroft, caliente y decepcionado, dijo ante la prensa: "Es la mejor canción que Jagger y Richards han escrito en los últimos veinte años". El tipo tenía su punto: después de todo acabó convirtiéndose en la canción más popular firmada por Jagger y Richards desde los tiempos de "Brown Sugar". A su manera, todo el dilema ponía en relieve la discusión por las autorías. La propia "The Last Time" evocaba casi literalmente un viejo himno gospel popularizado por los Staples Singers ("This May Be The Last Time") y, en todo caso, el sample de The Verve no trabajaba sobre el leit-motiv de la canción sino sobre un arreglo que ni siquiera habían escrito los Rolling Stones.
Unos meses después, "Bitter Sweet Symphony" fue nominada a los Grammy como Mejor Composición de Rock y, si finalmente se hubiera alzado con el premio, los encargados de subir a buscar la estatuilla hubieran sido Jagger y Richards. Una performance involuntaria que habría puesto el absurdo al descubierto. Qué pena que no sucedió.
El punto de quiebre fue cuando Nike, después de fracasar en sus negociaciones con The Verve, pudo sellar un acuerdo con Klein y el tema se convirtió en el corazón de un spot publicitario. "La última cosa en el mundo que quería es que se usase una canción mía en un anuncio", dijo Ashcroft. La guerra de nervios hirió la dinámica de por si inestable de The Verve. Unos meses después, en el medio de su período de mayor popularidad, la banda anunció su disolución.
El tiempo pasó. Algunas heridas cicatrizaron y otras no. Richard Ashcroft editó un disco balsámico como Keys to the World (2006) y, para promocionarlo, lanzó el single "Music is Power". Ashcroft, que había trabajado en una dinámica similar pero esta vez sobre un sample de Curtis Mayfield, decidió hacer una suerte de guiño a su propia historia. Un gesto de redención. El videoclip, entonces, fue otro plano secuencia que seguía su caminata, solo que esta vez el tipo tenía una sonrisa en los labios y un destino bien definido: el escenario.
Promediando el recorrido, Ashcroft tropieza con una chica. Es –podría ser, quién sabe– la misma muchacha que choca impunemente en "Bitter Sweet Symphony" y el tipo deja atrás aunque se rompa la garganta a gritos. Esta vez Ashcroft gira sobre sus pasos, hace una pequeña reverencia y le pide disculpas con un gesto histórico: las manos juntas en señal de plegaria. "Bueno, yo nunca rezo pero esta noche estoy de rodillas –había cantado entonces, en su hit de 1997– Necesito escuchar algunos sonidos que reconozcan mi dolor. Dejo la melodía brillar, dejo que limpie mi cabeza. Ahora me siento libre".
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