Bill Miller, el pianista
Cuesta creerlo, pero en 1951 no había pianista dispuesto a trabajar para Frank Sinatra, por lo poco que pagaba y porque una sucesión de catástrofes profesionales y sentimentales lo había vuelto más intratable que nunca. Así fue como llegó solo a cantar en Las Vegas por primera vez y allí -igual que en una mala película biográfica-, tocando para borrachos, encontró a Bill Miller, el lacónico personaje que habría de ser su principal asistente musical y continuar al lado de su hijo hasta que la muerte lo sorprendió el mes pasado.
Fue consecuencia de una caída mientras andaban de gira por Canadá, y la información apenas mencionó sus noventa y un años -que aunque lo llamaba el "Viejo", era mayor que el cantante- y el récord de permanencia junto a él, suponiendo que con el título "Murió el pianista de Sinatra" quedaba dicho todo cuando, en realidad, además de eso, que hizo como nadie, Miller fue su principal consejero en materia de repertorio, arregladores, músicos, cambio de imagen y puesta en escena de ciertas piezas.
La relación nunca tuvo el mismo cartel, pero resultó tan creativa y más prolongada que la de Duke Ellington-Billy Strayhorn, Miles Davis-Teo Macero, George Martin y los Beatles, Quincy Jones con Michael Jackson y cualquier otra de las grandes asociaciones de personalidades antagónicas, pero complementarias, que se dieron en la música popular en el siglo pasado.
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Cuando aquel pianista providencial salió de la nada en el bar del Desert Inn también estaba en la mala. Había orquestado para Benny Goodman, tocado en un grupo progresivo de Red Norvo y durante años fue vital para Charlie Barnet, pero el formato de banda bailable empezaba a desaparecer y sólo le quedaba esa habilidad de acompañar a vocalistas imaginativamente y sin interferir que fascinó instantáneamente al crooner .
Bill Miller llegó en el peor momento de Sinatra, participó de sus últimas grabaciones para Columbia y lo asistió durante la incertidumbre de la mudanza a Capitol, la grabadora independiente donde resucitó en 1952. Ascendido a la función de director musical en la sombra, fue él quien lo convenció de aceptar a Nelson Riddle como principal arreglador de la nueva etapa y también tuvo mucho que ver en el diseño del clima de los discos que marcaron el retorno: "Songs for Young Lovers", "Swing Easy" y la obra que dio origen a la categoría de álbum conceptual: "In the Wee Small Hours".
Su protagonismo en el proceso de maduración acelerada que transformó a un ídolo juvenil decaído y odioso en el temido símbolo de todas las desilusiones adultas se hizo todavía más visible en una película que Cinecanal Classics emite continuamente: "Joven de corazón", para la que Miller eligió los soliloquios, ejecutó las partes de piano que finge tocar Sinatra y, nota por nota, anticipó el simplísimo arreglo de "One for My Baby" que, con unas pocas pinceladas orquestales de Riddle, reapareció como cierre de "Only the Lonely", otro long play esencial en ese ciclo de cinismo romántico.
La indiferencia de reaccionar igual ante las explosiones de ira, los elogios desmedidos o las bromas pesadas -el cantante acostumbraba burlarse en público de su aspecto cadavérico-, el sistema de trabajo que establecieron, su capacidad para preparar una orquesta y tenerla a punto para que la grabación perfecta se lograra en una sola toma y la sensación de que siempre parecía saber el rumbo musical que más convenía a su jefe, lo volvieron imprescindible.
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Nombrado en letras pequeñas, estuvo visible junto a Sinatra en los momentos más importantes: la organización de Reprise, su propio sello, conduciendo las orquesta en las grandes giras europeas y el éxito que fue "My Way", avalando la dudosa despedida de 1971 y el retorno, dos años más tarde, y coordinando el concierto en el Madison Square Garden que se anunció como "La pelea de fondo".
Tan inevitable como el distanciamiento definitivo (que se oficializó en 1978), resultó la reconciliación, siete años después, porque la relación que comenzó igual a una mala película biográfica, debía culminar en el mismo tono, con Bill Miller al piano la última vez que Sinatra cantó en público y, como gran final, tocando en su funeral "One for My Baby", el amargo réquiem que los ha vuelto inmortales.