"Estoy con una resaca tremenda. Tomé un poco de más pero porque la estaba pasando muy bien", dice Bernard Sumner riéndose en su habitación de hotel porteño un día después de tocar en Obras con New Order. Aunque admite que los integrantes del grupo no beben tanto como antes, el buen humor ayudó a disipar fantasmas de una gira algo accidentada que incluyó una fuerte gripe en México y un show cancelado en Chile por equipos retenidos en aduana. "Imaginate que nos pegó bastante porque se trató de la segunda vez que suspendimos un show en toda nuestra historia, incluyendo Joy Division. Pero vamos a volver en enero y si la logística ayuda, veremos de agregar fechas en otros lugares de Sudamérica."
Como si fuera poco, en una ironía del destino, de las cinco visitas argentinas, las últimas dos estuvieron a sólo semanas de distancia del arribo al país del ex bajista Peter Hook, quien mantiene una batalla legal y verbal con sus antiguos compañeros, en especial con Sumner. Fuera de las trincheras, ambos hacen sus propias rendiciones de catálogo, pero donde Hook y The Light vuelcan su libido hacia la ferocidad punk, New Order no escatima en recursos para transformar cualquier lugar en una pista de boliche. Eso fue lo que ocurrió el viernes pasado en Obras donde aún con el homenaje obligado a Ian Curtis (sonaron "Disorder" y una triada de bises de Joy Division), hubo motivos para bailar y olvidar el errático audio del templo del rock. Desde "Plastic" y el italo disco de "Tutti Frutti" (del último disco Music Complete, de 2015), pasando por los iniciáticos "Ultraviolence", "Your Silent Face" y "Sub-culture", hacia los hits innegables ("True Faith", "Bizarre Love Triangle", "Blue Monday", "Crystal"), New Order se apalancó sobre el magnetismo de sus canciones y un despliegue de gráficos y luces imponente.
Y es que a Sumner podrían sobrarle motivos para buscar la luz: nunca conoció a su padre, su madre tenía parálisis cerebral y a él lo diagnosticaron tardíamente con trastorno por déficit de atención. Si a eso le sumamos un amigo y cantante que se suicida en la cúspide de su carrera, pocos creerían en las probabilidades de que New Order siga existiendo y, menos que menos, editando nuevos discos. "Apenas Ian murió, con nosotros atascados y deprimidos en Nueva York, fue durísimo. Pero veo ahora todo eso en perspectiva y las cosas fueron mejorando con el tiempo. Estos son nuestros años dorados, realmente lo creo."
Siempre dijiste que odiabas ser cantante y que con el tiempo te fuiste acomodando a esa posición. Cuando Joy Division terminó y empezaron con New Order, ¿cómo conviviste con la idea de que te comparen con Ian?
Fue muy difícil. Tuve que aprender como cantar y escribir letras frente a una audiencia, y resultó ciertamente doloroso, pero siempre me gustó tener desafíos y resolver problemas. En ese entonces nos sentíamos bastante alienados y no queríamos traer a alguien de afuera, así que tuvimos que decidir entre nosotros quien se iba a encargar de eso. Rob (Gretton) nuestro manager, que falleció hace unos años, me eligió a mí para eso. Y es loco porque yo no quería ser cantante sino guitarrista y tecladista, y ahora es al revés. Lo disfruto y me resulta más fácil y divertido que tocar la guitarra.
Pensando en los discos anteriores de New Order, inclusive el de Bad Lieutenant y los de Electronic, Music Complete está mucho más basado en teclados que en guitarras. ¿Qué fue lo que te hizo volver a ese camino?
Eso viene un poco a partir de tocar en vivo y de ver a la gente bailando más las canciones basadas en teclados, pero también porque hace mucho que no pensábamos los discos así. Desde hace un tiempo hubo como una obsesión dando vueltas con los mandatos del dance. Todo era demasiado rígido y yo me convertí en músico justamente para evadir las reglas y tener libertad de hacer lo que quisiera. Creo que por eso eventualmente migramos a un sonido más guitarrero, como una suerte de vacación de los sintetizadores. Eso nos renovó y nos empujó de vuelta a esta nueva etapa.
La canción "Stray Dog", en la que participa Iggy Pop, tiene una letra bastante densa, y reflexiva, por ejemplo cuando decís: "La vida es tan inestable, siempre cambiando, siempre queda igual". ¿Qué te estaba pasando cuando la escribiste?
Venía trabajando mucho en el estudio y decidí frenar a ver en la tele un documental sobre hoteles íntimos en Tokio, Love Hotel se llama. Esa línea que vos mencionás la tomé de uno de los subtítulos, pero ni siquiera estaba pensando en escribir la canción. Simplemente se me quedó en la cabeza, así que apagué la tele y todo lo demás surgió muy rápido.
También le aporta otro contexto la voz de Iggy, sobre todo pensando en la influencia que tuvo en Joy Division y New Order. ¿Cómo fue conocerlo finalmente a él?
Había hecho unos conciertos con él en el Carnegie Hall en Nueva York, unos que cura anualmente [el compositor] Philip Glass. Después empecé a trabajar en esa canción y a pesar de ser una observación general del mundo, el narrador tiene también un carácter insaciable dónde batalla con ciertos demonios de una vida salvaje y el cambio se convierte en algo intrínseco y a la vez introspectivo, que aparece cuando uno madura. Creo que en cierta manera se puede asociar a Iggy, y por eso le envié las letras y la canción a Miami y le pregunté si le interesaba cantar. Me devolvió tres tomas que las combinamos en una y quedó genial.
¿De qué cosas hablaron en aquel primer encuentro?
Cuando nos vimos le conté sobre la primera vez que hablé con Ian Curtis por teléfono a partir de aquel aviso que pusimos en una disquería buscando un cantante para armar Joy Division. Yo era el único de los tres que tenía teléfono en casa, así que llamaron cualquier cantidad de locos. Fue muy agotador. Pero un día llamó Ian y me dijo que nos habíamos cruzado antes en un concierto. Hablamos sobre música y estábamos muy en sintonía con lo que nos gustaba, así que terminó quedándose con el puesto por teléfono (risas). Entonces me fui a su casa a verlo y creo que vivía temporalmente con sus abuelos, y ahí me dijo: "¿Escuchaste el nuevo disco de Iggy?". Le contesté que no y al instante puso "China Girl". Me fascinó. Así que la posibilidad de que Iggy cantara en esta nueva canción de New Order fue una manera de cerrar el círculo.
En tu autobiografía, Chapter and Verse, hablás muy abiertamente sobre tu niñez, tu madre y todo lo que te rodeó cuando crecías en Salford. Es interesante porque muchas de esas cosas invitan a repensar la idea romántica sobre Mánchester y su estética general. ¿Te cuesta hoy visitar la ciudad?
La ciudad en la que crecimos no existe más. Es decir, hay una parte que sigue ahí, pero el lugar en el que yo crecí ahora es un basurero. Se destruyó el sentido de comunidad para dar lugar a un espacio más industrializado. También se hicieron muchas torres y eso significó que la gente empezó a estar recluida y aislada, pegada al televisor mirando porquerías. Si bien el consejo de la ciudad creó propiedades para la gente, se olvidaron de la construcción y el tejido social. Y es bastante raro.
¿Cuál fue la parte más dura de revisitar al momento de escribir tu historia?
En líneas generales escribir el libro implicó volver a analizar unos cuantos momentos dolorosos, especialmente respecto al colegio. Los profesores me presionaron y me maltrataron muchísimo. La gente creía que yo era estúpido. Más tarde me di cuenta que eso tiene un diagnóstico y es ADHD, y no lo sabía cuando era chico. Creo que eso me terminó transformando en alguien super autocrítico y lo trasladé a muchos aspectos de mi vida, aunque ahora estoy más tranquilo. De todas formas... [hace una pausa], creo que la lección que New Order nos dio a todos nosotros es que todo se puede superar, y que con el tiempo los problemas de la vida se resuelven.
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