Bebo Valdés: el piano de Cuba que se hizo conocido en todo el mundo
El maestro del latin jazz falleció a los 94 años en Suecia, el país que lo cobijó durante cuarenta años cuando decidió exiliarse de Cuba. Sufría de Alzheimer y estaba retirado de los escenarios. En los últimos años el pianista tenía su refugio en Benalmádena (Málaga), el lugar que había elegido su mujer sueca Rose Marie (fallecida en el verano español de 2012) y donde se lucían los nueve premios Grammy que cosechó a lo largo de su fluctuante trayectoria. Su último Grammy lo ganó en 2008 con el trabajo Juntos para siempre , que había realizado junto con su hijo Chucho, que decidió mudarse a la misma ciudad para cuidar a su padre.
La rutina de Bebo, antes que la enfermedad se agravara, era levantarse temprano, tomarse un descafeinado, jugar al dominó (la práctica preferida de los cubanos) y tocar el piano cuando llegaba algún amigo o lo visitaba Chucho. Debajo del escenario era un hombre de vida sencilla y en el piano un ser excepcional. Para explicar la música cubana, hay que saber escuchar el piano de Bebo Valdés.
Su trayectoria se sitúa en dos épocas bien diferenciadas: la época de oro de la música cubana, a fines de los cuarenta y mediados de los cincuenta, cuando fue figura del cabaret Tropicana y su regreso del ostracismo musical en 1994, a partir de la grabación de un disco a pedido de Paquito D’ Rivera. Entre esos dos períodos, Bebo Valdés mostró el genio emergente de ese discipulado que había bebido de Ernesto Lecouna.
Su toque, sus arreglos y sus composiciones tenían la clave de los ritmos afrocubanos, la suavidad del danzón, la improvisación del jazz y la intimidad del bolero. Su estilo era elegante y sofisticado, pero a la vez dejaba fluir las notas de una manera transparente. Y sus comienzos siempre eran tan increíbles, como el swing de los solos y la cadencia con la que sostenía el compás a lo largo del tema. Escucharlo a Bebo era como flotar envuelto en una nube de música cubana.
El verdadero nombre de Bebo era Ramón Emilio Valdés Amaro. Nació el 9 de octubre de 1918 en Quivicán, un pequeño pueblo guajiro en la periferia de La Habana. Su madre, una costurera humilde, fue la que impulsó el genio de Bebo. "Posiblemente sin ella no hubiera sido pianista. Cuando no había para comer, me decía: «A ti que te gusta la calle...», y me daba un cuchillo sin punta para que fuese a coger caña o mangos. Pero yo era feliz", recordaba.
Esa situación templó el carácter de Bebo, que rápidamente mostró su inclinación musical y fundó con un amigo de la infancia su primera banda, la Orquesta Valdés-Hernández. Desde allí en adelante, Bebo demostró que la música cubana podía estar en el primer plano internacional cuando acompañó a Nat King Cole y Lucho Gatica. Su vida artística se partió con el exilio de Cuba en 1960. Después de un tiempo en México y un paso fugaz por España, el músico recaló en Suecia como parte de una gira de Los Lecouna Boys y decidió quedarse para siempre. Se enamoró de la joven modelo Rose Marie, de 18 años (él tenía más de cuarenta), y se quedó a trabajar como pianista en hoteles de Estocolmo. Fueron casi treinta años de silencio artístico, hasta que el director español Fernando Trueba lo fue a buscar para que participe de la película Calle 54. El pianista cubano vivía con una pensión del estado sueco, con el genio intacto y sin rencores. Su irrupción en esa película lo devolvió al primer plano del latin jazz.
El mismo Trueba generó después el encuentro con el cantaor Diego El Cigala que germinó en uno de los proyectos más populares de la historia de Bebo Valdés (ver recuadro).Ese impulso le permitió al pianista recuperar el tiempo perdido y dejar varias grabaciones. Trueba le había prometido lanzar una caja especial con sus discos, entre los que se encuentran: El arte del sabor (2001), Lágrimas negras (2003), Bebo de Cuba (2004) y Juntos para siempre (2008). La música de Bebo, su mejor legado, seguirá sonando.
UN FENÓMENO MUNDIAL
Cuando Fernando Trueba vio la química que había entre el pianista cubano Bebo Valdés y un flamenco de fuste como Diego El Cigala pensó que esa misma química se podía reflejar en un disco. Llamó al productor Javier Limón, seleccionaron un grupo con los mejores clásicos de la música popular cubana, unas cuantas viejas coplas españolas más algún tango, y lo que salió fue uno de los mejores discos de la música popular en años.
El proyecto Lágrimas negras (2003) de Bebo Valdés y El Cigala se transformó automáticamente en un clásico y llegó a vender un millón de discos en el mundo. En ese momento, el pianista cubano tenía 84 años y el cantaor, poco más de la mitad. La frescura de esas sesiones, hechas en muy pocas tomas, terminaron por redondear un álbum con nueve canciones de versiones, que ahora se conocen alrededor del planeta. El encuentro entre el tumbao y el son del piano de Bebo, con las coplas y el cante desgarrado de El Cigala, crearon un crossover novedoso, que además de alzarse con un Grammy, creó un puente sonoro entre la música flamenca y la música de América latina.
En ese disco aparecen las contribuciones de un seleccionado exquisito de músicos como el contrabajista Javier Colina, el percusionista flamenco Israel Porrina "Piraña", el saxo de Paquito D'Rivera, la guitarra de Niño Josele y hasta la voz de Caetano Veloso en la versión de "Coraçao vagabundo". Los boleros y las coplas llevan el sello intimista y el sonido de salón de Bebo amalgamado al quejío gitano de Cigala. Los dos estilos se encuentran para madurar versiones inigualables de "Inolvidable" y "Vete de mí". Cigala hizo una segunda parte sin Bebo, pero ya no fue lo mismo.
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