Balance 2022: gracias a Argerich, Netrebko y otros grandes artistas, la música clásica volvió al Colón con momentos para el recuerdo
Con el festival que lleva su nombre como punto más alto del año que termina, la temporada ofreció programas para sumar al público joven y la posibilidad de descubrir sobre el escenario puestas y artistas del más alto nivel internacional
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Diciembre es tiempo de balances, incluyendo el de la música clásica también, por supuesto. Pero antes de detenerse en las cuestiones sonoras, en esta oportunidad, es imprescindible hablar antes del contexto porque 2022 no fue un año “normal”, calificativo que, en este caso, es absolutamente pertinente. La que ahora concluye fue, concretamente, la primera temporada pospandemia y como tal debe ser observada y analizada. En este sentido, vale la pena recordar que cuando, en marzo, el Colón abrió su temporada lírica, por primera vez sin restricciones de porcentajes de ocupación permitidos, todavía era obligatorio utilizar tapabocas y, ciertamente, pocos meses antes, nadie tenía la absoluta certeza de que La Bohéme iba a ser efectivamente representada. En noviembre de 2021, para revivir temores e inseguridades apareció la cepa Ómicron, justo cuando debían contratarse los abonos para este año ya no solo para todos los ciclos del Colón sino, aventuramos, para el Mozarteum también.
Pero más allá de este hecho puntual, la pandemia –entre los profundos cambios conductuales colectivos e individuales que trajo aparejado el obligado y necesario confinamiento, en el terreno musical– promovió también el consumo hogareño en un nivel diferente, muchísimo más sofisticado que el de los compactos o los DVDs. Con una Internet muy generosa (YouTube, streaming y todo tipo de plataformas), basta disponer de algún adminículo con buenos auriculares o parlantes para acceder gratuitamente al mundo musical del presente o del pasado con videos y grabaciones de altísima calidad y con los artistas, los elencos y las orquestas más prestigiosas del planeta. Definitivamente, la performance en vivo pasó a ser una opción más y no necesariamente la prioritaria. En el Colón, pudieron verse conciertos u óperas de realización dignísima, con el teatro extrañamente incompleto.
Además, y más allá de toda esta nueva situación pospandemia, es menester traer a colación que el público de música clásica, en nuestro país, lamentable y lentamente, va disminuyendo de manera constante. Cuando el siglo XXI amanecía, por fuera del Colón y de todos los organismos que dependen de algún ente estatal, había sociedades que sostenían abonos privados de ópera y de conciertos que fueron desapareciendo mucho antes de que el vocablo Covid se instalara en la vida cotidiana. Muchas son las razones que confluyen para concretar esta realidad, pero no será este el momento para enumerarlas o analizarlas. En este sentido, con buen tino, este año, en el Colón, para evitar ese panorama un tanto desalentador de butacas vacías, y también para facilitar el acceso a otros públicos, puso en práctica la venta de último momento y a precios sumamente económicos de los sobrantes de abono y de las localidades disponibles. Una mayor difusión de esta propuesta la haría mucho más efectiva.
Para terminar con lo contextual, la situación económica general del país no contribuyó para llevar adelante una actividad musical tan intensa como la que se vivía en otros tiempos, cuando los músicos argentinos encontraban más posibilidades de actuaciones. Con todo, hubo óperas, conciertos y recitales por acá y por allá en todo el territorio argentino, un hecho que los porteños –habitualmente enfrascados en nosotros mismos– no deberíamos dejar de señalar.
Queda claro que, como siempre, la principal actividad de la ciudad de Buenos Aires es la que tuvo lugar en el Colón. En el Centro Cultural Kirchner –que redujo, sensiblemente, su actividad de música clásica–, llevó adelante su temporada la Orquesta Sinfónica Nacional, muy centrada en la meritoria tarea de ofrecer obras anteriores y actuales de compositores argentinos en cada concierto, propuesta de doble filo ya que esta oferta musical, sabido es, genera cierta reticencia entre los amantes de Mozart, Brahms y Ravel.
Por último, ahora sí, la enumeración de eventos memorables. De la temporada lírica, no se puede dejar de recordar la increíble puesta de Stefano Poda para el Nabucco verdiano; la excelencia que campeó invicta en El elixir de amor, de Donizetti, con ese dúo protagónico fenomenal de Javier Camarena y Nadine Sierra; la conjunción de Los siete pecados capitales, de Kurt Weill, y El castillo de Barbazul, de Bartók, en dos realizaciones escénicas magníficas de Sophie Hunter; y Anna Netrebko haciendo el protagónico de una Tosca con una puesta, lamentablemente, muy antigua. El Mozarteum proveyó algunos conciertos estupendos como el de Nicolai Lugansky junto a la Filarmónica Real de Lieja; el de Nelson Goerner, que, afortunadamente, persiste en su idea de regresar al país; el colofón a cargo del chelista Pieter Wiespelwey. Del ciclo de la Filarmónica de Buenos Aires, es de remarcar el estreno de Concierto para orquesta, una obra de Esteban Benzecry encomendada por la orquesta. Dentro del ciclo Artistas Internacionales se destacaron, especialmente, cantantes tan notables como Sondra Radvanovsky, Jakub Józef Orlinsky y Magdalena Kozená.
Para el final dos hechos que sobresalieron por sobre todo el resto. La primera parte del recital de Anna Netrebko y Yusif Eyvazov, con el excelente pianista cubano Ángel Rodríguez, fue deslumbrante en su armado y en su realización. Con arte supremo ofrecieron un panorama bellísimo, contundente y muy bien elegido de la música vocal de cámara del romanticismo ruso. Sencillamente, extraordinario.
Y sí, lo mejor del año, sin la más mínima duda, fue el Festival Martha Argerich, en el Colón. Martha, nuestra reina del Plata, ama venir a la Argentina. Ella convoca a multitudes que no dejan de sentirse fascinadas por su presencia y por sus interpretaciones. Cuando ella toca –y lo hace tan bien o tal vez mejor que nunca con la sabiduría que viene con los años– logra generar un delirio colectivo muy similar al que sienten los adoradores del Indio Solari o los de Los Palmeras. Todo lo que hizo fue perfecto. Vale destacar, en especial, ese concierto que hizo junto a Charles Dutoit al frente de la Filarmónica. Sin embargo, puestos a elegir el momento cumbre de este 2022 que ya termina, a pura subjetividad, eterno e imborrable quedará ese recital a dos pianos que Martha armó con Sergei Babayan. Un recital con un repertorio prokofieviano novedoso en una interpretación colosal, deslumbrante. Ante el regreso de Martha, el próximo año, para una nueva edición de su Festival, en el Colón, en la intimidad de quien esto escribe, se va consolidando la certeza de que a la hora de los balances de 2023, el final habrá de ser, seguramente, muy similar al que acá concluye.
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