“Baby”, la canción de Caetano Veloso que brilló en la voz de Gal Costa y marcó una época inolvidable
Grabada originalmente por Os Mutantes, fue incluida también en uno de los dos discos que registró la fabulosa cantante bahiana en 1969 y se convirtió en un clásico de su extensa carrera
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La estatura artística de Gal Costa, que murió este miércoles a los 77 años, puede explicarse a través de una paradoja: alguien que siendo completamente permeable a las (buenas) ideas ajenas logró consolidar una personalidad única. La cantante bahiana siempre admitió la importancia que tuvo para ella ser contemporánea de Caetano Veloso, de hecho el socio perfecto de su álbum debut, Domingo, aparecido en 1967, cuando el tropicalismo estaba en plena expansión, luego de la consagración internacional de la bossa nova gracias al talento y la singularidad de João Gilberto, que ya sobre el final de la década del 50 empezó a llamar la atención de buena parte del mundo del jazz, un interés plasmado virtuosamente en el exitoso álbum Getz/Gilberto de 1964. Brasil pisaba fuerte en el mapa musical de esa época gracias al magnetismo de la bossa, pero Caetano era todavía una promesa, un soñador con ambiciones de grandeza que estaba a punto de exiliarse en Londres -igual que João Gilberto, otra figura emergente en esos años- y ya sabía que contaba con talento suficiente para afirmarse él y colaborar con aquellos con los que sentía alguna empatía. Y entonces le cedió a Gal la canción que se convirtió en el primer éxito de su larga carrera y que mantuvo prolongadamente un lugar de privilegio dentro de su repertorio: “Baby”, que hoy sigue siendo uno de los temas de la artista más reproducidos en Spotify, tanto su versión original como la que grabó en vivo con el joven cantautor carioca Rubel, en 2020.
“Baby” había sido una de las puntas de lanza de Tropicália: Ou Panis et Circenses (1968), manifiesto sonoro clave del tropicalismo, capitaneado por Gil y Caetano. La lisérgica versión que grabaron Os Mutantes ese mismo año tuvo una repercusión que terminó incentivando su inclusión en Gal Costa (1969), un disco magnífico en el que la cantante aparece en la tapa fotografiada en un glamoroso primer plano, mirando al horizonte, como si estuviera vislumbrando un futuro deseable.
Gal había iniciado su carrera en 1965, en sintonía con el despegue del tropicalismo, un movimiento cultural rupturista que impactó en las artes plásticas, la música, el teatro, el cine y la literatura de un Brasil que por entonces parecía maniatado por la rigidez represiva de la dictadura militar que quebró el orden constitucional en 1964, luego de un largo período de inestabilidad política en Brasil. Conoció a Caetano gracias a su amistad con Dedé Gadelha, la primera esposa del gran artista bahiano y madre de Moreno, también músico.
“Baby” fue la estrella de un disco que incluyó canciones de compositores brasileños de primerísimo nivel: Gil, Jorge Ben, Erasmo Carlos, Tom Zé… Y su estribillo en inglés era una especie de ademán lúdico, una alusión irónica a la penetración de la cultura angloparlante en el Brasil de mediados del siglo pasado que denunciaba con firmeza el tropicalismo. Después de la aparición de Elvis y los Beatles, los espacios para la música popular que estaba interpretada en algún idioma que no fuera el dominante eran cada vez más estrechos en todas partes; en Brasil también, claro.
Como símbolo de ese momento particular en el que todavía tenía sentido hablar de utopía y en el que además la batalla contra el colonialismo era uno de los estandartes de la intelectualidad latinoamericana, “Baby” adquiere hoy, en perspectiva y en un mundo completamente diferente, entregado a la lógica de la acumulación y el consumo como valores supremos, un significado especial. Es una foto todavía colorida de un pasado venerable. “No pude asimilar todo lo que estaba pasando, necesité que pasara el tiempo para interpretar qué significó todo aquello”, dijo alguna vez Gal, ya pasado un tiempo largo desde toda esa convulsión que la rodeaba cuando tenía 20 años. Una vez que decantaron las ideas impulsadas por aquella experiencia, Costa siguió agitando orgullosa la bandera del tropicalismo. De joven lo vivió como un estímulo para su propia proyección y una herramienta para forjar un pensamiento crítico. Ya en la madurez aseguró que se sentía como una portavoz privilegiada de ese ideario. “A mí me tocó quedarme en Brasil defendiendo aquello que Gilberto y Caetano difundieron desde la distancia, cuando se instalaron en Londres -explicó Gal-. Yo no me fui porque ni siquiera tenía el dinero para pagarme el pasaje. Pero de todas formas el tropicalismo excedió a su época. Ser tropicalista tiene un significado: es buscar lo nuevo, no estacionarse en la zona de confort”.
Y lo cierto es que Gal Costa reflejó obstinadamente sus convicciones en su obra durante muchos años, sobre todo en una primera etapa desarrollada entre finales de los 60 y mediados de los 70 que es, sin dudas, una de las cumbres de la psicodelia latinoamericana: los dos discos que grabó en el 69, Legal (1970) e India (1973). A esa zona de su producción le han rendido pleitesía colegas tan celebrados como David Byrne, Björk y Devendra Banhart. Son discos con arreglos orquestales exuberantes, climas intensos y aspiración vanguardista, los años locos de alguien que luego se volvería más convencional, menos atrevida para la versión for export que pondría en circulación en los años 80, con giras internacionales en la que lucía su faceta más amable y comercial para el público masivo de Japón, Francia, Israel, Estados Unidos, Portugal, Italia, España y la Argentina, pero en las que rara vez faltaba la huella más palpable de aquellas aventuras juveniles. “Baby”, una joya que brilló como nunca en la voz de Gal Costa.
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