Babasónicos, la banda que hace tres décadas hace música desde la “trinchera”
Bajo ese elocuente título, su último álbum viene a demostrar que la banda liderada por Adrián Dárgelos sigue creando desde una toma de posición tan hedonista como comprometida
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Aunque Babasónicos haya esperado a 2022 para titular Trinchera a uno de sus álbumes no deshace por completo el hecho de que la banda liderada por Adrián Dárgelos pasó prácticamente toda su carrera componiendo desde ese mismo lugar su repertorio.
Ya sea en su faceta inicial, en su llegada al mainstream o desde su lugar ya consolidado en la masividad, el grupo de Lanús se ocupó siempre de armar un repertorio que estuviese en conflicto con algo. Con lo establecido, con el pasado, con el lugar común, con lo excesivamente correcto e incluso consigo mismo.
De algún modo, la discografía “babasónica” funciona desde mucho antes de que el escucha decida ponerle play. Salvo una o dos excepciones, los títulos de sus discos están compuestos por una sola palabra, y en esa mínima selección existen universos a descifrar, o también guías posibles de escucha.
Durante sus primeros años de vida, la banda construyó un mundo de fábula y referencias infinitas a un universo de fantasía infranqueable (del cine clase B a la cultura disco, del hardcore al oscurantismo, de Mau Mau a la sexplotaition), y sin embargo en 1999 realizó la lectura política más lúcida del fin de ciclo menemista en Miami, y también la más desapercibida.
Un par de años después, Infame parecía ser un calificativo autorreferencial para un repertorio que se sumergía en boleros, baladas y todo aquello que la cultura rock puede calificar como indigno. De igual manera, otra parte de su discografía invita a convertirse en autoexplicativa con solo enunciarla.
De acuerdo a Mariano Roger en diálogo con Los Inrockuptubles, el nombre del octavo disco del grupo fue elegido para que la gente se acercara a las disquerías pidiendo “Quiero Mucho de Babasónicos”. Una mirada similar puede aplicarse a su sucesor, A propósito, y también planteó una toma de posición con su anterior disco de estudio.
¿Qué mejor que ponerle Discutible a un álbum que toma toda distancia posible de la complacencia? Y tal vez la mejor utilización de este recurso se haya dado en 2013, cuando la banda musicalizó unas pistas en las que el escritor español Bruno Galindo leía extractos de su novela El público. El proyecto llevó por nombre Babasónicos vs. El Público, y el título no podría ser más preciso, acaso un álbum de spoken word fuera quizás un gesto bastante a contrapelo de su propia audiencia.
“Las cosas no son eternas en la música popular, no las ganás por vitalicio, las ganás por presentarte en la palestra donde están todos con una idea novedosa que te atrape, porque el pop opera en ese rango que no prevés, y la idea es que alcance algo más que tu fanbase. Si no, ¿para qué hacés música popular? Para irrumpir en el mundo y decir ‘quiero que me escuchen’”. Así explicó Adrián Dárgelos a la revista Rolling Stone la política de trabajo de Babasónicos.
De ahí que, si se la mira en su conjunto, uno pueda encontrar rasgos distintivos en su discografía pero no por ello una fórmula que se repita paso a paso, disco tras disco.
Y en ese mismo tren de ideas es que Trinchera es algo más que otra vuelta de página. La palabra elegida para titular al álbum se vincula con el lugar desde el cual Babasónicos se encargó de sembrar en el mainstream un caos controlado, ya sea desde las formas o el discurso (para ejemplos, véase la masificación de “Putita” en general, y de su estribillo en particular).
Y aunque la obra de la banda existe en su propio universo contenedor, ni siquiera ese mundo creado fue permeable a una pandemia que puso a todo en pausa hace dos años. Por primera vez en su carrera, la banda incorporó a la muerte no sólo como un recurso narrativo, sino como un tópico que de un momento al otro pasó a ser cada vez más real y a estar cada vez más presente.
A su manera, Trinchera es a la vez un disco hedonista y reflexivo. Así como “Mismos son mimos”, “Paradoja” y “Bye Bye” tienen la función de poner al baile como centro de acción gravitatoria, más adelante, el tridente ofensivo de “Mentira nórdica”, “Madera ideológica” y “Viento y marea” concentra el caudal introspectivo del disco, donde la finitud vuelve a tomar protagonismo (“Solo busco las llaves del Edén, aunque se me vaya la vida en buscarlas. Podrás tomarme como un despilfarrador, pero dejame decirte lo que soy: soy quien mantiene vivo un sueño tanto tiempo contra viento y marea”).
“¿Quién notará que me fui? ¿Quién lleva la cuenta de esas cosas?”, se pregunta Dárgelos en “Capital afectivo”, una canción en la que el final aparece como algo inevitable, pero esta vez con la necesidad de saber que se alcanzó la trascendencia y alguien acusó recibo de su paso por el plano terrenal.
Y aunque el empirismo ha demostrado que para los mortales la finitud es inevitable, Dárgelos parece tener otros planes en “Lujo”, el tema que cierra el álbum: “Yo manejo mi propio destino, ladino y de muy baja nobleza. Voy a estar acá hasta que el mal me necesite”. Como siempre lo fue, desde esa trinchera creada hace más de tres décadas.
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