Axel Krygier, el melodista que transformó la historia de su familia en un happening delirante y lo presenta en el Colón
El músico -Premio Nacional, Premio Gardel y Konex de Platino- estrena La Pendule en el CETC una “ópera para cassette y ensamble de cámara” basada en la historia de sus antepasados
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“¡Estaban tomados por el demonio del arte!”, dice Frédéric Ditis, en un pasaje del relato que le encomendó su hermano Louis para legar la historia de la familia a las generaciones venideras. “Un demonio porque esa obsesión por la perfección y la belleza fue la ruina de todos.”
Así lo cuenta el músico y compositor Axel Krygier, nieto de ese hermano de Ditis que tuvo la idea de compendiar en una grabación el periplo de la familia de relojeros judíos —los Ditisheim— que en la guerra franco-prusiana huyeron de Alsacia a Suiza. La colección de las cuatro cintas grabadas en cassettes en el año 1980 dio origen a La Pendule (nombre en francés para los relojes de péndulo, especialidad de Ditisheim), obra que se estrena este jueves 17 en el Centro de Experimentación del Teatro Colón bajo el título original de “pequeña ópera para cassette y ensamble de cámara”.
¿Por qué se considera una ópera? ¿Lleva el relato la voz cantante en un sentido lírico-dramático? “En un sentido contemporáneo y experimental”, responde Krygier, autor y director del proyecto. “El espectáculo tiene como eje los relatos proyectados en video, con traducción al castellano. Esas narraciones están sampleadas con la música en la que voy disparando voces a medida que se desarrolla el espectáculo con performers, bailarines y actrices en escena. Hay canciones, sí, pero en el juego de hacer cantar a la voz hablada. No es una ópera en cuanto a lo lírico del canto ni la definición tradicional. Lo es a la manera de las corrientes experimentales que se refieren a lo multidisciplinario del género, a una forma que podría llamarse ensayo o suite.”
La voz del cassette
La voz detrás de la historia de la familia materna de Krygier es la de Frédéric Ditis —tío abuelo del músico—, un editor suizo que se instaló en París, notable en el ámbito de la novela policial, director de la famosa casa Hachette y creador de las colecciones de Les Livres de Poche (ediciones de bolsillo) y la célebre J’ai lu dedicada a la ciencia ficción. “Fue un hombre que tuvo una gran visión. Comenzó con las traducciones de autores policiales y de novelas negras como Chandler y hasta copió con éxito la modalidad norteamericana de comercializar libros en supermercados.”
La historia se remonta a mediados del siglo XIX cuando, huyendo de la ocupación alemana en Alsacia, los Ditisheim se instalaron en Chaux-de-Fonds, una pequeña ciudad relojera de montaña. “Eran judíos —aclara Krygier—. Hasta ese momento se dedicaban al comercio, pero en Suiza lograron integrarse a una comunidad en la que había mano de obra y artesanos, pudieron crecer en la industria relojera y convertirse en verdaderos industriales, gigantes de la relojería.”
El relato plantea distintos ejes temáticos. Uno se refiere a los hechos, cómo se hicieron ricos y perdieron todo. Un segundo eje se refiere a una predisposición como el orgullo vinculado al arte que determinó el destino del clan. “Por mero orgullo —narra el compositor, Premio Nacional, Premio Gardel y Konex de Platino—, porque no supieron mantener sus negocios en pie. Frédéric cuenta que, siendo famosos por sus relojes de péndulo, estéticamente hermosos y técnicamente descollantes, se fundieron no solo por el colapso de Wall Street en 1929 sino porque no supieron armar su empresa. Fueron parte de esas familias industriales suizas, pero quedaron en la ruina tomados por el demonio del arte, por la obsesión por la perfección y la belleza, porque a tal punto se enorgullecían de ella —se sorprende—, que llegaban a afirmar que la ruina contribuía a la nobleza de la firma. ‘Además del orgullo —revela Frédéric— existen otras causas de la decadencia de la industria de la relojería en La Chaux-de-Fonds: el gusto por el dinero. Gracias al cielo nos salvamos de ese defecto y lo prueba el hecho de que, mientras otros salvaron sus fortunas, un buen día nosotros estábamos arruinados’.”
“Y hay otro eje que da contexto a la historia: la inserción del judaísmo de Alsacia en el protestantismo de Neuchâtel que, según el relator, desarrolló una perniciosa combinación de orgullo con avaricia, sintetizado así: ‘El protestantismo ve en la prosperidad financiera una bendición divina. Debo admitir que sufrí la influencia que ese modo de pensar ha tenido en mí pues, escuchando los cassettes que he grabado hasta el momento, se entenderá con qué frecuencia y con qué monotonía se repetían conceptos como la comodidad económica, la fortuna, la ganancia, el dinero, y hasta qué punto esas ideas parecen servir como el único criterio en base al cual se juzga al individuo y su familia”, dice ahora Krygier.
La música
¿Cómo ha sido transportada la historia a la forma teatral y de qué manera interviene la música sobre ella? “Trabajo con un ensamble de cámara, con una música que tiene algo de la pomposidad del siglo XIX, algo de contemporáneo y mucho de experimental en cuanto a exploración del sonido. Pero me defino como un amante de la melodía, un verdadero melodista”.
-¿No renegás de la tonalidad entonces? ¿Cómo compatibilizás la experimentación con el discurso tonal que, según las expresiones contemporáneas más extremas, sería una suerte de traición intelectual?
- Mis inicios en la música fueron en la flauta traversa y el saxofón. Durante muchos años fui solo un melodista. Pasado el tiempo empecé a trabajar con el piano que hoy es mi instrumento madre. Pero soy un admirador de los compositores clásicos. No vengo de la academia ni de la Escuela de Viena. Estudié música contemporánea, pero tuve una revelación en mi vida, cuando a los 16 años conocí a Leo Maslíah y Coriún Aharonián. Al conocer cómo se juega con todos los elementos sin atarse a ninguno, sin encasillarse ni volverse previsible, abracé esta manera completamente libre de entender y crear la música. Y no, no reniego de la tonalidad. Por el contrario, asumo que para mí fue muy importante abrazarme al mundo tonal con absoluta franqueza porque lo contemporáneo me impedía hasta de manera teórica una determinada expresión. Yo abracé el aprendizaje desde la música clásica con sus estructuras de armonía y contrapunto. Crecí pensando que iba a hacer ese trabajo a partir del jazz, sin embargo, lo hice desde el mundo clásico. Tengo también mis momentos “ruidistas” y experimentales y tampoco reniego de ellos porque no soy un dogmático y mucho menos un purista.
-Viniendo de la música popular y familiarizado con los instrumentos electrónicos ¿cómo cristalizaste esa postura en una formación de cámara?
-Al armar el grupo decidí alejarme de la comodidad del músico popular que se apoya en la estructura típica de un bajo, un ritmo, etcétera, sabiendo que la cosa camina así. Aquí opté por no tener un bajo tan profundo como un contrabajo, por ejemplo y reemplazarlo por dos bajos posibles como son el chelo y el clarinete bajo; luego un instrumento que no fuera demasiado estridente, y escogí la viola; dos agudos que pudieran hacer las melodías y las voces, y puse flauta y trompeta; y un piano intercalado que para el power final queda realmente fantástico. La idea es la de hacer sentir, gracias a la cercanía que ofrece la sala, la construcción de cada instrumento, cómo se van armando sin demasiada masa, pudiendo identificar a cada uno con claridad. En ese sentido, lo más complicado fue equilibrar la voz con el caudal de los instrumentos. Hay una música de abstracción, hay un minimalismo casi impresionista y hay temas fabriles o industriales, un poco del ambiente brandenburgués del pasado. Yo pertenezco a una generación de las repeticiones y también hay mucho de eso. He tratado de encontrar otro modo de articular la música que además se viera replicado a nivel actoral con movimientos escénicos y cuadros que se arman a modo de fotos o viñetas. Me gustaría que el público lo reciba como lo que es: una auténtica experimentación en la que no sabemos exactamente qué ni cómo va a suceder, algo delirante, algo vivo a la manera de un happening, algo jocoso y divertido que se encamina hacia lo denso. Un juego entre lo irónico y lo absurdo, con un cierto dramatismo mezclado con la ruina, el orgullo y la nostalgia.
Para agendar
La Pendule. Chez la Grand-Mère Bloch. Ópera breve para cassette y ensamble de cámara. Música, idea, adaptación y dirección: Axel Krygier. Sala: Centro de Experimentación del Teatro Colón. Funciones: del jueves 17 al sábado 19, a las 20; domingo 20 a las 17 horas.
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