Ástor Piazzolla, nuestro George Gershwin
Cien años del nacimiento de Ástor Piazzolla: inevitable, el paralelismo entre el marplatense y el neoyorquino muestra una maestra en común: Nadia Boulanger, y búsquedas similares que los llevaron por las aguas de la música “culta” y “popular”
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Conciertos, suites, preludios, sinfonías, obras de cámara, alianzas ocasionales con músicos como Gerry Mulligan o Gary Burton. Por fuera del tango, Ástor Piazzola tuvo otra vida, y nada menor, con la música clásica y el jazz. Sin embargo, las taxonomías que establecen campos culturales delimitados con muros indoblegables acá se desvanecen irremisiblemente.
Cuando volvió de Francia hacia Buenos Aires, después de estudiar con Nadia Boulanger, Ástor afirmó que en su valija tenía “todo lo que había aprendido en mis clases sobre Stravinsky, Bartók, Ravel y Prokofiev”. Con las reservas del caso, podríamos aseverar que la suma de esas nuevas adquisiciones a su historia y sus profundos conocimientos tangueros, dieron como resultado el nacimiento del Piazzolla multicultural y revolucionario que habría de manifestarse en toda su magnitud y con las mismas herramientas en todos los campos que habría de recorrer.
Señalar un paralelismo con George Gerswhin, nacido en Brooklyn en 1898, es casi inevitable. Gerswhin, intuitivo, comenzó solo a tocar el piano. Después, con buenos maestros, adquirió una técnica pianística estupenda y conoció (y admiró) a Chopin, a Liszt y a Debussy. Su primera aspiración musical fue la de sumarse a los grandes compositores. Pero, en paralelo, respiró y transpiró el jazz, las músicas populares afroestadounidenses y las múltiples variantes de las músicas del espectáculo neoyorquino. Y aquella formación clásica y estas vivencias de la música popular se manifestaron indivisibles tanto en las músicas y canciones que escribió para Broadway y, más adelante, para el cine, como en las inolvidables y maravillosas obras pensadas para las salas del concierto y de la ópera.
El éxito que logró con Swanee, grabada por Al Jolson, en 1920, lo catapultó a la fama. Su vida, a los veinte, se encaminó mayormente hacia los teatros neoyorquinos. Pero nunca dejó de ambicionar entrar en el mundo de la música clásica. Estudió composición con Herny Cowell, viajó a Francia para estudiar con… Nadia Boulanger, treinta años antes que Piazzolla, y buscó asesoramiento compositivo con Ravel, con Stravinsky y hasta con Arnold Schoenberg. ¿Son dos compositores diferentes el que dejó un corpus admirable y señero de canciones escritas para el musical neoyorquino del que produjo Rhapsody in blue, Un americano en París, el Concierto para piano y orquesta y esa ópera sublime, Porgy and Bess? Pues no. La misma genialidad y creatividad, con los mismos elementos esenciales de su lenguaje, se despliegan aquí y allá. Curiosamente, dejando de lado a “Summertime”, el standard de jazz más registrado de todos los tiempos y que, en realidad, es una canción de cuna de Porgy and Bess, George Gerswhin, fuera de Estados Unidos, es admirado en todo el mundo casi exclusivamente por su producción “clásica”.
Piazzolla vivió el tango y el jazz casi por igual en su infancia y adolescencia neoyorquina. Comenzó solo a tocar el bandoneón y luego adquirió todos los conocimientos que los buenos profesores le dieron tanto en el manejo del instrumento como en los de la composición musical. En Buenos Aires, estuvo largo tiempo estudiando con Alberto Ginastera y mientras tocaba el bandoneón en distintas orquestas y se instalaba como un gran arreglador de tangos, se formaba y escribía obras para solistas, de cámara y sinfónicas. Es real que aquellas obras fueron sólo prácticas de un estudiante diligente y que ni siquiera él se preocupó por desempolvar cuando era una bandoneonista y compositor consagrado en todo el planeta. En 1953, en Buenos Aires, tres movimientos sinfónicos, ganó el premio Sevitzky y marchó a París. Cuando volvió, su camino dual, con una producción infinitamente mayor en el mundo del tango que en el académico, fue trajinado utilizando, en ambos, como Gerswhin, los mismos materiales, las mismas ideas y la misma inmensa fantasía.
De su profusa creación académica, en una síntesis incompleta por donde se la mire, podríamos recordar el Concierto de nácar para nueve tanguistas y orquesta, Tres movimientos sinfónicos, Suite Punta del Este, Concierto para bandoneón y orquesta, Sinfonía Buenos Aires, Dos tangos para orquesta de cuerdas, Concierto para guitarra, bandoneón y orquesta, la operita María de Buenos Aires, mucho más valorada e interpretada en el exterior que en nuestro país, y, en 1982, Le grand tango, escrita por pedido de Mstislav Rostropovich. Hay que mencionar también a la infinidad de tangos que fueron arregladas para orquesta y para diferentes ensambles de cámara, por él mismo o por otros compositores, y que, con esta vestimenta “clásica” suenan en innumerables teatros de todo el mundo y en incalculables registros discográficos. Todo esto hace que, desde hace varias décadas, Ástor Piazzolla sea el compositor argentino más célebre y consumido en todo el mundo.
Pero más allá de la valoración de sus obras académicas, lo que habría que resaltar también es cómo Ástor supo elaborar un lenguaje tanguero propio con elementos provenientes del mundo clásico. Podemos recordar las armonías, las innovaciones rítmicas y métricas y las técnicas de orquestación, entre muchas más. Pero Piazzolla, más inspirado en John Lewis, el pianista e ideólogo del inolvidable Modern Jazz Quartet que en las obras de su amado Bach, introdujo a la fuga dentro del tango hasta instalar las polifonías y los contrapuntos como un elemento cardinal del tango.
"Su capital tanguero, el clásico y ese algo proveniente del jazz están juntos y en perfecta armonía en toda su música"
Lo mismo puede decirse del jazz. Más allá de Summit, esa reunión cumbre que hizo con Gerry Mulligan, en 1974, o los tangos que interpretó con el vibrafonista Gary Burton más de diez años después, las influencias del jazz en los tangos de Piazzolla están en cierto swing, en ciertas armonías, en cierta sonoridad y en el establecimiento de su quinteto, un orgánico distinto a las orquestas típicas. En sus conjuntos apareció la guitarra eléctrica como instrumento acompañante y también con funciones contrapuntísticas, y entre sus músicos participaron pianistas, guitarristas y bajistas con amplia experiencia en el campo del jazz.
Su capital tanguero, el clásico y ese algo proveniente del jazz están juntos y en perfecta armonía en toda su música. Su creación es única, sus constituyentes se desparraman y conviven en toda ella sin distinciones ni enfrentamientos. No hay un Piazzolla tanguero diferente del clásico. El mismo Ástor suena invicto y conmovedor en un solo de bandoneón en youtube, en un concierto sinfónico en el Colón, en una película o con músicos ingleses en un teatro de Londres. Desde el tango, su auténtica base original, y para todos los costados, Piazzolla se extendió genial, magistral y siempre fiel a sí mismo.
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