En 2008, Rolling Stone entrevistó al músico mientras grababa el último disco de Intoxicados. De su infancia en Piedrabuena a convertirse en un rockstar que empezó a moverse armado por las calles, un recorrido por su historia de vida. Leé la nota completa
Esta nota fue publicada en la edición 120 de Rolling Stone, en marzo de 2008. Durante más de 12 horas, Juan Ortelli -actual director editorial de la revista- entrevistó a Pity Álvarez en el medio de las jornadas de trabajo para el disco El exilio de las especies (Thend), el último que grabó con Intoxicados.
1, 2, 3, 4 segundos... 7, 8, 9, 10... Pity Alvarez está en el fondo de la pileta. La propuesta fue tan impredecible como él: “Antes de la entrevista, les juego a ver quién aguanta más abajo del agua”. 24, 25, 26... Yo no aguanto más. El agua está aceitosa y tiene olor a perro. 43, 44, 45... Abandono. 1 minuto 10 segundos. Abandona Fer, el fotógrafo. Minuto 20, minuto 30, ¡1 minuto 40 segundos! El cuerpo de Pity flota ahora en la superficie. Llegamos a los 2 minutos. Pity no se mueve. Pity está en coma, pienso. No me le animo a la respiración boca a boca. Así que salteo esa parte y le grito al sol: ¡Nooooooooooooo! ¡Nooooooooooooooooooo! Pity está muerto.
Y no, que va a estar: Pity emerge del estanque con una sonrisa.
Pity no murió.
“¿Qué? ¿Ya se habían rendido?”, pregunta con la boca desencajada. “Claro, lo que pasa es que mi cuerpo está acostumbrado a tener otro tipo de gas en los pulmones la mayoría de los días, ¿me entendés?” Pity hoy está listo para romper un par de récords. Sale corriendo, da una vueltita para tomar carrera y, sí, Charly habrá saltado a la pileta, pero Pity saltó la pileta, de lado a lado, tres metros de ancho. Lo veo pasar como el pibito de Liberen a Willy a la orca. Ningún músico profesional arriesgaría sus huesos así: en cuatro días toca en el Cosquín Rock. “Si yo pienso que no me voy a quebrar no me quiebro”, acota mientras, en cuero, se sacude las piedras de la calza de ciclista que usa como sunga y boxer al mismo tiempo. Para él, la vida es eso: apenas una convicción vital. Después dice: “Bueno, empecemos…”. Al borde de la pileta, Pity se moja la cara con las manos y empieza doce horas de entrevista íntima con una frase destinada a quedar en la historia del rock nacional: “Este disco es el final de la trilogía. Se va a llamar The End, el fin. Y es un disco de despedida”.
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Por estos días, Pity solo invierte en tecnología: quiere armar un set de dj con dos compacteras Denon, una potencia, un ambil, y convertir todo eso en una isla de edición, pero con ruedas. Nómada. “Yo me llevo todo conmigo, siempre”, dice. Viajar es el canal y el contenido de su constant concept. De algún modo lo dice en “La marcha de Roberto”, un tema dedicado a uno de sus ídolos, Roberto Gómez Bolaños (“¡Qué actorazo!”), que fue grabada en los estudios El Pie con veinticinco músicos de la banda del Regimiento Patricios. Pity conoce Bolivia, conoce Paraguay, conoce Uruguay, conoce Perú... De hecho, en la canción dice que ahí se hizo “adicto a la pasta frola”. Hace algunos meses, anduvo solo por los valles incaicos buscando pistas de aterrizaje extraterrestre en la zona del Machu Picchu: No encontró nada (“Yo no creo en los ovnis”, asegura). Y en la última gira de Intoxicados por el sur argentino, se dio el gusto de conocer los Hielos Continentales: “Pero no me gustó... ¡Es igual que en los manuales!”.
En ese plan rodante, se compró una MacBook negra que ahora usa para ambientar la charla. La sube arriba del carrito y pone el disco aún inédito de Intoxicados. En la pantalla, al lado de cada tema, en la parte de “Género”, Pity tagueó “No se sabe”. Claro que la difundida ranchera “Pila-Pila”, el veraniego single adelanto, es un buen ejemplo de eso. Pero estamos hablando de algo serio: “Pila-Pila” es sólo un mal chiste bien contado que desorienta y no-anticipa un disco que, sin duda, es el mejor de la carrera de Pity Alvarez. Cuando casi nadie lo espera, el tipo se despacha con una obra conceptual, consistente, y baja algunas de las mejores líneas que escribió en su vida. Una de las primeras que escucho, del tema con futuro de himno “Casi sin pensar”, dice: “Siento en el corazón a Dios/ Siento en los pulmones al Diablo”. Otras frases del disco que anoto en mi libreta: “La vida me la regalaron/ La muerte en cuotas la voy pagando”. “Hace tiempo que no se quién soy.” “Puede curarme la propia enfermedad/ o matarme la misma cura.” “Tengo dos oídos para escuchar/ y dos pies para ir tropezando.” “¿Cuánto dura una hora para vos? (…) Prestame una hora de tu tiempo porque no la tengo.” ¿No es demasiado para un compositor arrinconado en el rótulo de rock barrial?
Pity es un animal musical: camina por toda la casa siguiendo un acople imperceptible. Ahora se para donde lo escucha mejor y grita desde ahí, desde la otra punta del living. “Qué tortura que los dos parlantes no se escuchen igual, ¿no?”
Esa MacBook negra es lo único que brilla en este ambiente devastado. Podría ser la quinta de una familia que se fue de vacaciones al Este, pero no: algo en la imagen logra que se parezca más al aguantadero abandonado de un extra de los Los Dukes de Hazzard. Algo hace que Pity quiera estar encerrado acá adentro, mientras afuera hay sol y una pileta. Es más: Pity está inquieto, como esperando a alguien, y acá no viene ni su familia ni el resto de los Intoxicados ni nadie. Desde el 2 de enero, su sello discográfico le alquiló este lugar para mantenerlo alejado de la Capital, al menos hasta que termine de grabar el disco. Pity sale de acá sólo para ir al estudio y vuelve, en una especie de destierro voluntario. Pity está aislado. Pity está atrincherado. Pity está cargado.
Pity mira por la ventana, corre la cortina con el fierro y mira. Está en El Peligro: un barrio sobre la ruta, camino a La Plata, que antiguamente era zona de bodegas. Cuando los camiones cargados de vino salían al camino, eran brutalmente asaltados por piratas del asfalto. Del otro lado de la ventana hay un par de tipos cortando el pasto que le resultan sospechosos. “Andá, deciles que no nos molesta el pasto alto”, le pide a uno de sus colaboradores. Afuera también hay un tanque de agua en un mangrullo, un pequeño lago artificial lleno de sapos. Su Ford Farlaine azul con la calco de una calavera y la inscripción “Toxic” en el parabrisas trasero, está parado al costado de la casa, listo para escapar. Pity sujeta el fierro con la calza/sunga, deja entrar un rayo de luz y señala. “Vení, mirá. ¿Ves esa pared en el fondo? Yo la haría el doble de alta, y levantaría paredes alrededor de toda la quinta.” La MacBook ya no es el único fierro negro que brilla en el lugar.
Detrás de nosotros suena un reggae nuevo que tiene una frase justa para este momento. El tema se llama “Un secreto” y dice: “Si cada uno de nosotros no molestara al que tiene al lado/ No habría tanta policía y yo no andaría armado”.
–¿Por qué andas armado, Pity?
–Porque los pendejos, los fans, se me cruzan por las paredes... Y esto es propiedad privada: no saben cómo los puedo recibir yo.
–¿Y cómo sabés que son fanáticos?
No... ¡Cómo sé quiénes son! Un par de veces tuve que tirar. No a pegar, ¡eh! Pero al aire. Y se van...
–¿Pero no es muy de gangster reconocer que andás armado en un tema del disco?
–Estamos en el 2008. Yo me adapto a los tiempos. Me encantaría cagarme a trompadas, o que me caguen a trompadas. Pero ya pasó eso. Yo ando armado porque los demás andan armados. Con un fierro te cagan, boludo. Yo tengo que tener los mismos entrenamientos. Es como un samurái y un ninja. El samurái labura para el emperador y el ninja es un samurái piquetero. Esto me lo contó un japonés. Si se encuentra un samurái y un ninja, tienen el mismo entrenamiento.
–¿Y no te parece que si andás con un arma vas a conseguir que te peguen un tiro?
–Sí. Pero es que la gente de mi barrio se cree que yo tengo mucha plata, ¿no? Porque salgo en la tele. Creen que te pagan por todo eso. Entonces me ven que no laburo, que ando de chacoteo todo el día…
No frena. Piensa y sigue. Como en asociación libre, salta de tema, construye discurso por partes. Agita su voz de experto en la vida suburbana, un merodeador de las zonas duras pero también un hijo de vecino que charla mucho con remiseros: “Es que cambió la generación de cuando yo llegué al barrio, a Samoré, a pocas cuadras de Piedrabuena, Lugano. Más vale que en Piedrabuena también cambió la generación y ahora son mucho peor... son todos... son todos Damas Gratis. Y se come la película la gente”.
"Estamos en 2008. Yo me adapto a los tiempo. Ando armado porque los demás andan armados. Porque con un fierro te cagan, boludo."
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Pity tiene una coartada casi perfecta: The End (que se va a escribir Thend y sale en abril) va a venir en una caja con espacio para toda la discografía de Intoxicados, con el cd cubierto de arena, como una especie de tesoro del gift shop de Tierra Santa. Pero lo importante es que este disco que completa la trilogía iniciada con No es sólo rock n’ roll y Otro día en el planeta Tierra será apenas el soundtrack de una novela de ciencia-ficción que está escribiendo acá. Dice que por eso está encerrado y que la va a terminar antes de fin de año. La novela transcurre en La Pitonisa, un lugar perdido en el tiempo y en el espacio al que los Intoxicados escapan después de liberarse de las hormigas del futuro que dominan el mundo, no sin antes salvar a Federico Moura que había sido tomado como rehén. Según Pity, los Intoxicados no vuelven a la Tierra nunca más.
“Mirá, La Pitonisa también puede ser algo re concreto”, explica, buscando el tono justo entre Jorge Corona y Carl Sagan (“No darle bola a Carl Sagan es como no prestarle atención a Gasalla, Pinti, Lanata... ¡los grandes!”). Ese es el mundo de Pity: la vecindad del Chavo, Los Simpson y Cosmos, de Carl Sagan. Cosmovisiones populares y divulgación científica.
Agarra Bic y papel y dibuja un mapa del futuro: “Un planeta más otro planeta forman un sistema solar. Un sistema solar más otro sistema solar forman una galaxia. Una galaxia más otra galaxia forman un universo. Un universo más otro universo forman un cosmos. Un cosmos más otro cosmos, forman esta fórmula: co2 mo22. co2 mo22 + co2 mo22 forma La Pitonisa. Viajando a la velocidad Pitón, en un año, llegan a La Pitonisa. Adonde empieza La Pitonisa”. Las coordenadas del umbral de La Pitonisa quedan talladas en la mesa de los dueños de casa: el papel se le acabó hace rato.
“Como el tiempo ya sabe que yo no me llevo bien con él, inventé la velocidad Pity”, sigue. “Un año a la velocidad de la luz es un segundo a la velocidad Pity. Yo también la llamo velocidad Pitón.” Después aclara que él sólo va a hacer una adaptación porque el original, que es de Cristian Alvarez, “ya está escrito, en yiddish”.
Pity jamás le entró a un libro en sus 35 años de vida. De hecho, la novela se la dicta a un pibe cordobés que conoció en la casa de Bam Bam Miranda, el percusionista de La Mona. Augusto, el pibe (tiene 25), le acerca el crudo del material. Hasta acá, después de más de un mes de trabajo conjunto, van por la mitad del primer capítulo. Son seis hojas oficio escritas a mano de un solo lado, con tinta azul e interlineado uno y medio. Pero Pity sabe cómo es eso de explicar qué hace, qué piensa. Alguna vez, escribió un texto sobre la pasta base y lo repartió en un show de Obras. Y los últimos dos discos de Intoxicados tienen su prólogo, como cada comienzo de la saga de George Lucas. Y Pity adelanta ya, en exclusiva, el tercero y último. Lee en voz alta:
Partamos de que una máquina biológica más una energía en su interior forman un ser. La energía se compone por dos polos opuestos en constante equilibrio emitiendo impulsos. La máquina biológica está constituida a partir de otras dos máquinas biológicas de sexo opuesto. (...) Un conjunto de seres con los mismos genes constituyen una especie. Aun así, aunque una especie tenga los mismos genes, hay una pequeña variación en la configuración eléctrica de cada individuo. Lo que hace así mucho más fascinante a la raza, por no ser similar al otro. Este prólogo, introducción o como quieras llamarlo, te va a dar sólo una pequeña visión como para que entiendas lo que viene.
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Hoy a Pity no lo para ni la Hormiga Atómica. Por eso después confunde todo y pela mensaje eco-friendly. El Apocalipsis, según Pity, dice que las bombas de Hiroshima y Nagasaki alteraron el curso y los posibles destinos del planeta. “Lo corrieron 1,8 grados. La Tierra no gira paralela al Sol. Lo que en una circunferencia tan grande son muchos kilómetros, demasiados. Cuando gire, los polos van a estar más cerca del Sol. Se va a hundir el planeta y después va a salir a flote. Pero van a morir todos ahogados y los últimos van a sufrir un montón”. Inmediatamente después de esta sentencia, hace una salvedad: “No es lo que va a pasar, es lo que yo creo que va a pasar: es mi religión. Se va a juntar una maldición terrenal, la maldición del inca, con un desastre climático, natural. El agujero de ozono va a hacer un remolino y el aire de afuera va a entrar a gran velocidad. Me lo dijo un amigo en un sueño. Ya estábamos casi todos muertos y yo era una de las últimas personas que quedaban. Mi amigo me dijo eso y desapareció: lo di por muerto. Pero alcanzó a decirme dónde está el Gran Cañón, por dónde entra el oxígeno... Y está en alguna parte de Perú. Van a morirse todos ahogados. Vamos a evolucionar… ¡por fin!”.
–¿Cómo vamos a evolucionar si no va a quedar nadie?
–¡Pero ni’mporta! Hoy dije: que venga el Apocalipsis o quiero vida eterna.
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Pity abre la puerta y va camino al sol. Quiere aprovecharlo antes de que se esconda. Ya es media tarde y el disco sigue sonando. Pity no quiere escuchar otra cosa, aunque antes cortó con un tema de Jagger (“Just Another Night”) y otro de ¡Shakira! Parece que Pity no quiere en la casa más estímulo del que él mismo puede generar: no hay televisor, no entra a internet aunque tiene wi-fi. Cuando terminan de pasar las doce canciones del disco, vuelve a empezar otra vez, programado en repeat.
En The End, Pity dice que grabó “tres guitarras, nomás”. Le pasó el bastón de mando a Jorge Rossi (el bajista, ex Gardelitos) y a Adrián “Burbujas” Pérez (el tecladista, ex Viejas Locas). Intoxicados tiene una dinámica como banda que es inédita en el rock: preparan la lista de temas para un show con, al menos, dos meses de anticipación; no ensayan, ni siquiera tienen sala; y toda la crew vela por la seguridad del cantante durante los siete días previos al recital. Si el show es en el interior del país, Pity sale con un día de anticipación de donde esté guardado, acompañado sólo por su roadie (Bruno Mencía, también diseñador/escenógrafo/amigo de Intoxicados) o por Silvina, su hermana.
En ese contexto, el baterista Abel Meyer (otro ex Viejas Locas) y Jorge Rossi ya crían hijos. Este último, además, se dedica a producir trabajos de bandas como Sucias Rockas y Viejo Rastrero. Felipe Barroso, el niño prodigio que Pity encontró tocando el bajo en Legendarios y convirtió en el guitar-hero más joven del rock argentino, gasta sus horas libres punteando en Planta Alta, un bar de Flores donde la gente va a ver zapadas. El último bastión stone, algo que ya casi no existe en la Capital. Felipe toca canciones de Pescado Rabioso, Bowie, Los Abuelos de la Nada. Lo hace a cambio de canilla libre en la barra.
Pity está desconectado de todo y, al mismo tiempo, más conectado que ninguno. Como prueba están las letras de The End, una actualización de su cosmovisión: el Sol, el tiempo y los “sentimientos de la Tierra” (el amor, la soledad, la enfermedad). El autosacrificio que implica apelar a un yo tan descarnado y honesto pone a Pity en el último eslabón de una cadena genética del rock popular de acá que parecía interrumpida, o sólo reservada a los consagrados: el Charly que va de Tango 4 a Rock & Roll Yo, el Andrés de Hotel Calamaro y Honestidad brutal-El salmón, y también algo del Fito de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Digamos que Pity viene a ofrecer su corazón y no importa si nadie lo quiere, porque lo va a dejar de cualquier manera.
Pity puede ser el último rockero argentino. Intoxicados puede ser la banda de rock de la década. Y, a veces, lo es. Pity llegó a la placa roja de Crónica tv (“Líder de Intoxicados roba remís. Pity Alvarez está prófugo”). Pity es el rockero que termina en posición fetal de tanto fumar pasta base o crack casero, pidiendo “medicamentos” por tevé en el programa de Tognetti o de Andy Kusnetzoff. Pity es lo que mi mamá y todas las madres de este país entienden por “rockero”. Pero Pity también es un pibe humilde y sensible, con una habilidad particular para observar y contar. Y eso mi mamá también lo entiende.
¿Cuál es su valor artístico? Pity es un gran cantautor popular porque tiene la habilidad de contener experiencias cotidianas y emociones universales en melodías simples, potentes y contagiosas. Puede narrar en clave rock, pop, reggae y hip-hop (“Una vela” es una de las grandes canciones de la década) y siempre seguir siendo el Pity. Se puede poner triste, profundo, existencial, y también sabe restarse importancia y hacerse el gil. Pero siempre lo hace desde una visión honesta y personal, y nunca cae en la demagogia.
Camino a la pileta, comenta: “Te juro que vivir acá me hace sentir re inseguro. Te diría que es lo único que me corta el mambo. Me siento re preso”. Hace un mes y un día que está en El Peligro y no parece tener muchas ganas de quedarse un solo día más. Se sienta con la espalda en el paredón. Le recuerdo que puede irse cuando quiera, pero tampoco parece tentarlo esa propuesta.
Pity está experimentando una especie de “síndrome del cuarto disco”. En el 2000, cuando Viejas Locas iba a sacar su cuarto álbum, se fue de la banda porque ya lo sentía como un laburo. “Ahora también se convirtió en un laburo”, dice. “Y es feo, es feo. No sé si voy a seguir tocando. Porque yo en un momento pensé que lo mejor para hacer una banda era armarla con amigos. Y ahora me está pasando algo medio raro. Con los pibes lo hablamos y dijimos: «Olvidémonos que somos amigos, o de que no lo somos, o que nos odiamos. Olvidémonos. Tenemos que saber qué hacer». Después de tocar, o nos seguimos peleando o seguimos de after, ¿entendés? Necesito un poco más de cada uno de ellos. Pero no voy a abandonar Intoxicados. Mi plan es seguir con Intoxicados hasta que la muerte nos separe.”
–¿Por qué estás tan triste, Pity?
–No sé, hace tiempo que estoy así. Cuando escribí estas canciones nuevas estaba re triste. Debe ser que en algún otro momento fui muy feliz y estoy equilibrando esa felicidad. Capaz que tengo que aprender lo que es la tristeza.
–¿Y en qué época fuiste feliz?
–Y... andá a saber.
–En esta vida no...
–Capaz que sí… o capaz que no me di cuenta.
–¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?
–El día más feliz de mi vida fue cuando le dije a unos pibes si querían formar una banda y me dijeron que sí. Ibamos a ensayar y no me gustaba hasta que un día me gustó el ensayo. Ese día fue glorioso.
–¿Esas eran las Viejas Locas?
–Sí.
"Tengo que aprender a amar a distancia. A sufrir por los que no conozco. A alegrarme por la felicidad de los otros."
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Pity empezó 1990 al frente de una banda de rock. Era la bandita del barrio, el sueño del pibe que se escapa hasta de la clase de Educación Física y no quiere terminar su vida trabajando con papá en la fábrica. En 1990, Viejas Locas había tocado una sola vez en Capital Federal (el debut fue en Acatraz, el 27 de septiembre de 1989: “Fue la primera fecha que organicé yo”, apunta Pity). Pero en Piedrabuena, Lugano, sonaban todos los santos días. Ensayaban desconando el centro musical de la familia Alvarez. En la entrada del equipo ponían un adaptador para dos fichas plug, y en esas dos entradas, otras dos, y así amplificaban el ensayo.
Cristian Gabriel “Pity” Alvarez tuvo un padre (Enrique) y una madre (Cristina) dignos del cuadro de honor de la familia promedio argentina: trabajaban todo el día para darle de comer a él y a su hermana. Cuando nació Pity, en el 72 (28 de junio), la familia vivía en Congreso; al poco tiempo se mudaron a Piedrabuena buscando un lugar más tranquilo. Sus padres no estaban nunca en casa. A Pity lo crió su abuela Rafaela, la madre de su papá, el obrero de la canción “Homero”. Enrique trabajaba en la Central Nuclear Atucha I, manipulando metales pesados, Uranio. Su mamá, Cristina, era una Marge a la criolla, así que también tenía que salir a parar la cacerola (todavía trabaja de empleada administrativa). Pity, obvio, vendría a ser Bartolomeo.
Como dice la canción, Enrique (que falleció en 1997 a causa de un extraño tumor en el mediastino que lo liquidó en una semana) era un laburante que llegaba cansado a su hogar y al otro día se levantaba temprano para volver a la fábrica. Pero algunas noches dormía menos. “Mi papá era disc-jockey de Mau Mau”, sigue Pity. “En realidad, era el che pibe. Pero como antes no existía el mixer ni el dj, mi viejo era el que cambiaba los discos. Igual, se ve que tenía una energía muy especial, porque siempre venían famosos a mi casa.” Pity dice que un día se levantó a tomar agua a las cuatro de la mañana y sentado en la mesa de la cocina estaba Roberto Galán. Otro día le pasó lo mismo, pero con Ringo Bonavena... Pity dice eso con pruebas: de una copia gruesa de El Código Da Vinci saca una foto de Bonavena, autografiada. “Amigo Enrique, Ringo.” Su papá, agrega Pity, “les tenía unas cosas” a estas personalidades del mundo del deporte y el espectáculo.
En casa de los Alvarez no había tocadiscos, pero se subía el volumen cuando sonaban Los Plateros, El Cuarteto Imperial, María Martha Serra Lima, Mercedes Sosa y el Trío Los Panchos. Ya más grandecito, Pity no dudó en pegarle un grito a su mamá para que le comprara el ticket de su primer recital. Lo habían llevado a ver el Circo de Moscú y, cuando salieron a buscar la parada del colectivo, el pequeño Pity se topó con ese cartel: Frank Sinatra en el Luna Park, 1981. “Estaba tan canchero en la foto el chabón que pedí una entrada como regalo de cumpleaños.” Pity cumplió los 9 mirando cantar a Sinatra.
A los 10, ya se subía solo al colectivo y se bajaba en Avellaneda, en la casa de su primo, “El Bocha”: él sí tenía Winco. “Iba sólo para escucharle los discos, no tenía ni uno de relleno: Whitesnake, Iron Maiden, Back in Black de AC/DC, Led Zeppelin, Piramide de Alan Parsons. Queen, Ozzy Osbourne. Eran todos clásicos.” El Bocha tenía como diez años más que el Pity, pero igual se lo llevaba de vacaciones a Villa Gesell. Pity dice: “Creo que pegamos onda cuando se dio cuenta de que le afané la falopa”.
Pity era muy chico cuando entendió de dónde venía esa baranda a pachuli que su primo tenía encima todos los días. La primera vez que la droga le llamó la atención fue cuando, revolviendo los cajones del primo, encontró un cofre metálico con una jeringa que se armaba por partes, una cuchara, un calentador: “Todo el set de drogón le encontré. Y esa jeringa era igual a una que estaba en la tapa de un disco de Charlie Parker”. Así, Pity conoció las drogas duras.
A mediados de los 80, Cristina y Enrique inscribieron al Pity en el Industrial Don Orione, en Lugano. “De chico era un saca-ficha, yo. Era buen alumno, pero nunca miré el pizarrón. Yo miraba a mis compañeros, les miraba las caras, les sacaba la ficha.” Mientras iba por el título de Ingeniero Electromecánico (lo consiguió), su madre lo llevó al Centro Cultural Juan Carlos Castagnino, adentro de Piedrabuena. Su hijo, el morochito de pecas, rulos y pelo de paja, era más fantasioso que el resto y, sobre todo, no paraba un minuto: “Quería hacer todas las cosas que había. Quería jugar al ajedrez, hacer danzas, aprender a tejer, ir a coros. Quería ir a todos lados”, recuerda. Su mamá pagó la cooperadora y lo anotó en las clases de guitarra y en Chai Do Kwan, el entrenamiento que les dan a los militares argentinos, como para que volviera cansado a casa, listo para comer y a la cucha. Entre piñas, patadas y unas clases de folclore bastante aburridas, Pity conoció a la primera formación de Viejas Locas: Mauro Bonom (“a él le decíamos «Vieja Loca» porque tiene cara de vieja y no te voy a negar que está loco”), Diego Cantoni, Gustavo Mansilla y un bajista al que le decían “Bachi”.
“El profesor no nos pasaba cabida porque los profesores tienen que dar un programa, y nosotros habíamos entrado a mitad de año”, sigue. “Justo cuando estaba por mandar todo a la concha de su hermana, alguien me prestó una guitarra.” Ese fue el Bocha, su primo, pero se la dio y antes de soltarla, le preguntó: “¿Cuándo me la vas a devolver?”. En esa época, Pity trabajaba en una fábrica como encargado de limpieza y seguridad. Un día estaba enjuagando el piso con un líquido inflamable y un compañero pasó por ahí arrastrando una estufa: Pity se quemó el ochenta por ciento del cuerpo. El ochenta por ciento de su cuerpo es lampiño.
Cuando salió del hospital, se puso a trabajar con su tío. Ponía portones: “Yo le puse el portón a Maradona. Cuando fui, él no estaba, pero estaba Don Diego. También le puse un portón a Duhalde y a Pierri y a muchos más. Ganaba tres mil pesos en el uno a uno. Así que cuando pude empecé a comprarme guitarras y equipos”. La primera viola que compró fue una Faim Stratocaster. Y cuando Viejas Locas le aseguró 200 pesos por mes, dejó de trabajar.
Viejas Locas grabó por primera vez en el compilado Una noche en La Cueva, de 1992. Grabaron “Eva” (su primer hit) y “Tirado en la estación”, un tema que no registraron en ninguno de sus discos oficiales. Esta compilación hoy circula como material de culto. Por entonces, Pity era el arquetipo del rockero de barrio: campera de jean, pañuelo al cuello, flequillo. Fue en cuero a sacar el dni. Incluso firmó: “Viejas Locas”. Pasó mucho tiempo hasta que logró desprenderse de la pose rolinga que él mismo diseñó, del logo con el ojo inyectado y la corona de chala, hasta finalmente encumbrarse en una búsqueda artística y personal digna de una biopic rockera, con matices tan fantásticos como para poner su historia, aún vivito y coleando, entre la de Luca Prodan y Tanguito (o su álter ego, Ramsés VII, que también le cantaba al “Padre Sol Nuestro”).
En 1995 se desataría la “fiebre stone” a escala monumental. Llegó la gira Voodoo Lounge y los Rolling tocaron cinco veces en River. Banda soporte: Ratones Paranoicos. Por esos días, Viejas Locas tenía sólo un demo que regalaba en los shows. Pero los shows se llenaban. Arlequines, La Rockería, el viejo Museo Rock. Hasta que un día cortaron trescientas entradas y Pity se animó a tocar el portón de Cemento. Lo atendió Katja Alemann. Pity le dijo que habían cortado trescientas entradas, le dio el demo y cerraron una fecha. Viejas Locas llenó Cemento una vez, dos veces, cinco veces. ¿Cómo? “Es que cuando vivís en un barrio, si les decís a todos «vayan»... van.” Y sin querer queriendo, Pity puso en práctica parte de un sistema de comunicación paralelo a los suplementos juveniles que haría grande a la tribu callejera: recorría las librerías del Centro, buscaba precios y compraba planchas de stickers que después pegaba abajo o arriba del timbre de los colectivos que salían de Mataderos: el 155, el 180, el 126... “Viejas Locas R n’ R”, ese era su sello. La tenía clara con la estrategia de marketing. Sabía que iba a ser un éxito.
“Nosotros cantamos las cosas que podés ver desde la ventanilla del colectivo”, le dijo a Bebe Contepomi en uno de los primero programas de La Viola, circa 1997. “Intoxicado”, el primer single de la banda, estaba rotando desde hacía meses, en una movida de prensa inédita para la época que con el tiempo mutó en un clásico de la estrategia ofensiva de Pelo Aprile (ahora dueño de Pelo Music), que trabajaba como cazatalentos para Polygram. Ya había firmado contratos millonarios con La Renga (el famoso contrato del millón de dólares), 2 Minutos, y en unos años iba a tener la misma visión para hacer negocio con Miranda! y Callejeros.
Viejas Locas encabezó la segunda ola de rock stone (la primera fue de los Ratones). Eso quedó claro en 1998, cuando Juanse dijo que no iba a tocar en la segunda visita de los Rolling, y Grinbank llamó a las Viejas para abrir cuatro de las cinco noches en River, dos de ellas también junto a Bob Dylan. El sueño del pibe ya era misión cumplida.
El clip del tema “Perra”, con la enfermera que le pasaba la lengua a la jeringa + el Pity con collar de perro y chaleco de fuerza en un neuropsiquiátrico que se convertía en pub, se volvió un clásico de la MTV Latina de fines de los 90. VL tenía tres discos (Viejas Locas, Hermanos de Sangre y Especial) llenos de hits (“Legalícenla”, “Lo artesanal”, “Me gustas mucho”, “Adrenalina”) cuando...
Pause. Pity se quedó dormido en plena “Rolling Stone Interview”. Tiene la boca abierta y los pies cruzados. Se va apagando en paz... Yo le pregunto cualquier cosa para despertarlo. Sé que en su vida de beduino suburbano, ahora además de sus perros (Noche, Tierra y Mosca siguen vivos) a Pity le re copan las serpientes. Tiene una pitón que se llama Escamas (la misma que aparece en la foto de apertura de esta nota y que él trajo sobre los hombros) y vive en una pecera, en el departamento de Pity en los monoblocs de Samoré. Ahí, el piso tiene cuarenta centímetros de ropa sucia, así que Pity va para darle de comer y ya (“No se puede vivir así: cuesta un montón encontrar las cosas”). La última vez que fue de gira a Santiago del Estero, le compró una lampalagua de siete metros (en otros lados le dicen anaconda) a un artesano que estaba tirando el paño en la calle. La soltó en la habitación del hotel y cuando le movió los brazos, la anaconda le mordió la mano izquierda. Pity muestra.
“Cuando tiré, le arranqué un diente sin querer y ella se escondió. Yo me fui a otra habitación. Mis managers me mandaron al frente con los de Fauna.” En menos de una hora, tenía en la puerta de su habitación a una enfermera con una inyección antitetánica (“Mejor que me la dio, aunque yo creo que ya estaba inmunizado”) y cuatro tipos de gorra verde. No encontraron la anaconda pero igual le labraron un acta. Ahora, Pity tiene diecinueve causas por estupefacientes (sobreseído en dieciocho de ellas), tres por robo de automotor (incluida la del remís) y una de la Dirección de Fauna y Flora Silvestres. “Pero esa última no sé si vale. No te pueden hacer causa si no encontraron nada.”
–¿Por qué te gustan las serpientes?
–Porque no pestañean nunca. No tienen párpados. Es como el tiburón. Descansa, pero no duerme. Sabés, yo quisiera ser el primer ser humano que se saque los párpados. Sé que me va a traer problemas. Pero igual esto sería en mis últimos días, mis últimos meses, cuando vea que no doy para más. Me cortaría los párpados para ver qué onda.
–¿Qué onda con qué?
–Qué onda. Porque capaz que digo: «Qué boludo, cómo no me los corté de chiquito». A eso le tengo un poco de miedo. Porque perder un tercio de tu vida durmiendo, me parece un montón, loco.
***
Pity vuelve a quedarse dormido. antes de palmar al aura de “ahhhhh”, como un padre que dice su última oración antes de sucumbir a la siesta, declara: “Yo me drogo cuando estoy feliz o cuando estoy triste. En el medio, ordeno mi casa”.
Pity estaba muy triste cuando empezó el año 2000. Viejas Locas llenaba Obras, estaba a punto de grabar su cuarto disco y Andrew Oldham, el productor de los Stones, tenía un ticket de American Airlines en la mano para producirlos. Pero no: Sergio “Pollo” Toloza, el guitarrista de la banda (autor de clásicos como “Todo sigue igual” y “Aunque a nadie ya le importe”) quería meter seis temas. Fabián “Fachi” Crea, el bajista, tenía tres o cuatro. Y como Viejas Locas siempre hacía discos cortos, a Pity le quedaban dos o tres. Se sentía desplazado en su propio grupo, el grupo que había fundado. Así que se fue, dejó la banda.
No hubo tiros, tampoco despedida. Apenas un show en La Matanza que ni siquiera fue anunciado como el último. Hubo, sí, una propuesta que, así detallada, quedará para el anecdotario de nuestro rock. La historia inédita dice que Pelo Aprile se encerró con Pity en las oficinas de Polygram y, en alguna parte de la conversación que duró varios días, dicen que Pelo dijo algo así como: “Está todo bien Pity, si no querés, que no vuelva Viejas Locas, pero podés hacer la despedida. Te podés llenar de plata”. Pity preguntó cuánta plata. Pelo puso en el speaker-phone a Daniel Grinbank. Fueron a los números. Pity dice que la cuenta daba así: 500 mil dólares para él, 100 mil dólares para repartir entre el resto de la banda, un solo show, Viejas Locas en River: La despedida. Pero él cortó el diálogo: “Gracias Pelo, gracias por todo. Pero Viejas Locas no toca más. Y yo no valgo 500 mil dólares”.
La mitad de la banda lo siguió (Meyer, el armoniquista “Peri” Rodríguez y “Burbujas”). Pollo hizo La Lengua y Fachi, Motor Loco. Juancho Carbone, el saxofonista, se sumó a unos pibes de Villa Celina que lo tomaron como guía. Esos pibes eran los Callejeros. En esa época, Pity ni siquiera tenía casa. Estaba parando en la sala de Viejas Locas, “Springfield” (todas las paredes estaban graffiteadas con los personajes de Matt Groening), y festejaba tomando cocaína. Mucha cocaína: “Tomaba lo mejor de lo peor que había”. Pero festejó de más y Cristina, su mamá, como haría cualquiera madre argentina, lo hizo internar. A la fuerza.
Cristina sabía que no iba a ser fácil, así que trazó un plan. El cuñado del Pity entró en la sala, le pidió que lo acompañara a ver un departamento que se quería comprar. Pity no le pudo decir no. Cuando entró en el depto, todo empezó a girar hasta convertirse en un neurosiquiátrico. Pity estuvo encerrado ahí como tres semanas. Dice que le daban unos medicamentos “re potentes”, que le adormecían el cuerpo, pero que su cabeza no podía parar de pensar. Todo eso junto, dice, le hizo re mal: “Me agarró mucho resentimiento. Creo que no sirve internar a un adicto. Aunque creo que si no me internaban ahí me hubiese muerto. Porque esa fue una parte muy jodida de mi vida”.
Cuando Intoxicados debutó en vivo, en Cemento, el 26 de mayo de 2001, los fans de Viejas Locas abarrotaron el lugar: había 2.500 personas esa noche. Los foros rockeros habían discutido la disolución durante un verano que se hizo largo (en esos foros de fanáticos despechados se formaron grupos, caso La Mocosa). El día del debut, Pity salió con un sillón y reveló durante quince minutos por qué se había ido de Viejas Locas. Al segundo show, Pity no tenía público. El explica aquel momento en pocas palabras: “Mirá, los rolingosos se piensan que todo es rocanrol... y no es así”. Profundizó su eclecticismo (la hipótesis más transitada sobre la ruptura entre Pity y el Pollo), y el poco público que quedó se bautizó a sí mismo como “La Nueva Religión”. Eran, básicamente, pibes de los barrios que también pensaban que el rocanrol no era sólo rocanrol. Son, ahora, los que se quedan cuando al Pity se le ocurre cortar el show para tocar psico-trance con su amiga Romina Cohn.
Al minuto, más o menos, Pity se despierta... “¿A mí se me cayó algo?”, pregunta.
–Sí, la pipa...
–¿Sabés que me choqué con alguien y se me cayó la pipa? Para mí la mente no descansa. Tiene tanta energía que no descansa. Qué lindo... qué lindo pensar que cuando estás durmiendo estás viviendo en otro lugar. ¿Sabés que a veces me quedo dormido tocando? Los pibes dicen que aguanto como un minuto o más...
–Sí, es verdad, te vi en el tercer Obras de julio de 2006... La gente se iba y te gritaba: “¡Adicto!”.
–Sí, pero ese día no estaba durmiendo. Estaba disfrutando. Me zarpé de cristal de éxtasis. Me tomé dieciocho dosis.
–¿Cómo estás con tu mamá? El año pasado salió a hablar con los medios, a pedir por vos...
–Me peleé mucho con ella por eso. Porque ella no sabe lo que es la prensa. No sabe que la prensa te engaña, o que una frase sin terminar puede querer decir otra. Qué sé yo. Yo soy un delincuente en mis sueños. Si me sacan una foto en mis sueños, claro que voy a salir como un delincuente. Pero es otra cosa, boludo. A mí siempre me quieren hacer hablar de la droga. Pero ya todos saben lo que es la droga: la droga es una mierda. Ser dependiente de algo es una mierda.
–¿Fue la única vez que te internaron? Macri le dijo a RS que el año pasado te alquiló una quinta y pagó tu rehabilitación...
–Sí, lo llevó mi mamá a mi casa. Yo la miré como diciendo: “Te voy a matar”. Macri me pagó una quinta y me puso los mejores médicos, los médicos de Maradona. Pero a las tres semanas no aguanté más y lo dejé. Después, él volvió a mi casa y me dijo que todos habían ido cuando asumió menos yo. Yo no voto. Me preguntó si necesitaba algo. Yo le dije que lo único que quiero es un escenario para tocar en Ciudad Oculta el próximo 25 de Mayo.
–¿Solucionaste el tema con tu mamá?
–A mi mamá la quise, la quiero... pero no necesito quererla toda la vida. Tengo que buscar otras emociones. Tengo que aprender otras cosas. Tengo que empezar a querer a otra gente. Tengo que aprender a amar a distancia. A sufrir por los que no conozco. A alegrarme por la felicidad de otros.
–Sería como mutar en todopoderoso...
–No, no... Todopoderoso ni a palos. Te estoy hablando del amor, nada más.
***
El amor es, quizás, el tema mas recurrente en la obra del Pity Alvarez. Siempre tuvo una mujer al lado. Y siempre, o casi, fue la misma. “Yo sólo tuve dos novias en mi vida. Con Eli empecé a salir a los 17, y duramos como nueve años. Cuando me separé, al toque me metí con Marcela [Crespo] y estuve once años con ella. Ahora, Eli es mi secretaria y Marce, mi manager.”
–¿Te enamoraste alguna vez?
–Creo que no. Pero estoy ansioso de conocer el amor.
–Te gustaría tener hijos?
–No.
–¿Por qué?
–Porque no me gustan los bebés cuando lloran. Sería un mal padre, aparte.
–Pero después crecen o los dejás con la niñera como hacen las estrellas de rock...
–Pero no aguanto tanto. En este momento, no me haría cargo ni en pedo. Por eso estoy solo. Capaz que va de la mano con otra cosa: no quiero traer más gente al mundo.
–¿Y nunca fantaseaste con tener uno y ponerle un nombre?
–Sí... Cerdito le pondría. Cerdito Alvarez. Es re artístico, boludo.
–¡Le arruinás la carrera!
–Nooo. Que le digan Cerdito, a ver si vive en un chiquero. Sería re pillo un hijo mío.
***
Hace más de diez horas que empezó la entrevista. Pity igual se toma un rato para contarme todos sus proyectos de mediano y corto plazo. “Yo voy a abrir un par de centros culturales. ¿Cuándo? Cuando consiga un par de sponsors. También voy a abrir Casa Cucha. Ya lo tengo todo planeado.Va a ser un lugar que recolecte a los perros, porque en la calle molestan. A nivel que si vos atropellás a un perro te corta el mambo todo el día, ¿o no? Te sentís culpable. Encima que nadie te va a llevar preso por eso. Sos un bastardo, sos un asesino. Voy a llevar el proyecto para que me ayude el Gobierno. Lo que más me va a importar es que esté todo bien limpio, que no haya olor a perro.”
Ya se fue el sol, así que Pity no necesita estar más en el paredón. “Vení. Te voy a llevar al mejor lugar de la casa.” Cruzamos el jardín hasta una casita de madera con techo a dos aguas, construida presumiblemente para los hijos del dueño. Tiene dos pisos, es una obra arquitectónica diseñada siguiendo los gustos de una alucinación infantil. Subimos a la planta alta: un pequeño observatorio con tres ventanas pequeñas. La principal da al Sudeste. “Como ves, acá tengo una almohada”, dice el Pity, y recuesta su “cuerpo-carrocería” sobre las tablas. Sentado en el piso, mi cabeza casi toca el techo, y la superficie no tiene más de dos metros por dos y medio. No entra nadie más.
Pity escucha pasos. En un movimiento brusco, sus ojos quedan a centímetros de mi cara, iluminados por un reflector a lo lejos. Se asoma como un búho, busca en la oscuridad, revisa el perímetro. Grita. Prendemos dos velas. No quiere que nadie suba. Vuelve a la posición anterior. Conjeturo que Pity se sube acá para practicar equilibrio.
Estamos en su torre de control. Además de la almohada, hay una vasija de barro norteña, una botella de agua sin agua, una lata de repelente y un aerosol. Hay estrellas pintadas en el techo. Pity cierra los ojos y va sacando el humo de los pulmones como si soltara el embrague y pisara el acelerador. Su pierna derecha se queda quieta. Ahora hay olor a azufre y pintura sintética en todo el espacio. Después, con confianza de consultoría psicológica, relata dónde pasó Año Nuevo: “Yo pasé el 31 con Charly. Los dos estábamos solos y entonces yo fui a la casa de él y nos quedamos tocando toda la noche”.
–Lindo modo de empezar el año...
–Sí, estuvo bueno. Está bueno cuando Charly está bien. Y está bueno que cuando estoy yo, no sé, tengo una magia de que no quiere mostrarse mal. Entonces trata de mantenerse bien. Más allá de que yo lo haya visto en los recitales hecho mierda y eso, me parece que es un tipo que tiene mucha música en la cabeza. Lo que pasa es que no tiene las herramientas. Ya no tiene la garganta para cantar lo que quiere. Y capaz que por su propia culpa no tiene un carácter como para que alguien lo banque.
–¿Y qué tocaron esa noche?
–Todas las canciones de Kill Gil y muchas canciones que capaz que no conozco.
–¿Y tuyas?
–[Bosteza] Ninguna. Tocamos temas de los Beatles...
–¿Cuáles?
–No, tocamos temas de John Lennon. “Mother”... [canta el comienzo]. Y después otra que es impresionante, “Across the Universe” [la canta entera en un inglés estilo Roberto Quenedi]. ¡Guau! Cómo me gusta John Lennon. ¿Sabés que quiero hacer? Proponerle a Charly que haga un River.
–¿Con Intoxicados de soporte?
–No, no... él. Porque está a tiempo todavía de ganarse el respeto que perdió. Perdió mucho. Yo a Charly lo quiero ayudar, le quiero tirar la mejor porque está mal. Pero también le pondría condiciones. Le diría: “Loco, vas a ensayar. Vas a ensayar todos los días... y el día del recital, te tomás una raya –una sola– antes de subir”. Yo creo que lo podría hacer. No me quiero meter en un problema, tampoco... Pero creo que lo podría hacer.
–Pero si a veces es difícil hacerte llegar a vos a tu propio recital...
–Pero yo podría convencerlo a él. Que venga otro inconsciente y te diga: “Tenés que hacer un River pila, vas a ver cómo podés. Andá y hacé música. Demostrale a la gente que vos hacés música”.
***
A las 00 horas del 1° enero, mientras Radiohead presentaba In Rainbows en vivo para todo el planeta vía web-cam, Pity alzaba la copa con Charly García y los Intoxicados ponían a rotar “Pila-Pila”, el primer single del año, adelanto de su nuevo disco. El sitio de esta revista ardió el primer día de 2008: “¿El Pity nos está tomando el pelo a todos?”; “¡Es una oda a la droga!”; o directamente: “Media pila, Pity”. Ese fue el principio del fin, sí, pero de la trilogía de Intoxicados.
Tengo muchas ganas de escribir una canción/ pero no se me ocurre nada... Entonces agarro la cuchara, el tenedor, el cuchillo/ y empiezo a cocinar...
...Después de hacer esta comida/ yo pensaba tirarme una siestita/para estar por las noches/ Pila-Pila, Pila-Pila…
–¿De qué hablas en “Pila-Pila”?
–¿Viste cuando no tenés ganas de hacer una canción y te sale igual? Bueno, “Pila-Pila” salió. Lo que pasa es que tiene un doble sentido… el tenedor y el cuchillo no los tendría que nombrar.
–¿Por qué?
–Y... porque estoy pescando.
–¿Pescando?
–Estoy haciendo free-base. Que es cocinar. Pero... lo nombrás y queda más pop.
–Queda como una de María Elena Walsh...
–Uh, nombraste a una persona mágica.
–¿Por qué elegiste que no se notara?
–Porque ya me cansé de andar con drogadictos y de cantarles a los drogadictos. Hay otras cosas también. O sea: canciones sobre la droga puedo hacer todos los días. Puedo hacer cinco por día, si quiero.
–De hecho, hiciste ésta. Quedó como un tema para niños...
–¡Qué bueno! Porque es lo que quiero hacer: quise hacer un disco para chicos y que lo escuchen los padres.
–“Pila-Pila” se emparienta de algún modo con “Quiero vitamina” de Damas Gratis. Se rumorea que vas a grabar con Pablo Lescano, ¿es cierto?
–No. Pelo me ofreció 500 mil pesos para grabar un tema con Damas Gratis, pero no lo voy a hacer. Nunca lo hice por plata, menos ahora.
–¿Qué es el éxito? ¿Qué es tener plata para vos?
–La guita para mí son problemas necesarios.
–¿Y la libertad?
–Excluyente. Si no, no es vida. Me siento preso yo... me siento re preso.
–¿Por?
–Porque quiero ir a Israel, pero tengo problemas con la visa. No me la quieren dar porque tengo causas abiertas. Qué garrón, loco. Eso me está re trabando. Quiero ir a El Cairo, también. Voy a ir para que se me abra un poco la mente.
–¿Te interesan las Pirámides de Egipto?
–Sí. No las puedo describir con palabras. Es muy fuerte para mí. Creo que el día que las vea se me va a dar vuelta la cabeza. Tengo miedo de no volver. O de no tocar más. De darme cuenta de que puedo ser algo mejor.
–¿Y qué sería ser algo mejor? Porque vos sos artista, hacés tus canciones...
–Sí... ¿y quién escucha mis canciones? Los argentinos, nomás. Yo puedo ser algo mejor. Me puedo transformar en oxígeno para que lo respire la gente.
–¿Por qué en el nuevo disco escribiste: “Siento en el corazón a Dios/ Siento en los pulmones al Diablo”?
–Es una metáfora. No los tendría que haber nombrado. Me dijeron que cuando no creés en los dioses, mejor dejalos tranquilos. Pero... pero, hoy les demostré que aguanto más que ustedes abajo del agua.
–Hay muchos momentos re Roger Waters en el disco, rock espacial...
–¡Uyyy! ¡Qué bueno que digas eso! Yo fui a verlo el primer día a River.
–¿The End sería como El lado oscuro del Sol?
–Aggrrr... ¡qué bueno! No: The End sería más como El lado brillante de la Luna. Es el mejor disco que grabé. En este disco evolucioné. Lo sentí. Ahora ya estoy aburrido.
–El lado brillante de la Luna del Pity, entonces...
–Sí, mejor. Porque el Sol no tiene lado oscuro.
–¿Cuánto dura una hora para vos?
–A veces, por no tener la claridad, dura sesenta segundos. Y cuando quiero, dura lo que yo quiero. Puedo hacer muchísimas cosas en una hora. Es más: cuando yo me junto las cosas de un mes en un día, las hago en cuatro horas. Lo que más odio es esperar. Yo no puedo esperar.
–¿Existen las buenas canciones y las malas canciones?
–Eh... ¡no! Yo mis mejores canciones las hice corriendo. Debe ser que se me oxigena más el cerebro. Esa es mi fórmula. Hay fórmulas para hacer canciones con las que se sientan identificados todos.
–¿Cómo sería eso?
–Bueno, la gente sabe que yo no le voy a mentir...
–¿Qué te motiva a tocar en vivo después de veinte años en esto?
–Si salgo a tocar, salgo por la gente. La música ya la escucho. La escucho todo el día, en mi cabeza.
–¿Y por qué elegís hablar tanto de vos?
–¿Hay alguno que admitió que se droga en la tele?
–¿Maradona?
–Si Maradona lo admitió, es un capo. Esa es a la gente que le cree la gente. A mí la verdad que me tiran muy buena onda. Nunca nadie me gritó: “¡Eh, puto!” o “¡Aguante los Stones Paranoicos!”. La gente sabe que yo no le voy a mentir. Yo no necesito mentirle a nadie. Por eso a veces digo cosas que no debería decir. Ya lo dije. Basta. Me quiero curar. Quiero ser feliz.
–¿Por qué en el disco cantás: “Hace tiempo que no sé quién soy”?
–Porque creo que nunca voy a saber quién soy. Y... como hace tiempo que estoy acá, hace tiempo que no sé quién soy.
–¿Tenés algún plan para averiguarlo?
–No. Pero voy a seguir cantando hasta que el agua llegue al micrófono.
Pity Álvarez se queda dormido por última vez. Fin de la historia.
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