Araceli Matus, la nieta de Mercedes Sosa, entre el legado de su abuela, sus miedos y el duro momento que atravesó tras la muerte de su padre
Tras haber sido nominada a los premios Gardel por su álbum debut, Matuseándose, la artista de 45 años habló con LA NACION sobre cómo era su abuela en la intimidad y qué tipo de complicidad las unía
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Desde joven se dedicó profesionalmente a la música, pero desde el área de la salud. Como musicoterapeuta se abocó “a la atención de personas mayores con deterioros cognitivos y demencias”. También ejerció la docencia en la facultad de Los Esclavistas. Lo suyo era el mundo académico hasta que decidió dar el volantazo e iniciar una carrera como cantante. Hoy, a los 45, Araceli Matus ya cuenta con un álbum debut, Matuseándose (que fue nominado recientemente a los premios Gardel), y lleva a cabo junto a su banda sus primeros shows en vivo (como el que brindará esta noche en Café Berlín).
Aunque nieta de Mercedes Sosa, su camino musical no apunta al folclore sino a la música latinoamericana (con temas de Eduardo Mateo, Caetano Veloso, Vittor Ramil, Rubén Blades, Hugo Fatturoso y Lo Borges), con una fuerte inclinación hacia el cancionero brasileño y los arreglos en tempo de jazz. Su voz es delicada y dulce y su estilo interpretativo es intimista y apela más a los detalles sutiles que a sorprender con proezas de volumen. Lejos de pretender o buscar ser la heredera artística de su abuela –de hecho posee un timbre de voz muy diferente al de ella-, se instala en un terreno de experimentación, independiente, de cara a lo que el futuro le depare.
–¿Por qué decidiste lanzarte como cantante recién ahora, a los 45 años?
–Porque se dieron varias cosas. Primero decidí dejar de tocar en bandas, como tecladista, cuando venía pasando de una a otra desde la adolescencia. En ese derrotero toqué de todo, menos folclore de todo: rock, funky, reggae, rock sinfónico y jazz rock. A mí siempre me gustó cantar, pero en aquellas bandas solo hacía coros. Supongo que también habrá tenido que ver la crisis de los 40.
–¿La figura y la carrera de tu abuela te estimulaban o te intimidaban?
–Mi abuela nunca me intimidó, los que me intimidan son las personas con sus opiniones. Siempre temí las comparaciones y que no respeten mi búsqueda. Es que a mí me han pedido muchas veces que me pongan un poncho y cante folclore. Y mi vibra no va por ahí, nunca fui por ahí. Y eso no quiere decir que no me guste el folclore. ¡Me encanta! El folclore me hace bien al corazón y las zambas y las chacareras me resultan indispensables. Pero yo prefiero tocar y cantar otros ritmos.
–Cuando vos cantabas con ella, ¿qué devolución te hacía?
–Yo empecé a cantar con mi abuela a los 5 años, cuando ella volvió del exilio, en 1981. Estudiábamos juntas las canciones que ella tenía que cantar. Era algo muy cotidiano.
–Tengo entendido que ella quiso cantar a dúo con vos en su último álbum, Cantora, pero vos te negaste. ¿Por qué?
–Sí. De todos modos, ella tenía algo muy ambiguo: por un lado me decía “quiero que toques conmigo en un escenario” y por otro, “quiero que seas médica”. Algo que, me imagino, debe suceder en todas las familias: que primero te dicen que hagas lo que quieras y luego, que en realidad hagas lo que ellos desean. Por mi parte nunca quise estar en sus bandas porque me parecía que así no iba a despegar más de eso. Yo siempre tuve la necesidad de mi abuela, no de Mercedes Sosa.
–¿Te arrepentís de haberle dicho que no?
–Sí, la verdad es que sí. Ella quería que grabáramos un tema de Caetano Veloso, “Alguém cantando”, pero le dije que no y me contestó: “Al final todo el mundo se muere por grabar conmigo y vos no querés, ¿cómo puede ser?” A lo cual yo le respondí: “Yo te amo, abuela, pero no me pidas lo que no quiero hacer”. Hoy sé que estuve mal porque me lo pedía mi abuela, qué me costaba darle el gusto. Ella sabía que se iba a morir y quería hacer el disco que tenía ganas. Entonces no pude diferenciar entre Mercedes Sosa, la cantante, y mi abuela. Me equivoqué.
–¿El hecho de haber incluido aquel tema de Caetano en tu álbum debut es una forma de saldar la deuda con ella?
–Exacto. Fue mi manera de compensar y hacer las paces con ella.
–¿Qué recuerdos tenés de Mercedes en la intimidad? ¿Cómo era como abuela?
-Era una abuela que se tiraba al piso a jugar conmigo y, si se lo pedía, también me leía cuentos. Solo que eso debía combinarlo con su trabajo, que era arduo y la limitaba en los tiempos. Por eso, para compartir más tiempo juntas y porque mi madre trabajaba todo el día en una oficina y no se podía ocupar tanto de mí, me llevaba de gira. Lo bueno es que era una abuela joven, por eso éramos tan compinches. Por eso me molestaba que le dijeran La Pachamama. ¿Qué Pachamama ni ocho cuartos, si ella solo tenía 47 años cuando hizo los recitales en el Teatro Opera, a su regreso del exilio? Ese era su momento más vital y la llamaban La Pachamama, me daba una bronca... Es cierto que más adelante, cuando estaba vieja y enferma, podría dar ese aspecto, ¿pero antes? Para mí ella nunca fue La Pachamama sino mi abuela, la persona que me cuidaba. Cuando yo nací ella tenía solo 41 años, por eso la pude disfrutar tanto. Murió un mes antes de que yo cumpliera 33, en 2009.
–¿Cómo fue la relación con ella durante el exilio? ¿Pudieron mantener el contacto?
–En ese entonces yo era muy chiquita y con mis padres casi vivíamos escondidos. De todas formas yo asistía al jardín de infantes, donde podía decir mi nombre, pero no mi apellido. Y no perdí contacto porque mi abuela me llamaba todos los días, gastaba fortunas en llamados telefónicos desde España y Francia. Pese a la distancia ella fue una abuela presente. Así estuvimos conectadas durante tres años, de mis tres a mis cinco o seis años.
–Tus abuelos, Mercedes y Oscar Matus (fundadores del movimiento del Nuevo Cancionero, en 1963) se dedicaron al folclore. Vos no, ¿se trató solo de una cuestión de gustos o fue una decisión adrede para desmarcarte de ellos y del género?
–Empezó por gustos propios porque desde muy chiquita me fascinaron Charly García, Miles Davis y Chick Corea. Así que era obvio que, de dedicarme a la música, agarraría para otro lado. Después se sumó el hecho de que estaban mis primos Adrián Sosa, Claudio Sosa y Coqui Sosa, que tienen extensas carreras y los tres hacen folclore. Entonces, ¿para qué voy a hacer folclore yo? Si ese hubiese sido mi interés desde niña, le hubiera dado para adelante, pero no era así. De todos modos, para el álbum grabé una zamba de mi abuelo: “Mi canto es distancia”.
–La interpretaste en tu primera actuación importante, la del 9 de julio en el CCBorges, ocasión en la que también cantaste “Rosarito Vera, maestra” (un tema emblemático de Mercedes, del álbum Mujeres argentinas). ¿De a poco podrías ir sumando otras canciones del género folclórico a tu repertorio?
–Yo aprendí “Rosarito Vera” en el colegio, por eso en mi cabeza tengo más la versión de mis compañeritos que la de mi abuela. Yo empecé la primaria en el ´83, ya no vivíamos escondidos, pero de todos modos no decía quién era. A pesar de que ya estábamos en democracia la pasé muy mal en la primaria. Iba a una escuela pública muy cool de Barrio Norte, de Av. Las Heras y Coronel Díaz, a la que asistían tanto los hijos de los porteros como los hijos de gente adinerada que no querían concurrir a establecimientos privados. El problema es que la directora reivindicaba a Videla. Se llamaba Nélida Chuca de Camileti, no me olvido más de ella. Y también había una bibliotecaria que me hizo la vida imposible porque yo era comunista, ¡y claro que lo era! Pero ella como docente no se la podía agarrar con un niño por sus ideas. Como esas pasé mil en el colegio.
–¿Nunca pensaste en pedirle a tus padres o a tu abuela que te cambiaran de colegio?
–No. ¿Por qué me tenía que ir yo? Ellos debían irse, los dinosaurios. Lo que me salvaba es que luego, por la tarde, iba al Lavardén, al Instituto Vocacional de Arte, donde nadie me preguntaba por mi abuela ni me hacía problemas por mis ideas. Ahí, a lo largo de toda la primaria y la secundaria, obtuve una magnífica educación paralela a la formal y me terminé graduando en Especialización en música.
–Volviendo a la posibilidad de sumar más temas folclóricos a tu repertorio...
–Por supuesto que existe esa posibilidad. Porque yo entiendo la música como lo que a mí me gusta, no entiendo de géneros. Encima en mi banda tengo a Downik que tocó como 20 años con Chango Farías Gómez. Yo entiendo que Mercedes es sinónimo de folclore, en cambio yo soy sinónimo de música y punto. No quiero que me etiqueten y como no soy Mercedes me puedo ubicar donde quiera y hacer lo que se me ocurra. A mi abuela le pegó eso porque de chica escuchaba a Margarita Palacios. Yo nací en otra época con otras influencias.
–Hablame del significado del título de tu álbum debut, Matuseándose.
–Con mi papa usábamos mucho el “matusear” como verbo, a la manera del “caetanear” de Djavan. Lo usábamos para significar que estábamos en algo que iba a generar problemas. Siempre fuimos contreras y nos gustaba rebelarnos ante lo que se suponía que debíamos hacer. ¿Ah, no se puede? ¡Mirá vos cómo no se puede! (risas). La idea es buscar la forma de poder hacer lo que no se podría, esa es casi mi marca en el orillo. En definitiva el “matusear” me define, me pinta de cuerpo entero. En ese sentido yo soy mucho más Matus que Sosa, digamos que más maluca. Y cabe agregar que mi abuelo grabó un disco que se llama Matuseando. Yo a él prácticamente no lo conocí, lo vi una sola vez, en el 86. Luego se fue a vivir a Europa y murió allá. Digamos que el título también podría ser visto como un homenaje a él. Si vos escuchás los discos de mi abuelo es cierto que hacía folclore, pero con unas armonías que nadie hacía ni se volvieron a hacer. Evidentemente era un adelantado. Así que mi pasión por las armonías no vienen de la nada... Más allá del homenaje a mi abuelo, este disco está claramente dedicado a mi papa.
–¿Cómo era la relación con tu padre, el productor de eventos culturales, representante de artistas y autor del libro Mercedes Sosa, la mami, Fabián Matus?
–Un quilombo. Él me tuvo de muy joven, a los 17 años y yo siempre fui muy chúcara. Después, en los últimos años, todo fue cambiando y logramos una gran complicidad. Su partida fue muy dura, y muy repentina, en diciembre de 2018 le diagnosticaron cáncer y en marzo del 2019, tres meses después, ya se había muerto. Fue como si me pasara un camión por encima. Hasta ahí era la nenita de papa, luego me tuve que hacer cargo de todo, inclusive de continuar con la Fundación Mercedes Sosa que él había concebido para mantener viva la obra de la abuela. Hoy mi trabajo consiste en poder cuidar y difundir el legado artístico de Mercedes y, además, de la cultura latinoamericana, lo cual es un montonazo. La sede sigue ubicada en San Telmo (en Humberto Primo 378) y ahora, en el CCBorges, hemos organizado una muestra audiovisual sobre toda su carrera (titulada “Mercedes Sosa, la voz de la tierra”), que es gratuita y también incluye sus objetos más preciados, que se puede ver de lunes a domingos. A esto se suma, en el mismo complejo cultural, la sala que el 9 de julio fue bautizada con su nombre y que este año será sede de la nueva edición del Festival de Arte Popular Mercedes Sosa.
–¿Te reconocés más como una cantante o como una cantora?
–Yo soy música y el canto es parte de la música que soy. Esto lo sé desde muy niña. Antes de empezar a estudiar formalmente piano yo tenía un tecladito, y mi abuela cantaba algo y después me decía: “A ver, tocalo”. Y yo tenía que memorizarlo y tocarlo. Otra variante era: me cantaba algo y luego me pedía: “ahora seguilo vos”. Así me fui criando y construyendo como música y a la vez como cantante, ¿o cantora? Me da lo mismo. Lo único que yo sé que para mí la música es indispensable y que si no hacía este disco me iba a morir.
–En Matuseándose, además de canciones ajenas, hay dos temas propios: “1º de enero” y “Confinado”. ¿Cuál es la temática o los sonidos que te interesan explorar como compositora?
–Estoy aprendiendo a componer, aún no tengo la ejercitación de hacer canciones. Yo primero compuse la música y después (el brasileño) Junior Carriço le puso unas letras hermosísimas. Está buenísimo esto de componer porque podés hacer lo que te dé la gana. No creo mucho en la inspiración, creo en el trabajo, en el estar y estar hasta que salga algo interesante. El primer tema cuenta el día en que nos conocimos y nos hicimos amigos y el segundo, obviamente es sobre la cuarentena y la pandemia.
–¿Te sorprendió la nominación a los premios Gardel en el rubro mejor artista nuevo?
-Sí, me sorprendió. Es que yo soy bastante hippie. Es cierto que el sello discográfico (Años Luz) me había postulado en dos ternas, pero como no quedé nominada en ninguna de ellas pensé que la suerte ya estaba echada. Pero el jurado me sorprendió nominándome en otra terna, en la de mejor artista nuevo. No sé qué pasará ahora porque compito contra gente que está en sellos grandes. Yo pertenezco a un sello maravilloso pero independiente, donde todos hacemos música rara (risas). A mí me encanta Prince, pero no busco ser una pop star. Ojalá que gane el premio, si eso da trabajo, pero no es algo que me enloquezca. No voy a salir a hacer lobby por las redes, lo mío pasa por otro lado.
–Por último, ¿qué pensás que tu abuela opinaría sobre tu lanzamiento como cantante y tu debut discográfico?
–Yo creo que ella está contenta. Habrá cosas que le gustan y otras no tanto, pero estoy segurísima de que está feliz con mi lanzamiento. Hablo en presente de ella porque me acompaña todo el tiempo. Mi abuela nunca me abandonó.
PARA AGENDAR
Araceli Matus presenta Matuseándose junto a Norberto Córdoba (bajo), Fabián “Sapo” Miodownik (batería), Miguel Ángel “Pato” García (guitarra), Conceiçao Soares (percusión) y Leonardo Paganini (vientos). En Café Berlín (Av. San Martín 6656, Villa Devoto) El miércoles 3 de agosto, a las 20:30. Entradas: por Livepass.
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