El músico, integrante de la formación original del grupo fundacional del rock argentino, y también de las siguientes, regresa a la Argentina para ofrecer un recital junto a su hijo Arita y presentar oficialmente el documental de Fabio Scaturchio sobre los creadores de “Mañana campestre”
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Nació en El Cairo, Egipto, y hasta los seis años sólo habló armenio. Sin embargo, con el tiempo Ara Tokatlian se convertiría en una de las figuras claves de la etapa fundacional del rock argentino. Junto a Gustavo Santaolalla, Guillermo Bordarampé y Horacio Gianello creó en 1969 Arco Iris, un grupo que fusionaba el rock con los ritmos autóctonos, vivía en comunidad y dejaba para la historia uno de los grandes hits de la historia del rock argentino: “Mañana campestre”.
Después de seis años de trayectoria y seis álbumes, en 1975 el cuarteto se separó y dos años más tarde el cantante, saxofonista (y experto en diversos instrumentos de viento) se marchó a California en compañía de Dana (Danais Wynnycka), su pareja, maestra y líder espiritual del grupo, considerada también como quinto integrante de la banda. Allí continuó generando música, más ligada al jazz, al frente de distintas formaciones que mantuvieron siempre el nombre del grupo primigenio: Arco Iris.
Hoy, a los 72 años, Ara Tokatlian regresa al país para reencontrarse con el público de sus comienzos y ganar nuevas audiencias. No lo hace solo sino en compañía de su hijo norteamericano Arita (formalmente Ara Tokatlian Jr), de 18 años, fruto de una nueva relación sentimental, en teclados, saxo alto y voz; y de los locales Juan Pedro Estanga (en batería), Roberto Amerise (en bajo) y Carlos Campos (en guitarra). La cita será el sábado 6 de abril a las 21 en Rondeman (Lavalle 3177), el bar musical del Abasto. Pero antes participará de la avant premiere oficial del documental Arco Iris. Música y filosofía. La película, que dirigió el periodista y productor musical Fabio Scaturchio (que en abril llegará a todos los cines del país).
–¿Cuál será la lista de temas del concierto? ¿Van a estar los clásicos de Arco Iris?
–Mi drama es que el grueso del público me sigue por el Arco Iris de los comienzos. Y no hay un solo Arco Iris. Hay uno del 69 al 75, que yo llamo el Arco Iris de la primera etapa, con Gustavo, Guillermo, Horacio, Dana y yo; y después está el otro, el que arranca en el 75 y continúa hasta la fecha, pero que tiene subdivisiones. Una de ellas es la de la formación posterior a la separación de la banda original, cuando quedamos Guillermo, Dana y yo y grabamos Los elementales. Otra subdivisión es la que comienza en el 82, cuando Guillermo se abre del grupo para hacer un camino propio y formar una familia fuera de La hermandad. Bueno, en este recital todos serán temas del segundo Arco Iris, de las décadas del 80, del 90 y del 2000, más emparentados con la fusión del jazz con el rock y también con el folklore; temas contenidos en álbumes como Peace Pipes, En Vivo Hoy, Peace Will Save The Rainbow y Faisán azul. Pero al final, te adelanto en exclusiva, tocaremos “Mañana campestre” y “El blues de Dana”. La gente se los merece.
–¿Por qué se separó el Arco Iris original?
–Nunca nos sentamos a hablar con Gustavo y Guillermo sobre el tema. No sé a ciencia cierta lo que habrá pasado en el interior de cada uno de ellos para haber tomado la decisión de separarse del grupo. Sólo tengo impresiones, pero no certezas. Lo concreto es que por distintos motivos ambos quisieron abrirse, al punto que nuestra amistad quedó en un pendiente. Con Guillermo, luego del fallecimiento de Dana en 2003, nos volvimos a encontrar y retomamos la amistad. Hoy tenemos un sentido de hermandad mucho más fuerte que antes. Por ahí hoy tenemos diferentes criterios sobre si existen Dios y el karma o qué sucede cuando nos morimos. El cree que existe una inteligencia superior que dio y da origen a todo; lo mío es más astronómico, más científico; pero con respecto al resto seguimos pensando igual a cuando conocimos a Dana. Con Gustavo, en cambio, la amistad quedó en stand by y me resulta más difícil sacarla de ahí. Pero confío en que algún día le encontraré la manera.
–A propósito, siempre se comentó que Gustavo Santaolalla se había ido de Arco Iris disgustado por tu relación amorosa con Dana, su ex...
–Eso no es cierto, es más, es un absurdo. Yo me puse en pareja con Dana en el 83. Para ese entonces, Gustavo ya se había ido de Arco Iris hacía rato. Esto, en todo caso, es parte de una leyenda. Él nunca me reprochó nada. Es más, te cuento que con Dana nos convertimos en pareja recién cuando nos casamos y no al revés. Para ser más claro, tuvimos sexo después de casarnos. Jamás hice nada inapropiado o indecente mientras Gustavo fue novio de Dana y ella, obviamente, tampoco. Ellos sí se daban algunos besitos o piquitos y se agarraban de la mano, pero tampoco tenían relaciones porque Dana pensaba que eso tenía que suceder tras el casamiento y con un solo fin: la procreación.
–Ahora que te adentraste en el tema, ¿qué fue mito y qué verdad de la vida en comunidad que llevaban adelante? Me refiero no sólo a la abstinencia sexual sino también al ascetismo y a la vida monástica.
–Fue todo tal cual, orientado por Dana y aceptado por todos. Teníamos la edad que ahora tiene mi hijo, la edad en que los jóvenes están en plena ebullición. Aceptábamos la abstinencia sexual porque queríamos y creíamos en ella. ¿Quién le podría imponer algo así a un joven? Sublimábamos la energía sexual a través del kundalini en aras de lograr un mejor y mayor control sobre nuestros instintos bajos. Yo sé que muchos se nos reían por eso, pero por algo fuimos una banda que marcó un sello en sólo tres años. Teníamos una polenta increíble porque poníamos toda la energía exclusivamente en la música. En fin, éramos soldados de nuestra filosofía, combatientes pacíficos de ella.
–¿No tuviste problemas en todos estos años por seguir usando la marca Arco Iris? ¿Alguna vez tus ex compañeros te lo reprocharon?
–Cuando una banda se separa pueden pasar varias cosas. Cuando lo hizo Traffic nadie usó más ese nombre, pero cuando lo hizo Chicago alguien se quedó con esa denominación y hoy en día sigue editando discos. En nuestro caso la palabra Arco Iris fue puesta por otra persona, no fue una idea nuestra. Lo decidió el productor Ricardo Kleinman, que trabajaba por ese entonces para RCA Victor. Él tenía pensado dos nombres para la banda: Arco Iris y Beatitud. ¿Por qué Beatitud? Porque éramos los chicos buenos, no fumábamos, no nos drogábamos, estudiábamos disciplinas orientales y éramos vegetarianos. A mí no me gustaba ese nombre, me daba medio santón. Por suerte primó Arco Iris, un nombre más universal.
-¿Y qué pasó cuando se decidieron por ese nombre?
-Tuvimos que ir al Registro de la Propiedad para gestionar una licencia y, como éramos menores, terminó firmando los papeles el papá de Gustavo. Cuando el padre fallece esa propiedad pasa a manos de Gustavo, que ya era mayor de edad. Cuando él se abre del grupo no tuvo ningún problema en cedernos el nombre. Cuando nos vamos del país, en 1977, cansados de que nos paren por un lado los Montoneros, por otro lado la Triple A y obviamente los militares -sólo por tener el pelo largo y parecer hippies, porque éramos apolíticos-, y de no poder trabajar en paz, dejamos el tema de los derechos del nombre en manos de un gestor. ¿Y qué hizo este chanta? Nada, por eso perdimos la marca del 79 al 89. No lo renovó a tiempo, se quedó con nuestro dinero y el nombre fue a parar... ¡a un jardín de infantes! Recién en marzo del 89 pude recuperar el nombre y desde entonces me pertenece exclusivamente a mí. Así que mis excompañeros no tienen qué reprocharme. Eso no quita que alguna vez me hayan dicho: “ya es hora de que dejes de tocar como Arco Iris, ¿eh?”.
–Para el documental Arco Iris. Música y Filosofía, La película, el director Fabio Scaturchio logró que Gustavo, Guillermo y vos volvieran a reunirse y hasta cantaran “Mañana campestre”. ¿Ahora los fans podrían fantasear con una reunión del grupo sobre un escenario?
–Es difícil pero no imposible. En lo que a mí respecta, cada vez tengo más ganas de que eso suceda. La única duda es, si nos llegamos a juntar, ¿de qué época serían los temas que tocaríamos? Porque yo quiero tocar mis temas, los temas del período más largo de la banda, los comprendidos entre 1975 y hoy. Tendríamos que sentarnos y decidir muy democráticamente y en paz qué es lo que sería mejor para los tres, para volver a ser un Arco Iris de armonía, amor y comprensión. Y si el show va durar dos horas y media lo justo sería que hagamos algunos temas de la primera etapa, otros de la segunda, cuando sólo quedamos Guillermo y yo y varios de los nuevos, que son los míos. Y después, sí, cerraríamos con el hit “Mañana campestre”. Así no tendría ningún problema en volver a juntarnos, pero sólo para hacer temas de los primeros seis años de Arco Iris, no. Pero, te repito, me encantaría que nos volviéramos a juntar como cuando éramos chicos y sólo nos importaba la música. No me importaría quién abre o cierra el concierto sino el propio evento que significaría la reunión.
–¿De alguna manera me estás diciendo que hasta el momento no pudieron volver a juntarse en un escenario por una cuestión de egos?
–Tengo que juntar valor y decirte que sí. Egos musicales, más que nada, no de personalidades. No sé qué pasa por la cabeza y el corazón de Gustavo, yo sí quiero volver a tocar con él, y también con Guillermo por supuesto, pero no podría hacer sólo los temas de los comienzos. Eso sería admitir que ese es el único Arco Iris válido y yo no opino así. Para Gustavo –lo sé porque lo ha hecho público- Arco Iris concluyó cuando se fue él.
–Volviendo al documental, ¿qué sentiste al interpretar junto a tus excompañeros “Mañana campestre”, después de tantos años? ¿La química entre ustedes se mantenía intacta?
–Me encantó y me brotaron unas enormes ganas de llorar. Fue algo fuertísimo. Es que yo los quiero a ellos, son mis hermanos. Nosotros nos conocemos desde los 12 años, pasamos de todo juntos, desde las dificultades en nuestras familias hasta el rechazo que provocábamos porque no comíamos carne o no íbamos a la iglesia. Los tres éramos el núcleo de la banda, Horacio (Gianello) no. Yo siempre lo adoré y lo respeté, pero nunca convivió con nosotros, nunca fue parte de “la pareja de muchos” que significaba La Hermandad. Con él, por ejemplo, nunca cocinamos ni limpiamos pisos ni lavamos ni planchamos ropa.
–Fue por eso que los llamaban “Las amas de casa del rock”, ¿no?
–Sí. Se burlaban de nosotros para aislarnos. Y lo que hacíamos era realmente serio, parte de una filosofía de vida democrática, justa y anti discriminatoria. Teníamos unos principios y los poníamos en práctica. No éramos comprendidos y no tenía sentido salir a explicar nada. Hoy sigo cumpliendo con esos preceptos; si venís a mi casa verás que yo mismo me encargo de todos los quehaceres. Ahora esto es muy común, pero hace cincuenta años los chicos y chicas no se repartían las tareas hogareñas por igual. En ese sentido hoy el mundo es más al estilo Arco Iris.
–¿Cómo es tu vida hoy en California? ¿Vivís con tu hijo?
–Vivimos juntos en una cabaña hermosa de 130 años, en el medio de un bosque, cerca de un lago, en una localidad de montaña: Blue Jay, a 2.500 metros de altura y a 160 kilómetros de Los Ángeles. Allí me dedico a ser un buen padre, a proveer y educar. Mi hijo sabe que me puede preguntar lo que sea, que yo estoy para contarle todo lo que sé en materia musical, filosófica y espiritual. No para que siga mis propios pasos, los de Arco Iris, sino para que cuente con la mayor cantidad de información necesaria con vistas a decidir su camino. De todas maneras, ya sé que él comparte muchas de mis ideas sobre el mundo y la vida. Como buenos músicos, somos de acostarnos tarde y nos gusta el fútbol con locura.
–¿Y a nivel emocional? Sé que después del fallecimiento de Dana, en 2003, entraste en una etapa de profunda depresión...
–Sí. Yo estuve junto a Dana en todo su proceso contra el cáncer y, es más, fui testigo de su última expiración. La acompañé a Tijuana, en México, porque ella quería probar un tratamiento natural, no invasivo. Y ahí tuvo días mejores y días peores, y llegamos a pensar que iba a zafar. Creíamos que por su gran ascendente espiritual todo iba a ser de otra manera, pero no fue así. Mi gran incertidumbre y mi gran terror era qué pasaría conmigo el día que ella muriera, y ese día finalmente llegó. Dos días antes, Dana alcanzó a decir: “Cómo me gustaría que estén acá Gustavo y Guillermo y volvamos a estar todos juntos”. Una mañana cerró los ojos y no los volvió a abrir. Estaba viva, pero ya no reaccionaba. Yo le hablaba y creía que esbozaba una sonrisa. Después, el momento en que expiró, el de su último suspiro, fue terrible. De todos modos, logré hacer lo que ella me había pedido que pusiera en práctica.
–¿Qué fue lo que hiciste?
–Colocarle una botella de agua caliente en la planta de sus pies. Ella creía que eso ayudaría al espíritu a despegarse de su cuerpo.
–¿Ese fue tu último acto de amor?
–No, el último fue al otro día, en la morgue, momentos antes de su cremación. La besé y le puse en sus manos el símbolo de Arco Iris. Y en ese momento, fijate vos, estaba junto a mí una mujer que luego sería la mamá de Arita: Yamel. Entonces no tenía la menor idea de lo que ella más tarde significaría en mi vida. Para mí simplemente era la novia de uno de los médicos más jóvenes que atendían a Dana. Tal vez fue la misma Dana quien me la puso en el camino para que no quedara tan solo.
–Y así finalmente formaste una familia.
–Sí, porque con Dana no pudimos tener hijos. Con Yamel sí cumplí mi sueño de ser padre, pero hace dos años que ella decidió separarse de nuestras vidas y emprender un camino distinto. Por eso hoy vivo solo con Arita. Nos seguimos llevando muy bien los tres y nos viene a visitar seguido, pero ya no somos pareja. De todos modos la sigo adorando.
–Cuando regresás al país, ¿volvés a tus pagos, al Oeste, a Ciudad Jardín, donde te criaste y nació Arco Iris?
–Sí, siempre lo hago. Es que allí, en la casa de la infancia, aún vive mi mamá, quien fuera la pianista de la capilla donde nos conocimos Gustavo y yo. ¿Lo sabías? Ahora tiene Alzheimer y casi no me reconoce, pero igualmente logramos comunicarnos a través de la música. En Ciudad Jardín también permanecen mi hermano, mi cuñada, mis sobrinos y mis primas. ¡Y mis compañeros de la secundaria! Por eso, y por el reencuentro con los fans de Arco Iris, volver a la Argentina de vez en cuando es un tsunami sentimental.
–Por último, ¿qué se mantiene vigente y qué no, en vos, de la filosofía de vida de Arco Iris?
–Prácticamente todo. Por eso pude seguir adelante con Arco Iris a lo largo de los años, porque más que una propuesta musical es una filosofía de vida, como vos lo has dicho. Y nunca quise interrumpir con ella porque hasta el día de hoy sigo pensando lo mismo o parecido. Digamos que sigo profesando lo mismo pero desde un enfoque más amplio y menos estricto. Antes, por ejemplo, pensaba que cuando uno moría continuaba viviendo de otra manera. Hoy no tengo ese pensar ni tampoco la necesidad de responder esa pregunta. Estaría bueno volver a encontrarme en algún momento con mi padre o con Dana, sí, pero no creo que la vida sólo tenga sentido si se perpetúa después de la muerte. Es como restarle importancia al aquí y ahora, cuando lo importante es el presente y lo que hacemos con él. Hoy tenemos la oportunidad de dejar una huella hermosa, tener buenos sentimientos, amar y hacer las cosas bien. Eso es lo que vale.
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