Ann-Margret: la química con Elvis que traspasó la pantalla y por qué se decidió a grabar su primer disco de rock a los 81 años
La actriz y cantante acaba de lanzar Born to be Wild, álbum en el que se anima a reinterpretar un puñado de clásicos del género y otros muy lejanos a él pero igual de inoxidables, como “Volare”, de Domenico Modugno
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Si el rock diera doctorados Honoris Causa, Ann-Margret tendría el suyo desde hace más de sesenta años. Nadie la llamaría “rockera”, incluso cuando en el inicio de su carrera quisieron imponerla como la “Elvis mujer”, cuando grabó versiones del Rey con sus músicos y cuando compartió pantalla con él en Viva Las Vegas (1964). Rondó el rock varias veces durante su trayectoria, cantó rock, se plantó ante el mundo con una actitud denodadamente rockera cada vez que tuvo oportunidad, pero no llega a integrar oficialmente el imaginario del rock, acaso por haber quedado más vinculada al cine. Por eso, el disco que acaba de grabar con 81 años parece una reparación: Born to Be Wild, su primer trabajo completamente dedicado a versionar íconos del género, funciona como el diploma de rockera que, por esas injusticias de la industria, nunca le otorgaron.
Aunque ya aparecía en programas de televisión y radio y hacía teatro cuando todavía era una adolescente, a la sueca radicada en Estados Unidos le vieron pasta de estrella cuando empezaban los 60. Su descomunal belleza ayudaba, desde ya, pero no se trataba de una “chica adorno”: bailaba, cantaba, actuaba, era graciosa y tenía carisma. En 1961 grabó su primer disco, And Here She Is ... Ann-Margret, que entre standards del cancionero norteamericano y temas de obras musicales tenía una versión de “Kansas City” de Leiber & Stoller, la misma que registrarían los Beatles poco después para For Sale (1964).
Su vínculo con los Fab Four no se agota en esa coincidencia: en su segundo disco, On the Way Up (1962) incluyó la canción “I Just Don’t Understand”, que además de ser una de las primeras en usar una guitarra con distorsión fuzz fue uno de los covers que Paul, John, George y Ringo grabaron para sus presentaciones en la BBC (recopiladas en el 94 en el álbum doble Live at the BBC). En ese mismo elepé Ann cantaba “Heartbreak Hotel”, hit de Elvis Presley, un intento de la discográfica RCA por convertirla en la versión femenina del Rey del Rock and Roll. Tan interesado estaba el sello en vincularla con Presley que en sus siguientes discos la producción estuvo a cargo de Chet Atkins y los coros fueron de los Jordanaires, todos músicos de Elvis.
Así la fueron acercando a Presley, hasta que pasó lo inevitable: filmaron juntos y tuvieron un romance. Después de su consagración en Bye Bye Birdie, en 1963 (la revista Life la puso en la portada y dijo “su baile tórrido casi reemplaza la calefacción central en los cines”) fue convocada para ser coequiper del Rey en Viva Las Vegas, donde encontraron una química instantánea que siguió fuera de los sets. “Nos mirábamos el uno al otro y de pronto yo hacía una pose y él hacía la misma. Conectamos de esa manera”, le dijo al New York Times en una entrevista reciente en la que sólo accedió a hablar de su relación profesional con Elvis. En la película cantan tres canciones a dúo pero sólo una aparece en el corte final: el Coronel Parker, manager de Presley, exigió que las excluyeran porque, a su entender, la sueca eclipsaba a su defendido.
El cine y la música siguieron en paralelo durante toda su carrera. Su último disco había sido God is Love: The Gospel Sessions 2 (2011), una recopilación de himnos religiosos interpretados con su característica voz rasposa de contralto. Eso, hasta que decidió terminar de saldar su deuda con el rock grabando Born to Be Wild, publicado en plataformas de streaming hace apenas unos días.
Hay apuestas seguras en el álbum, como “Volare” de Domenico Modugno, “Earth Angel” de los Penguins (aquella con la que los papás de Marty McFly se besaban en el baile Encanto bajo el mar en Volver al futuro) o “The Great Pretender”, popularizada por The Platters y resucitada años más tarde por Freddie Mercury. Sin embargo, Margret también corre riesgos: por ejemplo, la canción que da nombre al disco, original de Steppenwolf, conserva su estirpe hardrockera en la interpretación de los Fuzztones, pioneros del garage revival de los 80.
También suena filosa “Bye Bye Love” de los Everly Brothers, seguramente gracias al aporte de Pete Townshend en la guitarra (las vueltas de la vida: ella actuó en la versión cinematográfica de la ópera rock Tommy, en el 75). Misma situación con “Rock Around the Clock”, de Bill Haley, de la cual participa Joe Perry, guitarrista de Aerosmith.
No es que de repente Ann-Margret se haya convertido en metalera a los 81 años (ese honor lo sigue conservando únicamente el inmortal Christopher Lee, que grabó discos heavy con más de 90): varios de los tracks de Born to be Wild son homenajes respetuosos a la música de su juventud, al primer rock and roll, a aquel con el que ella misma coqueteó y seguramente escuchaba mientras la industria se esforzaba por compararla con Elvis. Pero no se trata de una curiosidad, un disco craneado como un souvenir pintoresco. Es, por el contrario, un trabajo personal, la obra de una artista que siente al rock como propio. “Muy dentro de mí quise hacer este disco desde siempre”, le dijo al Times. Misión cumplida.
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