Anita Pallenberg: la groupie que vivió los años más salvajes de los Rolling Stones, vio el infierno y renació
El documental Catching Fire, que todavía no tiene fecha de estreno en el país, narra las memorias inéditas de la modelo y actriz junto a la banda inglesa en sus momentos más turbulentos
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El mundo del arte tiene el mito de la musa, la mujer inspiradora para los creadores, y el mundo del rock tenía el de la groupie, la joven fan deslumbrada por el brillo de las estrellas. Euterpe era la musa de los músicos, una de las nueve que describió Hesíodo. Y Anita Pallenberg, modelo y actriz, fue vista por igual como la musa y como la groupie de los Rolling Stones en sus años más salvajes.
En 1965 se coló en el camarín de la banda durante un concierto en Munich y no se separó de ellos en más de una década, en la que aportó cierta sofisticación a la imagen de la banda. Tuvo una relación tóxica con Brian Jones, que terminó antes de que muriera ahogado en su pileta en 1969; coqueteó con Mick Jagger, y terminó en pareja con Keith Richards, con quien tuvo tres hijos, uno de los cuales murió con diez semanas. Estuvo con los Stones en sus exilios: en Niza, donde se refugiaron del fisco británico, y en Suiza, de donde salieron corriendo tras una investigación policial por posesión de heroína; más tarde los encerraron por el mismo motivo en Toronto.
Ella manejaba el mismo ritmo que la banda, y eso era mucho; luego tuvo una aventura con un joven que se suicidó en su cama. Tras tanta tragedia fue abandonada por todos y terminó mendigando la siguiente dosis. Y, cuando el mundo parecía haberla olvidado, se rehabilitó y tuvo unos años en que volvió a saborear la gloria.
El documental Catching Fire: The Story of Anita Pallenberg, aún sin fecha de estreno en la Argentina, reconstruye su vida a partir de material de primera mano, sobre todo el texto autobiográfico, titulado Black Magic, que hallaron sus hijos tras su muerte, en 2017. Este libro se mantenía inédito y en el documental Scarlett Johansson le pone la voz. Además, hablan sus dos hijos, Marlon y Angela, algunos amigos y colaboradores, y escuchamos como una voz en off al propio Richards, que seguía considerándola la mujer de su vida mucho después de su separación. Hay buen material grabado en aquellos años desenfrenados. El tono del documental no es moralista, y trata de poner atención a lo que aportó esta mujer a la legendaria banda de rock and roll; es ella misma la que en varias oportunidades se juzga con dureza. Pero también dice: “No necesito ajustar cuentas con el pasado”.
Nacida en Roma en plena Segunda Guerra Mundial, de una familia de origen alemán de la que nunca hablaba, era una joven de una belleza irresistible y desprendía una imagen de frescura y naturalidad que le abrió muchas puertas. Ni siquiera en su autobiografía se refiere mucho a sus padres, que un amigo de infancia señala como muy conservadores, lo que chocaba con sus ansias de zambullirse en la escena pop. Con 20 años se instala en Nueva York, donde se codea con Andy Warhol, Allen Ginsberg o Jasper Johns. Salta a las pasarelas y a las revistas, aunque ella dice que nunca se vio como una modelo profesional. Rueda una película de ciencia ficción con Jane Fonda, Barbarella. Y en Munich invita a compartir un porro a Brian Jones, entonces considerado el más cool de los Stones. Pero esta relación salió mal: Brian era un tipo impulsivo y violento que la maltrataba.
Un día, agredida por Jones durante una visita de la banda en Marruecos, Keith intervino y se la llevó. Fue su pareja en lo sucesivo, sin que Mick dejara de estar cerca de ella; sin embargo, ella no confirma hasta dónde llegó el asedio del cantante, más allá de que rodaron juntos una película, Performance, que incluía una escena ardiente entre ambos. Queda claro que la competitividad interna entre los Stones se extendía a sus conquistas sexuales.
Keith no sale tan mal parado como Brian en el relato, pero tampoco queda bien. Al principio fue protector con ella, aunque demasiado posesivo, porque la presionaba para que dejara de trabajar. Compartían vicios abusivos. Todo se vino abajo tras la muerte del pequeño Tara, por muerte súbita, en 1976. Resultan muy impactantes las imágenes del concierto que daba esa noche Keith con los Stones en París: tras conocer la desgracia, se empeñó en actuar. “El espectáculo debía continuar”, lema mantenido por la banda durante seis décadas en los que su maquinaria lo ha resistido todo.
Ella, deprimida y sintiéndose culpable por lo sus consumos durante el embarazo, se quedó en Nueva York con su hijo mayor; a la menor se la llevó Keith a casa de la abuela paterna en Inglaterra. El guitarrista aparecía poco en la casa y se refugió en su carrera. El chico, Marlon, estaba allí el día que Scott Cantrell, una conquista ocasional de 17 años de su madre, se pegó un tiro en su domicilio, según la versión oficial jugando a la ruleta rusa tras ver la película El cazador. Marlon ayudó a limpiar la estancia de rastros de sustancias ilegales, como le habían enseñado sus padres, acompañó a su madre hasta que llegó la policía y después de aquello también se marchó de su lado. Anita, sola y hundida, pasó su peor etapa. Cuenta que llegó a robar droga a amigos, a patear las calles más sórdidas en busca de algo que pincharse. Se veía a sí misma como una fuente de muerte y destrucción.
El relato resulta muy amargo, pero termina con una historia, breve, de redención. Anita fue capaz de rehabilitarse y de reaparecer en la moda y en el cine siendo una mujer madura. Su glamour vuelve a brillar, inspira a modelos más jóvenes como Kate Moss, de quien se hizo amiga, y Sienna Miller. Uno de sus últimos trabajos fue interpretar a la Reina Isabel II en Mister Lonely. Recupera la relación con sus hijos, aunque llama la atención que ambos hablan hoy de ella como Anita, como a Keith lo citan por su nombre también.
Anita Pallenberg estuvo en el centro de la escena en unos años vertiginosos, tan memorables para la música como devastadores para algunas de sus figuras. Una mujer libre y hedonista rodeada de machos alfa en el muy testosterónico mundo del rock. Fue una criatura de su tiempo, un tiempo irrepetible. No se trataba de juzgarla, sino de entenderla. Eso logra esta película.
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