Andrés Calamaro recuerda a Ricardo Iorio en exclusiva para LA NACIÓN
A un año de su partida, su colega lo recuerda con un texto encendido y urgente: “Se situó en un eje ideológico nacional-intelectual y visceral que, para variar, irritó a progresistas y hippies”
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El valor humano e intelectual de Ricardo es inabarcable, define una argentinidad distinta, extrema, de tierra adentro, trágica, cómica, acelerada y comprometida. En sus textos, en sus conversaciones, en sus entrevistas, en los grupos donde ejerció el heavy, tangos y milongas,en si mismo y la forma en que eligió vivir y morir. En nuestra generación no hubo otro como Ricardo Iorio.
Con una convicción blindada se situó en un eje ideológico nacional-intelectual y visceral que, para variar, irritó a progresistas y hippies. No obstante fue (y sigue siendo) adorado por sus compañeros de oficio y por una generación que creció al abrigo de su actitud, su persona y su obra: rebeldes acelerados en los ochenta, chicos de barrio revestidos en cuero negro, huérfanos de si mismos, ex convictos de la vida; poéticos de ácido argentino con Hermética, introductor de una poética inédita en el rock.
Fuera de las mitologías homologadas en el rock duro, vistió las distorsiones con textos identitarios profundos y genuinos, y se yergue como un artista de letras -indispensable y originalísimo- en el nivel inaccesible de los autores grandes de tango y folklore. Músico virtuoso (es imposible tocar heavy sin habilidades extraordinarias), letrista poeta, cantante declamando convicciones, dulce en sus relecturas de tango y milonga, canciones de Miguel Abuelo y blues de El Reloj y Vox Dei, en sintonía con José Larralde, Facundo Cabral y Jorge Cafrune, impulsa una identidad nacional genuina y legítima. Suyas fueron las carreteras de nuestro país, la herencia cristiana-española, el Sur, La Pampa, el muchacho de ciudad en el campo, como Quiroga o Yupanqui.
Puro sentimiento y muy pensante. Avizoraba la muerte, es inevitable pero no cualquiera se atreve a tratarla con familiaridad. Hace falta un tremendo corazón, un hombre de verdad. Era exigente, nos exigía su misma y genuina actitud para la música y la identidad argentina, interpelaba al mundo y al pueblo. Su legado es inabarcable, como persona, ciudadano, músico y poeta argentino. Nos dio su corazón de león. Hace un año terminó de vivir. La nuestra es una generación peculiar en nuestro país, nacidos en los primeros años sesenta, sin una adolescencia que nunca reclamamos, ni jóvenes ni viejos, las dos cosas o todo lo contrario. Tenemos en Ricardo Iorio un emblema y un ejemplo, un orgullo para quienes le apreciamos, le quisimos y escuchamos.
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