La extraordinaria artista que murió hace una década, a los 27 años, trasladaba a sus inolvidables canciones situaciones de su vida amorosa que la fueron consumiendo de a poco
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Ella, su guardaespaldas Andrew Morris, y su propia voz saliendo de la computadora. En ese íntimo escenario, Amy Winehouse le dijo a ese hombre, que vivía con ella y también oficiaba de confidente, una frase tierna, frágil, ingenua, tres adjetivos que esta semana, a 10 años de su muerte, aún no dejan de describirla.
“Me estaba mostrando unos videos de sus shows en su computadora y me miró y me dijo: ‘Querido, realmente puedo cantar’”, compartió Morris sobre su último intercambio con la artista, quien murió el 23 de julio de 2011, a los 27 años, en su domicilio de Camden, donde fue encontrada por su guardaespaldas.
Con esa misma ingenuidad hablaba con su madre Janis, quien también contó en una entrevista televisiva qué fue lo último que le dijo su hija antes de fallecer como consecuencia de una intoxicación etílica: “Te quiero mucho, mami”. Esa voz tan potente, tan única, tan extraordinaria y esa confianza a la hora de componer no siempre se traducía en la Amy que se bajaba del escenario, una joven que mantenía una inocencia que la llevó a amar del mismo modo: sin miramientos. En una ocasión, reconoció su enorme talento, pero también aseguró que la música no era su destino final. “No sé si estoy aquí para cantar sino para formar una familia”, expresó Winehouse acerca de un anhelo que, desafortunadamente, no pudo concretar.
Blake Fielder-Civil y el fundido a negro
Cuando en 2006 se editó el segundo y último álbum de estudio de Winehouse, Back to Black, el impacto fue monumental. No había nadie como ella. Si bien el disco contiene grandes himnos de ruptura como el tema homónimo, resulta complejo analizarlos de ese modo cuando uno conoce en profundidad el estado en el que se encontraba Amy al escribir esas canciones.
“Back to Black [el tema] es sobre estar en una relación en la que, cuando terminás, volvés a lo que conocés. Se trata de que el hombre obviamente regresa con su ex y... realmente yo no tenía nada más a lo que volver, así que creo que volví al negro por unos meses”, contó Amy sobre la primera ruptura que tuvo con Blake Fielder-Civil, que la sumió en un dolor que la condujo a escribir esa apabullante e inolvidable frase: “Solo nos despedimos con palabras, yo morí cientos de veces”. Ese fundido a negro en el que su vida se interrumpía -y entraba en una suerte de limbo cuando Blake no estaba a su lado- en cierto modo marca la naturaleza destructiva de ese vínculo.
La cantante conoció al entonces asistente de producción de videos en un pub londinense en 2005, dos años después del lanzamiento de su primer gran disco, Frank. La atracción fue instantánea, pero la relación se terminó al año siguiente por supuestas infidelidades de su pareja, período en el que Amy escribió su segundo álbum y comenzó un efímero vínculo con el músico Alex Clare. Sin embargo, su corazón seguía con Blake. Como lo escribió en “Tears Dry on Their Own”: “No tengo la capacidad como para dejar todo atrás”. Por lo tanto, no sorprendió cuando, en 2007, no solo retomaron su relación sino que la oficializaron.
Amy y Blake se casaron el 18 de mayo de ese año en Miami, y así se iniciaba una codependencia que fue apagando la llama de esa artista notable. De 2007 a 2009, año en el que se divorciaron, ambos fueron perseguidos incesantemente por la prensa y Winehouse, lejos de disfrutar lo que estaba cosechando tras años de trabajo, era fotografiada en las calles de Londres con moretones en su cuerpo, al igual que su marido, quien llegó a contar que fue él quien la hizo consumir heroína y crack.
Sus allegados también declararon que se arrojaban botellas en medio de una discusión y que incluso se autoinfligían cuando estaban tratando de mantenerse sobrios. “Cometí el peor error de mi vida al tomar heroína frente a ella, yo la metí en ese mundo”, declaró Blake a News of the World un año después del divorcio. Fielder-Civil añadió que se sentía “culpable” por el estado de Amy, quien incluso al ganar un Grammy le dedicó un premio a su marido mientras él estaba preso por atacar a un empleado de un pub. Winehouse estaba en la cima de su carrera, pero en lo último en lo que podía pensar era en la música, ya sea por esa dañina simbiosis como por la explotación de su entorno, un aspecto de su vida muy bien documentado por el realizador Asif Kapadia en su producción ganadora del Oscar, Amy.
Mientras Fielder-Civil era internado por una supuesta sobredosis de heroína, la salud de Winehouse comenzaba a deteriorarse. La propia cantante lidiaba con sus adicciones y se hallaba en un espiral autodestructivo que la llevó a bajar de peso (Amy también batallaba contra la bulimia y la depresión), pelearse con periodistas y fans, y a comportarse erráticamente. Ni ella ni su esposo podían terminar con esa dependencia y la propia Amy lo contaba. “No voy a dejar que se divorcie de mí, él es una versión masculina de mi persona y somos perfectos el uno para el otro”, manifestó en diálogo con la revista Now.
Eventualmente, la pareja se divorció y Blake argumentó que una de las causas fue la del adulterio. Esa dependencia se cristalizó aún más con la muerte de Winehouse. La madre de Blake declaraba en ese complejo momento que su hijo “iba a matarse si ella no estaba más” y que estaba devastado hasta el punto de tal de tener regresiones. “Va a volver a lastimarse”, manifestaba Georgette respecto de la salud de Blake, nombre que Amy llevó tatuado en la piel, y quien estaba preso cuando la cantante murió. En agosto de 2012, Fielder-Civil tuvo una recaída y debió ser conectado a un respirador artificial.
Reg Traviss y un nuevo comienzo que quedó trunco
Si bien el músico Pete Doherty declaró que tuvo una relación con Winehouse en un momento de “mucha fragilidad” de la artista en el año 2010, lo cierto es que esto nunca fue confirmado. Aunque se los veía pasar tiempo juntos, Amy se lo atribuyó a gestos de amistad y a que quería tenerlo como colaborador en un proyecto profesional.
Luego del divorcio de Blake, la artista conoció al director Reg Traviss, realizador del film Joy Division, quien previamente había escrito los largometrajes Anti-Social, Screwed y Psychosis. Según el realizador, Amy ya no quería consumir cuando estaba con él. “Ya no era su mundo, no quería saber más nada con eso, empezó a ser su pasado”, le manifestó al periódico The Daily Mirror. De hecho, Travis aseguraba por entonces que Winehouse solo estaba tomando alcohol “de manera normal”, a pesar de que sus presentaciones parecían indicar lo contrario.
Cuando falleció, su última pareja reveló que estaban por poner fecha de casamiento, aunque en simultáneo trascendió que él la había dejado poco tiempo antes de su muerte. “Hemos sufrido una terrible pérdida, han sido tres días de infierno. No puedo describir por lo que estoy pasando”, expresaba el cineasta en diálogo con The Sun. “Ella era una persona bella, brillante... mi querido amor”, añadía, conmovido por la muerte de su prometida. El padre de Winehouse, Mitch, llegó a contar que Amy creía estar embarazada y que la entrada de Reg a la cotidianidad de Amy “fue como una bocanada de aire fresco”. De todos modos, en la vida de esa artista tan descomunal como rota nada siempre era como se decía, menos aún cuando su padre tomaba la palabra, un hombre que no supo -o quiso- ver todas las señales que indicaban el peor final.
Quizá tengamos que volver a la anécdota de esa joven que se escuchaba a sí misma y podía apreciar esa voz que parecía salida de otra época. Esa joven que miraba el amor a través de un prisma. A veces, nos enseñaba que las lágrimas se secaban solas. En otros momentos, nos decía que enamorarse era un juego en el que estábamos destinados a perder. Con la llegada “de la última toma”. Del fundido a negro.
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