Alejandro Reyna: el tanguero que dormía en la calle ahora graba un disco y vuelve a subirse a los escenarios
Alejandro Reyna tiene la estampa de Juan Vattuone (cuando usa gorros de invierno que le tapan las orejas), la dicción de Julio Sosa y una colocación vocal emparentada a la de intérpretes de gran potencia como Raúl Lavié. Alejandro es ese cantor que se hizo famoso en mayo de 2020, cuando su voz se viralizó en un video subido a YouTube. Y su historia, la de un hombre que dormía en la calle, pronto llegó a las cámaras de los noticieros. Quién lo ha visto y quien lo ve. A menos de un año de aquel video, piensa publicar un disco a través de una compañía discográfica multinacional y anoche dio una recital de tango en las escalinatas del shopping Abasto, dentro del ciclo Abasto Barrio Cultural.
Acusa 60 años. Años tangueros, las mayoría de ellos. Porque si bien podría ser considerado dentro de la generación del rock (de hecho, también ha cantado blues), el tango es algo que le sale de la manera más natural. “Comencé a cantar a los 16. Me crié en Floresta, en Mercedes y Avellaneda, en la casa de un milonguero. Mi papá era un tipo que conocía la noche. Y mi vieja lo dejaba ir a bailar. No sé por qué nunca se decidió a dar clases [de baile]. Pero conocía a mucha gente del tango, como Jorge Falcón, que fue el que me hizo cantar en público por primera vez. No me olvido más de eso”.
En la voz del cantor van apareciendo nombres, situaciones (”concursé en el certamen Pre-Cosquín y fui a cantar a la Plaza Próspero Molina, en 1980) y personajes de otras épocas. Vicente Russo, el gran Virgilio Expósito (”con él canté en la década del ochenta”) y Beba Bidart (”me hizo entrar a trabajar en la Coca-Cola, como repartidor”). “Lo que pasa al tiempo me casé, y cuando nació el mayor de mis hijos me tuve que buscar un trabajo más estable”, le dice a LA NACION.
“Viví muchos años en Mataderos porque de ahí era mi esposa. Al barrio lo empecé a frecuentar ya cuando estábamos de novios y a pesar de que me separé hace 21 años, me quedé allá. Es un barrio tanguero por excelencia”, asegura. Así transcurrieron los años de Reyna. Trabajos más o menos estables, de lunes a viernes, y una vocación por el canto que se transformó en oficio o profesión, cada vez que salía los fines de semana a hacer las extras con su voz, en clubes de barrio o en restaurante: “Siempre digo lo mismo, es difícil vivir del canto. Los cantores de tango somos obreros de la música. Los que se salvan son los que salen al exterior. Porque si viajan, al volver pueden vivir con la guita que hicieron en una gira, hasta que los llamen para la próxima”.
Fueron quince años como repartidor de la empresa de gaseosas. Y desde entonces, algunos altibajos. Su último trabajo semanal, pero en negro, según él aclara, fue en un frigorífico, hasta que tuvo un infarto; cuando quiso regresar al trabajo, su lugar ya estaba ocupado. Solo le quedaba su labor de cantor en un restaurante del pequeño circuito gastronómico que Mataderos tiene sobre la avenida Emilio Castro. Aquello duró hasta que llegó la pandemia Covid-19 a la Argentina y comenzó la cuarentena. “Alquilaba una habitación, pero con la pandemia no quedó nada”, asume. Ya no había trabajo fijo, ni fines de semana de canto, ni posibilidades para alquilar, ni una familia que lo sostuviera: ”Mi mujer se fue a vivir al exterior y se llevó a mis tres hijos. Hoy sólo tengo contacto con el mayor”.
Así, Reyna comenzó otra vida que ni se imaginaba: “Terminé en la calle. No fueron muchos meses, pero fue tremendo para mí. Es algo totalmente marginal porque no tenés manera de higienizarte, dormís sobresaltado, comés lo que podés y no ves mucho más allá del horizonte. En un momento dado, cuando estaba durmiendo en una camioneta, pensé en tomar la peor determinación. Un policía de la Ciudad que me conocía de antes me dijo que quería subir un video pidiendo ayuda. Le dije que no porque pensé que me iba a salir un trabajo. Pero no, a la semana estaba peor. Por suerte algunos se enteraron y me ayudaron”.
Ramón, dueño de la última parrilla donde Alejandro cantaba, se enteró y le ofreció otro de sus locales, el de la esquina de la Avenida Alberdi y Cárdenas, también en Mataderos, para que al menos pudiera pasar las noches. En una de las fases de apertura de la cuarentena el restaurante comenzó a hacer delivery. Una noche en la que había tres o cuatro personas esperando su pedido de comida en la puerta lo escucharon cantar, acodado en el estaño, el tango “De puro curda”. Uno de ellos lo grabó con el celular. El resto es una historia conocida que se viralizó. El 1 de agosto del año pasado hizo un streaming, y desde entonces comenzó a levantar cabeza.
“Ricardo Marín [el cantor de tango] me dio una mano. Un día me llamó el ministro de Cultura de la Ciudad, Enrique Avogadro y me dijo que cuando hubiera apertura me iban a programar. Después apareció la posibilidad de un contrato con Sony, para grabar un disco. Lo llamé al maestro Carlos Buono para ver si quería grabar conmigo el disco. Todo eso me sacó a flote”, dice.
El último sábado, acompañado por un bandoneonista y un guitarrista, dio un recital en las escalinatas del Abasto Shopping, en el ciclo Abasto Barrio Cultural (el próximo viernes, a las 18.30, allí mismo estará Antonio Birabent con sus canciones).
-¿Qué te enseño todo este tiempo? ¿Lo tomás como una segunda oportunidad que te da la vida?
-Lo tomo con el equilibrio de un hombre de mi edad. Así como hubo gente que se alejó al verme en esa situación, Red Solidaria me ayudo. Me contuvo. Me consiguió cosas. Carlos Buono, que me conoce hace muchos años, me decía que antes la gente me respondía bien, pero eran solo cincuenta personas. Pasó lo que pasó porque alguien me subió a un escenario virtual. En Instagram me seguía yo solo; ahora tengo 7000 seguidores.
-¿Seguís en el barrio?
-Primero volví al monoambiente de la calle Carhué y Bragado, pero ahora me vine para Floresta.
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